La Jornada Semanal, 26 de noviembre del 2000 

(h)ojeadas

Otra antología, otra ruptura

Hugo Gutiérrez Vega

Antonio Armonía, Ximena Escalante, et al,
El nuevo teatro II,
Ediciones El milagro/Conaculta,
México, 2000.
 
 
Once obras, once visiones del fenómeno teatral, once maneras de enfrentar los problemas del lenguaje, el diálogo, la composición de los personajes y las sugerencias a los directores y actores para la planeación del trabajo de mesa y de la puesta en escena. Esto es lo que nos entrega la presente antología de teatro contemporáneo mexicano.

Son muchas y muy buenas las influencias que enriquecen estos textos. Los autores, que se mueven con soltura y notable información por los terrenos de los movimientos artísticos del absurdo, del nuevo naturalismo y de la interpretación de la historia, tienen como rasgo común el conocimiento del espacio escénico y del lenguaje teatral. Todos ellos han sostenido una permanente comunicación con los escenarios y saben que el autor cumple solamente la primera parte del fenómeno teatral: los directores y actores realizan la segunda y es el público quien culmina el arduo proceso.

Hace poco leí un ensayo sobre el teatro -mexicano. Su autor sostenía una tesis que me parece a todas luces revisable, pues afirmar que existe una continuidad en la tradición teatral de nuestro país implica la ignorancia de las rupturas que periódicamente cambian la fisonomía, los métodos y los temas de la creación dramática. Ignoro si esto es positivo o negativo y despejar esta incógnita me parece irrelevante. Lo que sí me parece de interés es constatar que las once obras aquí antologadas tienen una relación remota con el teatro mexicano de los últimos años, y está bien que así sea, pues los tiempos actuales exigen una nueva tensión espiritual y una nueva forma de aproximarse a su interpretación.

Antonio Armonía parte de una cita de Pascal útil para la sobrevivencia, y nos entrega en su Acto para maniquí una serie de reflexiones sobre el dolor, la enfermedad, la ciencia médica, la compasión y la muerte. Su hospital es una metáfora del mundo y de la condición humana. Sus personajes médicos oscilan entre la vivacidad y la fatiga y se intercambian ambos estados de ánimo. Los enfermos se mesan los cabellos, estrujan las manos y se entregan al bip-bip y a las luces de tablero de jet de la maquinaria que los mantiene en una vida precaria. Estoy hablando de la enfermera y de su esposo, pues ambos, de una misteriosa manera, se unen en los terrenos de la enfermedad. La obra de Armonía, sabía en términos médicos, en el conocimiento de la mentalidad de los científicos y de su "bisturí" filosófico, nos habla de la debilidad de la inteligencia ("Oh inteligencia, soledad en llamas, que todo lo concibes sin crearlo", dice Gorostiza), de la problemática de la salud, "un estado que no augura nada bueno", afirma el pesimista italiano, y de ese "talento único para el dolor" que forma parte de nuestra herencia común.

Elba Cortez Villapuda, en su Dominó, recuerda a Einstein y a Bacon cuando habla de la relatividad y del "tiempo que no existe". Pide que el espacio entre el actor y el espectador sea estrecho y que rompa los límites convencionales. Así ambos estarán en el mismo espacio y en distinto tiempo. El cigarrillo, que evoca los esfuerzos del Zeno de Svevo por dejar il fumo, recorre la obra junto con otra compulsión, la del alcohol. El triángulo amoroso gira en un tiempo circular y se lamenta por "la insoportable levedad del ser". Esta obra novedosa entrega varias opciones al público en su escena décima, juega un dominó interminable y, ya casi al final, hace una nueva presentación de sus personajes.

Ximena Escalante retoma el mundo clásico y recrea los arquetipos. En su laberinto se mueve una pequeña Fedra, Teseo, Adriana y otros seres vivos en el inconsciente colectivo. La obra de Ximena Escalante se inicia en una ruidosa feria de la mano de Tiresias, el viejo de tetas caídas y arrugadas de la tradición griega. En esa feria de pueblo aparece la cabeza de medusa y chasquea su látigo el brutal Animador. Una especial idea del diálogo otorga rango poético a la escena entre Teseo y Ariadna, homenaje al Teatro Nacional de España, a la vez admirativo e irónico. El paso del tiempo real e imaginario se refleja en los personajes, especialmente en Fedra. El recurso del crucero le permite hacer las oportunas reubicaciones y anunciar la llegada de Hipólito o el amor.

Flavio González Mello, en 1822, entra a un momento especialmente difícil de la historia mexicana del siglo XIX. Los personajes se reflejan en el espejo cóncavo valleinclanesco y nos muestran su figura esperpéntica. Obra para próceres y comparsas parte de una actitud caricaturesca y se vale del humor para construir un discurso moralizador en el mejor sentido de la palabra. Al fin, fray Servando Teresa de Mier advierte que "todo es una comedia" y Santa Anna, farsante incansable, le da la razón. Su alteza serenísima, el grotesco Pío Marcha, los chuscos diputados Torrejas, De la Lagaña, Membrete y Corchea (solemnes, intemporales, campanudos y ridículos) forman parte de la ronda en la que también giran Victoria, Ramos Arizpe, Guerrero e Iturbide. En su discurso final, fray Servando hereda a sus hijos espirituales, como Quevedo, su única fortuna, "la calavera", pero finca su esperanza en una patria republicana e independiente. Esa fue la sustancia de su sueño.

En Plagio de palabras, Elena Guiochins crea a un autor omnisciente, calderoniano, y lo enfrenta a tres viajeras que son distintas, pero complementarias, Laura, Tristana y Andrea. Laura, personaje paródico, escribe novelas rosas, y las tres encarnan "la dimensión profunda de las mujeres en situaciones límite". Sabe Elena mantener vivo el interés del lector y sus diálogos ágiles nos permiten visualizar la puesta en escena.

La obra de Humberto Leyva, Naturaleza muerta y Marlon Brando, parte de la hermosa pregunta que los rarámuris se hacen en la mañana: "¿Qué soñaste?" El agua, los objetos cotidianos, la boda y los sueños que son premoniciones influyentes sobe las ceremonias cotidianas y las distintas formas de desasosiego, constituyen la sustancia de esta obra enriquecida por las aportaciones de los actores, ubicada en los días conmemorativos del grito de Independencia y oscilante entre Cataluña, México y un triángulo amoroso poco convencional. El homenaje a Brando-Kowalski, a Blanche Dubois y al maestro Williams, autor de una de las obras esenciales del siglo pasado, Un tranvía llamado deseo, se plasma en una masturbación de sala de cine, en la amenaza del sida, en una pistola fallida como la de Vania y en un cuchillo triunfador. Recordemos que Williams, revisando su obra en el retiro del lago de Chapala, incluyó un pregón totalmente ajeno a las calles de Nueva Orleans: "Flores, flores para los muertos."

Gerardo Mancebo del Castillo inventó su cuento de hadas titulado Mamagorka y su Pleyamo con base en sus propias vivencias y con las bien asimiladas influencias de Rabelais, Jarry, Ionesco y otros maestros de lo esperpéntico. En esta obra giran los gigantes, los ogros, las hadas y los hijos tarados y, parafraseando a Unamuno, mal se combinan el amor y la pedagogía. Gerardo usa bien el lenguaje mágico y lo pone al servicio de una desmesura habitada por majaretas, el Albatros, el Hades, deliciosos gnomos asados, Perséfone, un cielo de utilería y el hada maligna atada al gigante y a su tarada criatura.

Carmina Narro bucea con pericia en las aguas del melodrama e ironiza con solvencia. Ay, mi vida, qué tragedia habla, además, de miedos y frustraciones. Se trata de una pieza en el sentido más brillante del término, de un cuadro de costumbre burlón y crítico. Tal vez la principal virtud de la obra de Carmina Narro sea su manejo del diálogo y la precisión de sus acotaciones. Logra combinar el lenguaje cotidiano con una especie de poética de las situaciones. De esta manera sobrepasa las actitudes naturalistas, legítimas, sin duda, en una obra de este tipo, y alcanza una especial destreza, tanto en la creación y la descripción de los personajes, como en el registro de los cambios que en ellos produce el transcurso del tiempo escénico, esa peripecia que los pone en riesgo de perder "su puto retazo de inmortalidad".

De acuerdo con la tradición iniciada por Valle Inclán en su Tirano Banderas, Silvia Peláez construye su dictador latinoamericano, Porfirio Melgarejo, mezcla del Porfirio mexicano y del boliviano Melgarejo. Este buen ejemplo de teatro épico reúne una serie de inteligentes observaciones sobre el poder, la violencia institucional, el cinismo de los autócratas, su mesianismo impostado, la brutalidad machista y la enfermedad que liquida a los dueños de la situación. El desarrollo de la acción y algunos diálogos nos hacen pensar en la obra maestra del género en nuestro país, Felipe Ángeles de Elena Garro.

Púrim, la fiesta de las suertes, de Víctor Weinstock, se mueve, al decir de López Austin, en los territorios de dos corrientes de tradición, la indígena mesoamericana y la judía. Weinstock conoce bien la historia de la conquista y el virreinato, la de la cultura judía imbricada en la tradición hispánica y la del criptojudaísmo presente en la vida colonial y estrechamente vigilada por la Inquisición. A estas realidades debemos agregar la inmigración judía del siglo XX y su impacto en la vida social mexicana. Weinstock propone un juego de personajes muy complejos, pues debe ser realizado por actores, títeres, músicos, bailarines, acróbatas y técnicos. Su tiempo es el de Yenne Velt y Tamoanchán, es decir "el otro mundo", y propone a Chagall como inspiración para la escenografía. La música yiddish y la jarocha se unen y rodean a Juan Jacobo Juárez Epstein. Están en la obra el coyote y el dibuk, los demonios de las dos culturas, Lilith y el abuelo Jaguar, así como los ángeles Senoy, Sansenoy y Semangelof. Se trata, en fin, de un interesante juego con las culturas, las identidades y las bellas impurezas.

Los personajes de Cuarteto con disfraz y serpentinas, de Gabriela Ynclán, van de los cincuenta y cinco a los sesenta y cinco años y se reúnen en una sala de fiestas infantiles. Con un planteamiento naturalista, el conflicto entre sexos y sexualidades, jubilaciones y transformaciones, desemboca en un juego de la verdad que termina con el baile del Tico-tico.

Todo esto (y lo mucho que se me quedó en el tintero) nos entregan las once obras antologadas. Leyéndolas y llevándolas a escena tomaremos el pulso de nuestro teatro más reciente y constataremos que ahora más que nunca es un reflejo dialéctico de nuestra realidad sociopolítica y, a la vez, una tarea artística independiente de su entorno •
 
 


c u e n t o
 

Entre el recuerdo y la distancia
 

Guadalupe Bucio Gaona


Arturo Arredondo,
Primeras armas,
Universidad de Ciencias y Artes del Estado de Chiapas,
Chiapas, México, 1999.
 
 
Algo de maravilloso tienen los cuentos. No importan las explicaciones psicológicas, sociales o teóricas que se puedan dar al respecto, lo importante es la sensación causada por personajes reales o ficticios, seres que habitan las páginas y que poseen vida propia. Al abrir el libro, el lector les da movimiento y razón de ser. Al leer imaginamos rostros y situaciones, cada cual fabrica las imágenes a su manera y eso nos hace re-creadores de realidades distintas a las que el autor quizá imaginó. Ese juego proporciona placer, pues, de alguna manera ,nos identificamos con algo de la historia.

Un cuento bien contado logra lo mismo que una obra de teatro bien narrada y bien actuada: eso que los dramaturgos llaman anagnórisis o toma de conciencia. Puede suceder en un párrafo; de pronto, el lector se siente identificado con ese relato y nace la magia, se manifiestan los recuerdos, las emociones.

Primeras armas es una especie de miscelánea donde hay de todo un poco, pero bien organizado y de excelente calidad. Arturo Arredondo busca la complicidad con el lector, espera una reacción sorpresa, reproduce los recuerdos al poner en voz del protagonista los sucesos de la vida real, luego los mezcla con ficciones. El resultado es una impresión que logra remontarnos al pasado y hacer que nos cuestionemos el futuro.

Los cuentos, escritos a partir de una primera persona o con narrador omnisciente, logran el efecto deseado. Arturo aplica la idea de Edgar Allan Poe: "Al escribir un cuento se busca generar un sentimiento en el público, se escribe pensando provocar una reacción."

En esta tiendita de letras existen fábulas nada tradicionales: la cigarra se enorgullece de pasarse la vida cantando, la zorra desprecia las uvas –prefiere la carne–, Abel se suicida y Caín es un hombre serio. Existe gran distancia entre el recuerdo de las fábulas de Esopo y las narradas por Arturo, pues nuestro autor contemporáneo les da "la vuelta de tuerca".

Primeras armas también contiene cuentos fantásticos como "El colaborador de El Planeta". Realidad y ficción se funden en una sola línea, de tal suerte que nunca se sabe dónde empieza la locura o si los locos son los cuerdos y los cuerdos los locos. Escrito en segunda persona, este cuento logra que el lector haga una especie de autorreflexión y sea parte de la trama.

El autor no se conforma con llevarnos a ese mundo mágico, lleno de incertidumbres y emociones; de pronto aparece un cuento basado en un artículo de la Gaceta Médica y, sin decir "agua va", nos enteramos de que existe una enfermedad denominada adenocarcicoma del yeyuno, palabras que al verlas sueltas por ahí pueden sonar como broma o insulto, dependiendo del contexto. Con esto, Arredondo crea una historia verdadera sin tratar de justificar nada, se limita a explicar sus síntomas y el resultado en una mujer de setenta y dos años.

El asco por las moscas queda perfectamente retratado en La ultima batalla, una historia con trazos realistas. La desesperación de la lucha nunca ganada contra esos insectos capaces de reproducirse en pocas horas, la angustia callada de una mujer extremadamente limpia y ordenada sin posibilidades de triunfo. En esta narración el autor se acerca mucho a los cuentos de Franz Kafka, donde el personaje habita un mundo sórdido, sin alternativas.

Las ironías de la vida se recuperan por medio de los recuerdos. "¿Cómo fue tu primera experiencia sexual?" La experiencia pudo ser buena o mala, algo de ella se queda en la mente, algo como los nervios ante una situación desconocida, la timidez y hasta la angustia de verse desnudo delante del otro. Para recordar esa primera vez está el cuento "La casa de los orates", un relato sensual plagado de ironías y sorpresas.

La miscelánea de letras cierra con una novela de cuatro capítulos: "En otro tiempo, en otro espacio". Max es un niño enamorado de su hermana mayor, Dorita. Es la historia del incesto y las consecuencias psicológicas en Max.

Al principio, la narración va en suave ascenso, muestra a las personas y su entorno, luego se complica con la personalidad de Max y su afición por las revistas porno, acompañada por su incapacidad de amar a las mujeres bellas, de carne y hueso. El relato toma fuerza cuando el protagonista reacciona de tal suerte que cambia su destino. En esta novela corta se puede encontrar un juego erótico refinado, sexo sin freno, complicidad, conformismo, lucha, fracaso y triunfo. Equilibrio logrado en cuarenta páginas.

Arredondo estudió Ciencias de la Comunicación en la unam, es poeta, narrador y articulista de cine para diversos medios de comunicación masiva. Colabora en el diario Novedades, el semanario Punto y las revistas Gente Sur y Zona E. Su trabajo como crítico de cine le ha dejado una amplia visión sobre los conflictos humanos, lo cual aprovecha para armar sus narraciones. En 1991 publicó en Joaquín Mortiz su primer libro de cuentos, Gozoología Mayor. Actualmente, Plaza y Janés prepara la edición de su novela El hechicero.

Primeras armas rescata los recuerdos estudiantiles del autor y recobra los cuentos de una carpeta que estuvo perdida durante muchos años. Hoy, la distancia y el tiempo se conjugan en la pericia literaria de un escritor que nos ofrece un libro lleno de vida •
 



p o e s í a

Los nombres de León Guillermo

Raúl Aceves

León Guillermo,
No mueras esta noche,
Ediciones del Ermitaño/la Secretaría
de Cultura de Jalisco,
México, 2000.
 
 
¿Quién es León Guillermo Gutiérrez? ¿Es la historia de sus transformaciones, el título de sus libros y la extensión de su currículum? ¿Es el poeta y académico alteño-defeño-madrileño y texano, gemelo de Antonio Banderas e impecable hombre de negro? ¿O es el hombre leopardo que se arrodilla ante el confesionario poético a susurrarnos al oído sus trofeos de amor? ¿Es la palabra desnuda disfrazada de hombre, de animal o de flor, para decirnos sus múltiples nombres: tigre, rosa, cordero, azalea, delfín, gaviota, amapola, pez…?

¿O es el amoroso descendiente de Sabines, sucesivamente insaciable, solitario, vacío, moribundo, lloroso, caminante, jugando a la imposibilidad de no irse? ¿Es el nostálgico acólito de los evangelios de la tierra, del génesis reinventado cada mañana, del edén recuperado en el cuerpo en llamas, del salmo intuido en cada silencio entre palabras? ¿O es el profeta de sí mismo, que descubre signos y presagios donde otros no vemos sino aconteceres cotidianos?

Todo esto y más es León Guillermo-Leopardo Gutiérrez, quien nos entrega tres actos de amor, repartidos en veinte poemas, precedidos por cuatro epígrafes de Los amorosos de Jaime Sabines, acompañados por seis viñetas de Marcela Piña y dedicados a Carlos Monsiváis.

En el primer acto recrea la simbología bíblica del Génesis, la pérdida de la inocencia llamada "Edén", la "purificación en el fuego de la carne", para terminar convertido en víctima voluntaria en la piedra del sacrificio azteca, entre aleteos de guacamayas, quetzales y rugidos de tigres, bajo el amparo del Dios Luz y del Dios Agua.

Poesía sincrética, reúne bajo su código simbólico varios mundos, donde conviven el maíz y la eucaristía, el copal y los santos, el cempasúchil y los ángeles. Poesía caminante, que paradójicamente anhela el reposo del amor decisivo que lo ancle al lecho profundo de su mar interior. Poesía amorosa, que busca la aceptación y la rendición total en brazos del que quiere ser:
 

Soy el demonio que quiero ser (…)
yo demonio, yo hombre,
simplemente el yo
que me da el tú de tu boca.

Dime, ordena, esclavo de ti
quiero, me rindo.
Arranca mi corazón.


Su amor es postergación de la muerte, búsqueda del nombre primigenio, síntesis de todos los rostros amados.

El segundo acto transcurre en la ruta de los símbolos reiterados, con nostalgia de salmo y redondez de aforismo:
 

la manzana de tu pecho/aún escurre
por mi boca
hoy comenzó el día sin ti/y no terminó
tu boca, herida perfecta/cicatrizó en
mis labios


Poesía hecha de miradas, de palabras que más que decir el mundo, literalmente lo crean al mirarlo, con sus ojos acechantes de leopardo. Y aunque sólo vean la infinita noche borgiana y comulguen con la ansiedad del tigre enjaulado, las palabras se convierten en flores que, como las amapolas madrileñas, son "ese cuerpo exacto/donde la amapola nace y muere". Igualmente, las palabras floridas, flor y canto de nuestros ancestros, nacen, viven y mueren en sí mismas, como fugaces mariposas de "colores pulverizados/[que] iluminaron el azar".

Todo ocurre entre dos protagonistas, la boca y la lengua; de ahí nacen las palabras secas de la mente y las palabras húmedas de los besos:
 

mi boca ahogada, saciada, acuchillada
por el dulce puñal de tu lengua


Poesía sedienta y hambrienta de llenarse con el alimento primigenio: los nombres fundacionales, los nombres del otro que somos nosotros mismos, los nombres que llenan de sentido y orientación la carretera de miradas por la que viajamos, ciegos y hechizados por el verbo y por el tacto:
 

tocados mis ojos por tu mirada
la mañana de abril se incendió
en tu incendio


Como pez en llamas, paradoja del agua incendiada, el poeta en su condición de ser anfibio vive entre el agua y el fuego, entre la tierra y el cielo, entre la santidad y la desdicha, entre la esperanza y la resurrección. La vida se cobra su precio, ya sea el sacrificio del cordero o el tributo del tigre. Entre signos y presagios, luces y ángelus, el poeta escribe "desde el alba oscurecida/ala de cuervo sobre la palabra". Ya lo dijo San Juan de la Cruz: sin noche oscura del alma no hay alborada de garzas, ni cielo rojo ni caballos a galope. El nocturno del alba consiste precisamente en ese mes de mayo, "mes de párvulos, flores y de la Virgen María". María, como la Beatriz del Dante, puerta de la resurrección, anunciadora del alba.

En el tercer acto de esta puesta en escena, aparece el dolor de ausencia simbolizado por el infinito azul del mar griego –Mykonos–, lugar donde el amoroso se vacía, camina, llora, casi muere; la soledad quema al pájaro enloquecido en perpetuo vuelo, al tiempo que
 

una gaviota sigue llorando
en el lomo de un delfín


El poeta, en pleno proceso de transmutación alquímica, quiere transformar la noche en claridad, lo negro en blanco, mientras llega el momento de beber el oro rojo, el elíxir de la vida, el león solar. En la espera se conforta diciéndose:
 

no quiero tierra, no quiero cielo,
acaso, sólo, el roce de una paloma


El roce de una paloma, la brisa de la gracia, mientras llega el momento de la revelación total, cuando el poeta conoce el verdadero nombre del poema, mezcla de silencio, grito, palabra, trueno y murmullo, cuando por fin la voz del poeta reconoce "los instintos de [su] nombre".

Por favor, León, no mueras esta noche, ni ninguna otra, sin habernos compartido el secreto de tu nombre.




FICHERO
Los libros que llegan a nuestra redacción

Artes plásticas

• Retablos y exvotos, Solange Alberro, Elim Lugue Agraz, Michelle Beltrán, et al., Col. Uso y estilo, Museo Franz Mayer/Artes de México, México, 2000, 83 pp.

Caricatura

• La basura que comemos. Transgénicos y comida chatarra, Rius, Editorial Grijalbo, México, 2000, 159 pp.

Cine

• La realidad de un simulacro: el cine, Sergio Fernández, ilustraciones de Salvador Salazar, Serie Imcine, Editorial Conaculta, México, 2000, 412 pp.

Comunicación

• Internet, ¿y después? Una teoría de los nuevos medios de comunicación, Dominique Wolton, Col. El mamífero parlante, Gedisa Editorial, Barcelona, España, 2000, 253 pp.

Crónica

• Einstein. El gozo de pensar, Françoise Balibar, traducción de Manuel Serrat Crespo, Ediciones B, Barcelona, España, 1999, 143 pp.

Ensayo (literario)

• Conversaciones con Goethe, J.P. Eckerman, Conaculta/Océano, México, 2000, 579 pp.

• Efectos personales, Juan Villoro, Ediciones Era, México, 2000, 194 pp.

• Monte séptimus, Eduardo Luis Feher, Talleres SEI, México, 1986, 137 pp.

Entrevistas

• La palabra dicha. Entrevistas con escritores mexicanos, Gerardo Ochoa Sandy, Col. Periodismo cultural, Conaculta, México, 2000, 381 pp.

Filosofía

• Introducciones a la filosofía, Samuel Cabanchik, Biblioteca de Educación. Serie Temas de cátedra, Universidad de Buenos Aires/Editorial Gedisa, Barcelona, España, 2000, 202 pp.

Fotografía

• Héctor García. Fotógrafo de la calle, Dionicio Morales, Col. Círculo de arte. Fotografía, Conaculta, México, 2000, 63 pp.

Historia

• Historia de la matemática. Del renacimiento a la actualidad, Julio Rey Pastor y José Babini, vol. 2, Col. Hombre y sociedad/Filosofía de la ciencia /Historia, Editorial Gedisa, Barcelona, España, 2000, 230 pp.

• Los anales, Tácito, Conaculta/Océano, México, 2000, 497 pp.

• Los templarios, Piers Paul Read, traducción Gerardo Gambolini, Vergara Editor, Buenos Aires, Argentina, 2000, 399 pp.

• 1900-2000. Retos de futuro. Un siglo en imágenes, Michel Pierre, traducción de Juan Vivanco, Ediciones B, Barcelona, España, 2000, 192 pp.