Jornada Semanal, 11 de febrero del 2001 


Luis Tovar
entrevista con Benjamín Cann
 

Adiós a los mártires del cine



Benjamín Cann, hombre de teatro y de cine, autor de una película originalísima, Crónica de un desayuno, y director de Una vida en el teatro, de Mamet, conversa con un entrevistador que pertenece al género del “preguntón desalmado”. Gracias a esto, Cann da en sus respuestas lo mejor de sí mismo, de su talento y de su notable información. Sus ideas sobre el IMCINE, la producción, el patrocinio estatal y el verdadero apoyo a los cineastas son novedosas y, por lo mismo, abren la puerta a una polémica sobre el cine, sus creadores y sus patrocinadores, que puede ser muy rica y perturbadora.
 
 

Yo no lo sé de cierto, lo supongo (1982) fue su debut como realizador cinematográfico. Luego vino De muerte natural (1987-94). Seis años más tarde llegó Crónica de un desayuno (2000), cinta de difícil clasificación que filmó muy lejos del cliché según el cual “hay que hacerla chistosa para que la gente vaya a verla”. Dieciséis semanas después de estrenada, Crónica... sigue en cartelera, “cuando muchos distribuidores se reían de nosotros”, como dice el propio Benjamín Cann. En esta entrevista, el también director teatral (Una vida en el teatro, de Mamet; Una pareja abierta, de Fo; Enemigo de clase, de Williams) y director de ópera (Madame Butterfly, Las bodas de Fígaro) se refiere a la situación actual del cine y de los cineastas, de cara a los tiempos que se avecinan.

Desde tu postura como realizador, ¿qué crees que ahora puede recibir el público mexicano a partir de tu experiencia con Crónica de un desayuno? ¿Hay cambios en el público?

–Pienso que los hay a partir de que hay no nuevas películas sino nuevas salas, fue el primer paso, son las que lo convencieron de volver al cine. A partir de las nuevas salas llega el boom de preferir los cines a la renta de videos. La época en que las películas de los Almada y las ficheras tenían éxito en las colonias donde eran estrenadas, tal vez era porque no había de otra o porque realmente eran divertidas para ellos. De pronto un público muy grande y con poder adquisitivo vuelve a los cines y eso propicia que se estrenen más películas, todas prácticamente de Estados Unidos. Entonces, a nosotros se nos mueve el gusano de que hay dónde exhibir, y de nuevo empezamos a atrevernos a filmar. Ciertas películas nos hacen pensar que hay un público para el cine mexicano, que puede dejar de ser sinónimo de “malo”.

–Verlo era de “mal gusto”.

–Ciertas películas, como El bulto, aunque no hizo mucho público, llamó la atención. Igual Bienvenido Welcome. Luego viene el fenómeno de Sexo, pudor y lágrimas. Aunque hubo otra antes, importantísima, tal vez la gran iniciadora de esto, que es Rojo amanecer. Más allá de que se atrevió a tocar el tema del ’68, demostró que la gente sí quería ver el tema en cine, y no sólo los alumnos del cch, que se pensaba eran el único público para algo así. Rojo amanecer fue un trancazo inusitado.

–Mucha gente dice: “Tal parece que para que sea exitosa, una película mexicana debe de ser comedia.”

–Es que sí es una regla, malentendida, por supuesto. De los setenta para acá, sólo hubo un modo de que el cine resultara un negocio para quien invirtiera: de ahí las ficheras, Mario Almada, la India María, la risa en vacaciones... Los poquísimos productores, yo creo que muy oxidados, quieren ganancias, ven el cine como negocio; no creo que sea un mal punto de vista.

–Y es necesario para seguir haciendo cine, ¿no crees?

–Pero es mezquino seguir la fórmula de hacer una película sólo porque deja dinero. Y en el sentido de no comprender que el cine, como todas las artes escénicas, también es una experiencia cultural, no nada más un producto de consumo. Es un problema general del empresario mexicano, no es de los productores de cine solamente.

–Y está la postura medio ideológica y medio de promoción del IMCINE de “el buen cine mexicano”. Entonces hay un cine bueno (el que ellos hacen) y otro malo, y no creo que esa postura haya hecho mucho bien.

–Es prejuiciosa y muy desafortunada. Nuestro país tiene muchos otros aspectos distintos al empresarial y muchas necesidades, y no hemos encontrado a los empresarios que quieran arriesgar buscando esa evolución cultural. De pronto algunos productores vieron que hay otro tipo de público y se atrevieron a buscar otras fórmulas, aunque con mucho miedo, porque si no se harían muchas más películas. Pero si Rojo amanecer ganó dinero sin repetir las formulita, fue porque encontró un público. Finalmente llega el gran fenómeno de Sexo, pudor y lágrimas. No pienso que sea la mejor película mexicana. Sin embargo, el público que la ve encuentra una película que lo retrata. Es esa clase social la que apoya de tal manera a la cinta que la vuelve la más taquillera del cine mexicano. Es un fenómeno que alienta a muchísima gente. Más allá de que nos guste o no nos guste, de que haya gente que diga: “Es muy superficial.” Es una película que se hizo como el director pensaba que debía hacerse, y retrata a un tipo de seres que sí habitan esta ciudad.

–Tacharla de superficial responde a una idea muy personal de profunda. Además, ¿se trata de que todas lo sean?

–Y aunque lo fuera, de todas formas habría habido quien dijera: “Éste ya se cree Fassbinder.” Es un poco inútil. Lo único cierto es que la vieron ocho millones de personas. Es el parteaguas en el sentido de que el productor se atreve a invertir en el cine mexicano sabiendo que sí puede recuperarse y ser negocio. Los chavos dejan de pensar que el cine mexicano es malo de entrada. Luego viene Amores perros.

–Todo el poder tuvo la mejor campaña de publicidad que se haya visto en mucho tiempo. No le fue mal pero no le llegó, taquilleramente, a Amores perros. ¿Cómo te lo explicas? De repente se conecta con el público sin saber bien a bien de qué manera.

–Se trata simplemente de la diversidad. Tenemos muchas historias que contar, y como público hay hambre de conocer historias de muchos tipos, sean superficiales o profundas, pero vernos a nosotros, en nuestro idioma, con nuestros códigos, eso en sí es expresión de la diversidad cultural. Hay otro error del que nos ha costado mucho desprendernos: el terrible paternalismo estatal de los setenta. Con ese jalamos hasta hoy. Muchos piensan que el Estado les debe hacer su película.

–Lo cual tiene implicaciones no sólo en producción y mercadotecnia, sino también en el orden de lo creativo. Hay casos de censura directa, de imposiciones.

–Es el mismo freno que te puede poner Televisa, TV Azteca, o un productor de esos criticados por lo que hacen. Nos la pasamos creyendo que “como yo no puedo juntar mi dinero, que me lo dé el IMCINE, y si no me lo da es por ojete”.

–O que sólo le dan a sus cuates.

–Y es un error. Quienes hicimos Crónica de un desayuno entendimos que si no teníamos el dinero era nuestro problema, pues la película la queríamos hacer nosotros, no el IMCINE. Ahora nos atrevemos a buscar los recursos, a estudiar el mercado. Antes no hacía falta porque se actuaba heroicamente: “Hago mi película y la guardo en el ropero, y si no se exhibe es porque hay ojetes.” Pues no, la película no tiene sentido si no la ve el público. Cuesta un huevo conseguir el dinero, pero ya vimos que sí es posible. Gracias a que nos atrevimos a hacer eso pudimos filmar, y gracias a que al público sí le interesó lo que hicimos, y se queda atrás esa imagen de los mártires del cine.

–Creo que es importante repensar la relación con el organismo cinematográfico. Algo va cambiar, aunque no se sabe de qué manera. Y por el perfil de los gobernantes, muchos tememos un retroceso en términos de libertad de expresión. ¿Cómo habría que relacionarse ahora con el IMCINE?
–Ninguna expresión artística tiene por qué ser institucional. Hacerlo así es lo que nos tiene como estamos, con líneas a seguir definidas institucionalmente. Sólo siendo entidades de servicio y no rectoras, las instituciones de gobierno podrían funcionar a favor de la producción. No pueden regir criterios, ni ser quienes escogen qué se debe hacer.

–Se entiende muy mal el concepto de política cultural, ¿no?

–Organismos como IMCINE y Conaculta deberían facilitar los caminos para que el artista pueda hacer su trabajo, no decir cómo lo va a hacer. Ahora que Fox anunció con bombo y platillo que se asignarán cien millones de pesos al IMCINE, éste tiene que ver cómo distribuirlos para que estén al servicio de los cineastas, no al servicio de la institución, porque si no se crea una estructura burocrática terrible...

–Además de los condicionamientos ideológicos necesariamente aparejados...

–Creo que Joskowicz, que siempre fue un director independiente, tiene la sensibilidad necesaria para entender que se trata de apoyar a los cineastas, de ser un nexo entre ellos y la producción. Sólo cuando se haga así se abrirán caminos para los artistas en general, no regalando becas, que es también una forma de tener callada a la comunidad artística. IMCINE no debe ser productor, no debe poner el dinero. En todo caso, debe ayudar a que los realizadores podamos conseguirlo. Hay un Consejo que dice: “Este guión sí y este otro no.” ¿A santo de qué? Por inteligentes que sean los miembros de ese Consejo, es absurdo. Cuarón hizo Sólo con tu pareja nada más porque otra película se frustró. Sólo vamos a hacer más películas si encontramos un camino más simple. Estamos jodidos si cada director sólo puede filmar cada siete años.