Jornada Semanal, 21 de enero del 2001


ANTESALA




Adenda a la serie de Los Viveros. Después de la larga pero torpe meditación sobre una parte de los deportes que pueden practicarse en Los Viveros de Coyoacán (basquetbol y fisicoculturismo, digamos; nada de jogging o tauromaquia) que apareció aquí durante los cuatro últimos domingos, este antesalista desea justificar la crudeza de ciertas descripciones respecto de algunos personajes (aventuro el término crudeza no porque las viñetas sean violentas o insultantes, sino porque a falta de espacio resultan veloces caricaturas que quizás alguno, al verse retratado en estos trazos, se llame a sorpresa o a enojo. Porque, en cuanto a reconocernos en lo que somos, no nos es dado ir más allá de la imagen que nos regresa el espejo y de la vaga idea que nuestro consciente –esa punta del iceberg– elabora a base de acierto y error, a menos de que se haya aplicado con rigor la disciplina de conocerse a sí mismo, que igual practican los psicoanalizados, los budistas zen y los artistas o escritores –no todos, por desgracia). ¿No dice Jean-Paul Sartre que existimos gracias al Otro? ¿No es el Otro la medida y la muralla del “conócete a ti mismo” socrático? ¿No resulta un ejercicio estrictamente humano el reconocer nuestra valiosa singularidad así como nuestro accionar comunitario al compararnos en y ser comparados por el Otro? Hago esta aclaración para que nuestra sensibilidad de Altiplano –que nos lleva a hablar bajito, pedir perdón antes de solicitar la sopa o la hora, utilizar el diminutivo de manera prehispánica y edulcorante, y sentirse herido si no le dicen “gracias” después de que uno le dice a cualquier extraño “allá en su (de él o ella) casa” para referirse a nuestra casa–, que está siempre a flor de piel, no sienta cosquillas al ser pasada por la criba del ojo cronista. Créanme que, como dicen los de la Cosa Nostra antes de ejecutar a un colaborador o socio caído en desgracia: “No es una cuestión personal. Sólo negocios.”

“O todos coludos…” Por otra parte, me gustaría apelar a la entidad burocrática de la que depende el Parque de Los Viveros para que así como le ha dado un buen mantenimiento a la pista del circuito interior, de dos años a la fecha, mejorando la cantidad de arcilla para evitar lesiones y manteniendo limpio el lugar, se le preste la misma atención a las canchas de basquet. No basta con repintar los límites y la zona de tiro. Es necesario darle atención regular a los tableros y a los aros (que deberían, como su nombre lo indica, parecer cestos sin fondo añadiéndoseles las famosas redes –aunque sea de metal, como se hacía anteriormente). De hecho, tendrían que cambiarse los tableros viejos, rotos y oxidados, por unos nuevos con todo y cestas que tengan la altura oficial, y resistan las clavadas de las nuevas generaciones, más altas y mejor entrenadas, aunque sea viendo los juegos de la nba por la televisión. En fin, solicito que, ya sea el Instituto del Deporte del Gobierno de la Ciudad de México o la Conade, quien resulte responsable, le preste atención no sólo a los que corren o caminan para mejorar su salud sino también a los que practicamos otros deportes de conjunto. Porque, sin duda, el deporte es un buen antídoto contra las adicciones de cualquier tipo, no sólo para los jóvenes sino también para los adictos al trabajo, de mediana y madura edad, no por cuestiones de realización personal sino por necesidad de escape hogareño. Si van a fomentar el deporte como una opción de salud social, debe ser como dice el dicho: “O todos coludos o todos rabones.” Digo, ¿no?

Poesía descalza. La Casa del Poeta y la Coordinación de Humanidades de la unam se complacen en invitarlo a usted, lector(a) que busca la poesía para redescubrir la realidad, para enriquecerla, para tender cien miradas sobre ella, a la presentación en sociedad del libro Poesía reunida de Antonio Deltoro. El poeta reune aquí su quehacer poético de casi veinte años (1979-1997) y tres libros esenciales, agrupados de manera cronológica de tal manera que podemos apreciar la evolución de una poética de baja velocidad y largo alcance. Escríbeme despacio que voy de prisa, parece decirle el poema al escritor, quien, obediente, desacelera, observa y borra. Alicia García Bergua, poeta afín por la etnia y la mirada, nos dice en una presentación del libro aparecida en Fractal: “Su poesía nos revela con detenimiento y destreza toda serie de aspectos extraordinarios de nuestra relación con los objetos animados e inanimados que nos rodean y hacen nuestras vidas. Unas velas minúsculas descubren en la niñez la fragilidad de los mayores; en las almohadas late la respiración de cada quien con un ritmo distinto de olas y de remos; las hojas en la banqueta hablan el lenguaje del día; en el departamento dormido se escuchan las voces de los muebles y el silencio del gato; los escarabajos llevan deseos de sol, carne de lombriz, de tumba blanca; los autobuses como barcas navegan por ríos caudalosos entre tiendas y taquerías; las alcantarillas reservan su voz para la noche; el agua cae sonriente antes de guardar un silencio oscuro bajo el suelo; los pájaros, que tienen los ojos donde nosotros tenemos los oídos, tocan las raíces de la lluvia.” Bueno, pues la cita es en Álvaro Obregón 73, este martes 23 a las 19 hrs. en el Salón de Usos Múltiples. Lo presentadores son a su vez poetas impecables que conocen demasiado bien la poesía de Toni: Fabio Morábito y Eduardo Hurtado; tanto, que usted saldrá de la velada creyendo que ha leído a Toni toda la vida, o, mejor (¿o peor?) aún: que usted es Toni Deltoro. No me fallen, sobrinitos(as).
 
 

CarlosGarcía-Tort

 

     

    EN EL EPTANESO, NAUPLIA Y CORINTO
     

    Para Stavroula

     Una madrugada pálida iluminó los muros, la puerta y el León de San Marcos de la fortaleza Palamidi. La presencia de un gran imperio que tenemos casi olvidado, el de la Serenísima República de Venecia, es aquí muy poderosa y así lo demuestran los castillos de Trípoli, Pirgos, Corinto, Monemvasiá (de esta ciudad roquera salían las barricas de perfumado vino de Malvasía rumbo a Italia y Francia. A veces se quedaban con ellas los piratas que, burlándose de las barbas del Profeta, trasegaban su contenido hasta olvidarse de las sentenciosas suras coránicas)... La Serenísima fue un imperio bien organizado en lo político y sobre todo en lo mercantil. En materia militar, los duces se inclinaron por contratar mercenarios como el celotípico Otelo tan bien retratado de cuerpo y alma enteros por William Shakespeare. A todo lo largo del Peloponeso, hasta llegar a las misteriosas torres de Mani, hay ruinas de castillos y de baluartes construidos por los Venecianos, y recordemos que en el Eptaneso dejaron la huella de su estilo inconfundible. Ahí están las iglesias, la bella calle del Listón y la Explanada de Corfú (la Kérkira demótica).

    Zakintos, Lefkada, Ítaca, Cefalonia... muestran también las huellas venecianas. Estas islas de milagrería, con su aroma de pinos en verano y sus extensas playas se mantienen, encabezadas por Corinto (Nikos Bletas Dukaris, a nombre de Solomós, el joven padre de la poesía en lengua demótica, y de Fóscolo, el romántico de la Italia libertaria, inició estos contactos), en comunicación con los calabreses que siguen hablando el bello dialecto conocido con el nombre de “grecánico”, remanente bien organizado del lenguaje que se hablaba en la Magna Grecia.

    Una tarde en Corfú, cuando el verano empezaba a irse y de las costas de Albania llegaba una niebla de tonos azulados que el crepúsculo encendía con tenuidades de acuarela, pensé en la historia de estas islas. De un bar cercano llegaban las notas de una versión al piano de “Blue velvet” y a nuestro alrededor se hablaban todas las lenguas europeas y, a veces, caían como martillazos los sonidos rotundos de la lengua nipona. La casa del gobernador británico (ahora museo oriental gracias a un donativo generoso) encajaba con rara perfección entre los campaniles italianos y las cúpulas de cebolla de las iglesias de la ortodoxia. Venecia, la corona británica (Lawrence y Gerald Durrell vivieron en esta isla, la más grande del Eptaneso), la Grecia demótica, los refugiados albaneses (algunos de ellos, en la total desesperación, llegaban nadando a las playas de Corfú)... todas esas razas y culturas conviven en un territorio acostumbrado a las mezclas y que acepta gustoso las bellas impurezas.

    El conde Dionisios Solomós fue el iniciador de la poesía moderna de Grecia. Defensor a ultranza de la lengua demótica, partidario de la lucha por la independencia, su “Himno a la libertad”, con el paso del tiempo, se convirtió en el Himno Nacional de los helenos. Al lado de los otros poetas del Eptaneso, Kalvos, Valaoritis... escuchó desde las islas los cañones de la batalla de Mesolonghi, pensó en el bello Byron que luchaba al lado de los helenos y vio cómo las tropas de la Sublime Puerta se retiraban y Alí Pachá entregaba su espada curva a los griegos y a los filohelenos.

    Miguel Castillo Didier, maestro de traductores del griego moderno, Cayetano Cantú, autor del magnífico estudio sobre la historia de Grecia y su poesía y de las traducciones que integran su libro titulado La guerra en las montañas; Natalia Moreleón, Francisco Torres Córdova, Vicente Fernández, Pedro Bádenas y Nina Anghelidis son algunos de los principales estudiosos de estos temas fundamentales de la poesía universal. Digo esto por la sencilla razón de que los poetas griegos de los siglos XIX y XX figuran entre los principales de Europa y su aportación ha sido fundamental en la formación del clima espiritual que caracteriza a la poesía del Mediterráneo.

    Embiricos y Elytis se relacionaron con los surrealistas franceses, Seferis con la poesía inglesa y, especialmente, con T.S. Eliot; Gatsos se interesó por la poesía española y tradujo a García Lorca, Ritsos estaba muy pendiente de la poesía escrita en ruso, rumano y español. Sus favoritos eran Maiakovski, Neruda, Blaga, Alberti y Pepe Hierro (había pintado su rostro en una piedra de río y nos lo mostraba a todos los amigos del vigoroso poeta santanderino). Sikelianós, por su parte, se inclinaba por los grandes italianos y estudiaba con minuciosidad la obra de Dante. Livaditis se acercó a Eluard, Engonópoulos a los surrealistas y dadaístas; Maia María Russu tradujo a Rosario Castellanos y a Concha Urquiza y Tasos Denegris sigue traduciendo a Paz, Vallejo y Lezama Lima.

    Hace poco, platicando con un grupo de griegos y de rumanos, nos referimos al extraño destino de exiliados que aquejó a algunos ensayistas de los dos países. Castoriades y Poulantzas salieron de Grecia, mientras que Eliade, Ionesco, Cioran y Vulcanescu se fueron a Estados Unidos y a Francia. A Steinhardt y a Noica no les dio tiempo de huir y cayeron en las cárceles de los distintos conducatores.

    Para algunos europeos arrogantes, las literaturas balcánicas son consideradas o periféricas o como una prolongación del panorama de la miteleuropa. En esos márgenes meten a Grecia, Albania, Turquía, la antigua Yugoslavia, Bulgaria, Rumania, Hungría y la antigua Checoslovaquia. Nada más esquemático y simplista. La literatura griega brilla con luz propia y lo mismo sucede con la de los otros países. En fin... los marginales, según los señorones de la Europa millonaria, son escritores como Kafka, Cápek, Andric, Zilaghi, Koermendi, Elytis, Seferis, Cavafis, Kadaré, Caragiale, Sadoveanu, Arghezi... todos ellos tuvieron la mala fortuna de no haber nacido en las grandes metrópolis culturales, financieras, elitistas, centralistas y racistas.

    Siete años y medio de vida balcánica me acostumbraron a sentirme periférico. En mi reciente estancia en Guadalajara (anduve por los rumbos exitosísimos de la FIL), esa sensación se agudizó en lo referente al mundo editorial. En esos terrenos mi trabajo nace, crece, se hunde o flota un poco en la periferia. Está bien. Me siento cómodo en esa penumbra y, a veces, hasta me considero un exquisito que sólo está al alcance de las minorías. A fe mía que este es un consuelo bastante pendejo.
     
     
     
     

    Hugo Gutiérrez Vega