La Jornada Semanal, 8 de octubre del 2000 
 
Juan José González Figueroa
 
Paul Auster y la verdadera belleza americana
 
 
A medio camino entre la carta y la reseña literaria, el rasgo más distintivo de lo que Juan José González Figueroa le expresa al autor de Leviatán es la admiración sin reservas. Ciertamente no es difícil coincidir en que la Trilogía de Nueva York y Lulú en el puente "son piezas maestras", las tres primeras obras en el ámbito de la novela y la última en el del guión cinematográfico –por cierto, llevado a la pantalla por el propio Paul Auster. "Se trata de una belleza agridulce, con sus lados tristes, dolorosos, pero también con sus porciones encomiables", afirma González Figueroa en alusión a la película Belleza americana. No es frecuente que suceda, pero aquí todos tienen razón: el premiado filme al poner en imágenes la nada luminosa clase media estadunidense, Auster al consignar que la sociedad de su país es su propia enemiga, y González Figueroa al reconocer el valor de una obra fundamental para la narrativa contemporánea.
 
 
 

Estimado Paul:

En febrero pasado Paul Auster visitó México. Suplementos y secciones culturales estuvieron atentos y concedieron amplia cobertura a las actividades del narrador y poeta estadunidense. Paul Auster estaba en nuestro país, recorría sitios turísticos y respondía cuestionarios, concedía entrevistas, formulaba declaraciones y, con ello, permitía conocer más la imagen y la obra de quien es, por derecho propio, miembro de eso que los cultos denominan la República de las Letras Inglesas, capítulo Estados Unidos.

Estas líneas tienen la doble finalidad de, por un lado, recrear datos memorables para la literatura no sólo de habla inglesa, sino del globalizado mundo y, por supuesto, subrayar puntos y citas literarias que, desde mi perspectiva de mexicano que lee tus obras en traducciones, estimo relevantes, claves, para entender, para comprender, para aprehender ese fenómeno que denominamos sociedad estadunidense de fin de siglo y principio de milenio.

Al igual que tú, admiro la obra narrativa de Francis Scott Fitzgerald, ese autor encasillado en la Generación Perdida por obra y gracia de los críticos y más aún de los agentes literarios y publicistas que les acompañan. Entiendo que para ti Fitzgerald formaba parte del sistema. Empero, debe agregarse a su favor que a partir de sus líneas, y pienso especialmente en El gran Gatsby, se pudo tener una imagen completa, de pies a cabeza y –aún más– de cuerpo y alma, de esos jóvenes frívolos de clase media y alta que vivieron los ricos, dorados y desenfrenados años veinte, los años previos a la gran debacle, los años en que Nueva York, Chicago, todo el Medio Oeste y la costa del Pacífico constituían la tierra de la promisión; los años en que la soleada California representaba la posibilidad de enriquecimiento y pronto acceso a la high society.

Creo, incluso, que Fitzgerald, su obra y su persona, se encuentran emparentadas con tus novelas. Incluso me atrevo a sustentarlo. Así como Fitzgerald, a través de las imágenes de Daisy y Gatsby logró la recreación de toda una época, Paul Auster, a través de Paul Aaron, Benjamín Sachs and friends, entrega una correcta visión de lo que se vive y cómo se vive en estos tiempos en las tierras del Tío Sam.

Para mi alegato me apoyo no en la Trilogía de Nueva York. Tampoco respaldo mis juicios en Lulú en el puente. Ambas son piezas maestras. Prefiero, por esta ocasión, fundamentar mi alegato en otra pieza: la novela Leviatán, esa pieza en la que se cuenta el ascenso y la caída de Benjamín Sachs, ese estupendo jugador de basquetbol al que Paul Aaron nunca pudo ganarle un "veintiuno" o un "treinta y dos", como decimos en México. Sí, el ascenso y la caída de ese certero escritor, de ese objetor de conciencia al que ni la cárcel pudo doblegar en su momento. Sachs, ese autor formidable que elaborara una notable ficción con la cual deslumbrara a Paul Aaron, ya deslumbrado, ya cegado por la personalidad y la cadencia de una mujer que resulta ser nada menos que Mrs. Sachs, nada menos que la compañera Fanny, la mujer, en lo político y en lo amoroso, de Sachs.
 

En Leviatán asistimos no sólo a los devaneos sexuales. En tu novela presenciamos el caos de las relaciones individuales y por encima de éstas, controlándolas, el dominio del Estado, de la colectividad, del sistema social estadunidense. No olvidemos que Leviatán fue, originalmente, el nombre de un monstruo de la mitología fenicia al que se le cita en el Antiguo Testamento, específicamente en el Libro de Job. No olvidar que Thomas Hobbes decide nombrar Leviatán al Estado absolutista que impone su dominio sobre el caos de las relaciones individuales.

Pero ese no es el comienzo de la novela. Leviatán principia con el fin de la existencia de Benjamin Sachs: "Hace seis días un hombre voló en pedazos al borde de una carretera en el norte de Wisconsin. No hubo testigos, pero al parecer estaba sentado en la hierba junto a su coche aparcado cuando la bomba que estaba fabricando estalló accidentalmente."

Ese hombre que muere es el leitmotiv de la historia. Y no hay mejor motor de la historia que un escritor alucinado y alucinante. Con Benjamin Sachs se abre una inmensa caja de Pandora. Si bien es verdad que Leviatán constituye en términos generales la saga del escritor Sachs, su calidad intelectual y su excepcional sentido de la solidaridad y repudio de la vida y los mitos de los Estados Unidos, también es cierto que en Leviatán tiene cabida una vasta serie de novelas interiores, menores en extensión, pero no en intensidad a la historia central. Sobresalen los textos sobre María Turner y Lilian Stern.

La primera es una suerte de outsider femenina, verdadera cazadora humana, intelectual furtiva, que sigue a desconocidos, elabora retratos de ellos y con tal material forja multiplicidad de narraciones. María Turner es la hija única de unos padres que se divorciaron cuando ella tenía sólo seis años. María Turner, que se traslada a Nueva York y que con el apoyo paterno se la juega viviendo sola, afrontando el alto costo que la sociedad impone a quienes deciden residir en el lado oscuro de la calle; María Turner que sigue a desconocidos, a quienes finalmente decide tomarles fotos para elaborar, por las noches, las correspondientes e imaginarias biografías.

Pero no son historias que brotan al azar. Hay en Leviatán la ingeniería literaria que habla del dominio narrativo y cinematográfico de Auster. María Turner nos lleva a Lilian Stern, una amiga a quien deja de frecuentar por espacio de tres años, mismos que dedica a la prostitución empujada por un novio, Tom, quien requiere de droga y más droga, por lo que la novia debe ir con desconocidos a la cama una y otra vez para satisfacer la demanda del adicto. Pero la anterior sólo es una de tantas versiones al respecto. Hay, por supuesto, una historia que cuenta María Turner y que termina con la huida de Tom con otra mujer. En la narración de hechos que por su parte formula Lilian, Tom se dedica incluso a llevarle la agenda, concertarle los encuentros y administrarla, para finalmente desaparecer.

Esa ingeniería literaria es la que lleva a Paul Aaron, verdadero alter ego de Paul Auster, a mencionar que en uno de los reencuentros con Sachs, en Vermont, se habla largo y tendido de una nueva obra de Benjamin: Leviatán. "Nuestras conversaciones acerca de Leviatán le habían sido útiles, al parecer, y se volcó en el manuscrito aquella misma mañana, decidido a no irse de Vermont hasta que hubiese terminado."

La estructura narrativa se repite una y otra vez con los personajes centrales de Leviatán. La caja de Pandora tiene muchas sorpresas que dar. La estructura narrativa se asemeja bastante a la de la obra cinematográfica Manuscrito encontrado en Zaragoza, una narración lleva a otra y ésta a una más, ad infinitum.

Así, de María Turner pasamos a Lilian Stern y de ella arribamos a un personaje misterioso, con tonalidades románticas innegables. Ex combatiente de la guerra de Vietnam, ex becario de una universidad y en consecuencia un hombre culto y hasta progresista, Red Dimaggio aparece en Leviatán con violencia insólita, con la necesaria dosis para remarcarnos a los lectores que estamos en Estados Unidos, país en el que las armas se venden como si fueran chocolates o refrescos:
 

Ese hombre que dispara a mansalva viene a ser el alter ego de Sachs. Dimaggio se constituye casi como paradigma del sueño estadunidense. Combatiente a favor de los intereses de Washington en Vietnam, beneficiario de una beca universitaria, Dimaggio llega a doctorarse en 1982 e incluso imparte clases en una universidad privada de Oakland, además de pertenecer a la sección Berkeley de Los Hijos del Planeta, una organización ecologista radical.

Dimaggio, quien es muerto literalmente a batazos por Sachs, lleva a éste hasta Lillian Stern, la amiga demasiado amable de María Turner, vieja conocida de Paul Aaron. Las historias, como observamos, se tejen y entretejen. Los caminos se cruzan y nos entregan un panorama de lo que es la vida de cierta clase de estadunidenses, todos bajo el caos ordenado de un modo de vida, el que imponen las leyes del mercado en Estados Unidos. El Leviatán del título de la novela de Auster no es gratuito: es resultado de una programada y programática visión sobre la vida en Estados Unidos durante los dos últimos decenios del siglo xx. Las historias de los personajes permiten integrar una historia global que pudiera llamarse algo así como Bajo las leyes del mercado o, mejor aún, Mito y muerte en la Estatua de la Libertad, o peor, Escape de Nueva York.

Insisto: Si Scott Fitzgerald logró con sus narraciones, sobre todo con El gran Gatsby, Hermosos y malditos y El último magnate, recrear a profundidad la sociedad estadunidense de los años veinte e incluso entregar una visión dolorida y humorística a la vez de Hollywood en Historias de Pat Hobby, tú, Auster, con Leviatán, hurgas en el individuo norteamericano para configurar, con esas caóticas vidas, un atlas de lo que es la sociedad estadunidense en los años finales del pasado milenio y los primeros del presente siglo.

No especulo cuando digo que el mérito de Auster es grande. De la mano de Benjamin Sachs, Auster nos lleva al ascenso y a la caída de un imaginario buen narrador norteamericano, así como al ascenso y desplome total de un radical ecologista que pretendió sacudir la conciencia de Estados Unidos mediante atentados dinamiteros que afectaron a diversas reproducciones de la Estatua de la Libertad. El hombre cuya muerte se nos relata al inicio de Leviatán, es el personaje solitario que en una apartada carretera prepara un artefacto explosivo, el personaje marginado al que le estalla la bomba en las manos, a quien le estalla la bomba de la realidad, el artefacto que lo pone fuera de este mundo, un mundo al que no pertenecía y que detestaba.

La suma de Benjamin Sachs y Reed Dimaggio sacuden el ánimo del lector. La adición de personalidades femeninas como la de María Turner, Lilian Stern y Fanny, la esposa de Sachs, nos permiten asomarnos a un universo femenino muy distante del de las mujeres que pueblan el territorio mexicano. Las mujeres de Leviatán van solas por la calle y el mundo. Sufren, padecen, pero no se arredran. Así, María Turner vaga sola por las calles neoyorquinas, protegida sólo por la beca de un padre lejano y extraño. Stern no teme ganarse la vida como prostituta ni llora ante el abandono de su marido. Fanny paga con la misma moneda del engaño a Benjamín Sachs. Sí, en verdad, un universo femenino muy distante del mexicano. No digo que peor o mejor. Sólo distinto.

Allí, con un romántico enloquecido que asesina a un joven en una apartada zona boscosa de Vermont; allí, en la novela de un escritor que prefiere el camino del outsider al de autor posiblemente célebre; allí, en los relatos de vidas femeninas singulares, está la verdadera belleza americana, sin duda. Se trata de una belleza agridulce, con sus lados tristes, dolorosos, pero también con sus porciones encomiables, con sus fiestas donde todos ríen y beben y gozan aun cuando algunos caigan y caigan, literalmente como Sachs. Sí, estimado Paul, tu Leviatán es la verdadera belleza americana.