La Jornada Semanal, 29 de octubre del 2000  
 
 
 
 GLOBALIZACIÓN AÉREA

Extraña línea aérea esta Mexicana de Aviación, globalifóbica hasta la cachas y tan encerrada en sí misma que le hace daño hasta lo que no come y, salvo a los muchachos de su Club de Tobi, no alcanza a distinguir a los demás y, por lo mismo, prefiere ignorarlos negándoles cualquier forma de existencia. Voy al grano: el Ayuntamiento de Estambul organizó este año el tercer Encuentro de Poetas miembros de una organización que posee un nombre sanamente estrambótico: “Línea de poesía entre Tashkent y Lima.” En estas reuniones se intercambian ideas y los poetas demuestran que les interesan los problemas sociopolíticos, los económicos y hasta los meramente administrativos. Es decir que están al día y no se mantienen aferrados a la angustia que les provocó la caída de Constantinopla en manos de los empaladores jerarcas de la incipiente, pero ya sublime, puerta del Imperio Otomano. Este año discurseamos sobre el neoliberalismo (que sí existe, plumíferos de una derecha disfrazada de democracia sustantiva) y los horrores que ha cometido en los países de la línea Tashkent-Lima. Yo presenté el informe mexicano que, gracias a los últimos tres sexenios, ha dejado atrás a la implacable Thatcher y a los libremercadistas sin matices que pululan por los pastizales de la tecnocracia globalofílica. Los treinta y cinco millones de mexicanos que “viven” con menos de dos dólares al día y los pocos mexicanos que monopolizan los ingresos, dieron empaque estadístico a mis palabras de diletante en estos angustiosos temas. El Ayuntamiento de Estambul nos trajo de arriba a abajo, del Cuerno de Oro a Fanar y de la Torre de Gálata a los mismos Dardanelos, diciendo poemas propios y escuchando los de los otros. Por ahí andábamos españoles, colombianos, tajikos, azerbaijanos, uzbekos, kazajos, turkmenistanos, bolivianos y este bazarista que todavía no sabe cómo pudo llegar, desafiando las asechanzas de Mexicana, a la antigua Bizancio. Y voy al otro grano, el de los viajes que ilustran y estriñen, el de los boletos virtuales, los “PTAs”, las computadoras y los sistemas globales: hace un par de meses recibí la invitación (supongo que no la provocaron mis escasos méritos sino mis modestos ensayos sobre Nazim Hikmet, el gran poeta de la izquierda turca, muerto en Moscú en 1963) del Ayuntamiento de Estambul. Acepté de inmediato, pedí permiso en mi trabajo y me dispuse a esperar la llegada del PTA con toda su cauda de problemas administrativos y de horrores cibernéticos. Hace un mes, el amigo Serdar, turco, poeta y catalán por amores, me dio el número del trámite hecho por Turkish Airlines a través de Mexicana. Por medio de su tímida petición, basada en la buena fe que debe imperar entre las líneas aéreas, los amigos turcos solicitaban a Mexicana que me diera los boletos para hacer la ruta México, Miami, Estambul, Miami, México. Hablé a la sección de “PTAs” de la línea local. Una señorita me contestó y, cuando mencioné el nombre de la línea turca, tal vez pensando en Solimán y sus paseos triunfales por Europa, tal vez dispuesta a organizar otra Lepanto, la joven me espetó: “No conocemos esa línea y está muy difícil que le demos el boleto.” Le pedí que consultara con un supervisor y se encerró en su negativa. Por fin, sitiada por mi desvalida insistencia, me ordenó que le averiguara el teléfono de Turkish en Miami. Alegué que por su sistema le resultaría más fácil localizar a los descendientes del Imperio de la Gran Puerta y, para evitar nuevos despropósitos, hablé de nuevo con Serdar. Me dijo que la agencia turca ya estaba en comunicación con Mexicana (no me aclaró si los contactos se hacían por la línea telefónica Ericcson, sí, la de Cuca la telefonista, por TSH, señales de humo o palomas mensajeras).

Hablé de nuevo a la sección de “PTAs” (con otra persona, por supuesto, pues pedir que un funcionario se encargue del seguimiento de un asunto es tarea perdida. La Compañía, como las Madres del Sagrado Corazón, no aprueba las “amistades particulares”) y me contestó otro funcionario aún más escéptico y desconfiado que la señorita del primer telefonema. Me dijo que Turkish no tenía relación alguna con Mexicana, me recomendó hablar de nuevo a Estambul para pedir que pagaran por adelantado (yo pensaba que las líneas se daban crédito las unas a las otras, pero resulta que la de aquí es más tacaña que el mismo Torquemada y más desconfiada de lo moderadamente normal entre gitanos que no se dicen la buena ventura). En ese momento el segmento Miami-Estambul ya había desaparecido del sistema y yo tenía que pagarlo. Acepté hacerlo, a pesar de mis estrecheces, por razones de simple simetría, pues un boleto de México a Miami, de Estambul a Miami y de Miami a México se sentía más bien cojo, como que algo le faltaba.

En las siguientes llamadas desapareció el segmento Estambul-Miami. Esto simplificaba las cosas, pues me permitiría no asistir al Encuentro de Estambul y hacer un viaje México-Miami-México por motivos que yo ignoraba (estas ignorancias no son muy bien vistas por los feroces cancerberos de la migra de Florida). Por otra parte, yo debía pagar de mi peculio a la línea perdedora de “PTAs”. Por fin, un buen día (tres antes de mi viaje), un funcionario de rango tan notable que lo convertía en infalible, me desahució, condenó a la Turkish declarándola poco seria y, para más inri, inexistente, y ordenó que me olvidara del asunto. Confieso que estallé y le dije algunas cosas sobre sus sistemas, su indolencia, su prepotencia y sus hábitos mentirosos. Esa tarde hablé a Estambul y me dieron la solución: viajar por Aeroméxico a Miami, contactar ahí a la Turkish, recoger mi boleto (que sí estaba en el sistema turco) y reservar el regreso de Miami a México por la otra línea mexicana. Así lo hice y el viaje se realizó sin mayores sobresaltos.

Notarán mis lectores que sigo en conflicto con los sistemas de American y Mexicana. Intentar el arreglo de un asunto con estas líneas es casi peor que enfrentar a los migras de los aeropuertos imperiales. Creo que mi próximo viaje a Europa se hará a través de Santa Cruz de la Sierra y en un avión del Lloyd Aéreo Boliviano. Recogeré el PTA en las Aerolíneas Fierro, esas heroicas pioneras de la ruta Guadalajara, Talpa, Mascota y Puerto Vallarta o la corte celestial.

El servicio de Turkish fue memorable y el comandante de la nave (un patudo Eurobus muy eficiente, pero ruidosísimo) fue tan bueno como lo son los pilotos mexicanos. No hay queja en contra del personal de vuelo. Al contrario. El problema está en la pesada e incompetente burocracia que o cultiva caprichos o todavía no controla los sistemas de cómputo. En fin... la globalofilia sirve para apapachar al máximo a los señores feudales (unos poquitos en el caso de México y Turquía) socios o amigos de los tecnócratas que nos desgobiernan desde hace dieciocho años, mientras el resto de la humanidad vivimos ajenos a los deleites supremos de la globalización, especialmente Mexicana y otras líneas aéreas partidarias del aislacionismo. Está mejor así, pues los famosos sistemas son, para ellos, un planeta desconocido o el territorio donde ejercen un pequeño y caprichoso poder.

Todo esto se borró con el primer té de manzana bebido en un lugarcito cercano al Cuerno de Oro. Vi a Pelagia Pelandrujovna que mandó saludos para Sergio Pitol, visité Dolma Baché (el palacio de Verano de los Sultanes), vi cómo el viejo palacio de Shiram se ha convertido en un hotel de chorrocientas estrellas, me quedé una hora frente a Santa Sofía, comí un doner kebab y, al beber el café turco y ver pasar a una armenia de milagrería, me olvidé de la horrenda Mexicana. Estambul está más bella que nunca y ha crecido de una manera absurda. Los organizadores del encuentro, como es usual en la hospitalidad turca, se pasaron de amables. Una noche leímos poemas en la bella cisterna de la Basílica de Justiniano, ahora convertida en museo y sala de conciertos (el agua es un cómplice genial de la acústica). Un público juvenil escuchó a los poetas de la comunidad lingüística turca –azerbaijanos, kirguises, kazajos...– con verdadera veneración y fue amable con las efusiones verbales de los españoles y los latinoamericanos. El recuerdo de Nazim Hikmet nos unió en torno al tema de la libertad con solidaridad y nos permitió concluir que la nueva izquierda debe superar su puritanismo crónico y enfrentar los temas de la globalidad sin pruritos de solterona. Sí. De acuerdo, pero en lo que no puede ceder un ápice es en el carácter prioritario de la justicia social.

Frente a la fortaleza de Rumeli y sintiendo en el rostro las primeras brisas del otoño del Mar Negro, recordé de nuevo a Hikmet y pensé en Mustafá Kemal Pachá, el modernizador Ataturk. Él hubiera aprobado este acercamiento a la comunidad lingüística turca (son más de ciento ochenta millones y, a pesar de la falta de comunicación que ha creado algunas importantes diferencias en el desarrollo del idioma, siguen perteneciendo a la cosmovisión representada por esa armoniosa lengua uralo-altaica que es el turco). Europa no va a tender la mano a su antigua gran enemiga que fue “La Sublime Puerta” y América Latina puede ofrecer oportunidades dignas de tomarse en cuenta. Todo eso fue tratado en la reunión de escritores de poesía metidos a politólogos preocupados. El Ayuntamiento de Estambul, que es por cierto del Partido Islamita, favoreció un diálogo que pasó de la confusión inicial a la amistad final. Una cena en el Pera Palace (la vieja orquesta tocando “Tea for two”, pimientos, calabazas y jitomates rellenos y unas insignes berenjenas asadas) y el retrato de Ataturk burlándose de la vieja oligarquía con la sonrisa del welfare state que no logró establecer por completo, y con su intachable Estado laico funcionando en un territorio con el riesgo constante de caer en el integrismo, nos hizo pensar en la cosmopolita y vieja capital del enorme sultanato, en los horrendos contrastes actuales y en la poesía humanista y adolorida de ese perpetuo preso que fue Hikmet.

 
 
 

Hugo Gutiérrez Vega
 
 
 
 
 
 
 
 
ANTESALA
 
     
    Un recado al P. Fco. Javier Altamirano Álvarez de parte de Hugo Gutiérrez Vega. “Gracias por sus aclaraciones respecto a la tarea de reconstrucción del templo de Santa Rosa de Viterbo en Querétaro y por sus informes sobre la errática (como de costumbre) actuación del Gobierno federal. Tiene razón. Le ruego acepte mis disculpas. Investigué a fondo y, sin duda, los salesianos protegieron y mejoraron el hermoso templo. // Pero… sigo pensando que la estatua de San Francisco de Sales y Santo Domingo Sabio es horrenda, como lo es el teatro salesiano. // Saludos, Padre y disculpas. hgv” Resic y no comments.

    Eko ataca de nuevo. A estas alturas del partido, el que esto escribe no sabe ya cómo definir a los ¿dibujos?, ¿cuadros?, ¿tintas?, ¿aguafuertes?, ¿puntaseca? de Eko. Su singular formato tipo tarjeta postal pero más alargada, la alta elaboración de los personajes incidentales; incidentales junto al eterno personaje (¿o mejor diré la personaje?) ekoniano: la mujer desnuda, a veces llamada Denisse, a veces sin nombre, anónima con rostro a punto de ser reconocido. El cuerpo femenino, torturado, es ya de una pureza cristalina. El Demonio y el Ángel se la disputan; los ángeles que derribaron las murallas de Jericó le sirven como secador de pelo; los Amores flechadores la amenazan y ella no puede hacer más que ovillarse, cubrirse el rostro y la cabeza: “El amor hiere por dentro”, acota el poema de Raúl Renán. Eko expone eso que él sabe hacer tan bien y con lo que ilustra versos del vate Renán. La coleccionista es el título de la muestra, que se inauguró el pasado martes 24 y permanecerá hasta el 13 de noviembre en la librería Pegaso de la Casa Lamm (Álvaro Obregón 99, col. Roma, esq. con Orizaba).

    La parentela… Mi suéter (léase “suegro”) me llamó desde Guadalajara para agradecerme socarronamente que yo me hiciera cargo de promover a aquello(a)s que se supone él debería guarecer bajo su famosa sombra. No hay nada que agradecer, Maestro. Tu familia, que es la mía, está llena de talento, ni modo. Y eso no tengo por qué callarlo. Para no hablar ahora de mi mujer (una gran poeta, mal leída y peor tratada) o de su hermana (maravillosa novelista a punto de ser “descubierta”), déjenme decirles que mi cuñao es un magnífico guitarrista de jazz, a quien sólo le faltó ser negro y nacer en el delta del Mississippi. Nadie es perfecto. Pues él organiza el ciclo musical que tuvieron a bien llamar “La Nueva Cosa” y que se lleva a cabo todos los jueves a las 20 hrs. en el Museo de la Ciudad de México (Pino Suárez 30, Centro Histórico). Bajita la tenaza, el patio del museo se atasca ese día, desde hace unas cuatro o cinco semanas. El próximo 2 de noviembre, en lugar de andar pidiendo para su calaverita o haciendo como que celebra el Halloween sin poderlo pronunciar, mejor apersónese en el susodicho Museo. Se presenta el jazzerísimo maestro Héctor Infanzón, que va a presentar su disco más reciente, Nos toca. Héctor es de los productos más terminados que arrojó el tristemente fenecido Arcano (allá en Av. División del Norte, entre Churubusco y Quevedo, ¿se acuerda?), el único y último club dedicado al Jazz, así con mayúscula, en esta que, para algunas cosas, sigue siendo la rancherona Ciudad de México. Igualmente se le recuerda por su trabajo en el también fallecido grupo Antropóleo (nombre compuesto de las melodías Antropología de Charlie Parker y Óleo de Sonny Rollins, ya que, como afirma Eduardo Piastro, los músicos de jazz son los grandes recicladores de melodías internas y series acústicas). Por último, las malas lenguas, que por lo general son las mejores, dicen que a Héctor lo llamaban El Infanzón Terrible. Lo que no me explicaron fue por qué. Si usted, jazzófilo(a) lector(a) se atreve, pregúntele y luego me informa. Vale.

    Y los amigos. Conozco al director del Museo de la Ciudad de México, Conrado Tostado, de hará unos siete u ocho años. Primero lo leí en la revista Vuelta. Unas pequeñas, extrañas y pulidas prosas poéticas (que a mi mujer y a mi cuñada les gustaba llamar “sueños” para molestia de Conrado). El oficio que demostraban estos textos sin desperdicio y el nombre de otros tiempos me dieron la impresión de que Conrado era un escritor ya entrado en años. Cuando lo vi en persona me sorprendió su juventud, su altura, su extraña disposición a ver en el otro lo mejor, sin por eso ser un hombre ingenuo. Trabajé con él para el Museo Carrillo Gil. Lo vi irse convirtiendo en un hombre ubicuo, indispensable y generoso. Leí su plaquette Junio, publicada en la colección Margen de Poesía de la uam, donde su aliento de horizontes abiertos y pequeñas saudades recuerda al Álvaro de Campos pessoano. Asistí a su boda con la bella e inteligente Marcela Dávalos, historiadora de buena y firme pluma, como lo hemos comprobado más de una vez en este suplemento. La figura y los trabajos de Conrado me recuerdan al personaje de Jimmy Stuart en It´s a Wonderful Life de Capra: un hombre bueno que sólo anhela viajar y termina atrapado en su pequeña ciudad por amor a otros. Ha hecho muchas y buenas cosas en el Museo de la Ciudad de México; primero que nada abrirlo de par en par a la comunidad, darle aliento a aquellos que se acercan con proyectos imaginativos y apoyarlos con unos pocos pesos, mucha energía e inquebrantable confianza. A fin de cuentas, tengo suerte. No es fácil tener amigos y parientes así.