JUEVES 28 DE DICIEMBRE DE 2000

Samuel Schmidt

El uso de los símbolos

el mexicano, desde la colonia, ha montado un ataque inmisericorde en contra de los políticos y la política. Utiliza muchos instrumentos para conducir esta guerra, y éstos comprenden resistencias activas, como manifestaciones y guerrillas, y resistencias pasivas, como el abstencionismo electoral y el ataque a los símbolos.

No hay presidente que se libre del humor. Tarde o temprano recibe con una gran carcajada la crítica de sus errores y de los aspectos negativos de su gobierno.

El político es vulnerable al humor, porque no hay uno que no desarrolle un cierto grado de megalomanía, que sueñe en la forma como pasará a los libros de historia, y sienta, con razón, que el chiste empaña su imagen. Y mientras más errores comete, más se ensaña la sociedad y más cáustico se vuelve el chiste. La gestión política alimenta el ingenio popular y da materia para la mofa, y ni los gobernantes totalitarios pueden contener esta avalancha satírica que rescribe la historia. Hay historiadores que no registran esta opinión societaria, pero la opinión pública ha hecho justicia.

Hay chistes que se basan en la imagen física, como los de Díaz Ordaz o Salinas; hay los que se centran en la edad, como los de Ruiz Cortines; hay los que se basan en el comportamiento moral, como los de López Portillo, y hay los que hurgan en la vida personal simplemente para zaherir, como los de Vicente Fox.

El humor no solamente se centra en la personalidad, sino que alarga su ataque hasta los símbolos políticos, porque éstos representan el marco sobre el que los políticos montan sus abusos. Uno escucha versiones distorsionadas del himno, burlas al escudo nacional y chistes a los héroes. Cuando esto sucede, la sociedad muestra su desencanto con la historia. La sociedad parece utilizar este privilegio transgresor, porque le sirve para enviarle mensajes a los gobernantes y decirles lo que es necesario corregir. Por eso es preocupante que los gobernantes se vuelvan transgresores, porque cuando lo hacen, es para modificar los símbolos para que les sirvan a ellos.

Vicente Fox y su gran audacia lo llevaron a ganar la elección utilizando un lenguaje en ocasiones soez, que le mostraba a la sociedad que sería un político distinto. Fox era un político antipolítico que sobajaba a sus contrincantes, llevándolos a una confusión tal, que no hallaban cómo defenderse. Pero se cuidó mucho de no lanzar sus puyas contra los símbolos nacionales. Cuando enarboló el estandarte con la Virgen asumió varios discursos: se puso del lado de Hidalgo y canceló la posibilidad de que se le atacara de gachupín por su origen español; se equiparó al iniciador de la guerra de independencia convirtiéndose en parte de la metáfora libertaria, y se puso del lado de la gran mayoría de los mexicanos que profesan la fe católica. Enfrentaba el principio de separación entre Iglesia y Estado, pero en cambio eliminaba la distancia -muchas veces hipócrita- que habían establecido los políticos con la sociedad.

Hasta aquí se veían aciertos y una osadía a la que no estábamos acostumbrados. Pero de allí a modificar el escudo nacional para crear su propio símbolo hay una gran distancia.

Ya se ha vuelto común que los gobernantes creen su propio logotipo. Esto muestra la pretensión de personalizar a la institución y hacer que el país gire alrededor del presidente.

El escudo nacional sintetiza los símbolos nacionales y por eso debe acompañar al presidente a todos lados. La pretensión megalomaníaca de el Estado soy yo es lo que provoca que intenten construir una identificación de su persona como representación del Estado, cuando debería ser todo lo contrario.

El jefe de Estado recibe, temporalmente, para defender, la representación/conducción de los intereses más amplios de la nación, incluyendo el resguardo de los símbolos patrios. Es muy perturbador que desde la oficina presidencial se dé una manipulación de los mismos, sosteniendo una campaña publicitaria innecesaria en un régimen democrático. Gastan para demostrar que hacen para lo que les pagamos que hagan. Fox ha prometido una administración republicana. Hasta ahora, por lo que toca a lo simbólico, ha fallado. Si él cree que estos símbolos son obsoletos puede usar el peso de la voluntad presidencial para promover su cambio, y que utilice los medios políticos que quiera, pero no se puede brincar este proceso.

No abogo por un patrioterismo barato y mucho menos por valores nacionalistas anacrónicos. Pero no hay gobierno que se sostenga sin el consenso societario y éste se logra, entre otras cosas, por la construcción y renovación sistemática de los valores nacionales y los símbolos patrios. Bastante tiene en sus manos el presidente Fox para cambiar a este país, poco servicio le hace a su cruzada y al país, buscar elementos de roce y discusión innecesarios que solamente llevan a agriar el panorama político.

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