Historias de las Historias de México, 10 de noviembre del 2000
 
 
Pueblos sin escritura, sin letras
 

Pedro de Gante, uno de los primeros franciscanos que llegó a México, informó al rey de España Felipe II, en 1558, que los nativos eran "gente sin escritura, sin letras, sin caracteres y sin lumbre de cosa alguna". Tal fue la primera negación de los valores culturales de los pueblos americanos. El argumento de que los aborígenes carecían de escritura se unió a aquellos que los describían como bárbaros, al margen de la civilización. Juan Ginés de Sepúlveda, el humanista español que contendió con Bartolomé de las Casas en la célebre reunión de Valladolid (1550-1551), donde se discutió la justicia de los procedimientos españoles empleados en la conquista de América, sostuvo que los aborígenes no sólo carecían de cultura sino que no sabían escribir. Sepúlveda leyó las obras de los primeros cronistas sobre la novedad americana con la visión de los humanistas europeos y por ello argumentó que los nativos foto-05 carecían de escritura y eran incapaces de constituir sociedades civilizadas.

La gran revolución que en Europa sustituyó la cultura oral por la escrita en los siglos XI y XII, introdujo un postulado de consecuencias negativas para los pueblos no occidentales: la noción de que la escritura alfabética era sinónimo de racionalidad. (Fig. 1). Esta idea se generalizó en el Renacimiento e impuso la creencia de que la cultura escrita era el logro más alto alcanzado por la humanidad y el patrón con el cual habría de medirse la historia, la literatura, el derecho, la filosofía, la teología y las ciencias. De modo que en el Renacimiento lo "racional" y prestigioso fue equivalente a la antigüedad clásica, y este modelo se convirtió en el ideal del mundo civilizado. El hombre de letras versado en las culturas de la antigüedad, como Erasmo de Rotterdam, vino a ser el arquetipo del humanista (Fig. 2).

 

La invención y propagación de la imprenta acentuaron el dominio de la escritura sobre el discurso oral. Como señala Elizabeth L. Einsenstein, la imprenta fue el instrumento que hizo posible poner frente al lector el "original de un texto, mapa, carta o diagrama, libre de los errores del copista". La imprenta contribuyó a desarrollar "una tradición de investigación acumulativa" que revolucionó el conocimiento científico. Los cambios impulsados por la imprenta transformaron las bases que sustentaban el saber y la cultura: "la confianza pasó de la revelación divina al razonamiento matemático y a los mapas hechos por el hombre"

 

Los primeros en aceptar la superioridad de la cultura escrita sobre la cultura oral fueron los hombres de letras y los reyes españoles, quienes promovieron una política de castellanización de sus posesiones americanas paralela a su asentamiento en esos territorios. Antonio de Nebrija publicó en 1492, el mismo año del inesperado encuentro de Colón con las tierras americanas, su Gramática castellana. Nebrija dedicó su libro a la reina Isabel con el propósito declarado de que sirviera a la unificación lingüística de España y al mejor dominio de las poblaciones que eventualmente pudiera conquistar. El aforismo de que la lengua debería ser el "compañero del imperio", como recomendaba Nebrija, se convirtió en una política efectiva en los territorios que España conquistó en América. La unión de las armas con la difusión del alfabeto y la cultura occidental fue una de las políticas más persistentes de la corona española. Para Nebrija, como para los reyes católicos, enseñar las "cosas de la nación" en el lenguaje de la nación equivalía a una política de integración nacional.

 

Sin embargo, la subordinación de las innumerables lenguas americanas al imperio de la castellana suscitó el rechazo de los frailes, los responsables del inusitado proyecto de sembrar el Evangelio en la extensa tierra americana. El propósito de imponer el español sobre las lenguas indígenas fue rechazado por los frailes, quienes arguyeron que el mejor modo de cristianizar a los infieles era aprender sus propias lenguas y traducir a ellas los preceptos y la fe de Cristo. Impulsados por sus ideales monásticos, los frailes vieron en la humanidad americana la materia ideal para trasladar al Nuevo Mundo los principios apostólicos de la cristiandad y fundar ahí una verdadera Iglesia, semejante a la de los primitivos apóstoles. Inspirados por estos ideales se apresuraron a indagar el origen de esos pueblos y esa curiosidad los llevó a reconocer sus diversas formas de registrar el pasado. 


Los registros históricos mesoamericanos

 
Desde los primeros días de la invasión europea los soldados y los frailes reconocieron la presencia de libros en los pueblos indígenas. Al entrar en la región de Cempoala, en la costa de Veracruz, Bernal Díaz del Castillo escribió: "Hallamos las casas de ídolos y sacrificios [...] y muchos libros de su papel, cogidos a dobleces, como a manera de paños de Castilla". Por su parte, el fraile franciscano Toribio de Benavente (Motolinía), advirtió que los naturales de Nueva España tenían libros "de caracteres y figuras, que esta era su escritura, a causa de no tener letras, sino caracteres".

 

grabado dureroWalter Mignolo ha mostrado que la afirmación de que los aborígenes de América eran pueblos salvajes se apoyaba en el argumento de que carecían de escritura alfabética (que era el símbolo de cultura para los hombres del Renacimiento), y por lo tanto de registros históricos válidos, cuyo modelo eran los relatos griegos (Heródoto y Polibio) y romanos (Tácito). Para los humanistas europeos la escritura alfabética era el mayor logro de los pueblos civilizados y el registro histórico, una de sus expresiones más altas. El jesuita José de Acosta, un representante conspicuo de esa tradición, usó esos criterios para evaluar las tradiciones históricas de los pueblos de México y Perú, que él había conocido durante una fructífera estancia que lo llevó a escribir más tarde su famosa Historia natural y moral de las Indias. Como todos los intelectuales de ese tiempo, Acosta se comunicaba con sus pares por medio de cartas (lettere). Por esta vía se puso en contacto con el jesuita mexicano Juan de Tovar, quien entonces vivía en la Nueva España y con el cual sostuvo una interesante correspondencia entre 1586 y 1587.

 

Por esos años Juan de Tovar era uno de los frailes que mejor conocía las antiguas tradiciones históricas de México, pues había concluido una recopilación de ellas, que desafortunadamente hoy sigue perdida. Conociendo el interés de Acosta por estos temas, le envió un resumen manuscrito de su citada recopilación. Acosta agradeció vivamente esa cortesía y aprovechó el intercambio epistolar para plantearle las dudas que le preocupaban: ¿Qué autoridad tienen esas historias? ¿Cómo pudieron los indios, sin escritura, conservar por tanto tiempo la memoria de tantas y tan variadas cosas?

 

A la primera duda Tovar respondió que para componer su historia tuvo a la mano "las librerías" reunidas por los nativos más sabios de México, Texcoco y Tula, quienes habían sido convocados para ese propósito por el virrey Martín Enríquez. El mismo virrey le encargó al padre Juan de Tovar componer con todo ello una relación en español. Tovar le comentó a Acosta que entonces vio "toda esta historia con caracteres y hieroglíficos, que yo no entendía, y así fue necesario que los sabios de México, Tezcoco y Tulla se viesen conmigo", para traducirlos y explicarlos. Así, con el apoyo de esa "librería" y la asesoría de expertos en las antiguas tradiciones toltecas, Tovar compuso "una historia bien cumplida", que se perdió cuando fue enviada a España. Agrega que también aprovechó "un libro que hizo un fraile dominico [se refiere a la notable Historia de las Indias de Nueva España de fray Diego Durán...] que estaba el más conforme a la librería antigua que yo he visto". Basándose en esta obra y en los datos que conservaba en la memoria, Tovar escribió el relato histórico que envió a Acosta, y arguye que esa es la autoridad que tiene su historia: el estar basada en los "caracteres y hieroglíficos" conservados por los nativos más sabios de Nueva España.

 

A la segunda pregunta: ¿cómo podían los indios, sin escritura, conservar memoria de tantas cosas? Tovar respondió con lo siguientes argumentos:

digo, cómo queda definido, que tenían sus figuras y hieroglíficos con que pintaban las cosas, en esta forma: que las cosas que no había imagen propia tenían otros caracteres significativos de aquello y con estas cosas figuraban cuanto querían. Y para memoria del tiempo en que acaeció cada cosa [...tenían un cómputo del tiempo cada 52 años], que era como un siglo y con estas ruedas tenían memoria de los tiempos en que acaecían las cosas memorables, pintándolo a los lados de las ruedas con los caracteres que queda referido.

 

El padre Tovar admite que esas "figuras y caracteres con que escribían las cosas, no era tan suficientemente como nuestra escritura". Es decir, aceptaba que no había una correspondencia exacta entre las pinturas y la interpretación que de ellas hacían quienes las leían o traducían. Dice, por tanto, que los lectores de esas imágenes y caracteres "sólo concordaban en los conceptos". Añade que para guardar con fidelidad la memoria de esas imágenes y caracteres había oradores y poetas, expertos en su conservación mediante "la continua repetición" de los cantares. De este modo, decía, todo "se les quedaba en la memoria, sin discrepar palabras".

 

foto-09Al igual que Tovar, otros frailes seducidos por las antiguas culturas mesoamericanas describieron con precisión los métodos ideográficos y orales que habían desarrollado para preservar sus tradiciones. Francisco de Burgoa, un fraile familiarizado con la notable escuela de libros pintados de Oaxaca, escribió:

Entre la barbaridad de estas naciones se hallaron muchos libros a su modo, en hojas o telas de especiales cortezas de árboles [...] y las curtían y aderezaban a modo de pergaminos [...]donde todas sus historias escribían con unos caracteres tan abreviados, que [en] una sola hoja plana expresaban lugar, sitio, provincia, año, mes y día [...] y para esto a los hijos de los señores a los que escogían para el sacerdocio enseñaban, e instruían desde su niñez haciéndoles decorar aquellos caracteres y tomar de memoria las historias y de estos mesmos instrumentos he tenido en mis manos, y oídolos explicar a algunos viejos con bastante admiración, y solían poner estos papeles, o como tablas de cosmografía pegados a lo largo en las salas de los señores, por grandeza y vanidad, preciándose de tratar en sus juntas y visitas de aquellas materias.

En otras regiones los europeos no encontraron libros pintados o registros pictográficos de las cosas pasadas, pero advirtieron la presencia de distintos procedimientos y técnicas creados para recoger los sucesos históricos. Por ejemplo, fray Bartolomé de las Casas observó lo siguiente:

En algunas partes no usaban esta manera de escribir [los códices], sino que la noticia de las cosas antiguas venían de unos a otros, de mano a mano. Tenían en ello tal orden para que no se olvidasen [...]que se instruían en las antigüedades cuatro o cinco [personas], y quizá más, por lo que oficio de historiadores usaban, refiriéndoles todos los géneros de cosas que pertenecían a la historia, y aquéllas tomábanlas en la memoria y hacíanselas recitar, y si el uno de alguna cosa no se acordaba, los otros se la enmendaban y acordaban.

 

Estos y otros testimonios muestran que los soldados y los religiosos europeos reconocieron los libros pintados, las formas orales (cantos) de rememorar el pasado, y las escuelas donde se enseñaban y transmitían esos conocimientos, como técnicas indígenas especializadas en la recolección de la memoria histórica. Sin embargo, les confirieron el rango de artefactos inferiores a la escritura alfabética y ubicaron a esas naciones en el escalón que correspondía a los "pueblos sin escritura".

 

La escritura como símbolo de sabiduría entre los pueblos mesoamericanos

foto-08 aLos pueblos mesoamericanos no sólo desarrollaron su propia escritura de la historia, sino que consideraron este arte uno de los más elevados, sinónimo de sabiduría. Le atribuyeron, en primer lugar, la alcurnia de un arte antiguo. Los pueblos del centro de México relacionaron la invención de la escritura con los toltecas, los fundadores de Teotihuacán, que para ellos fue el inicio de la vida civilizada. Sahagún decía: "En lo que toca a la antigüedad desta gente, tiénese por averiguado que ha más de dos mil años que habitan esta tierra que agora se llama la Nueva España, porque por sus pinturas antiguas hay noticia que aquella famosa ciudad que se llamó Tulla ha ya mil años o muy cerca dellos que fue destruida..."

 

Los mayas, gracias a sus extraordinarios sistemas de cómputo, retrotraían el origen del cosmos al año 3114 a. C., y tomaron esa fecha como el principio de todas las cosas, de modo que comenzaron a datar sus narraciones históricas en esos tiempos míticos. Profesaron una suerte de culto a los hechos ocurridos en épocas remotas y ubicaron el origen de la escritura en el momento en que se fundaron los reinos y nació la civilización. La escritura era algo tan preciado que tenía el aura de los basamentos primordiales. La obsesión maya por los hechos pasados y su manía por ubicarlos en un tiempo preciso los convirtió en un pueblo memorioso. Quizá fue el pueblo que con mayor exactitud registró los acontecimientos históricos ocurridos en sus reinos. A este amor por la memoria y el cómputo del tiempo debemos la cronología histórica más minuciosa y dilatada del continente americano: un registro que se extiende sin interrupción del siglo III al IX. "Esto significa ?como dice Michael Coe? que los antiguos mayas son la única civilización verdaderamente histórica en el Nuevo Mundo".

 

La estima que los pueblos mesoamericanos tenían por la historia se aprecia en el hecho de que pusieron ese arte bajo el patrocinio de sus dioses más reverenciados. Los toltecas y sus descendientes consideraron al dios Quetzalcóatl como el primer historiador y el protector de los escribas y del Calmécac, la institución donde se enseñaba a escribir y memorizar los cantares acerca de los acontecimientos pasados. Según Alva Ixtlixóchitl, los mexicas habían registrado que entre "los más graves autores y históricos que hubo [...]se halla haber sido Quetzalcóatl el primero, y de los modernos Nezahualcoyotzin, rey de Tetzcuco". Los predecesores de los aztecas le otorgaron también un valor alto a la escritura de la historia. Los mixtecos pintaron en sus libros  numerosas imágenes del dios Nueve Viento, su héroe cultural, y le atribuyeron la creación de la escritura y el canto (Fig. 3).

 

foto-01Los estudios de Michael Coe establecieron que durante el esplendor maya de la época clásica (250-600 d. C.), los dioses patronos de los libros pintados eran Itzamná (el dios mayor), Pawahtún, el dios viejo (Fig. 4), el dios del maíz, el dios mono y los Gemelos Divinos, Junajpú y Xbalanké. Diversos testimonios mencionan a Itzamná como el inventor de la escritura, el "primer sacerdote" y el "primer escriba" (Fig. 5). Los vasos policromos de la época clásica presentan la figura juvenil del dios del maíz pintando códices (Fig. 6). En estos vasos también puede verse a los Gemelos Divinos, Junajpú y Xbalanké, arquetipos del ingenio maya, manejando el pincel del pintor de códices. (Figs. 7 y 8). El mejor análisis de la escritura maya puede leerse en la bella obra de Michael Coe y Justin Kerr (The Art of the Maya Scribe, 1997), que incluye una expresiva serie de representaciones del escriba. Es una colección de retratos del escriba y sus instrumentos de trabajo que muestra el valor que los mayas le otorgaron al arte de la escritura (Figs. 9 y 10).

 

La destrucción de los libros pintados

La investigación contemporánea indica que muy pocas de las creaciones que los pueblos mesoamericanos discurrieron para conservar y transmitir el pasado fue respetada por el celo evangelizador. Los frailes tildaron esas tradiciones de "creaciones del demonio" y más tarde el etnocentrismo europeo vio en ellas un tejido de supersticiones transcritas en "caracteres ininteligibles". Las crónicas de la conquista de México registran la destrucción de la renombrada biblioteca de Texcoco, el repositorio donde se habían acumulado los códices, lienzos y mapas que recogían las tradiciones toltecas y chichimecas. Dice Fernando de Alva Ixtlilxóchitl que la mayor parte de ese legado se quemó "inadvertida e inconsiderablemente por orden de los primeros religiosos, que fue uno de los mayores daños que tuvo esta Nueva España". Al referirse a la importancia de esa biblioteca escribió:

porque en la ciudad de Tezcuco estaban los archivos reales de todas las cosas referidas, por haber sido la metrópoli de todas las ciencias, usos y buenas costumbres, porque los reyes que fueron de ella se preciaron de esto y fueron los legisladores de este nuevo mundo; y de lo que escapó de los incendios y calamidades referidas, que guardaron mis mayores, vino a mis manos, de donde he sacado y traducido la historia que prometo [escribir]...

 

En el área maya, el estremecedor Auto da fe que tuvo lugar en el pueblo de Maní el 12 de julio de 1562, desatado por el celo persecutorio del obispo Diego de Landa, llevó a la hoguera decenas de códices y lienzos pintados donde los mayas de Yucatán habían atesorado las más antiguas tradiciones de sus pueblos. En 1633, Bernardo Lizana, al rememorar este holocausto literario que en un instante sobrecogedor concentró las nociones de intolerancia, superioridad y desprecio que los españoles habían acumulado contra los indígenas, escribió que en esa ocasión se quemaron muchos libros valiosos sobre los orígenes del antiguo Yucatán. Ignoramos el número de códices que fueron incinerados en esa ceremonia infame, pero sin duda fueron muchos y su pérdida irreparable. El efecto más devastador de estas acciones se resintió en los años siguientes, pues en adelante la mera posesión de libros y tradiciones antiguas se convirtió en anatema y motivo de persecuciones atroces para quienes ni podían ni querían romper sus lazos con la cultura que los había nutrido.

 

foto-03La destrucción de los códices y testimonios de la antigua memoria indígena fue implacable. Se prolongó a través de los tres siglos de la época colonial y adoptó formas de represión muy variadas. En las décadas que siguieron a la conquista comenzó la persecución de idolatrías que culminó en aparatosos procesos inquisitoriales, como el que se instruyó contra el cacique de Texcoco, don Carlos Mendoza Ometochtli o Chichimecatecutli, como él mismo se llamaba. Ahí quedó asentado que al hacerse el cateo de su casa se encontraron "indicios innegables de culto pagano", entre los que se cita "un libro o pintura de indios, altares y cantidades de ídolos".

 

La guerra contra la antigua memoria indígena tuvo uno de sus episodios más dramáticos en la Mixteca oaxaqueña. En esta región, fray Benito Fernández, un perseguidor de idolatrías, tuvo noticia de que en la cueva de Chacaltongo los mixtecos rendían culto a sus ancestros y guardaban reliquias y representaciones de sus dioses. Fray Benito se apresuró a visitar este sitio apartado, acompañado de una multitud de indígenas aterrorizados. Según relata el cronista Francisco de Burgoa, lo que fray Benito vio ahí le provocó una ira incontenible, que aceleró su furor destructivo:

Luego que el siervo de Dios reconoció el puesto descubrió [...]unas urnas de piedras, y sobre ellas inmensidad de cuerpos [...] en hileras, amortajados con ricas vestiduras de su traje, y variedad de joyas de piedras de estima, sartales y medallas de oro, y llegando más cerca conoció algunos cuerpos de caciques, que de próximo habían fallecido [...] y tenía por buenos cristianos [y] ardiendo en celo del honor divino, embistió a los cuerpos, y arrojándolos por los suelos los pisaba y arrastraba como despojos de Satanás [...luego vio] más adentro, como recámara, otra estación y entrando dentro la halló con altarcillos a modo de nichos, en que tenían inmensidad de ídolos, de diversidad de figuras, y variedad de materias de oro, metales, piedras, madera y lienzos de pinturas, [y] aquí empezó el furor santo a embravecerse, quebrantando a golpes todos  los que pudo, y arrojando a sus pies los demás, maldiciéndoles como espíritus de tinieblas.

 

La concepción occidental de la historia versus las otras memorias del pasado

foto-10Como se advierte por los textos citados, si es verdad que los europeos reconocieron las extrañas formas de recoger y transmitir el pasado de los pueblos americanos, jamás les otorgaron el mismo valor que a la escritura alfabética. Las formas que diferían de ese canon fueron consideradas inferiores y tachadas de no escritura. Esta primera descalificación fue seguida por la desvalorización de las técnicas mesoamericanas para representar el pasado: como éstas no imitaban el canon establecido por Tucídides o Polibio, recibieron el calificativo de ineptas para transmitir los acontecimientos pasados. Así, como dice Walter Mignolo, la complicidad entre la escritura alfabética y el modelo grecorromano del discurso histórico se confabularon para decretar que los registros americanos del pasado no llenaban los requisitos de la verdadera historia.

 

Edouard Glissant sostiene que historia y literatura fueron los instrumentos que el imperialismo occidental manejó para suprimir o subyugar las formas de registrar el pasado propias de otras culturas. Su argumento se resume en el texto siguiente, donde dice que para occidente la historia era un instrumento funcional que nació precisamente en el tiempo cuando éste parecía "hacer" sólo la historia del mundo (...) En esta fase Historia se escribe con H mayúscula. Es una totalidad que excluye las otras historias que no casan con la de occidente [...Al mismo tiempo la] escritura alcanzó una suerte de metaexistencia, se convirtió en un signo sagrado todopoderoso, que permitía a los pueblos que la poseían gobernar con ella e imponerla a los pueblos de civilización oral [...]

 

En la famosa Monarquía indiana del fraile franciscano Juan de Torquemada, se encuentra un pasaje acerca de los modos de recoger el pasado de los nativos de Nueva España que adopta los criterios del etnocentrismo occidental para descalificarlos. En ese pasaje Torquemada asentó:

Una de las cosas que mayor confusión causan en una república y que más desatinados trae a los hombres que quieren tratar sus causas es la poca puntualidad que hay en considerar sus historias; porque si la historia es una narración de cosas acaecidas y verdaderas y los que las vieron y supieron no las dejaron por memoria, será fuerza al que después de acaecidas quiere escribirlas, que vaya a ciegas en el tratarlas, o que en cotejar las varias que se dicen gaste la vida y quede al fin de ella sin haber sacado la verdad en limpio. Esto (o casi esto) es lo que pasa en esta historia de Nueva España; porque como los moradores antiguos de ella no tenían letras, ni las conocían, así tampoco no las historiaban.

 

Como se advierte, la descalificación de Torquemada se funda en la afirmación de que los americanos no tenían escritura (letras), sino pinturas. Y las pinturas, decía el fraile, no concordaban en la transmisión del conocimiento, por lo cual "era fácil variar el modo de la historia y muchas veces desarrimarla de la verdad". Dicho de otro modo, la representación americana del pasado no era exacta ni confiable, pues permitía diversas interpretaciones y en lugar de aproximarse a la verdad de las cosas se apartaba de ella.

El rebajamiento de los valores culturales americanos alcanzó uno de sus momentos exaltados durante la Ilustración. Desde mediados del siglo XVIII algunos de los autores más influyentes de esa corriente, entre ellos el conde de Buffon, el abate Raynal, Cornelius de Paw y el destacado historiador escocés William Robertson, coincidieron en afirmar que el continente americano tenía un clima que apocaba a las criaturas humanas y sofocaba el intelecto. Según esta interpretación los pobladores nativos no habían rebasado los umbrales de la edad de piedra, y a pesar del caudal de talentos que trajo consigo la invasión europea, las letras y las ciencias mantenían un nivel rudimentario.

 

foto-06Durante los siglos XIX y XX el etnocentrismo occidental combatió las culturas no europeas con el arma de la escritura alfabética. Los lingüistas consideraron el alfabeto como la expresión más alta de la vida civilizada y con esa vara midieron las culturas americanas, asiáticas y africanas. Los estudiosos de la escritura concibieron la escritura alfabética como el último peldaño de una larga marcha que comenzó con los dibujos y pictografías más elementales, prosiguió con los diferentes tipos de escritura silábica y culminó con el alfabeto. Uno de los líderes de esta escuela evolucionista, I.J. Gelb, escribió que ninguna de las culturas del Nuevo Mundo, incluidos los mayas, había tenido la capacidad intelectual para alcanzar el nivel de la escritura fonética. Para Gelb, las "llamadas escrituras mayas y aztecas" no corresponden "propiamente a la escritura sino a sus antecedentes". Estas calificaciones peyorativas situaron a los pueblos americanos en el umbral más bajo de la civilización y contribuyeron a levantar la espesa barrera que por largo tiempo impidió el desciframiento de escrituras como la maya.

 

La obsesión por la escritura y el olvido de los principales transmisores de la memoria indígena

La obsesión por equiparar los registros históricos americanos con la escritura alfabética no sólo impidió conocer la verdadera naturaleza de éstos, sino que restringió el análisis de la recuperación histórica a sus formas escritas. Esta fijación en la escritura produjo una de las distorsiones mayores en la comprensión de los sistemas aborígenes de registrar, almacenar y transmitir el pasado, pues en Mesoamérica éstos han sido y son en la actualidad principalmente orales, visuales, rituales y calendáricos. Sin embargo, por casi cinco siglos los estudiosos del pasado americano formados en el canon occidental concentraron su atención en los testimonios escritos, dejando casi sin explorar el inmenso continente de las tradiciones no escritas.

 

En contraste con la memoria del historiador contemporáneo, concentrada en el texto escrito y dependiente de él, la memoria indígena utilizó diversas vías para rescatar el pasado y heredarlo a las generaciones futuras. Entre esa variedad de artefactos sobresalen cinco modos de transmisión de mensajes que han llegado hasta nosotros sin perder su fuerza evocadora.

 

Ritos y ceremonias. Uno de los principales difusores de símbolos y valores sociales fue el rito y las ceremonias religiosas que se verificaban en épocas precisas del año. En esas ceremonias el canto, la danza, los discursos, la música y la escenografía que se desplegaba en los templos y plazas unían al individuo con la colectividad. Al participar en estos actos multitudinarios, cada persona recibía los mensajes que emanaban de la ceremonia y se convertía, a su vez, en un transmisor de la memoria colectiva. De este modo, al repetir regularmente el lenguaje y el simbolismo de la ceremonia en fechas precisas, el rito vino a ser en uno de los más fieles conservadores de las antiguas tradiciones entre las nuevas generaciones.

 

Las imágenes visuales. El lenguaje de la imagen fue otro portador de mensajes perdurables entre los pueblos de Mesoamérica. Desde la fundación de los primeros cacicazgos los gobernantes produjeron poderosas imágenes plásticas para transmitir mensajes al conjunto de la población y crear un sistema unificado de valores y comportamientos sociales. Quizá en los tiempos más remotos los medios privilegiados fueron el rito y el mito, que se transmitían de manera oral. Más tarde, cuando surgieron las primeras ciudades, la arquitectura, la escultura, la pintura y otras artes fueron los vehículos seleccionados para plasmar nuevos símbolos y transmitirlos a diversos sectores de la población (Fig. 11 Copán).

Los mensajes visuales transmitidos por la pirámide, la estela y los templos y palacios erigidos en el centro ceremonial de la ciudad comunicaban una idea sumaria acerca del origen del cosmos, el sentido de la vida humana y la finalidad última de los reinos. Si juntamos los distintos objetos visuales que los olmecas, los mayas o los teotihuacanos grabaron en el corazón de sus ciudades, veremos aparecer en forma sucesiva las imágenes deslumbrantes de la Montaña Primordial donde se guardaban las semillas nutricias y las aguas fertilizadoras, el árbol cósmico que reproducía los tres espacios verticales del universo, la cancha del juego de pelota que celebraba la victoria de los Gemelos Divinos sobre las potencias destructivas del inframundo, los templos dedicados a lo dioses creadores y a los patrones de la ciudad y las estatuas del gobernante en su triple papel de capitán de los ejércitos, supremo sacerdote de los cultos y primer agricultor y dispensador de las cosechas.

 

foto-02Esta representación visual era una lección didáctica que describía a los pobladores de la ciudad, y a sus asombrados visitantes, los momentos cruciales que le dieron forma a la nueva era del mundo, el orden que había surgido de esa génesis y los valores que normaban la vida de los habitantes del reino. Podría decirse que los pobladores de las ciudades de Mesoamérica, al igual que los de las antiguas ciudades griegas, vivían en una suerte de ciudad museo, literalmente colmada de monumentos y símbolos que aludían a los acontecimientos fundadores del reino. Fue ésta una imagen que los gobernantes estamparon en cada ciudad que construyeron y cuya lección repetían una y otra vez en las ceremonias que año con año celebraban el origen de los dioses, los seres humanos, las plantas cultivadas y la grandeza del reino. La repetición de estas imágenes identificaba a los pobladores con los rasgos propios de su etnia y desplegaba su singular tradición histórica, distinta a la de los pueblos con quienes competían y convivían.

 

Los calendarios. Entre los conductores más efectivos de la memoria indígena sobresale el calendario. Los ritos regis  trados en el calendario mesoamericano ponen de relieve dos tipos de procedimientos nemotécnicos. El primero es un registro minucioso de las tareas agrícolas que deberían realizar los campesinos a lo largo del año para obtener una buena cosecha. Era la memoria agrícola de la colectividad campesina condensada en un calendario ritual manejado por los gobernantes.

 

Con el transcurrir del tiempo el antiguo calendario campesino que prescribía las tareas agrícolas y festejaba a los dioses de la fertilidad se unió con la memoria política del reino. Desde sus orígenes, los creadores del calendario vincularon las tareas que aseguraban la sobrevivencia del grupo con la recordación del origen del reino y el establecimiento del linaje gobernante. Se advierte, asimismo, que el origen del calendario es inseparable de la fundación del reino, el poder que hizo del antiguo calendario campesino una institución del estado, cuya normatividad se impuso al conjunto de la población. Los actos y efemérides que celebraba este calendario indican que los ritos agrícolas se habían convertido en celebraciones políticas.

El mito. Como se ha visto antes, el mito fue uno de los artefactos culturales más eficaces para recoger la experiencia humana y transmitirla a otros grupos mediante un lenguaje económico y seductor. Una primera cualidad del mito es su concentración en los acontecimientos relativos al origen del cosmos y las primeras fundaciones humanas. El mito revela, con el lenguaje maravilloso de la simplicidad, los misterios del mundo sobrenatural y el significado de las acciones humanas.

Al fabular la creación primigenia del cosmos el mito estableció también la clave para las creaciones posteriores, pues para ser verdaderas éstas tuvieron que repetir el modelo original. De modo que el relato de la primera creación del cosmos contiene la estructura narrativa, el lenguaje y los símbolos que servirán para dar cuenta de las creaciones y fundaciones subsiguientes.

El mito comparte con la historia la obsesión por los orígenes. Pero a diferencia de ésta, no tiene interés por los acontecimientos que siguen al momento primordial de la creación y se desenvuelven en el tiempo. Rechaza que el presente o el futuro puedan alterar el sentido de la primera creación. El cometido del mito es que el presente y el futuro se mantengan fieles al pasado, al momento original en que se manifestó por primera vez el sentido último de las cosas.

 

Jan Vansina observó que los mitos que narran la creación del cosmos, los ritos que escenificaban el comienzo del año agrícola o los cantos que relataban el origen del pueblo o la fundación del reino, eran tradiciones orales concentradas en trasmitir mensajes importantes para la colectividad. El fin último de este mensaje, repetido y recreado incesantemente por cada generación, era fortalecer la identidad del grupo étnico y los cimientos del reino.

 

foto-04El códice. La tradición occidental, tanto en su versión europea como americana, privilegió el estudio de los códices o amoxtli, lo más similar al libro. Como se ha visto, en Mesoamérica se crearon toda suerte de libros pintados con imágenes y glifos donde se guardó la memoria de los acontecimientos que se deseaba conservar y transmitir a las siguientes generaciones. En los libros pintados se había reunido el saber acumulado sobre los dioses, las ceremonias religiosas, los calendarios y cómputos astronómicos, el conocimiento acerca de las plantas y animales, las dimensiones geográficas del territorio, el inventario de las riquezas del reino, la relación de las provincias sometidas y de los tributos que pagaban, la genealogía de los reyes y familias nobles, y los relatos que narraban los avatares del grupo étnico, desde los orígenes de la creación del mundo hasta los tiempos presentes.

 

Desde la época clásica, el libro pintado se había convertido en el instrumento privilegiado para registrar y ordenar la memoria del pasado. Los restos que han quedado de esa tradición indican que los mayas y los pueblos de la región de Puebla y la mixteca oaxaqueña sobresalieron en la manufactura de códices. En esa época el códice era el utensilio ideal para almacenar la mayor cantidad de conocimientos sobre el pasado, y un instrumento capaz de sistematizar información especializada sobre cualquier área del ámbito sobrenatural o profano. Reunía las cualidades que hoy apreciamos en el libro: economía de recursos para recoger y ordenar conocimientos diversos, facilidad para actualizar y renovar la información acumulada, variedad de tamaños y formas, y disponibilidad para la consulta y lectura.

La persistencia del canon occidental

Sin embargo, el gran obstáculo para reconocer el valor de las técnicas mesoamericanas para recoger y transmitir el pasado continuó siendo la persistente adhesión al canon occidental. La mayoría de los historiadores, particularmente los que se ocuparon del mundo indígena, valoraron los sistemas de comunicación americanos con el canon occidental. Para los lingüistas, los estudiosos de la escritura y los historiadores occidentales, la escritura se inventó para registrar el lenguaje hablado. En consecuencia, los signos que no eran fonéticos no podían ser estimados como escritura; cuando más fueron vistos como una prefiguración de la verdadera escritura. Incluso los expertos en la escritura jeroglífica maya, la única escritura americana verdaderamente fonética, excluyeron los glifos aztecas y mixtecos del rango de la auténtica escritura.

 

Quizá lo que más alarma es constatar que el canon occidental sigue campeando en nuestros días, como lo muestra con fuerza Elizabeth Boone con dos ejemplos persuasivos. Por un lado cita el comentado libro de Tzvetan Todorov (La conquête de L'Amerique, 1982), cuyo propósito era hacer un análisis de los sistemas de comunicación para desentrañar como se manifestó la otredad en el descubrimiento y la conquista de América. Sin embargo, si su objetivo era revelar la concepción europea del otro, o sea del nativo americano, incurrió en contradicciones sorprendentes. Todorov, como observa Boone, al tratar de registrar y representar el punto de vista mexica no se basa en las obras pictográficas o escritas de éstos, sino en fuentes europeas. "Ve a los aztecas derrotados por los signos, dominados por la retórica y los sistemas simbólicos superiores del conquistador". De modo que como advierte Boone, este libro viene a ser otra conquista, una "conquista discursiva" de los antiguos mexicanos.Por otro lado está el libro de Hugh Thomas (Conquest. Montezuma, Cortés, and the Fall of Old México, 1993), que propone una nueva interpretación de la conquista de México. Pero aun cuando Thomas recurre a textos nauas, se basa principalmente en fuentes españolas. Así, Boone concluye que "al privilegiar los textos y perspectivas europeas, estas obras se ubican en la vertiente de la literatura histórica dominada por el discurso occidental moderno (y posmoderno) sobre los otros".     


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