LUNES Ť 8 Ť ENERO Ť 2001

José Cueli

Aroma a resignación

Una tarde gris, tristísima, en la que flotaban algunos sueltos jirones de nubes obscuras, eran el marco de una Plaza México cada domingo más vacía, más descompuesta por las voces encervezadas, el discordante eco de la música, el incesante son de las chansas de las porras, y las blasfemias de los loquitos que parecían resonar en la atmósfera nebulosa y fría, sólo alumbrado por la belleza de la luna llena, al final de la corrida.

Inútilmente buscaba la multitud que en otras épocas llenaba la México. Todo estaba desierto y gélido, contagiando a los toreros, que por lo demás, no resultaban muy cálidos. Los jóvenes neoaficionados se encogían de hombros al ver el toreo cantinflesco de saltitos y piruetas de El Cordobés, se desternillaban de risa y juraban no volver. Ni un lance, ni pase, reflejaban eso que fue el toreo.

Viejos y jóvenes diríamos que buscábamos algo que no hallábamos. Los lances artísticos, la animación y la alegría, queriéndonos engañar, haciéndonos la ilusión de estar emocionados o de perdida divertidos, sin conseguirlo. ƑY es éste el toreo? No, el toreo se halla en plena agonía, a pesar de levantarse de su lecho para torear en un coso mudo, con una mímica grotesca y horrible a un tiempo.

El toro de lidia, desencajado, destronado, dejando traslucir sus carnes engrasadas, rueda por el redondel cual reptil. Una sombra, una seca silueta de lo que fue en otras épocas. Descastado, despitorrado, desrazado y sin gracia, no queda nada de ese toro arrogante y de bella lámina, que imponía con su peligro emoción en el ruedo, y hacía presentir el estremecimiento al arrancarse de largo a cabalgaduras y cuadrillas encendidas las pupilas de fuego y enmarcados los testículos colgantes y vistosos y levantar retador después de los puyazos, la cabeza con la sangre escurriendo.

Los torillos de Vistahermosa, débiles, descastados, se la pasaron de rodillas, y los toreros Rafael Ortega. El Cordobés y Jerónimo los arrullaban tratando de evitar una muerte prematura Ƒa eso se llama torear? Todavía El Cordobés se apuntó la chistosada de regalar un borreguito de Julio Delgado para hacer sus monerías y acabar de hundir eso que se llamó toreo.