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Los exiliados que retornaron al país, sólo una parte visible de lo ocurrido durante la guerra sucia de los setenta en México

Edna Ovalle

Salí de Monterrey hacia Cuba, liberada por mis compañeros de la Liga de los Comunistas Armados, en noviembre de 1972. En Cuba me organicé en la célula del Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR) en el exilio y fui amnistiada en 1976. Regresé a México junto con el que fue mi compañero en junio de 1980, después de casi 8 años de exilio.

Gracias a la solidaridad de amigas, nos instalamos en la ciudad de México. Conocía muy poco la ciudad y para mí, que siempre había vivido en ciudades norteñas, se abrió un nuevo y fascinante país. Sin embargo, nunca olvidé que llegábamos a un lugar en donde la guerra sucia apenas menguaba. La magnitud de la represión hacia los grupos armados de los setenta incluso hoy se desconoce. Muchos compañeros ya no los volvería a ver jamás. Militantes encarcelados, muertos, desaparecidos y otros en la clandestinidad era el saldo. Nosotros, los exiliados que poco a poco fuimos retornando al país sólo éramos una parte visible de lo que sucedió en los setentas.
En Cuba se nos dio el estatuto de asilados políticos. Hice trabajo voluntario en el campo y en La Habana, estudié y trabajé artesanía para la Plaza de la Catedral. Siempre me consideré de paso en ese hermoso país. Convivir con el pueblo cubano y conocer desde dentro su revolución fue para mí una experiencia maravillosa a pesar de la lejanía de la patria y los sinsabores propios de ser exiliados mexicanos.

A pesar de que la isla y su gente me son entrañables y que cuando se llegó la posibilidad de volver los cubanos ofrecieron a los que quisiéramos quedarnos todas las condiciones para vivir ahí, no dudamos ni un momento en regresar. A Cuba no habíamos ido en viaje de placer, fueron las circunstancias derivadas de nuestra militancia las que nos habían obligado a llegar ahí; por ello consideramos necesario regresar a nuestro origen, a pesar de que no todos regresamos al mismo tiempo.

Ya en México, con un hueco de ocho años en la memoria, sin dinero ni trabajo, debimos reinstalarnos tratando de entender lo que sucedía en el país. Se trataba de sobrevivir a pesar de todo, como cualquier persona. Como siempre, la solidaridad se impuso. Incluso en el exilio, eran frecuentes las visitas solidarias de amigos u organizaciones que nos informaban de lo que sucedía en México, e impulsaban campañas por nuestro retorno. Personas y organizaciones nos ayudaron desinteresadamente.

Después de un tiempo de buscar trabajo, logré colocarme como personal de apoyo en el SITUAM, organización fraterna que no sólo me brindó trabajo, sino también la posibilidad de participar sindicalmente. Jamás me he arrepentido de volver a México y lo único que me entristece es saber que muchos y muchas compañeras ya no pudieron conocer experiencias como la del 1° de enero de 1994, entre otras, y el hecho de saber que los responsables de masacres como la del 2 de octubre, la del 10 de junio, la guerra sucia de los setenta, siguen ahí, impunes.


 
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