Jornada Semanal, 17 de diciembre del 2000 


Ana García Bergua


La vida ordenada
 

Un hombre llega a visitar a sus tíos y a su primo, más joven que él, en una ciudad lejana, y descubre que el departamento que habitan ha sido cortado por la mitad. Una pareja quiere rentar el departamento de unos hermanos alemanes, pero antes tiene que asistir a una fiesta donde ocurren ciertas cosas. Un hombre llama a unos amigos de la infancia, y al no encontrarlos se le ocurre visitar a la madre envejecida. A mitad de una celebración familiar, tras una pelea con su mujer, el miembro más despreciado de una familia se va, pero luego regresa a buscar sus llaves y todo ha cambiado. Un joven va por las tardes a estudiar a la casa de un amigo, que tiene un cuarto cerrado y una pecera. Un hombre sale de la cárcel poco después de haber heredado de su madre un departamento al que no quiere entrar, y busca la foto de su antigua novia. Los cuentos que componen La vida ordenada, el último libro de Fabio Morábito (Tusquets, 2000) comienzan todos con una situación trivial; ésta da paso luego a raros enigmas que llenan de inquietud al lector. ¿Qué clase de arreglo tendría que hacer una familia con sus caseros para llegar al extremo de vivir sin baño? ¿Qué pasa entre una mujer de edad y un hombre joven que ponen juntos el árbol de Navidad?, o ¿qué pasa si alguien decide dejar descolgado el teléfono y organiza una fiesta cuando toda la familia espera una llamada del hospital? ¿Qué le ocurriría a una pareja que asiste con su bebé a una fiesta de guapos, altos, rubios y fornidos alemanes? ¿Qué significan los ratones y la luna en el departamento al que el ex convicto no quiere entrar, y las explicaciones de la señora Consuelo, que le parece siempre tan inteligente? ¿Qué espíritus chocarreros pueden trastocar el carácter de las gentes y darle una rara vuelta a su vida? Estos cuentos rozan con exactitud de cirujano el linde en el que las piezas que componen una realidad se acomodan de manera distinta y la transforman en otra cosa. Su personaje principal, especie de narrador con un carácter similar en todos ellos –de hecho en dos de los cuentos se llama Antonio–, es siempre víctima de una curiosidad que lo lleva a indagar en los detalles de las situaciones, lo que pareciera abrir en ellas grietas insospechadas que justamente trastocan el orden de la vida. Detrás de las puertas cerradas de la vecina del departamento, la de la casa de la pecera, la del departamento de los alemanes donde el narrador ha soñado (¿o será cierto?) que había una orgía, la del departamento al que el reo no quiere entrar, o tras una melodía tocada al unísono en el piano con la madre de un amigo, habitan muchas veces el aguijón del deseo o la daga del dolor que se le clavan a ese personaje siempre guiado por pistas muchas veces falsas, cuya labor de descubrimiento entorpecen y azuzan a la vez las pequeñas cosas de la vida, los actos y gestos de los otros, entretejidos con sus propios recuerdos, sus conflictos y sus deseos.

No son cuentos propiamente fantásticos, pues la realidad, al transformarse en ellos, no deja de ser del todo real, y aunque tienen un sesgo policiaco, una malicia un poco jocosa por parte del narrador que ayuda a espolear la lectura con esta serie de pequeñas preguntas, pequeñas afirmaciones, intrigas y curiosidades, las revelaciones que de ellas se desprenden no son categóricas ni climáticas del todo: más bien nos hablan del comportamiento humano, de las razones de cada quien para establecer reglas determinadas en su vida, o para rebelarse súbitamente ante ellas, que a los ojos de un extraño resultarán siempre enigmáticas e incluso abismales. Estos relatos de Fabio Morábito son en realidad estudios muy minuciosos de carácter, y a la vez, dentro de los límites estrechos que la propia realidad cotidiana impone, abren en las posibilidades de sus tramas sesgos verdaderamente sorprendentes. 

La vida ordenada se parece poco a lo escrito anteriormente por Fabio Morábito, en el sentido en el que la narración pareciera estar despojada de todo artificio estilístico, de todo lenguaje mínimamente poético. El lector tendrá la impresión de que en ellos ha quedado eliminado todo aquello que pudiera oponer resistencia al flujo de la narración, como los nadadores que se rapan la cabeza y buscan la lisura en sus trajes, sus aditamentos. De igual manera, el trabajo de escritura de estos cuentos parece ser de desnudez, de dejar lo indispensable, de borrar el adorno; aun así, el misterio subsiste o peor aun, se hace más profundo, porque la mirada que guía las acciones es sumamente detallista, cuidadosa, y el ritmo límpido de la prosa no hace sino guiar a la lectura. Se suele decir que el trabajo mejor hecho es aquél que no se nota. En este sentido, al renunciar a todo adorno estorboso en el estilo, Fabio Morábito ha alcanzado la maestría, logrando esta urdimbre invisible y sumamente eficaz, que permite que en estas historias aparentemente despojadas de artificio, totalmente pulidas y descarnadas, palpite, más viva y más desnuda que nunca, la literatura.
 
 





LA JORNADA VIRTUAL
 

Naief Yehya

Huellas de la (contra) ciberinsurrección


Voces digitales reaccionarias
Es cada vez más evidente que el consumismo, la corporativización, la frivolidad y el activismo de la derecha radical se están apoderando de la red. Internet no es algo diseñado con la idea de que se convirtiera en una especie de tianguis planetario ni de que fuera una máquina de vigilancia y control, ni mucho menos para que el Ku Kux Klan y demás grupos racistas, fascistas y neonazis la usaran para organizarse internacionalmente. Hemos escuchado decenas de veces las ciberepopeyas de grupos revolucionarios que usaron la red para comunicar su mensaje, como los zapatistas, los estudiantes serbios que desataron la revuelta que concluyó con la derrota de Milosevic o los activistas que organizaron las manifestaciones en contra de la Organización Mundial del Trabajo hace un año en Seattle. Lamentablemente, el medio que se suponía el emblema mismo de la libertad de expresión se usa cada vez más para la propaganda, el mercantilismo voraz y la diseminación de prejuicios. Al tiempo que se multiplican los sitios que promueven ideas racistas y que se vuelve más fácil localizarlos mediante los buscadores más populares, se plantea una serie de problemas legales que amenazan el flujo de la información electrónica. Por ejemplo en Francia, Alemania y Austria, donde está prohibido ofrecer materiales nazis así como incitaciones a la violencia, el portal Yahoo ha sido objeto de demandas y multas a pesar de que sólo sirvió como conducto para ese tipo de información. Mientras por un lado no es deseable que las empresas que ofrecen servicios de internet se tomen la libertad de censurar materiales, páginas, clubes y grupos de discusión, resulta perturbador ver cómo organizaciones de extrema derecha crecen, se organizan y difunden sus mensajes con eficiencia. La red se ha convertido en la tribuna preferida de miles de predicadores del odio, que emplean con habilidad recursos de marketing para alimentar la eterna paranoia conspiratoria, para condimentar su resentimiento y para pregonar su eterna estigmatización de lo otro. Por lo menos en Estados Unidos algunos de estos grupos son subvencionados y controlados por organizaciones conservadoras y religiosas multimillonarias como la célebre Heritage Foundation, fundada en 1973 por Joe Coors, el heredero de la fortuna cervecera. Internet le ha dado la oportunidad a cientos de pequeñas organizaciones extremistas de extender su influencia y crear redes nacionales e internacionales de conversos para las cuales el factor de la geografía ha dejado de ser importante. 

La amenaza sindical

Amazon.com, una de las empresas más grandes y con mejor prestigio de la red, optó recientemente por dos políticas que seguramente transformarán la manera en que la percibimos. Por una parte, cambió su política en cuanto a la protección de la información de sus clientes: a partir de este verano la empresa se reserva el derecho de vender o cambiar la información de sus clientes y esto incluye sus gustos literarios, intereses y dinero gastado en libros y demás productos. Pero aún más inquietante resulta la campaña que Amazon está lanzando en su página interna del web destinada a combatir los esfuerzos de algunos de sus cinco mil trabajadores para organizarse en un sindicato. Mediante un hilarante artículo titulado "Razones por las que un sindicato no es deseable", la dirección de Amazon explica los peligros que representa un sindicato (como fomentar la desconfianza, crear una actitud negativa, hacer creer a los empleados que son intocables, promover diferencias entre empleados y supervisores) y ofrece tips a los supervisores para detectar si sus subalternos planean sindicalizarse ("si hablan en voz baja y se callan cuando usted se acerca" y si hay un incremento de quejas y una agresividad creciente).

La reconversión de Napster 

El primero de noviembre, la empresa que se había convertido en el símbolo mismo de la ciberinsurrección en contra de los intereses corporativos, Napster, llegó finalmente a un acuerdo con una de las cinco empresas disqueras que deseaban destruirla: aceptó cambiar su política de permitir a cualquiera copiar música de manera gratuita de los discos duros de otros usuarios de Napster. Esta empresa acordó con bmg que cobrará una tarifa a los casi cuarenta millones de usuarios, prometió que se convertiría en una empresa rentable y que pagaría regalías a las megadisqueras. De esa manera, al no poder exterminar la tecnología para compartir archivos de música o video, las corporaciones han encontrado la manera de apropiarse de ella y por lo menos temporalmente controlar el flujo de sus productos por la red. En año y medio de existencia, Napster no generó ganancias, pero se convirtió en un fenómeno que puso a temblar a las industrias del entretenimiento y a ciertas estrellas del rock. Tras meses de enfrentamientos hostiles entre las disqueras y Napster, la empresa fundada por Shawn Fanning terminó llegando a un arreglo que será considerado por muchos como una traición, ya que para miles de usuarios de Napster parte de la fascinación de este sistema radicaba en su naturaleza semiclandestina. 
 
 
 
 

Carlos López Beltrán

    Lo que dijo el hombre en el café 
    del museo de la luz
     

    "Se ha dicho ya. Los verdaderos sacerdotes de nuestros días son los científicos, y entre ellos los que parecen tener el diálogo trascendente con los dioses de las causas primeras son los físicos de los fundamentos. Teóricos y experimentales. Unos rompen en añicos trozos cada vez más minúsculos de materia y tamizan con detectores las patadas que dan las fuerzas primarias después de que se les rascan los resortes más íntimos. Buscan conocer los ladrillos de todo. Otros tejen mallas de cálculos para ‘tocar con la mente’ los cauces de las causas que manejan los titiriteros ocultos. Quieren construir la teoría de todo. No sabemos si llegarán, pero no es desmesurado decir que ellos, y sólo ellos, tienen alguna pretensión aún vigente de estar atisbando ciertas verdades, si tuviera sentido la frase... 

    "Los demás, científicos y no, trabajamos con apariencias, orografías, superficies, que recortamos, localizamos, tramamos, con manos, ojos, conceptos tentativos. Inventamos zonas de exploración según preguntas caprichosas que heredamos y transformamos cada día, y que sólo en parte y de lejos dependen de la materia y sus caudales, pues entre ellas y nuestros quehaceres median las arenas del azar, las hordas de la incertidumbre. En nuestros juegos de verdad, en los mejores digo, no todo se vale y conseguimos amaestrarnos unos a otros para obtener los peces, la cosecha. Pero los caminos no están predeterminados y podemos tejer la canasta de la objetividad de maneras múltiples. Los amortiguamientos de las causas que producen los infinitos números podemos arañarlos con la estadística, y nuestra mejor herramienta es opaca; se llama probabilidad. Balanceamos siempre la incompletitud y la vaguedad. Los hechos se nos vienen encima como meteoros y nuestra meteorología será siempre una colcha de retazos incompleta. 

    "A fin de cuentas, ¿qué es un terremoto sino un vuelco que nos mueve el piso y nos cimbra el alma?, ¿qué una marea sino un tropel líquido halado por la luna?, ¿qué el gran diluvio sino la tibieza que nos amenaza? Podemos ponerles rubros, rostros, y decir cómo y cuándo volverán algunas cosas (cometas, guerras). Nos consuela la sensación de control. Mas todo lo que llamamos ciclo no es sino hábito, abrigo, ceguera parcial... 

    "Sí, sí... la historia singular de la roca donde vivimos es una anécdota en el devenir del todo. Y la biología y la historia y la literatura y el arte: modos de trazar parcelas en un teatro, con luces y sombras, gestos y sonidos. Siluetas sólo interesantes, en verdad, para nosotros, para unos pocos de nosotros. La estrategia de especializarnos, trazar cotos, erigir dominios, para conocer poco, y poco a poco, nos funciona. Como antes nos funcionó cazar en grupo, fundar tribus, errar por la tierra, fundar civilizaciones. Cambiamos de costumbres y de saberes. Y de costumbres en los saberes. Adecuamos nuestros ojos, manos, imágenes del mundo para mejor vivir. Cambiamos de sentido hasta de lo que es ‘mejor vivir’. La estrategia sirve pues reconoce lo cortos, lo amputados que estamos. 

    "Así que no hablemos de verdad o reconozcamos que la verdad es aquello que se ajusta a nuestras esperanzas, a nuestros juegos de probabilidad y las creencias que fincamos en ellos honestamente. La honestidad es anterior a la verdad. Y ahí no son diferentes los científicos, no lo son los físicos de lo básico, de los demás. Limitados como todos en sus ventanas y sus puntos de mira. Ya se ve cómo hasta ahí puede palidecer esa palabra venerada, verdad....

    "Mientras más descubrimos sobre nosotros más increíble nos parece que tengamos la capacidad de descubrir. Es la serpiente del saber mordiéndose la cola. Al conocer las limitaciones oceánicas del cerebro y sus ventilas (que al parecer nos dieron el azar y la sobrevivencia no azarosa ‘para’ confrontar los avatares de las llanuras prehistóricas) más asombroso resulta que, al menos algunos de nosotros, lo puedan estar usando en estos días para asomarse a dimensiones tan endiabladamente fantásticas como las de la cosmología o la física fundamental. Que se insista tanto y tan imaginativamente en trasladarse a un sitio que no nos corresponde: el ‘punto de vista’ de la naturaleza (o del titiritero que la mueve). La tarea se antoja tan pasmosa como fútil. ¿Qué puede dar el entintado producto de un cerebro acotado, con insumos incompletos y capacidades tan débiles de cómputo, salvo siluetas, polvaredas? Aceptemos, con Aristóteles, que nunca nos será natural tal sitio. Cuando creemos brincar hacia él saltamos en un rizo en el rizo hacia el sitio de partida, la ignorancia. Iluminada si se quiere por el recorrido, y adecuada a nuestros fines legítimos. No la certeza, la apuesta honesta. No la verdad, la conversación con el misterio."
     


Muerte de Atila (I)


 
    Todo en Atila es prestigio de ferocidad y destrucción. Esto es, leyenda. Ni siquiera sabemos cómo se llamaba. La voz "Atila" parece sobrenombre, aclaran los eruditos, pues quiere decir, en godo, "padrecito". (Como el batiuska de los campesinos rusos que Becerra Acosta, aficionado a Dostoievski, gustaba de usar al dirigirse a los meseros viejos: "Otro gin tonic, batiuska.") Pero conservamos nombres del entorno de Atila. La fonética del huno sonaba rara a bizantinos y romanos y transcribían los nombres de diferentes maneras. He aquí una muestra de estos resonantes nombres: el viejo jefe de las hordas se llamaba Uldín (ignórase el parentesco que lo unía a Atila), heredó el mando Rugila (o Roga o Roilas), tío de Atila. El padre de nuestro caudillo se llamó Munzuc (o Mundiuch). El hermano mayor, con quien compartió en diarquía el poder, se llamaba Bleda; murió oportunamente asesinado. Y finalmente, el hijo mayor llamóse Ellac.

    Y no sólo Atila, su pueblo entero, los hunos, es oscuro, enigmático. Su origen lo discuten los etnólogos. Su cultura no se alcanza a perfilar con nitidez. Pareciera que brotan de la nada, como demonios iracundos, destruyen y vuelven a la nada.

    No es así, por supuesto. Su compleja cultura debió ser la propia de un pueblo nómada y guerrero (como algunas tribus pieles rojas de Estados Unidos, para dar una idea). Un solo ejemplo: en Francia, en el campo de batalla donde los hunos fueron derrotados por las fuerzas romanas y germanas comandadas por el gran Aecio (que hablaba con fluidez el huno; los conocía bien, por eso pudo derrotarlos), los arqueólogos han hallado unas famosas vasijas hunas con asas en forma de hongo. Ese tipo de vasija constituye la mejor pista acerca del origen huno. No se halla en Asia, pero sí al norte de los mares Negro y de Azov, y en Rumania, Bulgaria, en la vieja Panonia (Hungría). Ahora bien, el motivo del hongo no es casual y remite a la amanita muscaria, hongo muy venenoso que contiene entre sus ingredientes bilocibina, agente alucinógeno bastante activo. Es muy probable que ese hongo sea la planta de la que se extraía el soma sagrado, la poderosa bebida mencionada en los Vedas de la India. Se piensa, pues, que los hunos consumían también este alucinógeno en sus rituales religiosos o, tal vez, antes de entrar en combate. Más de eso no se sabe, pero se sigue indagando. Ahora, el consumo de este hongo distingue a este grupo de pastores de otro próximo etnológicamente que consumía, en rituales, quién lo diría, cannabis indica (la popular marihuana). Cosas así discuten los sabios etnólogos al hablar del origen de hunos.

    De Atila está bien averiguado que fue un político ambicioso y astuto, no un loco furioso. Su red de espionaje, por ejemplo, tenía infiltrada hasta la más alta cúpula de la compleja burocracia bizantina. En la representación legendaria y consabida, nadie se imagina al Azote de Dios como un sutil Le Carré de los servicios de inteligencia. Pero eso era, entre otras cosas, porque, como escribe Gibbon, "los efectos de la valentía personal son tan poca cosa, excepto en poemas y novelas, que la victoria, aun entre los bárbaros, debe depender del grado de habilidad con que las pasiones de la multitud se combinan y encauzan para el servicio de un solo hombre". Este "grado" debió llegar en Atila, como en Bonaparte, por ejemplo, a extremos de virtuosismo delirante.

    Pocos personajes históricos hay más rotundamente teatrales que Atila. Porque los comportamientos de la gente frente al poder absoluto, y sin leyes, que da y quita la vida, son siempre fascinantes. Recuérdese, por ejemplo, que Atila figura como personaje en el Cantar de los nibelungos (la bola de festivos borrachos que asistíamos a la cantina El Nivel, dicho sea al pasar, la más antigua de la Ciudad de México, en la calle de Moneda, frente a Palacio, nos hacíamos llamar así, los Nibelungos; Pancho Liguori fue, de seguro, quien puso el mote). Atila aparece en el poema bajo su nombre germánico, Etzel, y es él quien consuma la venganza de Crimilda, en la segunda parte del cruento poema. También figura el rey ostrogodo Teodorico de Verona, bajo su nombre germánico Dietrich von Bern.

    Un último comentario general. Observa Mario Bussagli, erudito a quien saqueo como huno en estas notas (Atila, Alianza Editorial de Bolsillo núm. 1341), con sutileza, que la ferocidad de los hunos provenía de que eran grandes y muy experimentados cazadores (como suelen ser los nómadas) y aplicaron esa habilidad a la caza del humano, actividad que realizaban con la frialdad y extrema destreza que caracterizaba todas sus cacerías.

    Esa atlética frialdad y esa destreza hicieron decir a San Jerónimo: "ni aunque tuviera cien lenguas, cien bocas y una voz de hierro podría resumir todos los sufrimientos" que los hunos causaron a las desdichadas tierras que invadieron, "yendo de un lado para otro en sus veloces caballos". (Continuará.)