La Jornada Semanal, 1 de octubre del 2000 
 
Gabriela Aguirre Sánchez
 el cuento del domingo
Gato detrás de la ventana
 
 
Un cuento que es una prosa poética, un poema que cuenta algunas cosas fundamentales de la vida y los amores. El gato y la mañana testimonian estas aventuras del cuerpo y del espíritu. Recibimos este hermoso texto por las vías electrónicas y Gabriela nos dio pocos datos sobre su vida, trabajo, domicilio y otros pequeños detalles. Por favor, que nos llame y nos dé sus generales.
 
 
 

Todavía con las caricias puestas en el cuerpo, abrió los ojos. Hizo una especie de ocho alzando los brazos y luego miró la cama revuelta, la mesa con restos de té, el gato detrás de la ventana.

Después de todo, afuera la vida seguía igual: al salir a la calle tendría el mismo nombre, el mismo empleo. Además, ningún transeúnte se atrevería a olerle el cuello para adivinar lo ocurrido. Estaba segura de que nadie, a excepción del gato y la mañana, lo sabían. Habían dejado a la mañana que se hacía mediodía mirándolos desde el pasillo, y al gato ronroneando del otro lado de la puerta.

Él ya no estaba pero había estado. Ahora ella era ese espacio en blanco que cruzó un hombre para luego desaparecer.

No hay sol y así es mejor. Queda entre las sábanas algo que nadie verá, ni siquiera Sergio, que volverá en la noche y se meterá en la cama para tocarla, para pasarle el brazo por encima del vientre, por debajo del sexo.

La mañana y el gato siguen afuera, como si alguien se hubiera detenido en el momento de pronunciarlos y hubiesen quedado suspendidos en el pasillo por el que ahora la gente pasa y taconeando abre grietas en el piso.

El mundo está despierto allá afuera, la ciudad es otra vez la misma, abierta, esbelta, impronunciable. Pero aquí dentro el mundo duerme afiebrado, murmurando incoherencias traídas del sueño, cosas que sólo los amantes entienden.

Sabe que tiene que vestirse, sujetarse el cabello, perderse entre la gente. Pero ahora ella es una circunstancia que alguien inventa desde lejos.

Nadie entenderá nada mañana, nadie sabrá lo que es vendarle los ojos a los relojes de las iglesias y dejarse inventar, con un pincel, mientras afuera el mundo es un tipo en una sala de espera, un fantasma, un trazo inacabado.

Él le hará otra vez el amor en una carta, desde lejos, y la mañana y el gato estarán afuera, esperando, haciéndose viejos, hasta que llegue octubre.

Ella callará lo sucedido, se pondrá el vestido que él le dibujó ante de irse, saldrá a la calle y, al llegar a la esquina, como si alguien hubiese dicho su nombre, volverá la vista para ver que no hay nadie.

Él tomará un taxi en una ciudad lejana, hablará para callarse, resistiéndose a ser descubierto. Pagará con unas monedas, cruzará la puerta de algún sitio con la certeza de que hay alguien que desde lejos le pinta los sustantivos, los adjetivos, los verbos.