LETRA S
Enero 4 de 2001 
Piernas que llevan del muslo al talón los recados del corazón
SERGIO GONZALEZ RODRIGUEZ

 

ls-cabaretLa danza fue el arte más efímero hasta el arribo del cine y el video. La clarividencia de este avatar se ha vuelto un imperativo de la propia contemporaneidad: lo simultáneo sucede al menos dos veces, la primera y la primera que se puede repetir al infinito. La danza, ese coloquio inocente del cuerpo consigo mismo o con otro u otros, implica un acertijo hondo.

La danza ha dejado sus huellas en la cultura. De entrada, en la literatura mexicana ha ocupado un lugar lateral, aunque no por eso menos protagónico. La calidad la favorece.

Primera muestra al azar. Un verso de Octavio Paz en Piedra de sol: ¿Desde el Hotel Vernet vimos al alba/ bailar con los castaños --'ya es muy tarde'/decías al peinarte y yo veía/ manchas en la pared, sin decir nada?".

Allí están, como si fueran al regazo de un imán, el azoro, la fugacidad, el garabato y la revelación. Estos cuatro conceptos que evoca el poeta podrían definir la naturaleza de la danza.

Segunda muestra. Ramón López Velarde ante las piernas de Anna Pavlowa, en su poema homónimo: "Piernas de rana/ de ondina/ y de aldeana;/ en su vocabulario se fascina/ la caravana". Los versos del jerezano recorren la escala animal y sitúan el motor de las admiraciones: "Piernas/ que llevan del muslo al talón/ los recados del corazón". Y aún más: "Mística integral,/ melómano alfiler sin fe de erratas". Allí está el mejor de los fetichismos: el que rehace con sus versos el giro eterno de un cuerpo adorable.

Tercera muestra. Renato Leduc en su poema "Coribante", le dio cadencia de soneto a una: "Pequeña Coribante de núbiles caderas,/ maravillosamente capciosas, como el jazz./ Tú enseñas a los hombres las fórmulas primeras,/ con tus piernas exactas y finas, de compás". Aquí el poeta juega con los contrastes entre la memorable Grecia antigua y los dones de la moda y lo cosmopolita. ¿Por qué, ante la danza, siempre se incurre en el vislumbre de lo trascendental, a pesar de ser ésta una arquitectura instantánea del cuerpo?

Hacia el inicio del siglo XXI, la danza representa uno de los fundamentos del pensar a partir del cuerpo. Lenguaje formal o informal, vinculado a una ritualidad sagrada o a un ordenamiento profano, que tiende a separar el cuerpo de su entereza para delimitarlo como materia orgánica o bien como materia psíquica (carne y racionalidad enfrentadas una contra la otra), la danza reside en el ritmo y aliento del corazón, y sirve de puente entre los opuestos, ya sea en lo interior o respecto de lo externo.

ls-danzonLa época moderna atribuyó al cuerpo un lugar en la racionalidad instrumental, que se funda en la explotación de la naturaleza y las personas. En términos de usos colectivos, el cuerpo atravesó por un largo proceso de aprendizaje en cuanto a constituirse en objeto que sería incorporado a la industria y el mercado. Entre el siglo XIX y el XX, el cuerpo encontró su nuevo papel, y a éste se adscribió debido al imperativo de la supervivencia, ya fuera ésta en el tiempo productivo, o bien en el tiempo de ocio.

La danza, o lo que conocemos como tal, es decir, no sólo el espectáculo y la institución del ballet, sino sus aplicaciones diversas en tanto mercancía o conducta centrífuga en el ámbito de las dispersiones (actos, salones de baile, ocasiones de contento, etcétera), se entrelaza al desarrollo de la cultura urbana moderna. Incluso los remanentes étnicos establecerán allí una dinámica de apego o resistencia a las gravitaciones del mercado. Entender esto auxilia a entender la alteridad que la propia danza ha desarrollado a lo largo de los años, lo que le ha permitido la posibilidad de crear su propio espacio crítico.

La danza en tanto recinto y amplitud del corazón humano, encarna una representación de la belleza, pero, desde luego, ésta nada tendría que ver con el sentido positivista de la belleza, es decir, los objetos institucionalizados, llámense museos, colecciones de piezas, la misma crítica del arte. Como lo ha explicado James Hillman: se toma por belleza lo que sólo es un ejemplo de ella. La belleza, en cambio, "sería la manifestación del anima mundi" a través de datos perceptibles o de hechos reales (Cf. El pensamiento del corazón, Siruela, 1999). La danza como belleza es ni más ni menos un lenguaje alusivo y al mismo tiempo revelador. La entrega de lo oculto que desea visibilizarse.

Tales atributos los compartirían, al menos como fundamento antropológico, lo mismo las danzas antiguas que las contemporáneas, la disciplina de los derviches en busca del mareo sacramental o las cíclicas evoluciones de los concheros tras el centro cósmico, al igual que el lento hechizo de los adeptos a la fe profana del danzón, o las descoyunturas gimnásticas de los asistentes a un rave. La danza, que exaltan los puristas, o el baile, que reivindican los legos, sería la forma de acceder a la perplejidad del pensamiento ante el hecho de disponer de un cuerpo, o viceversa: convertir lo psicomotriz en un discurso cerebral. Lo sensorial, lo mental, lo espiritual desde el corazón.

Percepciones y afectos. ¿Cómo olvidar algunas escenas arquetípicas del cine dedicadas a la danza? Muchas antologías de secuencias de baile podrían enumerarse, pero en ninguna de ellas debe faltar Fred Astaire cuando baila Cheek to cheek, motivo de más de un metarrelato fílmico debido a su quintaesencia de lo que significa la fábrica de sueños en la pantalla grande. También, se halla el cuadro legendario de Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia, obra maestra del director Stanley Donen. O cualquiera de los cuadros bailables de West Side Story o John Travolta en Fiebre de sábado.

ls-suavecitoY qué decir que no aluda al pasmo admirativo de Marlon Brando y Maria Schneider en Ultimo tango en París, El baile, la atractiva cinta de Ettore Scola, Flashdance y Jeniffer Beals con su mezcla de alta y baja cultura, o la fiesta flamenca de la Carmen de Carlos Saura. Más aún: Kim Bassinger en su baile de strip-teaser amateur para Mickey Rourke en 8 1/2 semanas. O la más grande escena de gracia corporal del cine en los años noventas del siglo XX, en la que una muchacha que baila se vuelve el centro del universo: Nicole Kidman en Todo por un sueño, su hechizo del adolescente que somos todos al ritmo de "Sweet Home Alabama" del grupo Lynard Skynard.

Por último, allí está el Brad Pitt de la cinta Thelma y Louise de Ridley Scott, cuando despliega en el aire, como un juego paródico y al mismo tiempo un desafío obsceno ante el
amante inepto, la mayor coreografía que pudo concebir la humanidad: el acto sexual. En la sexualidad se halla el origen de la danza de la vida y de la danza de la muerte: los esqueletos que viven y gozan más allá del tiempo, en una exaltación de lo que se sabe efímero. Un juego bajo las reglas del deseo y la libertad ilímites. La admiración que desata la danza es indisoluble del enamoramiento de uno o varios cuerpos. Ante la danza, se desata un diálogo visceral e introspectivo. La danza: goce instantáneo de la memoria corporal.