La Jornada Semanal, 17 de septiembre del 2000   
 
Harold Bloom
 
Un saludo para
Lucy Negro
 
Lucy Negro fue la más renombrada prostituta de la India Oriental en la Inglaterra isabelina. Para Burgess, la hermosa mujer era la Oscura Dama de los Sonetos de Shakespeare, gozosa culpable de la “catástrofe erótica” del “Cisne de Avon”. Para Bloom, Lucy Negro era “multicultural, feminista y poscolonial” y, para más datos, pésele a quien le pese y duélale a quien le duela, tuvo varios acostones homéricos con Shakespeare. Este ensayo termina con una prodigiosa carta dirigida por Freud a Arnold Zweig. De acuerdo con ella, concluimos que Will era Otelo, Hamlet, Rosalinda, Ofelia, Marco Antonio, Romeo, Julieta, Orson Welles y Lawrence Olivier. Will es todo y todos.
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De acuerdo con lo que mi correspondencia me revela, a partir de octubre de 1998, cuando se publicó mi trabajo sobre Shakespeare, The Inventions of the Human, los oxfordianos representan el equivalente subliterario de los cientificistas subreligiosos. No es deseable discutir con ellos ya que son dogmáticos y ofensivos. Por consiguiente, dejaré en paz al Conde de Sobran y me confinaré a la fuerza poética de los Sonetos de Shakespeare y a la relación de ese poder con la búsqueda ya venerable, para demostrar que alguien –quienquiera que no sea el “hombre de Stratford”–, es el autor de las obras y poemas de William Shakespeare.

    La Academia, como es sabido por todos, se encuentra aniquilada. Aún estando en Yale, me veo rodeado de cursos sobre el género y el poder, el transexualismo y las teorías pederastas, el multiculturalismo y todos los demás esplendores que hoy en día han hecho a un lado a Chaucer, Milton, Shakespeare y Dickens. Sin embargo, parece que lo peor ya ha ocurrido. Hace una década yo iniciaba mi seminario sobre Shakespeare (nunca para estudiantes no graduados) afirmándoles solemnemente a unos estudiantes un tanto resentidos que toda la obra de Shakespeare –y no sólo los Sonetos– había sido escrita por Lucy Negro, la más renombrada prostituta de la India Oriental en la Inglaterra isabelina. Anthony Burgess, en su espléndida novela Nothing Like the Sun, identificó a Lucy Negro con la Obscura Dama de los Sonetos y, a partir de ahí, con la incomparable catástrofe erótica de Shakespeare que tuvo como resultado una profunda pena, una enfermedad venérea y un fallecimiento relativamente temprano. Con el rostro impasible (en la medida de mis posibilidades), les decía a mis estudiantes que debían hacer a un lado su ansiedad, ya que en verdad la brillante y lujuriosa Lucy Negro era la autora de las obras y de los Sonetos. De modo que podían abandonar sus reservas políticas y leer a “Shakespeare” con toda corrección, puesto que Lucy Negro, por definición, era multicultural, feminista y poscolonial. Les explicaba además que podíamos olvidar las componendas de los oxfordianos, marlovianos y baconianos, en nombre de la defraudada Lucy Negro.

    En vista de que desde hace mucho tiempo me sumé a Samuel Butler, quien había proclamado que la Odisea había sido escrita por una mujer, cuando sugerí en The Book of J que Yahwist pertenecía al sexo femenino, pensé que sería redundante introducir a Lucy Negro en mi libro sobre Shakespeare como la creadora de Falstaff, Hamlet, Rosalind, Iago, Cleopatra y demás glorias de la lengua inglesa. Me propongo aquí no decir más sobre Lucy Negro, salvo que ella rebasa por mucho a Oxford como un rival en el debate sobre la autoría de la obra, puesto que, por lo menos, ¡ella se acostó con Shakespeare! En cambio, dedicaré el resto de esta corta meditación a hacer conjeturas sobre la razón por la cual los oxfordianos, marlovianos y baconianos no cesan de importunarnos a todos los demás.

    Las penas del autor de los Sonetos son muy complejas, dignas de los mejores poemas breves en nuestra lengua. De hecho, ignoramos quién era este narcisista joven noble, aun cuando pudo tratarse de Southampton y existen numerosos candidatos para la Obscura Dama, pero ninguna tan exuberante como Lucy Negro. Lo que sí sabemos con bastante certeza es que el frecuentemente desdichado (a pesar de una admirable compostura) poeta, era en verdad Will Shakespeare. Estos son sus “azucarados sonetos entre sus amigos íntimos”, que eran parte, sin duda, de un grupo social muy variado que se extendía desde los actores de baja ralea (¡y Lucy Negro!) hasta el petulante Southampton, patrón y (quizá) alguna vez amante.

    Una sombra se cierne sobre los Sonetos, como sucede tantas veces en muchas de las obras más oscuras de Shakespeare. Podemos llamarla escándalo o notoriedad pública, algo que trasciende el pesar del poeta por ser un actor mediocre sobre el escenario de El Globo. Si la tardía Elegía para Will Peter fue escrita por Shakespeare (yo pienso que sí, aun cuando se trata de un poema menor), entonces la sombra del escándalo perduró más de una década. Sin embargo, la sensación de autoflagelo es sólo una pequeña faceta de la gran lección de moral que representa el auténtico lado oscuro presente en los mejores sonetos y en toda la obra de Shakespeare, desde Hamlet en adelante. Los Sonetos son poesía para reyes y para lectores encantados, ya que muy pocos –aparte de Shakespeare– logran retratar esa sombra, que a través del más grande de los poetas se convierte en “millones de extrañas sombras”.

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Tan asombrosos como son los Sonetos, provienen de un género diverso, por ejemplo, al de As You Like It, Henry IV (1 y 2), Hamlet, Twelfth Night, Measure for Measure, King Lear, Macbeth, Anthony and Cleopatra, The Winter’s Tale y alrededor de una docena más de dramas shakespearianos. Sencillamente, los Sonetos no inventan (o si uno lo prefiere, no representan) seres humanos. Al ser por necesidad más líricos que dramáticos, estos poemas poseen claras afinidades con Falstaff y Hamlet y con muchos otros protagonistas de Shakespeare; sin embargo, estas afinidades son enigmáticas. A menos de ser formalistas o historicistas, Falstaff y Hamlet nos conducen a verlos como figuras de una dimensión superior a las obras en las que aparecen, y más “reales” que los mismos personajes, vivos o muertos. Sin embargo, el que habla por medio de los Sonetos se presenta a sí mismo como el resultado de una cadena de sorprendentes ambigüedades. No es y a la vez sí es William Shakespeare, el autor teatral, y sus dos pasiones, una de consuelo y otra de desesperanza, que siente por un joven noble y por una mujer morena, nunca adquieren la sustancia o la fuerza persuasiva de Antonio y Cleopatra, o de sus símiles en las mejores de sus obras. Los personajes shakespearianos constituyen aventuras dentro de la conciencia; hasta el que habla a través de un soneto se escapa de esa inmensidad. Sólo recibimos insinuaciones acerca del interior del hermoso joven rubio y de la oscura dama.

    No nos es posible recuperar las circunstancias en torno a los motivos personales (si es que existieron) de los Sonetos. Love’s Labour’s Lost es la única obra en donde Shakespeare comparte el lenguaje de los Sonetos. Su aparente dilema, presente en cada uno de ellos, es decir el rechazo de parte del ser amado, que está por encima de él en sociedad, parece una analogía de los apuros de Falstaff en Henry IV, pero el que habla en los Sonetos tiene muy poco de la vitalidad, astucia y aplomo de Sir John Falstaff. Algunos de los Sonetos se apartan radicalmente de la lujuria y de las ambiciones de la vida, pero esa repugnancia aparece muy pocas veces en el lenguaje de Hamlet. Es peligroso buscar algún esclarecimiento de las obras teatrales a partir de los Sonetos, aunque a veces nos podemos dirigir en sentido inverso partiendo del Shakespeare dramático al lírico. Los logros poéticos de los Sonetos contienen justo el suficiente poderío enigmático que caracteriza al dramaturgo, mostrándonos que estamos frente al mismo escritor; sin embargo, la impresionante originalidad cognoscitiva y la persuasiva psicología que contienen sus grandes piezas dramáticas están atenuadas en casi todas las secuencias, salvo contadas excepciones.

    Por lo menos desde Measure for Measure, a través de Otelo y en The Two Noble Kinsmen, la sexualidad se presenta ante todo como un tormento, algunas veces cómico y más a menudo no. En tanto que arcaico seguidor del bardo, no soy partidario de separar esta versión dramática de la realidad humana del mismo dramaturgo. Me da la impresión de que los críticos formalistas e historicistas se sienten más a gusto con Flaubert que con Shakespeare. El amargo e intenso erotismo de Troilus and Cressida, All’s Well that Ends Well y Timon of Athens es demasiado feroz y constante como para ser sólo un artificio, por lo menos según mi experiencia como lector crítico. Los trucos de alcoba, la ramería, y las infecciones venéreas, se acercan mucho al centro de atención de Shakespeare sobre la sexualidad.

    Aquellos que se han entregado con devoción a la infortunada sugerencia de que Shakespeare no escribió las obras de Shakespeare resienten secretamente y quizá sin saberlo sus dotes cognoscitivas y su imaginación. El converso más importante a la locura de Oxford fue Sigmund Freud, quien no podía tolerar que su magistral antecesor no hubiera sido más que un hombre joven, bastante común, proveniente de Stratford-upon-Avon. El conde de Oxford, quien falleció antes de que los últimos doce dramas se hubieran creado, legó a la posteridad algunos vulgares poemas líricos, indignos de ser releídos. Los que resienten a Shakespeare permanecerán siempre entre nosotros; nuestra única respuesta debe ser el retorno a sus piezas dramáticas y a los Sonetos.

Nota que acompaña a la
caricatura de Freud

Tendremos mucho que discutir sobre Shakespeare. No logro entender qué es lo que le atrae del hombre de Stratford. Nada parece justificar que sea el autor, mientras que Oxford tiene todo a su favor. Me parece verdaderamente inconcebible que Shakespeare hubiera experimentado todo indirectamente –la neurosis de Hamlet, la locura de Lear, la insolencia de Macbeth y el carácter de Lady Macbeth, los celos de Otelo, etcétera. Es casi irritante para mí que usted apoye tal noción.

Sigmund Freud,
carta dirigida a Arnold Zweig,
2 de abril de 1937
Traducción de Alfonso Herrera Salcedo T.