Lunes en la Ciencia, 16 de octubre del 2000



Las publicaciones "pequeñas"

Juan Francisco Meraz Hernando

El conocimiento generado por la comunidad científica, tras finalizar parcial o totalmente sus investigaciones, tiene como meta final ser divulgado. Para hacerlo, existen varias opciones a saber. Una de ellas, muy recurrida por la comunidad científica nacional, es la de presentar resultados en los congresos. Otra opción, quizás la menos explotada, es la de buscar su divulgación hacia la sociedad; existiendo para ello las revistas de divulgación, los folletos informativos o carteles, los periódicos y programas de televisión (prácticamente inexistentes en México).

En el caso de los congresos se tiene un acercamiento directo con la comunidad interesada, y el intercambio de ideas se hace de manera instantánea. Sin embargo, cada ponente tiene un impacto diferente sobre el auditorio, debido más bien a la capacidad personal para esgrimir argumentos.

portada1 Por su parte, la divulgación de la ciencia tiene la ventaja de llegar a un gran número de personas; tan diversas y heterogéneas como la propia sociedad. El investigador se enfrenta entonces al problema de tener que reducir los complicados tecnicismos a frases de fácil comprensión.

Un tercer camino, no necesariamente excluyente de los otros dos, es el de la publicación en revistas especializadas. Este medio es el que tiene mayor repercusión, al menos entre los científicos, debido principalmente a que es el que permite, de una manera eficiente, la acumulación del conocimiento. Lo anterior debido a que su estructura, formal y ordenada, permite la clara expresión de las ideas en un contexto especializado. Es un medio en el que no sólo se aportan las nuevas contribuciones, sino además se sustentan en el conocimiento previo. De esta forma, el artículo científico se convierte en un vehículo de exposición para las ideas nuevas con un sustento sólido.

El artículo tiene además la virtud de permitir que se evidencien los posibles errores de las investigaciones previas. Esto con el simple afán, no sólo de aportar nuevo conocimiento, sino también el de redefinir el existente. De esta manera se hacen ajustes conforme avanza la ciencia, lo cual requiere de un elevado grado de especialización.

En los congresos también interviene la especialización, pero está limitado en espacio. Cometer un error, en el sentido de la clara exposición de los argumentos, implica perder este espacio para la comunicación de las ideas. Si bien la exposición puede extenderse más allá de la sala de conferencias, se limita al llegar sólo a los meramente interesados en ese momento.

Para el caso de las revistas científicas, el espacio disponible es más flexible (10-25 cuartillas) y permite al autor corregirse a sí mismo cuantas veces lo desee, sobre todo antes de enviar su trabajo a la revista.

En este caso existe arbitraje estricto que implica la participación de, por lo regular, dos especialistas en el área. El manuscrito debe ser lo suficientemente específico como para no permitir la duda, por lo que debe ser claro y concluyente. En este caso se es muy estricto en la relevancia del aporte al conocimiento.

La revista científica llega a un número muy grande de científicos, se deposita en una hemeroteca y puede consultarse cuando se desee. Tiene un nombre, responsable de lo ahí expuesto, lo cual es de un gran valor ético dado que la mejor forma que tiene un autor para obtener el reconocimiento a sus ideas es la palabra escrita.

Sin embargo, las publicaciones de este tipo tienen un grave problema a decir: su estricta rigidez puede provocar que algunas contribuciones, aunque de valor, se pierdan simplemente por no cumplir cabalmente con las instrucciones de publicación.

Es responsabilidad del editor verificar que la forma de presentación cumpla con las normas que, aunque puedan ser particulares, son más o menos iguales para todos los casos. Del mismo modo, los árbitros son responsables de que los trabajos sean relevantes, claros y fundamentados, por lo que proponen correcciones al original. Sin embargo, tras varios intentos, el autor puede optar por no realizar más cambios, o no estar de acuerdo con ellos, desistiendo así de sus deseos de publicar sus contribuciones. Este hecho, aunado a la dureza que algunos arbitrajes pudieran tener, puede causar el desánimo del autor y su búsqueda por otros medios para presentar sus trabajos.

Autores, revisores y editores debemos aprender a buscar la manera de evitar que buenos trabajos se pierdan; igualmente al hecho de poder publicar trabajos que, aunque limitados en su aporte, tengan un cierto grado de contribución.

Aunque la ciencia es universal; de amplio interés ya sea por sus resultados, conclusiones o métodos, no podemos negar que ciertas contribuciones pueden tener un interés muy limitado (sobre todo las de información local). Sin embargo, no por esto son desechables o de poca valía.

Así pues, para quien escribe, las revistas "pequeñas" pueden tener un enorme valor al publicar buenos trabajos que, tanto en la forma como en el fondo, no cumplan plenamente con las exigencias de las prestigiadas publicaciones. Estas revistas "entrenadoras" cumplirían no solamente con la función de acumular conocimiento, también tendrían un importante valor al ayudar a los nuevos investigadores en su ingreso en el mundo de la publicación científica, creciendo y contribuyendo con cada vez mejores trabajos.

Las revistas prestigiadas tienen un porcentaje de rechazo muy elevado, dadas sus estrictas normas de publicación y constante recepción de trabajos, por lo que dejan fuera de sus páginas a un importante número de artículos, que pudieran ser rescatadas por revistas "pequeñas" si es que su aporte al conocimiento es de importancia.

Por tal motivo no pueden descalificarse las revistas "pequeñas" a ultranza. Por el contrario deben apoyarse y, sobre todo, leerse con interés. La clave consiste en que un autor no se limite a escribir exclusivamente en estas revistas, a la vez que cada revista debe buscar crecer cada día más, incrementando su propio nivel de exigencia.

El autor es profesor investigador del Instituto de Recursos de la Universidad de Mar y director de la Revista Ciencia y Mar

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