Jornada Semanal, 4 de marzo del 2001 

 
 

Novísimos de Sinaloa
 
 
 

León Guillermo Gutiérrez, llevando en la frente el nombre de Gilberto Owen, nos entregó esta breve antología de novísimos de Sinaloa. Se trata de una “poesía en proceso y en ebullición que crece al amparo de la luminosidad de la palabra al alba de la adolescencia”. Carlos Mijail Lomas es fiel a los emblemas de su tiempo y en su poesía se estremece un tigre de Blake o de Lizalde. Andrea Miranda se detiene en la luz y su rito para un pez ciego. Francisco Alcaraz, sitiado en su casa, ve al padre y a la madre y asume sus herencias, mientras Santos Javier Velázquez oficia los ritos amorosos y descubre a su modo los misterios de la especie en un “cuerpo tendido y abismado”



Sinaloa sólo ha dado hasta hoy un gran poeta: Gilberto Owen (1904-1952), perteneciente al grupo de Contemporáneos y uno de los precursores del poema en prosa, de quien Octavio Paz escribiera: “Contra el muro de estériles lamentaciones, lo mismo en el amor que en la pasiones más sencillas, el poeta aceptaba el único refugio: la desesperación. Mas nunca acudía al grito, al escándalo, sino a la horizontal desolación que acompaña a quien, encerrado en sí mismo, se ajusta a las normas que su soledad le da.” A casi un siglo de su nacimiento, en su estado natal hay una efervescencia poética encabezada por un grupo de jóvenes que apuestan por la poesía misma, muy diferente de aquella que se da en la grandes ciudades, llena de rabia, desolación y falsa audacia retórica. Poesía en proceso y en ebullición, que crece al amparo de la luminosidad de la palabra al alba de la adolescencia, palabra de pájaro en vuelo sobre acantilados, olas, truenos, que por obra del lenguaje es sitiada en el verso donde se albergan los sueños, la sombra de la infancia y el trazo de la piel de la joven poesía.

León Guillermo Gutiérrez

El rumor de la palabra donde vives

Carlos Mijail Lomas Alfaro

(1979)

 
Alguien describe en mi sueño
la imposibilidad del ascenso
y el brillo de una estrella
que murió hace años.
Todo me pregunta
¿Qué gasta tu presencia y el aire?
Te quito la carne y el sexo,
Los pensamientos todos,
Busco el trueno como recuerdo,
El rumor de la palabra donde vives.
La casa de Zeth en tu mirada.

Me abrasas y entonces caemos:
dos gotas mezcladas en el hocico
del tigre que nos mira,
que se busca constante
en las sombras que la casa aún proyecta.

Tú eres quien habla del no ascenso y de la estrella
quien monta al tigre con flores secas en el pelo,
quien no teme a lo constante de los días,
quien no teme salirse de mi sueño.
 
 

Rito de luz

Andrea Miranda

(1978)

A Javier Pérez
Una mano
dibuja el trazo de un cuerpo

Sobre un minuto oscuro
la claridad de carne se sostiene

Entonces dibuja el movimiento
y lo respira
tensa la curva
              agita la sangre

El calor nace de los pies de la mujer
y la mano sudorosa
               tiembla

De la tinta se escurre un deseo
Y desliza suave y tibia la humedad
(rito de luz
              para un pez ciego)

Reanudado testamento

Francisco Alcaraz

(1979)

I

Pasos. Un relampagueo en la estancia atestigua el declive de los pájaros.
Una gotera prolonga su locura en el temblor de cada objeto en los estantes; la luz me delata en la vigilia: mi casa, antes tálamo de amor de un dios rampante, es hoy reino sitiado por el luto, crepuscular tigre prisionero de sus rayas.
II
Mi madre sueña –náufraga en la vastedad de la cama– que mi padre vuelve ennegrecido del ojo iracundo de la muerte, y es entonces cuando todo se vuelve ceremonia, milenaria coreografía en el albur de la nostalgia.
III
Mi padre nos legó una noche la lluvia y la caída de las hojas: un otoño de relámpagos.

Una casa erigida a golpes en los muros, es reanudado testamento en los misterios de la sangre.
 
 


Testimonio del fuego

Santos Javier Velázquez

(1979)

A Moromay
Ir a tu encuentro mientras el tiempo grita en pleno corazón
Salmos crispados.

A tu encuentro,
Salamandra suspendida como isla en los albores del canto,
Llamarada danza de avispas sobre las estaciones
   de la selva,
Cuerpo tendido y abismado,
Misterio erguido como el verano sobre el páramo,
Ahí albergan mis sueños,
Ladera inhóspita que sucumbe a la caricia del escorpión,
Al viento ardiente de mis manos,
Tu espalda es frontera,
Espejo donde el fuego esculpe la sombra de la caza
    del tigre,
En tus pechos se cumple la redención de la sangre
    al temblor de mis labios.
El tiempo al llegar el alba,
Recoge en su urna las cenizas yacentes en tu esbeltez
Y vela el reposo de la tormenta.