lunes Ť 12 Ť marzo Ť 2001

Sergio Valls Hernández

Ser juez

Quienes ejercen la función de juzgador deben sumar atributos de naturaleza moral e intelectual, que les permitan ejercerla de manera satisfactoria, donde su finalidad última sea el logro de la verdad y el predominio de la ley.

Los rasgos de la personalidad del juez son inherentes a su investidura como mandatario de la ley, como obrero de justicia, como promotor del imperio de la razón y, siguiendo a Ulpiano, como propagador de lo bueno y lo justo y como "sacerdote de la justicia". Todo ello justifica la necesidad de que el juez cuente con un patrimonio espiritual de excelencia, basado en un código de honor inalterable, pues como decía Platón: "la justicia es una virtud del alma".

Mencionaré brevemente algunos de esos atributos, pues todo juez los debe tener presentes, los debe enarbolar y los debe difundir. Son inherentes a ser juez.

Primero, la imparcialidad que David Hume y Adam Smith identificaron como equivalente de la impersonalidad, vinculando esta última con la benevolencia. Ortega y Gasset, al referirse a la imparcialidad, dice que es "serenidad, frialdad ante las cosas y ante los hechos....", agrega que ser imparcial es ser impersonal y que "ser impersonal es salirse fuera de sí mismo, hacer una escapada de la vida, sustraerse a la ley de gravedad sentimental, y que sólo así se podrá ser imparcial y, por ende, justo".

Si el ser humano es considerado la suma de elementos comunes y diferenciadores que se acuñan en su ser desde que es concebido y que se van añadiendo a medida que su experiencia aumenta, y que esos elementos necesariamente están presentes en las meditaciones del individuo, entonces, escaparse de ellos para impartir justicia equivaldría a que fuera factible en seres inteligentes suprimir su carácter, la individualidad de su ser, para así dotarlos de una capacidad excepcional que les impida inclinarse, sin fundamento, por una de las partes. No es tan alto el grado de perfección que se espera de un ser falible como es un juzgador. Ser juez es ser sincero en sus determinaciones, es mantener una posición de igualdad entre las partes y conducirse sin ningún prejuicio.

Por otra parte, el juez debe propiciar el predominio de la ley en sus decisiones, sin admitir intromisiones de ninguna índole, especialmente de aquéllas que por razón de la elevada responsabilidad que tiene encomendada, tiendan a subordinarlo e impedir que sus resoluciones sean neutrales. La independencia debe entenderse como la facultad conferida al juzgador para resolver las cuestiones que le son planteadas, recurriendo únicamente a la ley y a su reserva ética y moral. Ser juez es ser independiente.

También debe destacarse que la preparación intelectual del juez es esencial, sus funciones así lo exigen, puesto que su herramienta fundamental de trabajo es su pericia en el conocimiento de la ley, de la jurisprudencia y de la doctrina, pero también su responsabilidad lo insta a aplicarla con buen juicio. Ser juez es ser forjador de la historia, ya que sus resoluciones son pronunciadas en nombre del Estado y tienen efectos innegables en el propio Estado y en la sociedad.

Para que la experiencia, la erudición y la sabiduría se presenten en el ser humano, además del estudio y la investigación, es necesaria la sencillez, la ausencia de arrogancia, la lealtad que el propio individuo se dispense a sí mismo, para reconocer su desconocimiento sobre determinado campo del saber, pues éste será su punto de partida para iniciar su travesía hacia la sapiencia. La franqueza hacia él mismo, que debe prevalecer en el interior de este personaje, sin duda, constituye un atributo más de la personalidad del juez. Ser juez es ser franco consigo mismo.

La probidad es una de las cualidades inexcusables del acervo ético y moral del juez. Sin ella sus dictámenes carecerían de raíz, estarían faltos de sustancia; sin ella no sería posible depurar a la abogacía de todas sus miserias, Ƒcómo podría ser de otra manera si, según Calamandrei, "el juez es el derecho hecho hombre..."? Y sólo de tal hombre se puede esperar en la vida práctica la tutela que en abstracto promete la ley, y sólo si este hombre sabe pronunciar con rectitud el derecho, las partes en conflicto podrán comprender que el derecho no es una imagen vana. Ser juez es ser probo.

La probidad se asimila con la honradez, la integridad, la lealtad, la paciencia, la nobleza y la ecuanimidad y, del mismo modo, a este término se le identifica con la ausencia de arrogancia y como sinónimo de sencillez. Cualidades que deben habitar en cada una de las regiones del alma del juez.

Integridad, porque la rectitud de sus fallos se supedita al rumbo del proceso. Lealtad, fidelidad a la ley y a su vocación. Paciencia, porque ejercer la tarea que le ha sido conferida al juez, en ocasiones desenvolviéndose en un ambiente hostil, no es empresa sencilla, pues está impregnada de contiendas y de penas humanas; de oposición constante a sus determinaciones; de rostros atormentados por la culpa y de convivencia con expertos de la impostura. Por todo ello, ser juez requiere aplomo y dominio absoluto de sí mismo.

Finalmente, nobleza y ecuanimidad.

Como afirmó don José María Morelos y Pavón "no hay otra nobleza que la de la virtud, el saber, el patriotismo y la caridad; que todos somos iguales, pues del mismo origen procedemos.....". Ser juez es ser noble.

No se puede llevar por simpatías ni sentimentalismos. Por eso hay cierta soledad en la tarea jurisdiccional pues, como describiera Carlamandrei, tiene que juzgar libre de afectos humanos y colocándose en un peldaño más alto que el de sus semejantes. Ser juez es ser ecuánime. Ť

[email protected]