JUEVES 28 DE DICIEMBRE DE 2000

Sergio Zermeño

Poder académico vs poder burocrático
 

la unam tiene una deuda muy grande consigo y con la sociedad. Ha prometido la celebración de un congreso para reformarse de manera efectiva, y no como hace diez años, con los engaños que nos condujeron a las luchas fratricidas (o casi) que aún estamos sufriendo. Al mismo tiempo, los universitarios sabemos que en las posiciones actuales los "actores del drama" seremos incapaces de saldar esta cuenta. El problema es que, para decirlo con una imagen, ningún organismo puede reconstruirse si no se centra en sí.

Reconstituirse, rencontrarse, reformarse es imposible si las fuerzas imperantes están relacionadas con lógicas externas y hasta centrífugas. Un organismo es también su entorno, qué duda cabe, pero si se desgaja, por un lado, debido a las exigencias del mercado y de la empresa, de la competitividad para conseguir recursos en la lógica global, y se desgaja también, por el otro, yendo a buscar, dándole cabida en el campus o hablando en nombre de los excluidos, de las masas de la pobreza creciente, de los movimientos urbano-populares, indígenas... entonces la universidad no enfrenta y coloca esos desafíos como problema, sino que se subsume en ellos, pierde su función y su sentido. Es igualmente disruptivo que los institutos de ingeniería se dediquen a hacer perforaciones en serie para cuestiones hidráulicas o sísmicas, que los institutos de ciencias sociales se dediquen a los sondeos de opinión en serie para clientes políticos (por más recursos que eso les genere), como también el hecho de que estudiantes y profesores se desborden hacia el medio popular organizando la protesta globalifóbica o abriendo las puertas de los edificios universitarios para albergar a las organizaciones populares y pelear juntos en contra de los dominadores (rectoría, la bolsa, la embajada, Los Pinos, los partidos...). En ambos casos, se generen o no recursos, la universidad se desgaja, porque va a enfrentar a sus más caros actores en su seno.

Pero entonces debemos regresar al origen del problema: ¿qué es lo que nos ha conducido a este estallamiento, a esta división, a este debilitamiento? La ignorancia de las burocracias de la globalización que creyeron que los productos de la educación superior son separables de quien los produce; que los académicos son prestadores de servicios y que si no cumplen con las exigencias del contratante se les despide y se coloca en su lugar a alguien que sí cumple con lo ordenado. Pero, ¿quiénes son los contratantes y de dónde vienen las órdenes para los contratados? Pues resulta que en la voz universidad quienes construyen esas órdenes son ni más ni menos que aquellos a quien se quiere supeditar.

Durante un periodo este malentendido pareció funcionar y lastimó a todas las universidades del mundo, particularmente a las nuestras, tensionadas entre el mercado y la pobreza. Pero al doblar el siglo, las universidades están recomponiendo sus orientaciones, se preguntan por su identidad, por su integridad y, si hacemos caso a la sociología europea, estamos llegando a lo inevitable: la batalla de nuestro tiempo en las universidades, en la educación superior, en los aparatos de cultura, se está dando cada vez con mayor claridad entre el poder burocrático y el poder académico. No se trata del gran científico contra el gran administrador. En realidad se trata de dos posicionamientos: hay muchos científicos, médicos o humanistas de gran reconocimiento curricular que se han posicionado burocráticamente y responden a una estructura vertical que hoy responde a la lógica global y en esa medida centrifuga a nuestra institución. Hay también muchos profesores de gran nivel que desprecian a sus colegas por no posicionarse del lado del pueblo.

Entendámonos bien: no es que la universidad no deba estar ligada a los problemas de la pobreza extrema o a las demandas de la administración empresarial u otras, pero si los estudiantes y los profesores van al barrio como activistas y no como profesionistas (proponiendo una nueva traza urbana que evite tales conflictos vecinales o rencauzando la acción juvenil evitando la delincuencia...), la universidad se desgarra. Que haga política quien quiera, pero no como extensión universitaria; que trabaje con el empresariado quien pueda, pero no como vocación de la universidad. Para ir hacia el congreso universitario hay que reencontrarnos, y el único camino es devolviéndole el poder a la academia; sin ese centro no hay universidad. A este respecto el CGH cometió los mismos dos errores del poder burocrático: pensar que los académicos eran sus adversarios y pretender que el valor de un universitario depende de su activismo político al lado del pueblo (o del empresariado, se diría en el otro extremo).