JUEVES 28 DE DICIEMBRE DE 2000

 


Ť Orlando Delgado Ť

Nuevos salarios mínimos: misma concepción

Entre los múltiples compromisos establecidos durante su campaña electoral, el presidente Fox planteó la necesidad ineludible de crear un millón 300 mil empleos anuales y mejorar inmediatamente los salarios reales; en los debates polemizó con el candidato del PRI en estos aspectos, refrendando su objetivo de crecer a 7 por ciento, para poder lograr las metas de empleo y aumentos reales a las remuneraciones. Tan pronto empezó el largo proceso de transición entre la elección y el cambio de gobierno, el equipo económico de la nueva administración reconoció que en los primeros dos años no podría alcanzar el crecimiento planteado, lo que impedía lograr los empleos necesarios para absorber el crecimiento de la fuerza de trabajo; en materia salarial fueron más lejos, al señalar que no habría promesas populistas y que los aumentos se darían conforme creciera la productividad.

A unos cuantos días de haber tomado posesión el nuevo gobierno se han establecido los nuevos salarios mínimos, con un incremento promedio de 6.99 por ciento y de 6.5 para la zona A, en la que se encuentra el Distrito Federal. El criterio para otorgar este aumento de 2.45 pesos diarios no ha sido el deterioro de las remuneraciones reales, que antes del aumento acumulaban más de 75 por ciento respecto a lo que se percibía a principio de los 80, sino la meta de inflación propuesta. Este criterio, pregonado desde hace años por la tecnocracia priísta, ahora es avalado en los hechos por la nueva tecnocracia: los incrementos a los salarios son cruciales para confirmar a los agentes económicos que las expectativas de inflación tenderán a aproximarse a la meta señalada.

Esta concepción ubica a los salarios, particularmente a los mínimos legales, como una de las anclas del proceso de reducción del ritmo de crecimiento de los precios; por eso, los ajustes se hacen con base en la inflación esperada, lo que en condiciones de reducción de la inflación, necesariamente implica un deterioro de su capacidad adquisitiva. Deterioro que equivale exactamente a la diferencia entre la inflación esperada y la observada: si se hubiesen aumentado los salarios mínimos con base en la inflación observada, el incremento hubiese sido de 8.7 por ciento, lo que significaría que las remuneraciones habrían sido iguales en términos reales a las de 2000; al hacerlo de acuerdo con la meta, esto es, la inflación esperada, se pierden dos puntos porcentuales.

La nueva tecnocracia foxista mantiene el mismo credo neoliberal que otorga un papel inverso al comportamiento de las tasas de interés y a los salarios, en el mecanismo de formación de los precios: para ellos, aumentar la tasa de interés para todas las operaciones activas de la banca no tiene efectos sobre los precios, pese a que significa un incremento en los costos derivado de un precio mayor del dinero, en tanto que cualquier elevación salarial por encima de la meta crea una presión extraordinaria que, tarde o temprano, se traducirá en que los precios se alejarán al alza de la trayectoria esperada.

La experiencia reciente (1999-2000) sugiere que dada la apreciación del tipo de cambio, provocada por la mejoría de los precios del crudo, ha sido posible que los salarios contractuales se incrementen claramente por encima de la meta inflacionaria, al tiempo que los precios se elevan menos que lo esperado. El flamante secretario del Trabajo lo reconoce, al advertir que los aumentos contractuales promedio en el trimestre que está por concluir han sido ligeramente superiores a 12 por ciento, lo que no ha impedido que los precios aumenten a un ritmo anual menor a 9, pese a haberse planteado una meta de 10 por ciento.

Al mismo tiempo, gracias a los sucesivos cortos, las tasa de interés de los Cetes otorgan un rendimiento real de 9 puntos, lo que indudablemente impacta los costos de las empresas que mantienen pasivos bancarios, esta presión, resulta mucho mayor que la derivada de las mejorías reales en los salarios. Sin embargo, la ortodoxia neoliberal no lo acepta, ni lo aceptan los tecnócratas del PRI, ni tampoco los del nuevo gobierno que, por cierto, son diferentes, pero piensan igual, así las cosas, también en este tema, los compromisos de campaña fueron palabras, pero todos las recordamos, y las recordaremos, bien.