La Jornada Semanal, 26 de noviembre del 2000 

Silvia Eugenia Castillero
el estado de las cosas
 
 

La historia triste de Excélsior
 
 
 
 

Silvia Eugenia Castillero escuchó de boca de su padre la historia del periódico Excélsior, “una verdadera cooperativa de trabajadores, una empresa forjadora de conciencias, de reflexión y de sentido crítico de su propia vida y de la vida de la nación. Generadora de genuina opinión pública”. Silvia Eugenia habla del golpe de 1976 y recuerda algunos aspectos de Los periodistas de Vicente Leñero. Publicamos este texto para que no se olviden los agravios a la prensa mexicana y para reafirmar nuestra fe en la inteligencia y en la bondad.





8 de julio de 1976. Tres de la mañana. Suena el teléfono, mi padre sale de casa rumbo al periódico Excélsior. Antes de partir hay en su rostro angustia pero a la vez un viso de esperanza. Desde mi recámara lo veo irse y perderse en la noche; enseguida mis hermanos y yo –asustados– rodeamos a mi madre. Ella nos explica que el grupo de Regino Díaz Redondo tomó las rotativas, que llamaron a mi padre, Marcelo Castillero, jefe de Relaciones Públicas, porque urgía su presencia. Por eso se encaminó para allá de inmediato. Al llegar encuentra que los talleres están invadidos de porros para no dejar pasar a nadie de la gente de Julio Scherer, pues Regino dio la orden de retirar la placa de la página 22 A donde saldría un desplegado de los colaboradores y articulistas interrogando al poder público el por qué de la agresión. En mi hogar se percibía un ambiente ominoso. Era como estar a la deriva, en espera de algo completamente incierto, con un dejo de mal presagio. Nadie hacía nada ese día en casa; inmóviles casi, cualquier ruido parecía un exabrupto; prohibido utilizar el teléfono, si sonaba había que ser lacónicos y rápidos. Sabíamos que en esos momentos se celebraba una asamblea extraordinaria, para aclarar los infundios e intrigas que los traidores habían proferido y difundido entre los socios. Sabíamos que se jugaba el destino de Excélsior. Alrededor de las nueve de la noche o tal vez más tarde, llegó mi padre derrotado; recuerdo sus lágrimas sobresaliendo de los anteojos. Entró, nos miró a todos congregados en el vestíbulo, se quitó el saco y dijo: "Se acabó." La sala de asambleas había sido copada por las huestes de Regino y anulada la capacidad de discusión democrática y honesta.

La siguiente escena en mi memoria, meses después, en otra madrugada, es mi casa desierta. Abro los ojos y me encuentro dormida en el suelo junto a los demás, los muebles habían partido y nosotros salíamos a la mañana siguiente a vivir a Guadalajara. Los acontecimientos no respetaron ni la unión familiar (algunos hermanos se quedaron) ni el calendario escolar (hubo que ingresar a otra escuela a mitad del año).

Durante los días de Excélsior veía poco a mi padre, sólo en las noches. No obstante, eso me bastaba para llenarme de fuerza, pues a la hora de la cena lo escuchaba contarnos sus actividades del día en el periódico, con tal pasión, que me transportaba a la esfera del mundo exterior, me infundía la necesidad de buscar más allá de los límites domésticos; me dotó de la capacidad para interrogar mi realidad y reflexionar sobre ella.

La historia de mi familia, así como la mía, transcurrió como cualquier otra, y no fue sino hasta hace unos días, a propósito de la destitución de Regino y sus secuaces de la cooperativa, cuando comprendí cabalmente la trascendencia social de aquel suceso que alteró el curso de mi vida.

20 de octubre de 2000. En algunos noticiarios radiofónicos se transmite la noticia de la caída de Díaz Redondo. Acudo presurosa a visitar a mi padre en su domicilio de Guadalajara para comentar este hecho jubiloso. Entonces escucho, como lo hice durante tantos años cada noche, una voz aún llena de pasión, mas ahora pausada y dotada de una gravedad que da la distancia, el tiempo, pero sobre todo la experiencia: "Para entender con claridad la importancia de lo que aconteció en Excélsior hace 24 años y cuatro meses, es necesario ponderar su significación, no sólo como la empresa más próspera e importante que editaba el periódico más influyente del país de aquel entonces. También por su relevancia en su organización social autogestiva. Era una verdadera cooperativa de trabajadores, y era además una forjadora de conciencias, de reflexión y de sentido crítico de la propia vida y de la vida de la nación. Generadora de genuina opinión pública. "

Excélsior, Cía. Editorial, nació hace ochenta y tres años. Fundada por Rafael Alducin en 1917, al encontrarse en quiebra, luego de la muerte de su fundador, hubo de entregar a los trabajadores el viejo y escaso equipo para cubrir los salarios que no se habían pagado hasta esa fecha. Los periodistas, 250 entonces, decidieron formar una cooperativa. Con su empeño, un menguado capital social, sin liquidez y con deudas exigibles que alcanzaban la cifra de 800 mil pesos, iniciaron el camino. Renació, hay que decirlo, con una mística de trabajo, de esfuerzo y sacrificio poco comunes. A ello se debió sin duda su rápido encumbramiento como el mejor periódico de México y la más próspera cooperativa de artes gráficas del país.

Culminó su ascendente carrera periodística y empresarial con Julio Scherer en la dirección y Hero Rodríguez Toro en la gerencia. Pocos meses después de haber tomado posesión como director, Scherer definió así el espíritu de Excélsior: "Con la mirada puesta en el México de hoy y de mañana, Excélsior cumple su misión de informar y educar. Presenta la realidad viva al margen de mitos e ilusiones y apoya lo que beneficia al interés general. Ustedes y yo, compañeros, estamos unidos por una fraternidad tan poderosa, tan fuerte, como la de la consanguinidad ¿O no somos hermanos aquellas personas que buscan los mismos fines, quieren las mismas cosas y afrontan día con día los mismos sinsabores, los mismos júbilos? Sigamos juntos como hasta ahora, o mucho más si cabe. Nos alberga una casa a la que no podríamos cambiar por ninguna otra y nuestro trabajo tiene, más que un contenido político, una razón moral: la lucha incesante por la verdad sólo comparable a un fenómeno de la naturaleza, imposible de ocultar, imposible de contener."

Excélsior era una familia de familias, pues ahí se entremezclaban el trabajo y la vida. Se amalgamaban las dos esferas principales dentro de las que se desenvuelve la existencia humana: la supervivencia y un proceso moral, espiritual, cultural, entendida la cultura como la creación de lo más fundamental del hombre, la interpretación valorativa que cada cual da a su vida. Y esa valoración se enriquecía con la convivencia. Era común ver al director tuteándose con el mozo y a su vez al mozo preocupado por los asuntos del periódico y los acontecimientos del país y del mundo. Así, se hacía patente el otro aspecto esencial de la cooperativa: su sentido educador. Sentirse –como dice Savater– "arropado por la voluntad de inmortalidad colectiva, enchufado a la dinámica social, que devuelve al individuo la plenitud de su deseo autoafirmativo, pero ya en cuanto destino personal". Es lo hermoso de un periódico: la actualidad nacional y mundial se penetra y penetra a todos, y en comunidad se comparte ese vívido proceso. Y todo esto se trasmina en el propio devenir familiar. Eso es cultura. En el periódico existía la autogestión democrática, todas las opiniones eran escuchadas. Por otra parte, uno de los más valiosos principios cooperativos es que cada persona constituye un voto en las decisiones internas, independientemente de la cantidad de acciones que posea.

Sin embargo, ante la prosperidad económica de la cooperativa, se diluyó la conciencia de la tarea moral y pública de la que éramos partícipes. A pesar de que en el departamento de Relaciones promovimos programas y actividades con la finalidad de forjar y reforzar actitudes que promovieran la responsabilidad social que ante México tenía nuestra empresa, estas iniciativas no fueron debidamente entendidas ni aquilatadas, pues nunca se dio relevancia a tal imperativo. El auge económico (los millonarios de Excélsior, nos decían) envileció a algunos elementos, quienes después constituyeron el caldo de cultivo que aprovechó el infiel Regino para promover el movimiento que culminó con la salida de lo mejor de la cooperativa. Esta es la historia triste de Excélsior.

El 8 de julio de 1976, un grupo de rufianes, ambiciosos y de condición vil, iniciaron la demolición de esta organización señera del periodismo continental. Pero también acabaron con el patrimonio económico y moral de más de mil trabajadores. Valdría la pena cuestionar ahora a esta caterva de cínicos, con las palabras que utiliza Vicente Leñero en su novela Los periodistas: "¿No sienten un temblor de la conciencia para responder a las preguntas de los hijos y de la historia? ¿Me escuchas?"