La Jornada Semanal, 7 de enero del 2001


LAS   ARTES  SIN  MUSA
Play de Moby: 
luz para armar
 
 
 
 Patricia Peñaloza

 
Compre usted el cd llamado Play, interpretado por Moby. Déle play a su aparato en la pista tres. Entonces lea esto ?a menos que ya haya visto en vivo el chou del susodicho neoyorquino de treinta y cinco años: si es así, ya estará usted convertido a su música y convencido de quién es este hombre; de no ser así, prosiga.

Moby es un músico que representa muy bien los tiempos que corren: no es capaz de instalarse en un solo género pop, rock o tecno, pues es de quienes ya saben que hacerlo es dejar de ser músico, ya que lo importante es crear un material bien hecho, seguramente afectado por la cantidad exorbitante de información hoy recibida, sobre todo en los peores días del aún llamado rock (término con el que se define ya hasta a la música prefabricada), en que sólo hay hits de un día y muy pocas aportaciones que irrumpan y trasciendan.

(Si ya acabó el track tres, oprima stop y play de nuevo, y oiga desde el primer track). Aunque a Moby se le encasilla como “músico electrónico”, quien comprende estos días sabe que denominar a un género como “electrónico”
o “tecno”, cuando simplemente estas herramientas tecnológicas se integran a la creación, es obsoleto. Hoy el músico pop creativo sabe que lo electrónico existe desde finales de los setenta y que se halla muy bien integrado a la música. Por otro lado, Moby ha necesitado de esta tecnología dada su condición en extremo introvertida, pues para él es más fácil trabajar solo en su recámara, tocar todos los instrumentos y realizar todas las programaciones, que trabajar en equipo; para eso requiere de máquinas. Play es un disco de recámara compuesto, producido y mezclado por... Moby.

Y he aquí otro rasgo del joven medio occidental: la multitudinaria soledad interna, el proceder individualista que, a su vez, mediante la cultura del rave, congrega a miles en aras de recuperar la colectividad, aunque ésta no implique intercambiar ideas, ni siquiera cuerpos a veces, sino sólo el baile tribal: la sensación de que hay muchos solitarios como yo, al menos juntos, asidos mediante delgadísimos hilos.

Ver a Moby en vivo es comprenderlo cabalmente. Quienes pudimos recibir los torrentes de su actuación en el Aca World Sound Festival, entendimos que lo suyo sigue siendo rock, no tanto por las guitarras eléctricas en combinación de sampleos y demás programaciones que van del breakbeat al trance al ambient al dance, sino porque Moby, un ente tímido, de voz delicada y palabras serias, se convierte en una irradiación de luz inusitada, entre alegre y melancólica, ésa que sólo arrojan los seres profundos, sinceros y sensibles. Sus elementos sonoros y corporales son tan energéticos que es imposible no permanecer con la boca abierta, olvidar cualquier pena y sentirse abrazado, amado por una extrañeza que, justo por su indefinición, es que es tan atrayente y placentera. Richard Melville Hall nació en Nueva York en 1965. Sus padres comenzaron a apodarle “Moby” de cariño, ya que su tatara-tatara-tío-abuelo fue Herman Melville, autor de Moby Dick. Desde chamaco fue inquieto, irreverente, inconforme. A los quince años formó la banda de punk The Vatican Commandos (!!!). Después estudió filosofía. Hoy día, Moby defiende el vegetarianismo y es fiel cristiano. Comenzó a ser conocido como dj en las pistas más reconocidas de nyc y bastó el sencillo “Go” en 1991 para volverse un hitazo. Luego grabó Ambient (1993), una joya de electrónico suave, cuyo título adelanta el nombre de un género que años después se empezaría a llamar así. En 1995 editó Everything is Wrong, que debe escucharse por sus experimentaciones sonoras. En Animal Rights (1996), Moby regresa a su adolescencia con un disco punketo. Su mayor éxito se da en Europa dada la afición de la gente de allá por este tipo de música, y artistas como Brian Eno, Orbital, Depeche Mode, David Bowie, le han solicitado remixes de su música. Incluso se ha dado el lujo de rechazar a Madonna.

Play es un disco que va de la dulzura a la enjundia. Aunque lo electrónico permea al álbum, los sonidos que hacen la ritmia son acústicos: guitarra, piano, voces corales del Shining Light Gospel Choir y, a diferencia de muchos artistas cercanos, es muy armónico. He aquí tal vez el secreto de Moby: para ser un músico electrónico es demasiado orgánico y sincero. Humaniza muy bien las herramientas y, en vez de hacernos bailar hacia afuera, nos pone a viajar y danzar hacia dentro, a interiorizar el viaje propio.

Moby refrendó a esta escritora: “No me gusta hacer música con contenido político; mis letras son sencillas, hablan del amor, la pérdida, el desencanto, las relaciones humanas. Prefiero externar mis posturas en entrevistas o en los librillos de los discos. Tal vez no logre cambiar al mundo, y tal vez sea yo un estúpido.” Y es que hay que leer el booklet de Play, que no contiene las letras sino cinco ensayitos en los que Moby expresa su pensamiento respecto de no comer carne, sobre lo atroz del fundamentalismo, el racismo, la violencia, las armas, el castigar a quienes usan drogas responsablemente, los cristianos hipócritas que a su vez usan la violencia. El disco se trastoca en un pronunciamiento idealista por la belleza y contra la estupidez, actitud que le borra cualquier estigma de inhumanidad al tinglado de máquinas que emplea.

Respecto de Estados Unidos y sus jóvenes, Moby dijo con su peculiar melancolía: “En Occidente parecemos vivir en aparente paz, prosperidad y democracia, pero veo a la gente aburrida, sobre todo en Estados Unidos, el país más rico del planeta; los jóvenes tienen ahí todas las oportunidades, pero lo único que hacen es quejarse. Sería saludable que tuvieran intercambios con familias de Kosovo, para que supieran lo que es vivir allá. Estados Unidos posee una cultura muy iracunda, lo cual no entiendo, casi parece que la gente resiente tanta libertad; casi parece que serían más felices bajo un dictador que les dijera qué hacer, y eso es muy triste.”