Jornada Semanal, 28 de enero del 2001 

Víctor Flores Olea
el estado de las cosas

La democracia confiscada
 
 
 
 

Atinadamente, Víctor Flores Olea afirma que en el mundo actual se ha “eliminado la posibilidad de discutir realmente otras posibilidades y alternativas de desarrollo político y social, otras opciones que en definitiva serían nuevos caminos para la sociedad humana”. A cambio de esto, las compañías transnacionales y los detentadores del poder y de los medios electrónicos de comunicación tienen confiscada a una democracia que ha olvidado su origen como un sistema “del pueblo, por el pueblo
y para el pueblo”.




Hoy, a pesar de los entusiasmos que parecen iluminar a las élites, en todas partes la democracia liberal parece estar en seria crisis. La idea de una democracia capaz de expresar las necesidades del pueblo parece borrada del horizonte de la real política contemporánea, y de la economía “realmente existente”, que limita y sofoca la efectiva presencia de los intereses de la “voluntad popular”.

Nos encontramos con una democracia que se preocupa antes que nada por los aspectos técnicos formales del procedimiento, y que ha olvidado que la democracia, en sus orígenes, surgió como un sistema “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Este ideal democrático, que encuentra sus raíces en los grandes autores de la Ilustración, que consideraba esencial en su florecimiento los aspectos de “igualdad, libertad y fraternidad”, se halla confiscada por las élites económicas y políticas, para las cuales la democracia ha de detenerse allí donde afecta a sus intereses. Más aún: allí donde no es coincidente con sus intereses es calificada de inmediato como “subversiva” o, al menos, como “inadmisible”.

Innumerables son los ejemplos de lo dicho, y es inevitable regresar a los tiempos de la guerra fría en que, para las grandes potencias, resultaban preferibles las dictaduras que la democracia, o que exigían democracias absolutamente subordinadas y obsecuentes al llamado “mundo libre”. En América Latina conocemos bien la tragedia de regímenes políticos dictatoriales y de “democracias” que apenas ocultaban bajo una mínima hoja de parra su parcialidad y su verdadero carácter autoritario. La disciplina y la sumisión estaban por encima de cualquier credo realmente democrático.

Hoy, el espectáculo reciente de la “gran” democracia estadunidense confirma lo dicho y arroja nuevamente a la conciencia la mascarada en que se ha convertido el principio democrático. Interesa menos el voto popular que las “reglas” de una votación controlada por los “aparatos” de los partidos, los jueces y los medios de comunicación (la élite del poder, en la formulación cada vez más válida de C. Wright Mills), que se impone para definir al mismo presidente de Estados Unidos. Tal cosa, sin contar que en esa elección apenas el cincuenta por ciento de los electores potenciales se acercó a las urnas, confirmándose una vez más el desinterés de la ciudadanía por una política que, en definitiva, está en manos de unos cuantos círculos poderosos que de todos modos deciden y actúan en función de sus intereses.

En todo caso, la última elección en Estados Unidos se “resolvió” no por la voluntad ciudadana sino por una decisión de la Suprema Corte claramente politizada y sobre la base de preferencias partidarias. ¿Este es el país que dicta a otros países y regiones cómo “debe ser” la democracia?

Crisis de la democracia y del Estado liberales en todas partes: una democracia restringida, controlada y orientada por los grandes intereses, y manejada a placer por los grandes medios de difusión que hacen aparecer como lo “único” posible su propia “visión del mundo”, y que de la democracia y el Estado han eliminado y satanizado cualquier decisión diferente y, más aún, adversa a esos intereses.

Crisis de un Estado nacional que “dibuja” sus proyectos conforme al mercado, que plantea como “exclusiva” posibilidad de la sociedad aquella orientada a incrementar las tasas de ganancia de los poderes económicos
y de los consorcios, y que procura “uniformar” o “estandarizar” a la sociedad entera, regimentándola según sus metas y propósitos, y según las necesidades del mercado. Democracia y Estado liberales que, en definitiva, pretenden excluir del desarrollo de la sociedad humana cualquier opción que contradiga a los intereses dominantes. Democracia y Estado “liberales” que se esfuerzan por homogeneizar a la sociedad y eliminar el real carácter plural de la misma, condenando como “heréticas” y “reprobables” las expresiones diversas de las culturas y hasta de las etnias que la integran.

Mucho se ha hablado del “espectáculo de la política”, queriéndose significar con ello el carácter “externo” y “procesal” del acontecer político (el show business), y sobre todo el hecho de que el debate sobre la “cosa pública”, el examen de la situación, la posible discusión de las alternativas, el desarrollo de los argumentos, son manejados de una manera absolutamente unilateral por los grandes medios informativos. Más que nunca una democracia controlada y acotada sin miramientos.

Una política en manos de las élites porque tienen en sus manos los medios y porque la presencia en ellos cuesta una millonada. La democracia liberal confiscada por la “élite del poder” porque sólo ellos tienen acceso
a la organización de la voluntad ciudadana, mediada casi exclusivamente por los mass media. Y lo más extraordinario de todo: el hecho de que más allá de la competencia entre partidos y candidatos, en el fondo hay una coincidencia escalofriante entre las “visiones” y los “programas” de los mismos; “visiones” que a veces cobran un poco de distancia en las campañas electorales pero que en la práctica de los gobiernos se parecen como una gota de agua a otra gota de agua.

En la democracia confiscada, en esencia, se habría eliminado la posibilidad de discutir realmente otras posibilidades y alternativas de desarrollo político y social, otras opciones que en definitiva serían nuevos caminos para la sociedad humana, otras formas de organización que pudieran satisfacer genuinamente las necesidades de los hombres y las mujeres. Una inmensa mayoría, en cambio, parece satisfecha en lo fundamental con la sociedad prevaleciente: una sociedad dominada y controlada por los grandes consorcios (la sociedad de consumo) y por la imagen unidimensional de un solo pensamiento y de una sola forma de vida construidos conforme a los intereses de esos poderes económicos y políticos. Consume luego existes, parece ser el motto tiránico y soberbio que se impone a la sociedad actual. Una sociedad que no sólo parece dócil a su destino sino que acepta, muchas veces alegremente, ese destino y lo celebra.

Por supuesto que esta democracia confiscada –lo mismo que la crisis del Estado y de la democracia actuales– se ha agudizado enormemente en el tiempo de la globalización neoliberal y de los mercados mundiales. Los “tentáculos” publicitarios que definen las conciencias: los valores, las convicciones, las “ideas del mundo”, presentes a escala planetaria, tienden a suprimir los márgenes de “disidencia” y “diferencia”. Hoy, el ideal de la globalización es un hombre y una mujer idénticos en todos los confines del planeta, sometidos a uniformes motivaciones e influencias a fin de que respondan “positivamente” a los estímulos de un único mercado. Además de la pobreza ampliada que ha propiciado la globalización neoliberal, esta idea empobrecida y empobrecedora del género humano es su idea y su meta a realizar. La miseria que origina no es únicamente material sino moral y espiritual.

Por fortuna, el imperio arrogante de un mundo controlado por los grandes consorcios encuentra ya sus fronteras. No únicamente las demostraciones públicas de Seattle, Washington, Suiza, Praga, Niza, etcétera, sino el desprestigio creciente de los “dirigentes” de las democracias confiscadas, en Europa, en América Latina, en Asia, en Estados Unidos, muestra que el sueño de la globalización depredadora se debilita y pasa a la historia aceleradamente. Nuevas voces se levantan universalizando la protesta y denunciando el carácter usurpador y devastador de una democracia y de un Estado en manos de los grandes intereses económicos.

No se trata, claro está, de un simple reclamo ruidoso de los “globalifóbicos”, como pueril y frívolamente los calificó Ernesto Zedillo, sino de genuinas manifestaciones en contra de un sistema económico y político explotador y dominador, que reproduce riqueza enorme en favor de los pocos y arroja al desempleo, a la marginación y a la miseria a un número cada vez mayor de hombres y mujeres en todas partes. Lo mismo en los países “centrales” que en los de la periferia.

Con una característica: que cada vez más estos “rebeldes” asumen una conciencia expresamente anticapitalista, y comienzan a concertar sus luchas para hacer posible no sólo una globalización “con rostro humano”, sino realmente una mundialización solidaria al servicio de la sociedad humana, capaz de destinar los recursos y la revolución tecnológica, que son de todos, a remediar las carencias también de todos, de orden material, espiritual, educativo, cultural.

Estos “rebeldes”, que se expresan ya mundialmente, luchan también en contra de una democracia confiscada y mentirosa y en favor de una democracia que exprese auténticamente las necesidades de los pueblos, y que haga posible un desarrollo realmente igualitario y libre para todos. Lucharían, para decirlo en otras palabras, por una democracia plena de adjetivos: este conjunto, dicho en síntesis, constituye ya el futuro más lejano o más cercano de todos nosotros, afortunadamente.

Resulta una fortuna que, en México, el EZLNy el subcomandante Marcos hayan planteado ya profundamente las líneas de esta problemática. Tales son las verdaderas razones profundas de que, desde su aparición, hayan llamado a una movilización ininterrumpida de la sociedad civil. Tal es la causa de que vuelvan a llamar a esa movilización para que se explique al conjunto social, y desde luego al Congreso de la Unión, al gobierno de la República y al mismo presidente Fox, las razones de su levantamiento, de su reclamo, de su denuncia y protesta, que son históricas y universales.