Jornada Semanal, 17 de diciembre del 2000



 

ANTESALA




Que siempre no. Este que ahora expira ha sido un año raro. Un año, en efecto, de transición: un periodo en debate, que nunca se resolvió: que si ya empezó el milenio y terminó el siglo; que si era el año cero o que no; que Nikito Nipongo nos regaña–como siempre, merecidamente– y nos dice que pongamos los dedos de la mano, los diez si los tenemos, y contemos empezando por el meñique de la mano izquierda hasta el meñique de la derecha. ¿Cuántos contamos? Una decena. ¿A quién pertenece el décimo dedo? A nosotros, si los tenemos completos; a un primo, una tía, un hijo, si corrimos con mala suerte. Ah, y claro, a la centena. El décimo cierra la cuenta, no la abre, hacia el siguiente periodo. Reconozcámoslo, aún seguimos en el siglo XX, aún no hemos rematado el milenio. Los medios, en su frenesí de vender y celebrar y volver a vender, nos impusieron una transición falsa. Así, hemos vivido una ilusión durante un año. Incluso los apocalípticos integrados dieron su voto útil, por decirlo así, y perdieron ganando. Igual pasó con los milenaristas, quienes desperdiciaron su sed de catástrofe apostando a un año que envejeció apresuradamente. Creyeron que habría un cambio radical, que el 2000 acarrearía los signos fatales de la transparencia y el cambio. El pueblo se exaltó al darse cuenta de que había adorado a un ídolo falso y lo había hecho con tal fervor que casi lo convirtió en verdadero.

L. Zarza ardiente. Un nuevo Profeta, mientras tanto, subía –ayudado por sus amigos– hacia la cumbre de la montaña. Tenía una cita ineludible con el Dior verdadero. Cerca de la cima se encontraba una cueva y en ella el puma López Zarza ardiendo absurdamente. En lugar de apagarlo, el nuevo Profeta escuchó con atención y tomó nota. Dejó pasar los alaridos, las mentadas de madre y las palabras de grueso calibre que se pronuncian en esas ocasiones. Se concentró en interpretar las aparentes frases inconexas, los bufidos y los gritos de ayuda. Así, elaboró las nuevas tablas de la Ley (que en realidad son las antiguas, pero que en el desmadre de la idolatría al Becerro de Oro, todos y todas las habían olvidado). Por fin, López Zarza se extinguió y ya sólo restaban los huesos por consumirse. El nuevo Profeta tuvo hambre (López Zarza había entrado en la fase taco al pastor), y sed. Decidió bajar pensando en dirigirse a Los Parados (primer error: todo el mundo sabe que el Tizoncito es mejor y más antiguo), en el descenso vio a una multitud que se apiñaba pidiendo nuevas reglas y a un Dior verdadero para adorar.

Las nuevas minorías. El nuevo Profeta se detuvo ante la muchedumbre, formada por la secta del Ángel de la Independencia, La Familia Teleguía y esa religión sin Dior que se hace llamar Los Guadalupanos –una minoría de 99 millones 999 mil 999 que había permanecido en las catacumbas del país, y que ahora surgía a la luz esperando oír La Neta de boca del nuevo Profeta–. Ante tal avalancha de fe, el Profeta compró dos horas en las televisoras (Prime Time, horario triple A, sábado antes de la final del torneo de invierno) y leyó. Y mientras leía descendió el Espíritu Santo en forma de paloma y ésta fue devorada por el águila mexicana que aterrizó en un nopal y se convirtió en el grupo Nopállica, y éste cantó su famosa rola “El don de lenguas” a la multitud para que pudiese entender la hermeneútica del mensaje sagrado. “Hoy, hoy, hoy” decía el primer mandamiento. “Ya, ya, ya” era el segundo. Y así siguió el nuevo Profeta, y no fueron diez sino como cincuenta mandamientos, promesas, buenos deseos, sentencias populares, burlas a los chaparritos, y un comercial de botas. Luego vino el 2 de julio y ya sabemos lo que pasó.

Transparencia fantasmal. Entre tanto, el año 2000 ha transcurrido en la incertidumbre. De tanta transparencia ya se está afantasmando. De tanto cambio ya vamos en quinta velocidad pero el carro no se mueve porque nadie se ha acordado de encenderlo, de echarlo a andar. Un poco aterrados, nadie se ha movido en dirección a La Tierra Prometida. Sólo Sari Bermúdez lo hizo y el mundo le cayó encima a palos. Se cumple así la profecía de que se levantará hermano contra hermano y el hijo contra el padre. (Y eso que Sari no hizo nada, sólo dijo.) Los sables andan desenvainados y parecen decir: “No importa quién me la debe sino quién me la paga.”

Despedida no les doy... Pero sí aprovecho este pequeño espacio para desearle a usted, lector(a) amiga(o) de tantos años o reciente pero entrón(a), una feliz Navidad. Si puede cene con los suyos, si no, recuerde que más vale solo que mal acompañado, y que siempre habrá un roto para un descosido. Le recomiendo a las parejas, a los individuos que forman una pareja, que ya no se separe o se divorcie este año. Ya no está de moda y siempre es triste y embarazoso para los amigos: lo dejan a usted con una pareja y tres meses después, cuando vuelven a verse y su amigo(a) le envía saludos a su compañero(a), resulta que usted se echa a llorar o pone cara de encabronado. Así pues, aguántese, el sexo no lo es todo, el tiempo es un suspiro, hay más tiempo que vida y la amistad es lo que cuenta. Si usted es amigo(a) de su pior es nada, valórelo antes de acelerarse. Este aporreateclas nomás quiere desearle que sea usted feliz también en Año/siglo/milenio Nuevo, y que 2001 sea su Odisea en el espacio.

Como dijo Octavio Paz: Postdata. El emilio personal de esta columna ha cambiado. Borre el rbeltran etecé, y registre en su lugar cgarciatort@ and so & so. Escríbame cómo pasó sus vacaciones, porque yo seguramente haré lo mismo. Amén.
 
 
 

CarlosGarcía-Tort

 
 
 
 
 

 

     
     

    VIAJANDO CON NEOLIBERALES
     

    El anchuroso y orondo señor Carbajal sigue construyendo, con paciencia faraónica, el tercer carril de la autopista Tepozotlán-Palmillas. Si tarda un mes más recibirá el premio Ramsés II, pues son ya muchos los años en los cuales cobra el peaje y no logra terminar la obra de ampliación, a pesar del esfuerzo desplegado por los catorce obreros que, de tarde en tarde, dan una aplanadita al tercer carril hipotético y luego lo dejan en paz para que puedan crecer las plantas con el bello desorden propio de los jardines italianos. El paso por Tepeji del Río, Polotitlán y Aculco nos remonta a los cincuenta, década en la que se construyó la entonces modernísima vía de velocidad. Ahora, con dos carriles deteriorados por el peso terrible de los trailers y con un carril lleno de piedras y de flores del campo, es un anacronismo notorio y, a veces, una trampa que los traileros diariamente convierten en mortal. Sobre este tema conviene preguntar a los señores encargados de las comunicaciones en el periodo gubernamental ya difunto, cuáles fueron las razones del desmantelamiento de los ferrocarriles. Se supone que los de carga se vendieron a empresas extranjeras, las cuales, naturalmente desconfiadas, no han hecho las inversiones necesarias y mantienen el sistema en un nivel de simple sobrevivencia. Mientras Europa y Estados Unidos perfeccionan sus ferrocarriles, México, con base en la idea de que no son mejorables, se ha olvidado de ellos. Una de las consecuencias de esta nueva torpeza neoliberal es el incontenible aumento del número de trailers en las carreteras (muchos de ellos son estadunidenses. Recuerden los lectores que uno de los aspectos más absurdos del imperfecto tlc es el del transporte de mercancías. Los trailers del otro lado entran al nuestro como Sam por su casa, mientras los nuestros no pueden ni asomar las trompas al paraíso carretero del Sacro Imperio). En sus terrenos juegan carreras, se lanzan como bólidos en las bajadas, ocupan el carril de rebasar en las subidas y, así me lo informó un especialista en estos temas, con frecuencia cada día mayor son responsables directos o indirectos de una serie de accidentes muchas veces mortales. La semana pasada vimos en las inmediaciones de Aculco uno de esos terribles accidentes: el coche intentó rebasar al trailer y éste se lo impidió. Hubo tres muertos y la compañía transportista movió a sus feroces leguleyos para que demostraran la inocencia del trailero y la imprudencia de los difuntos. Tal vez convenga recordar aquí que una buena parte de esos monstruos mecánicos pertenece a políticos de la nomenklatura priísta. Uno de ellos, el inefable profesor, dulcero, agrónomo, gobernador, jefe del Departamento Central, cacique, dueño y señor del Estado de México, de Tijuana y de otros cotos de caza, don Carlos Hank, fue propietario de la mayor parte de las pipas transportadoras de petróleo. Otros colegas suyos son también aficionados a coleccionar camioncitos con un ánimo freudianamente infantiloide (sádico-anales los angelitos).

    Otra perla neoliberal es la del rescate carretero. Pensé en este tema viajando por la impecable autopista que va de Maravatío a Guadalajara. Debe ser, junto con la de Acapulco, una de las más caras del mundo (los turnpike de Delawere y New Jersey son considerablemente más baratos) y, por lo mismo, está casi vacía y, como está casi vacía, no pueden mantenerla sus propietarios y, como no pueden mantenerla, el gobierno tiene que acudir en su auxilio. ¡Qué hermoso es el neoliberalismo! ¡Se la pasa ayudando a los ricos y olvidando a los pobres y miserables! Tienen razón sus defensores: nunca en la historia de la humanidad hubo sistema igual. Rescata banqueros, rescata dueños de carreteras, ampara a tratantes de blancas y tatemadores de clientes. Un verdadero modelo de justicia distributiva. Que el obispo Onésimo los bendiga y juegue al golf con los neoliberales. Para los pobres está el Teletón con reflectores de uno de los monopolios televisivos, están la beneficencia y la lotería. Nunca la justicia. No olvidemos a los graves politólogos que pontifican en contra del "obeso estado benefactor" y se olvidan de la bulimia padecida por los empresarios y banqueros del neoliberalismo. Son ellos, los intelectuales orgánicos del nuevo feudalismo, los solapadores de las tropelías de los piratas tecnocráticos.

    Otro aspecto notable de nuestro sistema carretero es la total libertad de expresión en materia de señalamientos y de informes proporcionados por los cobrones de las casetas. Intente usted, saliendo de Querétaro, llegar a la autopista Maravatío-Guadalajara. Al principio no hay problema, pues se va por camino seguro: Celaya, Irapuato y la desviación a La Piedad. Ahí empieza el desastre, pues en la caseta de Salamanca se nos informó que la salida era por Cuerámaro, cuna del padre de nuestra Independencia. Este ilustre lugar es muy suyo, como dicen los peninsulares descendientes de quienes cortaron la cabeza al ilustrado y masónico presbítero. Muy suyo porque la carretera, pequeñita y bachienta, llega allí y allí se queda. Otra pregunta y se nos dice que sigamos hasta La Piedad y preguntemos en la caseta del puente. No es necesario decir que en todo el trayecto no vimos un solo letrero de la autopista a Guadalajara (y luego se quejan de no tener clientes). Preguntamos en el puente y la respuesta fue preciosa: "Sigan hasta la desviación y verán el letrero de la autopista a la izquierda. No le hagan caso y váyanse a la derecha." Así lo hicimos y, pasando la desviación y sin ver letrero alguno, continuamos por un horrendo bulevar viendo las señales de la antigua carretera a Guadalajara (Degollado, el alburero Ayo, Atotonilco, etcétera, hasta llegar al monstruo de Occidente). Comenté con Ángel Segura la situación y encontramos que lo mejor era preguntar a una persona del rumbo y ponernos en sus manos. A punto de seguir rumbo a Degollado, nos detuvimos y preguntamos a un señor que acababa de estacionar su camioneta frente a una fonda caminera y él nos orientó. Las instrucciones fueron estrambóticas y, por lo mismo, exactas (Lucinda sugirió seguirlas sin crítica alguna). Así nos dijo: "Sigan las señales que indican el camino a Yurécuaro, pero no entren al pueblo. Giren a la izquierda (los letreros de la autopista brillaban por su ausencia) y sigan hasta Los Charcos. No hay señales, pero síganle y se van a encontrar con la autopista." Así lo hicimos y, efectivamente, nos dimos de bruces con la elegante "súper" Maravatío-Guadalajara. Entramos en ella y empezamos a pagar. El asunto salió a peso por kilómetro y, ya sin problemas y pasando por la insigne birriería de don Pedro (está en la salida a Tototlán) llegamos a la antes perla y nos hundimos en sus baches rumbo al centro del ahora monstruo de Occidente.
     
     
     
     
     
     

    Hugo Gutiérrez Vega