Ojarasca 43 noviembre 2000

San Pedro Atlapulco, Ocoyacac
El Gran Mirador

Mario Flores Juárez y Juan Nepomuceno

 
La ciudad es un virus. Crece y se aposenta, abre caminos a cuya vera se alzan de inmediato asentamientos irregulares, zonas fabriles, hoy de maquila, cinturones de comercio menor en los barrios, grandes complejos de malls, restaurantes y diversiones en las franjas residenciales que, en la salida por Cuajimalpa o Huixquilucan, se anuncian mediante el aliciente de "vivir en el bosque".

En los hechos, la globalidad crea corredores que conectan la vida de ciertas zonas de una ciudad como México con el resto del mundo afín, excluyendo todo el entorno aledaño que tenga otra lógica, mientras prepara maneras de tragárselo para emprender otra franquicia, otro desarrollo residencial, otro enclave turístico rentable, otro cinturón industrial.

Es un hecho que uno de los crecimientos del área metropolitana se encamina hacia Toluca, mientras ésta a su vez crece hacia México. Hoy el territorio intermedio entre ambas poblaciones es una frontera difusa que engulle comunidades campesinas y sus terrenos de cultivo o bosque y torna antiguos valladares campesinos rurales en barrios cuya lógica, ya urbana, es individualizante y empobrecedora. Crecen entonces, colgados de las laderas y quebradas, o en el fondo de pequeñas cañadas que antes fueran bosque, barrios bravos y ciudades perdidas cuyas casas de material, o de cartón, lata y madera comunicadas entre sí por andadores y escalinatas que horadan la roca, configuran la versión postmoderna de lo que fueran en la Edad Media los primeros enclaves urbanos.

No son ni campo ni ciudad, pero crecen y borran día a día lo que antiguamente fuera el territorio de las comunidades campesinas ancestrales --herederas de los ñahñú primero, de los toltecas después y finalmente parte del emporio mexica-- que circundaban el Valle del Anáhuac y se extendían, por caminos y veredas entre ojos de agua, oyameles y pinares, hasta el Valle de Lerma y Toluca.

Una de tales comunidades, a medio camino entre México y Toluca, enclavada en pleno bosque de oyameles y en cuyo territorio se halla el famoso Valle del Silencio, es San Pedro Atlapulco. Su posición geográfica y estratégica era inmejorable. Le llamaban con justa razón el gran mirador por situarse en el vértice más alto del valle de México y del valle de Toluca.

Atlapulco tiene una historia digna de recuperarse. Hasta hace unos años era una de tantas poblaciones que había perdido los rastros de su pasado indígena. No conocía que su posición geográfica lo hizo parte de un corredor de sanación que lo vinculaba con Chalma y Malinalco antes de la Conquista. Pero resultó que haciendo unas excavaciones se hallaron primero un glifo ñahñú y después restos de un templo teotihuacano, lo que de inmediato despertó entre sus habitantes la inquietud por recuperar su historia y reivindicar su origen.

Hoy, como muchos otros enclaves indígenas en el Distrito Federal o en el colindante Estado de México, Atlapulco, perteneciente al municipio de Ocoyoacac, emprende una resistencia en defensa de su territorio, su historia y su cultura a orillas de la ciudad más grande del mundo.

Hablan Mario Flores Juárez, presidente del Comisariado de Bienes Comunales de San Pedro Atlapulco y Juan Nepomuceno, uno de los representantes ante el Congreso Nacional Indígena:


oja-chatoSomos una comunidad que está a 45 minutos de la ciudad si te vienes por la libre, pero a una media hora, si viajas por la de cuota. Estamos cerca de otra gran ciudad, Toluca, cuyo cinturón urbano, incipiente, se acerca, como también lo hace el municipio de Lerma, una área industrial que viene en crecimiento acelerado.

El 14 de agosto de 1946 el gobierno federal le reconoció y tituló a nuestra comunidad 7 110 hectáreas, 3 800 de las cuales son de bosque comunal. La otra parte son de asentamiento o parcelas. Nuestra comunidad fue titulada de manera conjunta con otros dos núcleos agrarios: San Miguel Almaya y Santa María Coaxusco, en el municipio de Capuluac.

Por ser comunidad somos un freno real al crecimiento de la mancha urbana pero, por el bosque que poseemos, también aportamos servicios ambientales a Lerma, a Toluca, a Huixquilucan y al Distrito Federal. Por eso es vital que defendamos nuestro territorio. Eso nos orilla a difundir nuestra situación y que la opinión pública considere la importancia que tiene nuestra comunidad.

Tenemos la necesidad de conservar 498 hectáreas enclavadas en territorio del Distrito Federal que fueron declaradas parque nacional --el Parque Insurgente Miguel Hidalgo, Desierto de los Leones-- desde 1936, sin que eso alterara el régimen de propiedad comunal. La comunidad ha sido muy respetuosa y ha mantenido esas 498 hectáreas, pero las comunidades circunvecinas están al asedio. En los diversos recorridos que realizamos por parte del Comisariado de Bienes Comunales y del Consejo de Vigilancia, nos hemos percatado que hay gente extraña que está invadiendo la posesión milenaria de nosotros y que transgrede un decreto que lo manejó como área natural protegida. En la colindancia con San Lorenzo Acopilco hay cinco asentamientos irregulares, tres de ellos ya construidos con materiales industrializados como cemento, varilla, y los otros con materiales provisionales como acostumbran a hacerlo los invasores.

El Comisariado anterior hizo todas las denuncias ante la Procuraduría de Protección al Ambiente en el Estado de México, con residencia en Toluca. Sin embargo, como esas hectáreas se encuentran en jurisdicción administrativa del Distrito Federal la turnan a la delegación metropolitana de esa dependencia, y a pesar de los múltiples requerimientos, no hay una autoridad que pueda limitarlos.

Defender el bosque es una medida tomada por la asamblea. Son bosques invaluables de oyamel que surten o mantienen la recarga de acuíferos. En estos bosques existen manantiales que surten al municipio de Huixquilucan, al municipio de Lerma e incluso al Distrito Federal. No forman directamente parte de la cuenca hidrológica del Lerma pero surten al municipio de agua potable. A futuro, si no se garantiza el cuidado, el saneamiento, la conservación de estos bosques, las ciudades vecinas no van a tener con qué nutrirse de agua potable. Tenemos un convenio de usufructo de aguas. Pero hoy, preocupados por la manutención del bosque, estamos negociando algo que vaya en beneficio, ya no tanto de la comunidad sino del mismo bosque porque el día que se acabe ellos se van a quedar sin agua.
 oja-sralunaComo estos bosques están en un punto intermedio, acaparan toda la contaminación ambiental del Distrito Federal, de la ciudad de Toluca y de Lerma. Hoy se ven muy defoliados. Si los comparamos con los bosques que tenemos en la parte sur de la comunidad hay una gran diferencia. Esos son unos bosques más verdes, más floridos. En los bosques en donde tenemos el problema ya no se nota tanto la regeneración natural.


Otro problema serio es el de límites agrarios con las comunidades circunvecinas, en especial con San Jerónimo Acazulco. A pesar de ser pueblos hermanos, pueblos descendientes de la cultura ñahñú, siempre han existido conflictos, no sólo en este siglo sino de tiempo atrás, a pesar de que estos conflictos han sido ventilados ante las instituciones coloniales primero y luego ante las instancias gubernamentales actuales. Se ha tratado de llegar a diálogos en los que tales dependencias han actuado como interlocutores. No ha sido suficiente.

En términos legales el conflicto ya se resolvió. La línea limítrofe está desde 1939. A raíz de que se instalaron los tribunales agrarios, la comunidad consideró que había que promover que las autoridades decidieran si había errores. Los juicios se desahogaron desde 1994 y en la última instancia hubo una sentencia del Segundo Tribunal Colegiado de Circuito en Materia Administrativa en la que se negó a Acazulco el "amparo y protección de la justicia federal" en todo lo relacionado a los planteamientos de las tierras que, en un momento dado, Acazulco creyó o cree que son de ellos. Pese a todo, la situación podría desembocar en un conflicto si las autoridades no intervienen.

Este conflicto agrario tiene su principal incidencia en el Valle del Silencio, valle que por el turismo genera rentabilidad sobre la tierra, y ya hay especulación. Por eso ninguna de ambas comunidades deja ejercer la posesión a la otra. Cuando su comunidad intenta hacer algo, nuestra comunidad los frena, cuando nosotros intentamos hacer algo, su comunidad nos frena. Es un jaloneo. Pero creemos que sí podría haber algunas alternativas de solución. Una de ellas es la que siempre hemos intentado: llegar a un diálogo, porque se les ha invitado. Pero eso nunca ha sido garantía de que se pueda respetar lo que se dice. Se llega a minutas de acuerdos y al rato irrumpen. Y creemos que existe el otro paso, no tratar de imponerse, pero quizá garantizar las posesiones para ambas comunidades, porque a fin de cuentas las dos estamos afectadas: ni una ni otra está usufructuando debidamente esas tierras, lo que propicia la especulación y que al rato se dé una invasión que no te la esperas.

La comunidad de nosotros comprende, pero defiende su territorio. No es sólo el asedio por parte de San Jerónimo sino el que hay por todo el entorno. Ya hay nuevas maquiladoras en Ocoyoacac, que es la cabecera de nuestro municipio y que está a diez minutos de Acazulco. Y la mancha urbana viene creciendo. En Lerma hay maquila, Huixquilucan parte es zona residencial y parte es industrial.

La situación administrativa de los municipios es uno de los factores que preocupan porque ha segregado a comunidades vecinas, sólo por estar en municipios diferentes. El caso de Santa María Coaxusco, en el municipio de Capuluac es muy ilustrativo, pues ellos son delegación agraria que nos reconoce para que nosotros como Comisariado intervengamos en algunas diligencias que ellos solicitan, como deslindes y otras cuestiones, porque nos reconocen como autoridad, aunque seamos de otro municipio.

Santa María está frenando la industrialización que viene de Santiago Tianquistengo: es un valladar. Frena la mancha urbana y la maquila, ahí está la Mercedes Benz, es ya una zona industrial. Santiago acaba de ser declarada ciudad.

Pero el freno tendría que ser algo conjunto, entre varias comunidades --no sólo Santa María y nosotros-- como Tepezoyuca, el mismo Acazulco, a pesar de las diferencias que existen entre nosotros. Son comunidades que estarían frenando, para que no se destruyan los recursos naturales que a fin de cuentas abastecen a ciudades que no nos lo reconocen. El oxígeno las beneficia como le beneficia al Distrito Federal. No importa de quién sea, lo que importa es quién lo conserva. Nosotros estamos conservando.

Como comunidad nos preocupamos en mantener proyectos de vigilancia en tiempos de estiaje, entre febrero y mayo, cuando los incendios están a la orden del día. Tenemos programas comunitarios de brigadas contra incendios que hacen brechas contra el fuego. Es un trabajo comunal que no es ni reconocido ni remunerado. No estamos pidiendo que todo se nos dé, sino que se nos apoye. Desgraciadamente es muy difícil solventar tales necesidades cuando la comunidad no tiene ningún subsidio por todo lo que emprende.

Se han hecho llamamientos a todas las autoridades involucradas. Este año tratamos de coordinarnos para los proyectos de vigilancia en nuestra colindancia con San Lorenzo Acopilco o en nuestra colindancia con la delegación de Magdalena Contreras. Queremos coordinarnos con sus autoridades para garantizar la vigilancia pero que no queremos que nos invadan las tierras comunales o que nos estén quemando el bosque, y sin embargo no existe disponibilidad. Distrito Federal te dice, sí nos coordinamos, pero cuando les dices que la zona en cuestión está en el Estado de México te dicen, sí intervengo pero en lo que me corresponde. Pero los problemas ambientales no conocen límites jurisdiccionales ni administrativos y mucho menos políticos.

En lo de vigilancia es lo mismo. Le hemos dicho a Profepa, oye, actúa contra estos cuates que están invadiendo, y te dicen, no, esa no es mi jurisdicción. La idea de la competencia de las autoridades estorba mucho. Aquí no se trata de competencias, sino de acciones conjuntas. No les pedimos que hagan los recorridos de vigilancia que nosotros sí hacemos, pero sí que nos echen la mano para que no avance lo que es irregular. La remoción de suelo forestal es constante. Y poco a poco va creciendo la urbanización. Son pequeños parches pero se sigue dando entrada. Ya hay muchos letreros que anuncian zonas residenciales enclavadas en el bosque. Sobre la carretera México-Toluca ya hay construcciones dentro del bosque.

Los planteamientos culturales son la base para la conservación, porque mediante el trabajo comunal se implementan trabajos. En cambio, una vez dándose el proceso de urbanización, se desarraiga el tipo de organización que permite entender los bosques, la tierra, el territorio y los otros elementos que permiten entender la comunidad.

Como parte de la estrategia de defensa de nuestro territorio y nuestro sentido de comunidad estamos impulsando, con otros pueblos de la región, la Alianza de Comunidades, Ejidos y Pueblos del Anáhuac. Anteriormente participábamos como Consejo Cultural de Atlapulco. Actualmente participamos como Comisariado. Y la comunidad ve que no sólo es ella la que sufre la problemática agraria y ambiental. Con Milpa Alta, San Andrés Totoltepec, San Nicolás Totolapan, San Mateo Tlaltenango y los pueblos del Ajusco. Y nos vamos haciendo partícipes. Hemos invitado a Atlapulco a los representantes legales de muchas comunidades y a la gente le gustó que tales autoridades manifestaron un mensaje para la defensa en la que estamos. No sólo se resiste sino que proponemos entre todos una perspectiva de comunidad, y por eso una alianza entre varias. Es una organización de representantes tradicionales, comunales y legales de las comunidades que lleva dos años con el principio de defender la tierra, los recursos y la idea de la comunidad.
  


Nota y entrevista: Ramón Vera Herrera
 

Fotos: Arturo Fuentes. Tehuacán, Puebla.


 

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