LUNES 18 DE SEPTIEMBRE DE 2000

Ť Hendrix, una persona tímida e introvertida


El mismísimo diablo de la moralina, un angelito negro

Pablo Espinosa Ť ƑLos dioses están fatigados?

Federico Nietzsche redactó la crónica del crepúsculo de los ídolos, pero ya estaba escrito que de mucho pensar terminaría loco. Murió de tanto vivir. Wolfgang Amadeus Mozart disfrutó en grado tan altísimo la vida (vino -y se quedó-, mujeres y música, reza el lugar común) que hubo de pagar con su cuerpo entero tantísimo placer. Murió de tanto vivir. Jim Morrison también murió de tanto vivir, y también joven y bello. Piróse. Y así.

El Hades está poblado de cadáveres sabrosos.

El censo fúnebre de la cultura rock suele comenzar con Brian Jones, seguir con la reina de todas las reinas, la maestrisísisima Janis, elongarse con El Rey Lagarto, sublimarse con el jefe Lennon, prestigiar su gruesez extrema con Sid Vicious y ponerse al día con Michael Hutchence y Kurt Cobian. Puras fallas, chingao.

Este lindo panteón (Pere Lachaise multiplicado, clonado, repetido por doquier, tan grafiteado el mausoleo, Padre Lechoso) suele adornarse con flores, fresas, chubis, pomos, pantaletas y demás objetos reales o metafóricos. Adoramos a los muertos porque una vez idos los que antes eran amados y odiados en vida, pasan en automático a la beatificación laica: ''era tan bueno", se dice de todos los difuntos en pleno velorio.

Y, como diría el mismísimo Flanders (siempre hay que adornarse citando a los clásicos), así como cada monaguillo tiene su librillo, a cada santo le llega su capilla y ahora estamos en un equivalente laico de plena víspera de vigilia de pentecostés y hay que comulgar poniendo en lugar de hostia un disco compacto en el tornamesas, de preferencia que suene la Neblina morada, que pique el Voodoo Chile Blues, que flote el Angel y que baile la Foxy Lady.

Señoras y señores, hoy conmemoramos el trigésimo aniversario de la muerte de nuestro hermano Jimi Hendrix.

 

La idealización mercadotécnica

Pocos iconos han sido tan distorsionados en la historia. Caracho, cuánto lugar común, cuanta pendejada se ha dicho, visto y oído acerca de uno de los mejores hombres de la cultura del mundo moderno. Y encima, he aquí otro textículo más. (textículo: dícese del texto breve). Chingao, hasta le dicen Llimi. Eso sí cala. Eso ya calienta. ƑQué onda, mi Llimi, cómo andas de ánimo? Lo alburean. Chale.

Los sambenitos que se le han colgado a este santón, que para las buenas costumbres (que en realidad son malas) es el mismísimo demonio (este diablón), empiezan con la moralina, siguen con la satanización y terminan con una santiguada advertencia y, otra vez, más moralina: ya ven, niños, si se portan mal y escuchan rock van a terminar como el Llimi ese. Todo esto, por supuesto, con el consabido descaro de la ultraderecha en sus discursos crudos, o tantito peor, la ultraderecha escondida en el negocio ''de la comunicación'', con su lenguaje oblicuo, hipócrita, ambiguo que al mismo tiempo parece celebrar pero en el fondo condena. Pasu...

A las pruebas remitámonos. Hágase usted una autoconsulta, para estar a tono con la cultura mercadotécnica en boga, fascinada por el negocio de las consultas y encuestas: ƑDe qué murió Jimi Hendrix? Si se contestó así (mismo): Mira, mí mismo, pues dicen las malas lenguas, y también las que se supone buenas, que el Llimi Jendrics ese murió de un pasón.

Jolines.

Ni siquiera Hollywood Babilonia ni Secretos del corazón pudieran comprobar su acierto, al contrario de los hechos consumados: Hendrix se consumió, dicta la autopsia, por asfixia, en el sueño. Murió durmiendo el angelito negro.

El icono ha sido idolizado así: padre del rock ácido, satán del sexo, drogas, rocanrol y virtuoso de la guitarra.

La realidad: un chavo timidísimo, clavado, introspectivo, dueño de sapiencia artística tal que traspasó los mundos conocidos. Su influencia es evidente en el ámbito del jazz, el nuevo blues, el nuevo rock, la nueva música clásica (cfr. la versión del Kronos Quartet a Purple Haze, obra que también grabó, hermanándola con Bach, el chelista Yo Yo Ma con Bobby MacFerrin). El verdadero icono inspira a los movimientos progresistas, a las minorías, a los buenos músicos.

Jimi Hendrix era al mismo tiempo negro e indio. Zurdo, pacabarla de amolar, lo cual es cuasi una metáfora.

Ese chavo tenía 27 años cuando ya estaba hasta la madre de ser presionado, de ser utilizado. Andaba tan deprimido que eran las 7 de la mañana del 18 de septiembre de 1970, hace exactamente 30 años, que a pesar de la buena motita que se había fumado con su chava, no lograba conciliar el sueño, así que se tomó unas pastillas para dormir. Lo malo es que fueron nueve. Se metió a la cama, confiado en dormir, y ya no despertó. Algunas enciclopedias serias son bastante modositas en el pequeño parrafo que le corresponde en la letra H: "murió por respirar su propio vómito". Lo cual parece metáfora fallida porque la frase está descontextualizada del reporte necrópsico.

Sucedió en realidad que durante el sueño el organismo del artista devolvió lo que tenía de más en el estómago. Su chava, junto a él, se asustó tanto al ver sus intentos instintivos por respirar, pues presa del somnífero sólo funcionaba su sistema automático de defensa. Por protegerlo, su compañera no llamó de inmediato al servicio médico del hotel, pues el cuarto aún olía a la mota nocturna. Fueron minutos decisivos.

Los valores del guitarrista

Los valores técnicos de este ser revolucionario: su perfecta comprensión de la naturaleza del blues, que así pudo traspasar, en una noción de estilo indestructible, por las sutilezas del jazz, las dinámicas del soul, la tremebunda vorágina del rhythm and blues, siempre diciendo algo nuevo, siempre proponiendo, construyendo, edificando.

Generadores de sonidos, inventos completamente hendrixianos, elementos inimaginables para orquestar, insólitas maneras de tejer complejidades armónicas, tímbricas, resonancias venidas de otro mundo. Mientras las cuerdas altas electrizan los sentidos, el maestro Hendrix rinde magia armónica retroalimentando esos sonidos con los registros bajos.

Eso entre una suma interminable de valores que sustentan la trascendencia del verdadero Jimi Hendrix.

Su guitarra, es decir, él mismo, fue sacrificada en fuego, en pleno concierto.