La Jornada Semanal, 24 de septiembre del 2000
 
(h)ojeadas
 
Cien años de un clásico
 
Edgar Valencia
Ignacio Manuel Altamirano,
El Zarco,
edición crítica de Manuel Sol,
Universidad Veracruzana,
Jalapa, 2000.
En un ensayo en el que pensaba los beneficios de la biblioteca, Alfonso Reyes aseguró la dicha de aquel país en el cual la lectura fuera un hábito general y superara, por abundante, la facultad adquisitiva de libros. Agregamos nosotros que igualmente dichosa debe ser una obra leída con beneplácito por sucesivas generaciones, llevándola a conformarse como un clásico gracias al fervor y lealtad de sus lectores; y debemos añadir: también por la devoción de sus críticos. Apenas hace cinco años Manuel Sol respaldaba al manuscrito édito de la novela como la versión más fiel hasta ese momento. Ahora contamos con la primera edición crítica de una de las más importantes novelas mexicanas del siglo XIX: El Zarco, de Ignacio Manuel Altamirano, publicada en 1901, ocho años después de la muerte de su autor.

Altamirano vislumbró en su época el camino a seguir por la literatura. Ante mamotretos repletos de intrigas y aventuras sin unidad de acción, como lo eran Monja, casada, virgen y mártir, de Vicente Riva Palacio, o El fistol del diablo, de Manuel Payno, Altamirano se coloca con Clemencia y Navidad en las montañas, obras de suma brevedad para lo estilado en la época, como un narrador conciso, contundente en su escritura y en su idea firme sobre lo que se debía hacer respecto a la literatura en México. Ya Carlos González Peña lo refería como el primer escritor preocupado por el arte de la composición novelesca, cuidando con armonía la unidad y la proporción, lo cual hizo ganar a sus obras en claridad y dinamismo.

Hablar de El Zarco como una novela representativa de las letras mexicanas en el siglo xix sería parcial; la novela sobrepasa alguna simple categoría. Calificarla como una típica novela romántica o realista sería incurrir en una menesterosa descripción, pues la novela significa más bien el resultado de la madurez alcanzada por nuestra narrativa decimonónica.

La anécdota circula en torno a un solo gozne: el triángulo amoroso entre Nicolás, Manuela y el Zarco, pero la narración gira a través de un reordenamiento, el cual hace a Nicolás encontrar el verdadero amor en Pilar, mientras los antagonistas mueren alcanzados por la justicia o la locura. Cualquier lector puede hallar varios ejes concéntricos, dependiendo de alguno de los múltiples planos que se quiera privilegiar. Así es como vemos dispuestos los varios componentes de la novela propuesta por Altamirano, como nos lo hace saber en Revistas literarias de México:

La novela hoy ocupa un rango superior, y aunque revestida con las galas y atractivos de la fantasía, es necesario no confundirla con la leyenda antigua, es necesario apartar sus disfraces y buscar en el fondo de ella el hecho histórico, el estudio moral, la doctrina política, el estudio social, la predicación de un partido o de una secta religiosa: en fin, una intención profundamente filosófica y trascendental en las sociedades modernas.

Manuel Sol nos hace saber que la escritura de El Zarco fue lenta en su inicio: Altamirano tardó casi doce años en la hechura de sus primeros capítulos; por el contrario, demoró poco más de un año en retomarla y concluirla antes de su salida a Barcelona, en calidad de cónsul general de México, en 1889.

Pero ¿por qué debieron transcurrir casi cien años para tener en nuestros anaqueles una edición crítica de esta novela? Podríamos asegurar, sin duda, que El Zarco tiene un extraño pacto con el tiempo. El problema inicial fue el manuscrito: sus primeros trece capítulos fueron leídos por el autor –nos comenta Manuel Sol– en las reuniones del Liceo Hidalgo, en 1886, y quizá algunos de ellos fueron presentados incluso dos años antes de esa fecha:

El primer capítulo de El Zarco empezó a redactarlo en 1874 y quizá la atención que le prestó a este nuevo proyecto fue lo que le hizo desentenderse de Beatriz y dejarla incompleta. Sin embargo, con la redacción de El Zarco tampoco fue constante. La fecha en que lo terminó y un examen detenido del manuscrito, nos permiten concluir que éste fue creciendo de una manera esporádica, después de largos periodos de interrupción que lo llevaron incluso a olvidarse del nombre del protagonista.

Esto lo lleva a perpetrar errores como el llamar Pablo a quien había bautizado como Nicolás; lo cual, por fortuna, corrige posteriormente, a costa de haber causado a sus lectores una confusión extraordinaria.

Con una nota en la primera página del manuscrito, Altamirano anunciaba que la novela fue vendida en doscientos pesos a Santiago Ballescá en 1887. Pero Luis González Obregón poseía también otro "original" en 1899, lo cual lleva a pensar que la primera edición de la novela, publicada en Barcelona en 1901, no se basó en el primer manuscrito sino en una copia realizada quizá por Francisco Sosa, discípulo del escritor e intermediario entre éste y el editor, o bien por Luis González Obregón, o incluso por el propio Altamirano. El legajo dio vueltas de España a México en varias ocasiones bajo el brazo de Ballescá, sin que le fuera posible darlo a la imprenta. Posteriormente –quizá escrita por Gutiérrez Nájera, Sosa o Justo Sierra–, una nota anónima en la prensa amenaza con la aparición por entregas de la novela, con seguridad reclamando la desatención del editor. Finalmente, Ballescá logra publicarla y justifica su retraso con una nota preliminar: "El original de este libro me fue cedido por el señor Altamirano desde el año de 1888 […] confiado el mismo original a un copista para que sacase reproducciones, extravió parte de él y no logré recobrarlo hasta hace poco, cuando ya empezaba a desesperar de conseguirlo."

Pero la edición príncipe contenía una serie de modificaciones y errores en los cuales no pudo haber incurrido Altamirano. Algunos de ellos delatan incluso la nacionalidad de quien transcribió el original. El copista suprimió alusiones que, pensó, podían ofender a los españoles e incluso "enmendó", a su parco juicio, mexicanismos y situaciones geográficas que, por supuesto, desconocía. Manuel Sol localiza esas variantes y las coloca con oportunidad para el cotejo, no sólo del manuscrito original sino de la primera edición barcelonesa de Ballescá; la difundida en la colección Austral, con un sin fin de erratas; la preparada por María del Carmen Millán y la hecha por José Luis Martínez, por lo que podemos darnos cuenta de las infidelidades contenidas en la novela a lo largo de noventa y nueve años.

Los retrasos y las peripecias editoriales parecían haberse ensañado con la obra del autor de Clemencia. Ya José Luis Martínez comentó, respecto de la edición de las obras completas, la demora de treinta y siete años, desde que se preparó la obra narrativa de Altamirano, en 1948, hasta que vio la luz en 1985, dentro de la colección auspiciada por la sep.

Sin embargo, ¿qué nos ofrece esta edición crítica de El Zarco? Manuel Sol dispuso el volumen en dos partes fundamentales: primero un abultado estudio preliminar, seguido por la novela, cuyo texto se basa en el manuscrito original, al cual añade el editor –por medio de un pertinente aparato crítico– las variantes respecto a las ediciones más significativas, e incluye amplias notas aclaratorias acerca de aspectos históricos, políticos, geográficos y de costumbres, entre otros temas.

La introducción nos lleva por ocho puntos fundamentales en la obra de Altamirano, y específicamente en la novela mencionada. Tenemos primero el periplo del manuscrito: Manuel Sol nos comenta los problemas y expone conjeturas acerca de las publicaciones más importantes de El Zarco, ya que las variantes en diversas ediciones promedian casi 400 desafortunadas enmiendas respecto al texto original. También contamos con la relación de la obra tanto con la crítica como con su ubicación en el cuerpo narrativo del autor de Navidad en las montañas. Cabe anotar la benevolencia inspiradora de la crítica en el momento de la aparición de la novela. Desde el inicio entendieron lo que significaba El Zarco para las letras mexicanas, las cuales comenzaban a dejar atrás al siglo xix. Altamirano proponía, desde Clemencia en 1869, y tanto en la teoría como en la práctica, el rumbo de la novela en el país.

Hay además otro apartado que analiza la novela desde su más elemental estructura, la forma de su composición y la relación que guardan sus capítulos en unidades narrativas distinguidas de manera precisa, lo que evidencia un plan firme para armonizar la traza por la cual transitarán los personajes y sus acciones, tanto ficcionales como historiográficos. No olvidemos la impronta histórica que ciñe a la novela, en tanto es subtitulada como Episodios de la vida mexicana en 1861-1863. Altamirano utiliza su realidad inmediata, desde datos estadísticos hasta figuras tan verídicas como la del propio Benito Juárez. Pero incluso el grupo de forajidos de los plateados existió, y el autor señala en su narración que algunos de quienes transitan en esas páginas son personajes "rigurosamente históricos", como Martín Sánchez Chagollán, el mismo Zarco, Salomé Plasencia y sus compañeros.

En la novela, la historia no es un simple telón de fondo con cierta ambigüedad, y tampoco es algo en apariencia primordial: la composición fue hecha de tal modo que no sólo el aspecto documental es importante. El autor va más allá de lo inmediato y refleja en esos conflictos –tanto físicos como emotivos– la alegoría del país, con Yautepec como representante de la inestabilidad vivida en México, al tiempo que hace una denuncia: el periódico El Siglo Diez y Nueve, como nos lo señala Manuel Sol, relató en una ocasión la muerte de dos subprefectos de Yautepec a manos de los plateados. Incluso el mismo Altamirano manifestó en una sesión de Congreso, en 1861, el poco cuidado del gobierno hacia la situación de inseguridad prevaleciente en los caminos, donde no había viajero que no fuera asaltado por las "hordas de bandidos".

Un pasaje singular, por ser tan explícito como enigmático, es parte del capítulo xxiv, en el cual Martín Sánchez Chagollán pide a Juárez facultades extraordinarias para terminar con los plateados; la escena es altamente significativa por su aspecto histórico, la cual fue rastreada prolijamente por Manuel Sol en diversos documentos de la época y puede ser llevada a través de diversas lecturas ideológicas, principalmente respecto a lo discrecional del empleo de la ley en esos años del siglo xix. Pero más importante que las respuestas, son las preguntas generadas gracias a la introducción de la historia y la ficción. Así nos cuestiona el editor: "¿Hasta qué grado se puede interpretar una novela histórica, prescindiendo de la historia?", y agregamos, aun cuando se trata de una obra de la magnitud de El Zarco, en la cual el plano histórico se encuentra más presente de lo pensado y no es sólo un pretexto para ambientar las acciones de sus personajes.

Es así como Manuel Sol señala, con fortuna, que El Zarco no es solamente una obra artística, cumbre de la narrativa de Altamirano, sino un documento de la historia e intrahistoria de nuestro país, ejemplificando de la mejor manera lo que el autor proponía para la conformación de la literatura nacional.

Si una de las cualidades de un clásico es su vigencia, demostrada por su fervorosa lectura a través de los años, entonces hemos renovado los votos con esta primera edición crítica de El Zarco, de la que Manuel Sol nos devela sus más recónditos arcanos, a casi cien años de su primera aparición en librerías, y nos comparte las claves para la entera comprensión de esta novela acrisolada por el tiempo y por sus lectores •

 


H i s t o r i a
La dilución del consenso
Marcela Dávalos
Alejandro Tortolero Villaseñor,
El agua y su historia. México y sus desafíos hacía el siglo XXI,
Siglo Veintiuno Editores,
México, 2000.
Refiriéndose a los dos tomos de La invención de lo cotidiano dirigidos por Michel de Certeau, su colega Luce Giard escribió: "Mucho se ha leído, discutido y aplicado, imitado o copiado, y a veces plagiado, sin el menor rastro de vergüenza. Cada uno de nosotros ha podido reconocerse, con o sin comillas, bajo otras plumas y otras firmas…"

De la misma manera varios autores nos reconocimos plagiados en el libro de Alejandro Tortolero, El agua y su historia. México y sus desafíos hacia el siglo xxi. Lamentablemente, en su intento por hacer un recorrido histórico del agua desde los filósofos griegos hasta el siglo xx, pocas palabras son verosímiles. Sin duda la historia del agua es atractiva y compleja; su abundancia proviene desde las primeras pinturas rupestres, atraviesa mitos del mundo antiguo y recorre la simbología bíblica. Ya sea que se le aborde desde sus aspectos técnicos, desde las teorías y concepciones médicas o bien desde las prácticas culturales, su riqueza no se agota, porque su pasado la desplaza del ser elemento lúdico a convertirse en diluvio universal; del miedo que provocaba el océano como territorio del vacío a la posibilidad de conducir sus cauces; de ser parte del mundo natural a convertirse en la portadora de gérmenes malignos: el agua ha rondado múltiples imaginarios.

Así, tal parece que el autor hubiese aprovechado que, en cualquiera de sus versiones, el agua siempre tiene público. Pero el entusiasmo por leerlo se vino abajo cuando varios investigadores descubrimos su mal manejo de los documentos. ¿Qué veracidad puede tener una obra histórica que recorta párrafos, copia frases y emplea ideas de otras investigaciones como citándolas sin citar? Por desgracia, cuando el autor de El agua y su historia nos remite a la permanencia de dieciocho siglos del sistema de explicación del líquido o a la ruptura de esa interpretación por la visión científica iniciada en el siglo xix, sus argumentos son tan endebles como el uso de sus fuentes.

Desde el dios Océano y su esposa Tetis hasta las reservas del líquido a nivel mundial en el siglo XX, pasando por el agua de los indígenas, el agua de los españoles o el agua en el México colonial, todos generan sospecha y desconfianza. El texto, que podría haber sido una buena introducción al tema, en tanto que trata en incisos breves la situación pasada, presente y futura del elemento en cuestión, se metamorfoseó en un escrito de medio uso.

Quizá el autor no sea culpable de su acto. Probablemente no se ha percatado de que el uso de las notas de pie de página han sido empleadas a lo largo de muchos siglos (no sin ser cuestionada su función por la misma historia) como una manera de "dar legitimidad al texto, evadir la censura, refutar a otros estudiosos, elaborar un cuerpo de datos al que otros investigadores podrán recurrir con provecho", como aduce Anthony Grafton en Los orígenes trágicos de la erudición. Y a quien se exculpara con este argumento habría que recordarle, citando de nuevo a Grafton, que "la nota al pie moderna es tan esencial para la vida histórica civilizada como el retrete; como éste, es un tema de mal gusto en la plática cortés y por lo general sólo llama la atención cuando se descompone".

En fin, tal vez la ansiedad de Tortolero por publicar un material que no le pertenecía lo hará merecedor de algún otro premio Banamex o de alguna, como él mismo expresa, "importante beca past". Sin embargo, lo más relevante que ha ganado Alejandro Tortolero al publicar este texto es el descrédito entre una comunidad de especialistas en el tema. Porque, finalmente, ¿acaso no es el consenso el principal criterio para evaluar si un trabajo merece ser o no reconocido? •

 



 
E n s a y o
El amor también
tiene cuerpo de mujer
 
Marlene Gómez
 
 

Un amor que se atrevió a decir su nombre, de Norma Mogrovejo, es un recuento histórico del movimiento lésbico de América Latina que se inició en 1971. Es un análisis profundo de la sociología y el pensamiento de las mujeres que aman a otras mujeres y su relación con los movimientos sociales de fin de siglo, a los que se sumaron y con los que lucharon a brazo partido por lograr la igualdad y el respeto a su opción sexual. Al convivir de cerca con el movimiento homosexual se encontraron con la misoginia y el falocentrismo galopante. Al lado de las feministas descubrieron el heterocentrismo sorprendente. Todo a pesar de que la bandera y la meta común consistían en la igualdad. A pesar de eso marchan juntos, las pancartas y las consignas son muy parecidas entre sí, se nutren de los errores y aprenden las experiencias, lo que más tarde fortalecería al movimiento lésbico lo suficiente para ser un grupo independiente. Lograrían la autonomía, la definición de sus propias demandas, poseer un lenguaje propio y una lógica que diera sentido a su existencia.

Gracias a los testimonios de las militantes de grupos lésbicos –muchas de ellas hoy son protagonistas de la política, como Patria Jiménez– tenemos una visión del duro proceso que implica asumirse lesbiana: en la familia, el barrio, la escuela y el trabajo. Conocemos de primera mano el proceso de conciencia para salir del clóset y trabajar en grupo con el propósito de impactar a la comunidad y a la sociedad misma. Tenemos la historia de los grupos que lucharon, sus pasiones y desencuentros. Vemos cómo se aliaron estratégicamente con los movimientos feministas y homosexuales, con la izquierda y los sindicatos, el Estado y los movimientos urbanos populares, para llegar a tener concepciones ideológicas y adherencias políticas propias, para marcar un hito en la historia femenina y declararse públicamente como mujeres que aman a otras mujeres.

Son estas mujeres las que han dado testimonio de su historia. En el primer capítulo se escribe la historia del movimiento lésbico homosexual latinoamericano, cuyo paso no ha sido fácil si se toma en cuenta la dinámica política de la región, su estructura social dominada por la religión católica, por los regímenes autoritarios y los sistemas políticos excluyentes; la modernización trunca unida a la multiculturalidad y la plurietnicidad, a la crisis y la pobreza crecientes, factores que en su conjunto hacen difícil la lucha por los derechos sexuales.

El capítulo dos hace referencia a las utopías de la igualdad. Retrata los inicios del movimiento homosexual y la irrupción del lesbianismo en la Conferencia Mundial por el Año Internacional de la Mujer celebrado en México en 1975. Se plasman las primeras historias de los protagonistas y su lucha, los desafíos de las organizaciones homosexuales. Analiza estructuralmente la construcción de un sujeto social histórico partiendo de los puntos de vista de las lesbianas y los homosexuales. La trascendencia social de las marchas y la exigencia rotunda del alto a la represión. También denuncia el falocentrismo y la misoginia por parte de los hombres y la lesbofobia y heterofeminismo de las feministas.

La construcción de la autonomía, la importancia de la creación de los espacios lésbicos a lo largo y ancho del país, el trabajo titánico para crear el Centro de Documentación y Archivo Histórico "Nancy Cárdenas", son experiencias que se narran en el capítulo tres. También se incluyen los testimonios de convivencia de los diversos grupos que existen en México: El Seminario Marxista Leninista de Lesbianas Feministas, el Grupo Patlatonalli, el Grupo de Madres Lesbianas o el Clóset de Sor Juana, entre otros.

Una vez que el movimiento lésbico nacional se ha consolidado viene la experiencia internacional, la convivencia con otros grupos de Estados Unidos, América Latina y Europa. Adrienne Reich propone el concepto de "heterosexualidad obligatoria", entendido como un modelo de relación social entre los sexos en el que el cuerpo de las mujeres siempre es accesible a los hombres.

El libro transita hacia las experiencias particulares de los movimientos lésbicos de cada país. Las formas de lucha de las lesbianas de Argentina y Brasil, la organización de Perú y Chile, la fortaleza de Costa Rica y Nicaragua. Se habla de los encuentros latinoamericanos, la censura de la iglesia, los saboteos, la ultraderecha, los ataques de la prensa y los impedimentos de todo tipo, incluso migratorios.

Norma Mogrovejo concluye la historiografía del lesbianismo latinoamericano con un análisis franco de los restos que faltan por vencer, reflexiona sobre la necesidad de retroalimentarse con los demás movimientos, expone las dificultades para la consolidación del movimiento ante la sociedad patriarcal y católica, elementos que no pueden ignorarse porque son los pilares en los que se sustenta la sociedad latinoamericana. Es cierto que la mujer es la única que puede luchar por su liberación, a pesar de tener todo en contra, aun a ella misma, ya que siempre deseará realizarse como madre, esposa y novia, pero pocas veces como mujer, tal y como lo consigna Eréndira, en un poema que obsequia junto con su testimonio en el libro: "Primero hija/ luego hermana/ …siempre amiga/ después novia/ luego esposa/ …siempre amiga/ después madre/ luego divorciada/ …siempre amiga/ después amante/ luego lesbiana/ …siempre amiga/ Ocho consecuencias en mi vida/ las dos primeras ignoradas; novia, esposa, madre, la tradición halagada/ Las otras, las últimas:/ el fracaso, lo ligero, lo diferente/ Ocho capítulos en mi vida/ con muchas culpas, superando:/ violaciones, ignorancia, desolaciones/ sólo una ha calmado mi angustia/ sólo una me llena de alegrías …ser amiga/ sólo tú llenaste mi espacio vacío/ …siempre amiga aquí me encuentro a tu lado/ recibiendo tu mano/ recibiendo tu amor."


FICHERO
LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION
 

Diseño gráfico

• Miguel Prieto. Diseño Gráfico, textos de Fernando Benítez, Luis Felipe Gallardo y Vicente Rojo, entre otros, Ediciones Era/uam/unam/Universidad de las Américas/Conaculta/inba/Trama Visual/Revista de Comunicación Visual, México, 2000, 109 pp.

Ensayo (político)

• Los dominados y el arte de la resistencia. Discursos ocultos, James C. Scott, traducción de Jorge Aguilar Mora, Col. Problemas de México, Ediciones Era, México, 2000, 314 pp.

• México-Mercosur. Un enfoque desde la relación México-Argentina, Eduardo Robledo Rincón (coordinador)‚ Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales/Plaza & Valdés Editores, México, 2000, 208 pp.

Filosofía

• El liberalismo y los límites de la justicia‚ Michael J. Sandel, traducción de María Luz Melon, Serie Cla-De-Ma, Filosofía del Derecho, Editorial Gedisa, Barcelona, España, 2000, 238 pp.

• La ética de las decisiones médicas, Jon Elster y Nicolas Herpin, traducción de Tomás Fernández Aúz, Serie Cla-De-Ma, Filosofía, Editorial Gedisa, Barcelona, España, 2000, 154 pp.

Fotografía

• Zócalo social 1997-2000, textos de Miguel Ángel Quemáin, investigación y selección de Gabriela Bautista y Tonatiuh Soley, Gobierno del Distrito Federal, México, 1999, 135 pp.

Historia

• Testimonios de fe en el arte popular. Los exvotos del Señor de los Rayos en Aguascalientes, Aurora Díaz de León Romo y María Rosalina Gallegos Ramos, Ayuntamiento de Aguascalientes, Aguascalientes, México, 2000, 151 pp.

Narrativa

• El oro del barroco. Antología de textos en prosa de los Siglos de Oro, selección de textos, introducción y notas de Aurelio González, Editorial Alfaguara, México, 2000, 245 pp.

• Levantado del suelo, José Saramago, Editorial Alfaguara, traducción de Basilio Lozada, México, 2000, 440 pp.

• Tajos, Rafael Courtoisie, Col. Nueva biblioteca 47, Lengua de Trapo, Editorial Océano, Madrid, España, 2000, 222 pp.

• Silendra, Elizabeth Subercaseaux, Editorial Alfaguara, México, 2000, 97 pp.

Poesía

• Horas, Tedi López Mills, Col. Tristán Lecoq, Editorial Trilce, México, 2000, 71 pp.

Revistas

• Academia, núm. 27, mayo-junio del 2000, año 5, textos de Jorge A. Maciel Suárez, Diódoro Guerra Rodríguez, Manuel Álvarez Bravo, Francisco Tavera Escobar, Instituto Politécnico Nacional, México, 64 pp.

• Academia, núm. 28, julio-agosto del 2000, año 5, textos de Jaime Labastida, Luz García Martínez, Esther Orozco, entre otros, Instituto Politécnico Nacional, México, 64 pp.

• Equis, núm. 29, septiembre de 2000, textos de Enrique Vila-Matas, Mario Bellatín, Nuala Ní Dhomhnaill, Jean Franco, entre otros, Ulises Ediciones, México, 80 pp.

• Origina, número 91, septiembre 2000, año 8, textos de Ramón Pieza, Adalberto Adame, Gonzalo Soltero, Alberto Chimal, Leonardo Tarifeño, entre otros, Gildardi Editores, México, 80 pp.