LUNES 18 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 

Ť Elba Esther Gordillo Ť
 

La soberanía, a la vuelta del siglo

en el calendario cívico de México, el 15 de septiembre es uno de los días cruciales para el reencuentro con la historia. Pero hoy, en el quiebre de siglos, las aceleradas transformaciones en todos los ámbitos obligan a repensar y reconstruir nociones como independencia, autonomía y soberanía.

La conformación de Estados nacionales políticamente independientes constituyó la modalidad predominante de organización sociopolítica en el mundo moderno y contemporáneo. Este proceso exigió luchas heroicas por la libertad, la justicia y el derecho de los pueblos a la autodeterminación, en contra de predominios militares, tutelajes políticos y colonizaciones económicas por parte de países poderosos.

En los últimos doscientos años se han expresado tendencias diferentes y contradictorias a un tiempo que, extrañamente, se han puesto de relieve en las últimas dos décadas: por un lado, la homogeinización de estructuras, instituciones y prácticas en la economía, la política, la sociedad y la cultura, y por el otro la defensa y exaltación de lo singular (sea de carácter nacional, regional, étnico o religioso), dando paso tanto a una mayor interrelación entre pueblos y hombres nunca antes experimentada, como a los conflictos bélicos de la posguerra fría.

En el mundo de nuestros días y del futuro inmediato, nuevas realidades, pero también algunas reediciones del pasado revestidas con rasgos desconocidos, delimitan estrechamente la posibilidad de los pueblos de definir de manera autónoma su proyecto nacional y la capacidad de manejar los instrumentos para llevarlo a cabo preservando la identidad cultural.

Fenómenos tales como la conformación de mercados multinacionales de bienes, servicios e inversiones; la integración de comunidades económicas y políticas; los flujos financieros en cartera que se mueven a través de la supercarretera de la información; la internacionalización de las comunicaciones y los avances científico-tecnológicos; los progresivos fenómenos de transculturización; las migraciones de volúmenes considerables de población entre países, por mencionar solamente algunos de los más notables, imponen límites a la capacidad de decisión de las naciones.

Por ello ahora, a ciento noventa años del inicio de la guerra de Independencia, en el contexto de acontecimientos nuevos, resulta no únicamente pertinente sino imprescindible reflexionar acerca del lugar que tendrán en el mundo de la posmodernidad, nociones como las de soberanía nacional e independencia política que acompañaron a la humanidad en los últimos tres siglos y sobre cuáles serán las formas que adoptará la autonomía de los Estados nacionales en el contexto de creciente integración económico-financiera, comunicacional y científico-tecnológica que caracterizará al nuevo siglo.

Frente a este panorama, los mexicanos no podemos quedarnos con una visión estática, manteniendo una actitud recelosa y desconfiada frente a los acelerados procesos de apertura, intercambio e integración que se viven a escala mundial, pues ello nos marginaría de los avances que se han venido logrando en muy diferentes aspectos de la vida en sociedad, lo que es muy claro en los terrenos de las comunicaciones, la ciencia y la tecnología, el desarrollo sustentable, la promoción y defensa de los derechos humanos, la organización democrática.

Los valores, la cultura y la educación del México del siglo XXI no podrían quedarse en actitudes defensivas y aislacionistas que en los hechos se tradujeran en un anacronismo con respecto al tiempo real que viven millones de seres humanos.

Pero la inserción inteligente de México en el mundo no pasa por negar nuestra historia y pretender ignorar lecciones y enseñanzas que acendran nuestra identidad; por el contrario, las oportunidades que hoy brinda la globalización se inscriben en el marco de impresionantes asimetrías y desigualdades entre continentes, regiones, países y grupos sociales, y las decisiones y los beneficios siguen distribuyéndose sin equidad y atendiendo a intereses y poderes de las potencias que, en no pocas ocasiones, han atentado en contra de derechos, necesidades y reivindicaciones de los pueblos.

Sin embargo, el nacionalismo mexicano requiere hoy de un aggiornamento para no agotarse en el mero recuerdo y no sucumbir ante los espejismos de una modernidad que una y otra vez parece escapársenos. Para ello se requerirá del fortalecimiento de la conciencia colectiva en cuanto a lo que hoy significa la identidad nacional, en cuanto al reconocimiento de riesgos y oportunidades para México de la integración mundial en curso y con respecto a la redefinición del proyecto nacional.

La consolidación de la transición democrática y el cambio de régimen que hoy se vive en el país constituyen un marco de oportunidades propicio para acometer con fundadas esperanzas este reto, y en esa tarea la cultura propia tiene una tarea mayúscula, una responsabilidad crucial. Ť
 
 

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