La Jornada Semanal, 24 de septiembre del 2000
 
 
 
Ana García Bergua
EL FANTASMA DEL ESCRITOR FANTASMA

Quería saber de dónde venía la expresión "escritor fantasma" o ghost writer, como le dicen en inglés, porque me gusta mucho. Es, también, una profesión bastante más socorrida de lo que parece: las tres cuartas partes de los discursos que escuchamos pronunciar a nuestros carismáticos hombres de tribuna (por llamar de alguna manera mona a los políticos); la mitad de los libros de autoayuda, de cocina, de historia, de periodismo o de chismes morbosos sobre la vida privada de las estrellas, son obra, en realidad, de escritores fantasma, es decir, de escritores que quizá preferirían estar pergeñando su obra en su casa –sus tristes poemas, sus jocosos cuentos o sus pérfidas novelas–, pero que tienen que comer, pagar la renta y ver cómo se van de un lado a otro (actividades, por cierto, impropias de los fantasmas). Entonces redactan con gracia y orden las obras que firman otros, a veces con el alivio de no tener que suscribir pensamientos o informaciones que no les corresponden, a veces con una poca de amargura por tener que borrarse de textos que ya se han convertido en algo suyo. De cualquier manera, piensan quizá, es mejor este oficio que el de corregir galeras de letra microscópica, o traducir del sueco manuales para manejar maquinaria pesada, cómo saber. Y bueno, hasta se ha dicho que Shakespeare no fue sino el espantapájaros creado por varios escritores fantasma, entre los cuales se abrigan sospechas sobre el duque de Oxford y el mismísimo Marlowe. ¿Quién no se disputaría, en ese caso, ser una de las sombras del fantasma de Shakespeare? 

Pero les decía que me intrigaba el origen de la expresión. Como no encontré nada en la Enciclopedia Británica –excepto una novela del norteamericano Philip Roth que se llama, justamente The Ghost Writer y que es de 1979–, decidí buscarla en uno de tantos portales de internet. Fue una maravilla: me salieron cerca de siete mil direcciones de sitios esotéricos, donde me podía comunicar con toda clase de espíritus, entre ellos, por supuesto, los de algunos escritores. No faltaban, tampoco, las páginas de mucha gente que en su curriculum afirma con orgullo haber sido escritor fantasma para tal secretaría o agencia de publicidad. Es interesante ver salir de su clóset fantasmal a tantos fantasmas, aunque nadie sabe en realidad qué texto suyo habrá firmado algún conocido político, un líder religioso, un académico de Harvard o, incluso, otro escritor. De hecho, todo escritor tiene ya algo de fantasma: en esta época en que todo es tan visual, tan visible, es más fácil conocer a los autores por sus fotos, por sus opiniones sobre cualquier cosa de actualidad, por los encabezados de los suplementos y las secciones culturales, que por sus libros. Ya cuando alguien pasa la barrera de lo demasiado visible, concreto y hasta cierto punto engañoso, es decir, cuando se anima a leer los libros de un escritor para saber realmente quién es, qué tiene que decir y cómo, es como si el mero acto de la lectura fuera, en cierto modo, una invocación: el desciframiento de los signos que dibuja, en una muda tabla ouija, el espíritu del escritor que habita el cuerpo del escritor de las fotos, los encabezados y las opiniones. Me perdonarán, pero el fantasma de Saramago es mucho mejor que su manifestación visible que opina de todo, por poner un ejemplo. 

Es bonito ver la cantidad de juegos de simulacros y espejos a que da pie el puro texto, el misterio de las palabras que se dicen casi solas. Así, entre la visibilidad excesiva a que el mercado está obligando a los escritores, y el anonimato oscuro y chocarrero del escritor fantasma, se yergue el reino azaroso de los seudónimos, de los plagios, de las vanidades sustentadas en la paciente obra oscura de alguien desconocido por vocación, o de los misteriosos dictados del Otro. Será, como ya me ha dicho varias veces mi buen amigo C., que la de escritor es una profesión más bien de pobres: por eso tanta algarabía, tanta alta política entre cinco gatos, tantos egos desbordantes, rutilantes o zaheridos, tanta apariencia, a fin de cuentas. Porque no hay más que eso y las palabras: es decir, en esta profesión no hay mucho de material (es más, casi no hay), pero también lo hay todo, hay un reino inabarcable y sin límites, como me imagino que deben ser los verdaderos fantasmas. Por eso, aunque a fin de cuentas no logré averiguar quién fue el primer escritor fantasma que se dijo a sí mismo que era un fantasma, no sentiré empacho en firmar esta colaboración como Fantomas –un héroe que era cuate de Cortázar, por si faltara aquí un escritor–, y pedir a mis fieles colaboradores Géminis, Sagitario y Escorpión que la lleven a la Semanal, procurando no les pellizquen las pompis en el Metro. Amén. 

 

 
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Oro negro y oro blanco: 
el verdadero poder del imperio 

La maquinaria bélica del siglo xxi, al igual que la del siglo anterior funcionan en esencia a base de dos combustibles: petróleo y drogas. Mientras vivimos la fantasía de la "nueva economía digital", de la edad de la información y de un mundo conectado a través de internet, la realidad es que el verdadero poder de quienes gobiernan al mundo sigue dependiendo del control de las reservas petroleras del mundo, así como de los intereses de los cárteles de la droga internacional. 

Oro negro y las elecciones 
estadunidenses 

No hay ninguna evidencia más ostentosa de la codicia que puede despertar el petróleo que el espectáculo criminal que fue la guerra del Golfo, una auténtica demostración de lo que las potencias son capaces de hacer por unos cuantos millones de barriles de crudo barato. Pero el aplastante triunfo aliado sobre Iraq no fue el final feliz que cnn y demás medios se dedicaron a repetir. La guerra y sus breves pero explosivas secuelas no solamente dieron los más altos ratings a ciertos canales de la tele por cable, sino que garantizaron el precio del petróleo durante casi una década y cimentaron numerosas carreras en la diplomacia posmoderna. No obstante, la guerra también creó nuevas alianzas e incertidumbres, además de que congeló las reservas petroleras iraquíes por un número indeterminado de años a manera de un jugoso botín. Una de las personalidades más pintorescas que aseguraron su futuro en esta conflagración fue nada menos que Dick Cheney, el candidato norteamericano a vicepresidente que fue lanzado a las elecciones del próximo mes de noviembre al lado de George W. Bush por el Partido Republicano. A pesar de ser civil, Cheney fue el secretario de la defensa de Bush, y el padre y el cerebro de la guerra del Golfo. Como premio a su labor bélica, Dick fue nombrado en 1995 (a pesar de su absoluta falta de experiencia en el sector privado) director general de la empresa Halliburton, la compañía de servicios para pozos petroleros más grande del mundo. Ante la necesidad de elegir a un vicepresidente apropiado, Bush junior optó por hacer a un lado a los senadores y gobernadores que inicialmente había considerado, en favor de uno de los más fieles ex colaboradores de su papá, un hombre sin carisma e incapaz de estimular a un solo votante, pero muy experimentado, muy bien conectado en el mundo del petróleo y muy dispuesto a borrar del mapa a cualquiera que se atreva a interponerse entre el tanque de gasolina de su limusina y los pozos petroleros del planeta. Otra evidencia de la estrecha relación entre los intereses petroleros y guerreros estadunidenses es que una de las ramas de Halliburton, Brown & Root Services, se dedica a proveer de vivienda, transporte y correo a las tropas estadunidenses estacionadas en diversas partes del mundo. Asimismo, el ex secretario de estado y asesor del joven Bush, George Schultz, dirige la empresa constructora Bechtel, la cual se dedica, entre otras cosas, a reconstruir carreteras e infraestructura de naciones que han sido pulverizadas por las bombas. A esta estrategia de Bush Jr., Al Gore, el actual vicepresidente y candidato a la presidencia por los demócratas, respondió eligiendo como su candidato a vicepresidente a Joe Lieberman, un senador conservador y judío ortodoxo que ha dedicado buena parte de su carrera a ayudar y favorecer a Israel. De esa manera, Gore trata de enfatizar su estrecha relación con Israel y de acusar a Bush por haber retomado los vínculos de su padre con los sauditas y demás árabes petroleros. 

Oro blanco y el nuevo-viejo 
Vietnam sudamericano  

El nuevo y triste episodio en la interminable guerra civil que desgarra a Colombia ha servido al presidente estadunidense Clinton para emprender otra más de sus misiones seudo humanitarias. En una visita de un día, Clinton ofreció su apoyo financiero (alrededor de mil 300 millones de dólares y sigue creciendo la cuenta) y moral a la efervescente y locuaz cruzada antidrogas del presidente Pastrana. A pesar de que es evidente que el ejército colombiano es uno de los principales beneficiarios del tráfico de drogas, Clinton y sus asesores han destinado casi toda la ayuda monetaria a las fuerzas armadas y sólo una ridícula fracción a operaciones humanitarias. La farsa de armar y rearmar a un ejército que no va a luchar en contra de los narcos tiene una razón muy obvia: el beneficio de algunas de las corporaciones estadunidenses más importantes. Por una parte está la Lockheed Martin, quien vende los aviones que se usan en la "guerra contra las drogas", por otra el U.S.-Colombia Business Partnership, que incluye corporaciones como Amoco, BP. Enron, Occidental y Colgate Palmolive, entre otras, las cuales abogan porque el ejército de Estados Unidos intervenga militarmente en Colombia para crear un ambiente de paz que sea propicio para sus operaciones comerciales. Colombia es otra de las víctimas del recetario de recuperación económica del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial que consiste en programas de austeridad draconiana, recortes al gasto público, una dolorosa carga de pagos de deuda, devaluaciones y demás horrores que los mexicanos conocemos tan bien. Pero más que traer el crecimiento y bienestar prometidos, esta fórmula mil veces fracasada está llevando al país a la ruina mientras que los cárteles, las milicias de derecha y el ejército se pelean los mercados y se aventuran a llevar a cabo delirios casi de ciencia ficción, como construir submarinos o prodigiosas naves voladoras invisibles para llevar su mercancía a su destino. Clinton deja a su sucesor una bomba de tiempo en Colombia, un país dividido (virtual y realmente) que está viviendo una aterradora escalada de violencia que amenaza con desequilibrar la zona. ¿Qué solución puede ofrecer internet a este dilema, qué papel puede jugar el ciberespacio en estos conflictos predigitales? 

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Carlos López Beltrán
Balanza de onzas poesía

Después de encontrar estas dos líneas en un poema de Tennyson: "Every minute dies a man/Every minute one is born", el ingeniero y matemático inglés Charles Babbage (pionero de la computación) se sintió con la libertad de escribirle a su amigo poeta para recomendarle una ligera modificación que eliminaría una inexactitud en el dístico. De ser cierta la afirmación que contenían los versos la población humana permanecería estable, pero es un hecho conocido que ésta tiende a crecer. El cambio propuesto al poeta por el ingeniero, basado en las estadísticas a mano, resultó un tanto sordo poéticamente: "Every minute dies a man/And one and a sixteenth is born." Babbage agregó en su misiva el dato de que la cifra exacta de nacimientos por minuto era 1.167, pero algo debe sin duda concederse, reconoció, para cumplir las leyes métricas. Tennyson cambió el poema pero no lo estropeó. En su siguiente edición éste decía: "Every moment dies a man/ Every moment one is born". La vaguedad del término "moment" elude el problema al que la precisión (posible) de "minute" lo condujo. 

He narrado esta anécdota ante amigos; científicos unos y escritores otros. La reacción no podría ser más distinta entre ambos grupos. Los segundos suelen reírse ante la ingenuidad que perciben en Babbage. Los primeros creen que el ingeniero tuvo razón en corregir el descuido del poeta. La sabiduría de la solución de Tennyson, que esconde una espléndida moraleja, suele escaparse a ambos bandos: no es la vaguedad o la precisión lo que cuenta, tanto en ciencia como en poesía, sino la lucidez que permite obtener el efecto deseado. Era momento, no minuto la mot juste, y Babbage ayudó a mostrarlo. 

Francis Galton fue el otro ilustre nieto del genial Erasmo Darwin. En contraste con su famoso primo, Galton poseyó una magnífica imaginación tanto visual como cuantificadora, que lo hizo uno de los pensadores más originales de su siglo. La forma en que lograba construir modelos complejos y elegantes basado en intuiciones geométricas o aritméticas simples es legendaria, y muestra con creces que es absurdo equiparar el movimiento del siglo XIX  hacia la cuantificación en las ciencias con la esterilidad imaginativa. El papel del símil, por ejemplo, en la imaginación numérica, puede ser tan crucial como en la metáfora. Narra Galton en su autobiografía cómo aprendió muy pronto a respetar la palabra "millón". Paseando por una calzada con árboles tupidos de flores en ambas aceras decidió de pronto hacer el cálculo ocioso de cuántas flores tenía, aproximadamente, cada árbol. Haciendo un conteo cuidadoso llegó a la cifra de alrededor 200 flores por árbol. Con árboles a ambos lados y separados entre sí por unos cinco metros la calzada se veía completamente cubierta de flores hasta donde la vista le alcanzaba, unos dos kilómetros. Y esa multitud de flores, pudo sin esfuerzo calcular, era apenas una fracción pequeña de un millón, que requeriría doce kilómetros y medio de árboles similarmente tupidos para desplegarse. Desde entonces, escribió Galton, cada vez que uso la palabra "millón" me intimida la visión de la inmensa arboleda florida que evoca.  

El tiempo en la biología es uno de los ensayos más admirados de J.B.S. Haldane. La clara y elegante descripción que se hace ahí de lo que implican los cambios de escala (o dimensiones) espaciales y temporales en los distintos dominios de la investigación biológica es una inspirada apología de lo que podríamos llamar un politeísmo científico. Ningún "corte" que hagamos sobre la multiplicidad de lo viviente puede privilegiarse. Cada uno ilumina una zona, nos muestra una red de sucesos que podemos describir en cierto rango espacio-temporal. Ningún retrato agota el fenómeno viviente. La convivencia de varias de ellas nos va creando una imagen aditiva o, mejor, una serie de imágenes complementarias que se acercan a ser fieles a su objeto. Hay una enseñanza en esto para el artista, creo yo. 

Reproduzco un pensamiento de Nabokov que me atrevo a llamar complementario al de Haldane: "Parece haber, en la escala dimensional del mundo, una especie de sutil sitio de reunión entre la imaginación y el conocimiento. Un punto al que se llega encogiendo lo grande y magnificando lo pequeño, y que tiene una naturaleza específicamente artística." 

Como un Galton de nuestros tiempos, el físico Richard Feynman poseyó una imaginación peculiar. En sus divertidos e inteligentes libros de memorias hace especial énfasis en su constante esfuerzo por lograr representarse de un modo vívido y visual, capaz de aprehenderse de golpe, las estructuras matemáticas más abstrusas y complejas. 

En defensa de los suyos Feynman nos dice: "Todo lo que se refiere a la imaginación en la ciencia es a menudo mal entendido por personas de otras disciplinas... [Nosotros] no podemos permitirnos imaginar cosas que están en clara contradicción con las leyes de la naturaleza. Por lo tanto imaginar es difícil. Uno tiene que pensar en algo que no se ha visto ni escuchado jamás, y al mismo tiempo los pensamientos están como ceñidos... limitados por las condiciones de nuestro conocimiento de la naturaleza. El problema de crear algo nuevo y consistente con lo anterior es de dificultad extrema." 

Pienso que haciendo un par de cambios en el léxico (ciencia por poesía, leyes de la naturaleza por leyes del verso) y si no estiramos demasiado la analogía, se podría construir una adecuada imagen especular. 

 

 


 
 

El caleidoscopio de parejas 
de Estela Troya

¿De qué está hecho el amor? Buena pregunta, a fe mía, vieja, milenaria. La sutil Estela Troya la responde en un libro subtitulado Organizaciones de la pareja occidental entre el siglo XX y el siglo XXI. Ya que el asunto a todos nos toca y compromete, asomémonos un poco a su contenido. 

En la página 36 del libro, Estela asienta lo siguiente: "La pareja proporciona compañía, respaldo, hijos, sexualidad, aprobación social, proyectos compartidos, etcétera", y sin transición añade: "la pareja restringe la libertad, el espacio y el tiempo, crea rutina, aburre, frustra y genera culpa". 

Me gusta esta manera de discurrir, la manera hegeliana, dialéctica: cada afirmación engendra su propia negación. Es especialmente astuta y oportuna en la consideración de animal humano, en todo ambivalente. No hay aquí respuestas netas, definitivas, lo derecho esconde lo torcido, la alegría, el dolor, "donde están nuestras cualidades –sentenciaba el viejo Goethe–, ahí mismo están nuestros defectos". Preguntas paquidérmicas como "¿funciona la pareja?" se responden diciendo: "funciona y no funciona", todo depende de qué mires y cómo lo mires. 

Qué y cómo. Recojamos tres determinaciones de la pareja en el libro de Estela. Primera: el concepto "pareja" no es como el concepto "cebra" que designa una criatura específica, sino como el concepto "mamífero", que designa criaturas tan diferentes como ballenas , chinchillas y orangutanes. Esto es, hay diversidad, hay tipos de parejas diferentes entre sí, como la pareja romántica y la pareja concertada, caracterizados por Estela. Este segundo tipo, la pareja concertada, me recuerda "el amor ecuánime" del que hablaba, no sin un toque de disgusto, mi maestro José Gaos, y decía de él que era el propio de nuestra época. 

Segunda determinación: una pareja, cualquiera que sea su tipo, no es una cosa quieta, estática, como un barquito de papel o un vaso de leche, por ejemplo, sino un ente cambiante, fluido, en proceso, que evoluciona constantemente. Esto vuelve a recordar a Hegel. Estela declara en la página 42: "Todo es proceso y no hay nada que pueda permanecer totalmente idéntico a sí mismo", pero, a diferencia de los procesos hegelianos, la pareja puede involucionar y atascarse en conflictos. Este es el drama. Hay, pues, que trazar los momentos del fluir de la pareja. Las páginas que consagra Estela a examinar el proceso de deterioro y conflicto en la evolución de la pareja romántica son de las más expresivas del libro, ahí hay veinte novelas o películas in nuce. 

Tercera y última determinación: la pareja no constituye un ente encapsulado, ajeno a todo lo exterior; por el contrario, es muy receptiva del entorno social, histórico, económico. Estela analiza este aspecto en el capítulo sobre las parejas migrantes en el exilio. 

Por la contradicción dialéctica inherente a las cosas humanas, por los diferentes tipos, por la naturaleza cambiante, fluida, de la relación de pareja, y porque la pareja es receptiva de lo social, Estela construye un caleidoscopio de parejas y nos invita a mirar por él en su libro. Miramos en el caleidoscopio, se da una configuración de pareja; Estela lo gira un poco, tenemos otra configuración, diferente; otra vuelta y aparece una pareja que parece rara, insólita. Hay muchas posibilidades diferentes; sin embargo, son pocos los elementos que configuran el caleidoscopio, siempre los mismos, en diferentes combinaciones. ¿Cuáles son las leyes que rigen estas transformaciones? A dilucidar esta pregunta, de abismal dificultad, aplica Estela toda la sutileza, malicia, experiencia y buen sentido de su capacidad de terapeuta, que es enorme, porque Estela, ahí donde la ven, es la bruja buena que sabe cómo piensa el corazón.