JUEVES 28 DE DICIEMBRE DE 2000
 
Siete pintores españoles contemporáneos /III
 
Ť Alberto Blanco Ť

La novedad es que no hay nada nuevo

Los que vivimos hoy en día

deberíamos estudiar a los antiguos

y tratar de llegar a comprender

el significado original de la pintura.

Shen Tsung-Chien

La compleja relación que mantienen estos pintores españoles contemporáneos y sus obras con la pintura de otras épocas y con los pintores de las más diversas escuelas y tendencias puede adoptar ?y de hecho adopta, como a continuación se podrá ver? las más variadas actitudes, estrategias y funciones. Así, los siete pintores españoles que exponen su obra en México, siendo artistas muy de su tiempo, de nuestro tiempo, nuestros contemporáneos, no pueden evitar mantener nexos con el pasado, en particular con la gran tradición de la pintura europea y muy en particular con la pintura española de otras épocas.

Y lo mismo dialogan con Picasso que conspiran con Tàpies o discuten con Miró. Sin embargo, no siempre es este el caso. Para ilustrar este punto basta con ver la obra de Javier Fernández de Molina.

En el caso del trabajo de este pintor ?el más joven de los siete que aquí exponen? nacido en Badajoz en 1956, hay que buscar estas relaciones, diálogos y discusiones, en otros ámbitos. Hay que ir más lejos. Porque si bien es cierto que en su pintura se pueden detectar las huellas de un bien asimilado aprendizaje de las lecciones de los maestros españoles del siglo XX ?Tàpies en particular, pero también Barceló, Broto y Sicilia? sus raíces se encuentran en otras tierras.

JosepGuinovart 'Aproximaciones'Ya he hablado de ideogramas y de la poesía china en relación con la pintura de José Manuel Broto. Sin embargo, conviene decir que si en alguna obra de esta muestra se puede apreciar una clara filiación con el arte oriental es precisamente en la de Javier Fernández de Molina. Por arte oriental entiéndase aquí el arte antiguo proveniente de esos grandes centros de irradiación cultural asiáticos que se conocen, por cuestión de distancias y descarado eurocentrismo, como ''el extremo Oriente": China y Japón.

Tiene razón, en este sentido, Javier Cano, cuando en su ensayo sobre a la obra de Fernández de Molina, El encargo de Noé (Bestiario y Volucrario), relaciona su pintura con el arte de dos maestros chinos: Tsung-Ping, del siglo V, y Shih-Tao, del siglo XVII. Ya en el primero de los Seis Cánones para la pintura de Xie-He, un contemporáneo de Tsung-Ping, se habla del ''soplo rítmico" en relación con el trazo. Y esta idea sería llevada por Shih-Tao, doce siglos más tarde, a fructificar en la noción de ''la pincelada única". Así, al referirse a los cuadros de Fernández de Molina expuestos en la Galería Rayuela de Madrid este mismo año, y agrupados bajo el enigmático título (al menos para nosotros) de Morería catorce, el escritor comenta lo siguiente:

''Puede decirse que las formas, sus formas, no son sustancias. Son, como decía Tsung-Ping en el siglo V de nuestra era, cualidades inmateriales cuya descripción y expresión están determinadas por el trazo. El pintor ha sabido captar lo que podríamos denominar el espíritu a través de los propios ritmos, creando una dialéctica entre la luz y la sombra que nos advierte sobre un mundo alzado por un sinfín de correlaciones cambiantes que sólo tienen cabida en el instante preciso.''

Todas estas nociones que provienen directamente del arte tradicional pictórico chino: ''el soplo rítmico", que también se puede traducir como ''soplo-armonía", y que se refiere principalmente al trabajo del pincel, mientras que la armonía sugiere el efecto de la tinta; ''el trazo" y sus capacidad de dar expresión a las cualidades inmateriales de la forma; y ''la pincelada única" que, como dice el mismo Shih-Tao, ''es el origen de todas las cosas, la raíz de todos los fenómenos", se encuentran presentes en la pintura reciente de este artista extremeño. Pero sólo tienen cabida en el aquí y el ahora: ''En el instante preciso" del que hablamos antes. Eso que Shen Tsung-Chien, el maestro chino del siglo XVIII, describió impecablemente en El arte de la pintura como: "Un impulso momentáneo, repentino, de inspiración irresistible". Y es en este preciso instante de inspiración irresistible que suceden, que viven las telas de Fernández de Molina.

Y es que Javier Fernández de Molina ha sabido amalgamar en un solo instante, en una sola pincelada, en un solo cuadro y en una sola obra coherente y bella, tanto las lecciones del antiguo arte chino como las de sus pares españoles. Pintores del siglo XX que, a su vez, no han dejado de beber nunca en las fuentes de ''la pincelada única", ''el soplo rítmico" y ''el trazo" de los prodigiosos pintores españoles de mano santa: Velázquez y Goya. Al fin y al cabo no hay nada nuevo bajo el sol, y bien los saben los pintores españoles contemporáneos que hoy exhiben sus obras en México. Si acaso se podría decir que lo único nuevo en el arte de las últimas décadas es que, por primera vez, desde su incierto arranque a mediados del siglo XIX, en el arte que se considera moderno, posmoderno o neomoderno, no hay nada nuevo. O parece que no hay nada nuevo. Esta es la novedad.

En este sentido, es curioso hacer notar cómo en los últimos tiempos las telas de Fernández de Molina han recurrido a uno de los motivos perennes del arte, y se han visto pobladas por una rica fauna que tiene como origen pictórico las estupendas representaciones de animales que fueron tan socorridas en la era paleolítica y que son tan abundantes en España. Pero si este es, probablemente, el origen pictórico, histórico y estético de sus animales, no podemos olvidar que el origen material de estos animales no es más que la punta de un pincel diestro en ''la pincelada única"... como no podemos olvidar tampoco que la pertinencia de la representación de animales hoy en día en que los seres humanos que habitamos las ciudades vivimos ya tan lejos y tan olvidados de los animales, obedece, entre otros muy importantes motivos, a aquello que nos recordaba Rudolf Arnheim en su llamado Al rescate del arte: que ''los seres humanos siempre han recurrido a las imágenes de los animales en busca de una visión simplificada de su propia naturaleza".

¿Y qué visión de la naturaleza humana nos ofrecen estos peces, estos flamencos, estas garzas? Sin duda una visión simplificada no tanto de lo que es cuanto de lo que podría ser nuestra relación con la naturaleza. Una relación mucho más signada por la contemplación y por el silencio asociados con Oriente que con la voluntad de dominio y explotación asociados con Occidente. La expresión de un anhelo que surge con tanta fuerza cuanto irremediable es el grado del deterioro que hemos sido capaces de infligirle a este bellísimo planeta. Así le estamos pagando su generosidad a este ser maravilloso que nos ha dado la vida, nos ha nutrido, nos ha soportado toda clase de oprobios, y que perdonando todo nos dará finalmente el reposo y el olvido.

El Jardín del Paraíso, gracias a nuestros humanos oficios, se ha ido quedando exangüe, contrito, seco. Lo que era bosque es ya un desierto; lo que eran cumbres nevadas son ya un montón de lodo; lo que era un vergel es ya una tierra baldía. Tal vez es por ello que las telas de un artista como Fernández de Molina, observador acucioso y fiel de la infame degradación que parece enseñorearse de la Tierra, se han ido quedando sin animales. Aquel calmo estanque fértil donde pululaban los peces, los flamencos y las garzas, se ha ido quedando vacío... si acaso se pueden ver por allí algunas hierbas, tal vez algún insecto, unas flores marchitas, unas varas tiesas.

El estanque de lirios de Monet se ha ido quedando seco, y, en su lugar, la imagen de un estanque pintado ocupa la mente del pintor y los ojos del espectador. Y en este estanque sin título, en este bosque silencioso de una segunda naturaleza que los artistas han cultivado y siguen cultivando para todos nosotros, siguen siendo los colores los principales ?si no es que hasta los únicos y podría ser que hasta los últimos? protagonistas de esta triste historia humana, ''demasiado humana".

Javier Fernández de Molina lo ha entendido muy bien: dada a la magnitud de la catástrofe, sólo nos queda tener un gesto inteligente de compasión con todos esos seres que, en su inocencia, se han visto avasallados por nuestra arrogancia. Porque, como sostenía Shih-Tao, y antes de él Leonardo da Vinci: ''La pintura emana del intelecto". Un arte así es un acto inteligente que busca rescatar del desastre eso que en nuestra inconciencia hemos destruido por no haber sido capaces de detenernos un momento a ver, un gato, un colibrí.