LUNES Ť 12 Ť MARZO Ť 2001 Ť

Ť Centenares de comunidades chiapanecas sin rostro tejieron la vía del EZLN al DF

Representados en el Zócalo, los pueblos indios de Chiapas conquistaron el corazón de la República

Ť Los pobres entre los pobres fueron recibidos en la ciudad de México como príncipes

Ť De Xochimilco a la Plaza de la Constitución la caravana recibió expresiones de simpatía

HERMANN BELLINGHAUSEN

 "Quienes deberían estar aquí son las comunidades indígenas zapatistas, sus siete años de lucha y resistencia, su oído y su mirada, los hombres, niños, mujeres y ancianos, bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que son quienes nos mandan, la voz que nos habla, la mirada que nos hace invisibles", reconoció el subcomandante Marcos ante un Zócalo lleno hasta más allá de la sombra de gente que los vino a acompañar. Y agregó a las insurgentas e insurgentes, "guardián y corazón del pueblo".

El comandante Zebedeo se había referido, en primer término, "a los que están pendientes desde la comunidad". A quienes, como expresó el comandante David, corresponde llevar la respuesta del gobierno.
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O sea que las decenas de miles de personas que se volcaron a saludarlos en Villa Coapa, Iztacalco, La Viga, La Merced, a gritar durante 16 kilómetros vivas al e-zeta-ele-ene, en realidad vitoreaban a los ausentes, y no a esos 24 encapuchados que traen de cabeza al país hace dos semanas. Carteles y mantas por centenares dando la bienvenida al EZLN apuntaban más allá, a los niños de Guadalupe Tepeyac, las mujeres de Polhó y Amador Hernández, los jóvenes de La Garrucha, las familias de Jolnixtié, los hombres de Unión Progreso, Taniperla, Chavajeval, La Realidad. Y a los centenares de comunidades choles, tzeltales, tojolabales y tzotziles que una por una, sin rostro ni nombre, tejieron este acontecimiento.

Y si hay ausencias que triunfan, la ciudad de México recibió a la ausencia la más grande de toda su historia: los pueblos de Chiapas, que no vinieron, que están allá, siguen, y a la vez conquistaron hoy el corazón de la República. A ellos debía representar la carreta alegórica de paja (en caso de ser alegórica) que remolcada por un tremendo tráiler Kenworth condujo a vuelta de rueda, entre grandes pacas de paja brillante, a la delegación zapatista.

De Xochimilco a la Plaza de la Constitución ya no importó qué tan espectacular era lo espectacular. Las calles se llenaron de un fervor nunca antes visto, nada menos que en respaldo de los pueblos indios. Habráse visto. Acompañados por miles de indígenas, miembros del Congreso Nacional Indígena, los comandantes zapatistas trajeron la voz de todos ellos, y lograron que fuera escuchada. Quienes esperaban un acto culminante, un no va más, un momento estelar, se habrán decepcionado un poco, a pesar del Zócalo más lleno desde... ¿desde cuándo?, de la cobertura mediática y la aclamación más unánime en torno de algo: el cumplimiento de las tres condiciones: la paz, la libertad y el reconocimiento constitucional de los derechos indígenas.

Tras la ola humana que la marcha zapatista fue levantando por 12 estados de la República, lo que el EZLN y el CNI hicieron hoy en el Zócalo fue escribir un punto y seguido.

No vinieron a tomar el Palacio Nacional. Ni siquiera se dignaron a mirarlo. Se plantaron en el estrado wixárikas, ñahñús, purépechas, mazahuas, rarámuris, totonacas, mixes, zapotecos, nahuas y los mayas chiapanecos del EZLN. "El gobierno siempre está detrás de nosotros", dijo Marcos en el discurso que a nombre de "yo" culminó la entrada de los indígenas mexicanos a la capital.

El color de la tierra en las calles

Hemos visto navegar sobre las olas civiles, como diría López Velarde, un puñado de indígenas que son "el color de la tierra", como dijo hoy el comandante Tacho. Se vinieron juntando ante los ojos de quienes los supieron ver, desde San Cristóbal a Oaxaca, Nurio, Iguala y Milpa Alta.

Esta ciudad es mañosa, no le gusta hacerse la sorprendida, pone la cara de quien ya vio todo en esta vida. Pero este mediodía dominical se sorprendió de su sorpresa. Mucha gente lloraba, aunque trataba de aguantarse. Unos segundos vieron pasar el lento Kenworth.

Muchos corrieron un tramo a sus costados, acompañándoles multitudinariamente desde entrada a la ciudad de México.

Desde que el EZLN y el CNI abandonaron el Deportivo Xochimilco, a las 11:45 horas, y tomaron por Canal de Miramontes, no quedaron vacías las banquetas, las azoteas ni las ventanas. Decenas de motocicletas y patrullas, carros y camionetas, hasta cinco helicópteros acompañaron lo que, paradójicamente, no fue la apoteosis de Marcos.

Más allá del marquismo desatado por los medios, mucha gente de las ciudades y hasta por el gobierno federal, el DF asumió con cierta gravedad el que por primera vez desde que la nación existe, los pobres entre los pobres, los olvidados, los presuntamente extintos, los pueblos indígenas, fueran recibidos como se recibe a los príncipes.

El comandante Zebedeo reconoció la ola de hombres y mujeres "dispuestos a engrosar esta marcha feroz, pacífica, para revertir la injusticia nacional, la insoportable tiranía que durante varias décadas ha venido pisoteando la dignidad de los trabajadores de todo el país". Hoy se manifestó "esta gran fuerza popular que conmueve al mundo entero".

Un carro compacto se coló un rato en la caravana rumbo al Zócalo, llevando encima una gran cartulina: "Despertar la conciencia nacional es hazaña del EZLN". La simpatía era tal que las esporádicas expresiones de rechazo cerca de mercados o atrás en los camellones no se notaban. Hasta la palabra "aplastadas" resulta piadosa para describir su suerte. En la radio, algunos locutores, emocionados, reconocieron que se tragaban sus palabras, que antes habían hablado mal de los rebeldes indígenas y ahora los saludaron con una admiración que ya les reclamarán mañana sus empleadores. Llamadas del público al estudio, transmisión en vivo de las incidencias de la travesía zapatista por Escuela Naval, La Viga, Inguarán y La Merced. El temblor que durante días estuvo anunciando el comandante David. La entrada triunfal de "los merecedores, los indispensables, los más primeros", como no se cansó de repetir el comandante Tacho en la decena de capitales que recorrieron los zapatistas antes de llegar a la mera capirucha.

Banderas nacionales de todos tamaños ondearon en las calles a su paso. La del Zócalo es la primera bandera monumental (de las muchas que repartió Zedillo por todo el país para delatar su complejo de inferioridad) que ondea sobre la cabeza de los rebeldes zapatistas. El comandante Tacho no omitió señalarlo al hablar en el Zócalo: "Aquí estamos los indígenas mexicanos protegidos bajo la bandera nacional. Somos mexicanos y por lo tanto la patria también es nuestra".

En todo momento, los oradores del CNI y del EZLN hablaron a nombre de muchos otros, fueron voces multiplicadas y nadie ahora duda razonablemente de su autoridad moral: "Esta marcha está obedeciendo literalmente la letra de nuestro himno nacional, que dice 'lidiar con valor'", dijo el comandante Zebedeo, y rindió homenaje "a los caídos que hoy residen en los corazones de esta muchedumbre".

El subcomandante Marcos ennumeró los sucesivos silencios que el poder ha dedicado a los indígenas, hasta llegar al "silencio impotente" de hoy. No fue una muchedumbre ensimismada en la figura de Marcos, en la idolatría del vocero. Su voz, que no es estridente, ni siquiera con los amplificadores, resonó un rato largo sobre la multitud atenta.

Un estilo político muy raro el de estos encapuchados. Con la ciudad a sus pies, los zapatistas dijeron no ser "la guía, sino apenas uno de tantos rumbos que al mañana conducen". Según el subcomandante Marcos, "al decir somos también decimos no somos y no seremos".

"Qué le costaba al gobierno de Fox" cumplir las demandas del EZLN, dijo David en un Zócalo que ya no será igual después de haberlo oído. "El gobierno no es nadie sin el pueblo", planteó Zebedeo ante una parte muy significativa de este "pueblo" sin el cual ninguna democracia puede existir. El historiador Lorenzo Meyer, bajo los portales al poniente del Zócalo, recordaba su experiencia en el Ejido Morelia en enero de 1994, cuando fueron descubiertos los cuerpos descuartizados de los hombres mayores de la comunidad; cuando la guerra se vino encima de los pueblos indios de Chiapas: "Quién hubiera dicho entonces que veríamos esto". Escuchar a la comandancia del EZLN enviar comunicados desde "la gran Tenochtitlán", "el corazón de la patria", "la Plaza de la Constitución" permite sentir la experiencia de la historia, que vive fuera de los tratados, lejos de los museos, aquí nada más, al alcance de la mano. Son días grandes para México: reconoce a sus pueblos originarios, multitudes de corazón abierto los acogen como hermanos, como maestros, como iguales, así de distintos como se presentan, con plumas, listones, chamarras de borrego crudo, faldas, blusas fosforescentes, calzones de algodón bordados con grecas y venados. Los indios del traspatio, en el lugar más alto.

Desde un balcón del viejo Centro Mercantil y viejo Hotel de la Ciudad de México, el coordinador de Seguridad Nacional del gobierno foxista, Adolfo Aguilar Zinser, pudo ver y oír esa plaza, ese fenómeno inédito, ese clamor de muchos, muchos más que dos. En el ventanal de sus oficinas, el jefe de Gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador, también fue testigo de primera fila. Será interesante conocer sus respectivas conclusiones.

La sintaxis del star system esperó digerir la persona de Marcos y encontró que se trata de muchos otros. Que los indígenas son quienes llegaron, están aquí y no se van a morir, como prometió el comandante Tacho. Rebeldes, pero no suicidas. "No somos portavoz", dijo Marcos, "somos una voz entre todas las voces de los muchos Méxicos que bajo México se esconden". Un rumbo entre otros. Tenemos un país que se mira a sí mismo y se encuentra más grande de lo que parecía.

Dos horas después del mitin, el Zócalo no había terminado de vaciarse. Ni terminaría.