lunes Ť 12 Ť marzo Ť 2001

Elba Esther Gordillo

En el corazón de México

Hace más de ocho décadas, en diciembre de 1914, las fuerzas del general Emiliano Zapata ocuparon la ciudad de México. La historia registra la entrada al Zócalo capitalino del Ejército Libertador del Sur, la marcha de esos hombres humildes con sus sombreros enormes, la canana cruzada sobre el pecho y el fusil al hombro.

Ayer domingo una representación de los pueblos y las comunidades indígenas volvió a ocupar la plaza del Zócalo de la ciudad de México, después de recorrer, en su último tramo, la ruta de Zapata. Llevando a cuestas razones, derechos y agravios expresados con energía y hasta dureza, han marcado estos primeros días del nuevo tiempo mexicano.

Ha sido un largo recorrido que dio inicio el sábado 24 de febrero en San Cristóbal de las Casas; el fin de la semana pasada, en Nurio, Michoacán -en el marco del Congreso Nacional Indígena--, recibió el respaldo de organizaciones, representantes de 41 de las 56 etnias que existen en el país, para la iniciativa de la Cocopa sobre cultura y derechos indígenas, y atravesó doce entidades de la República entre las que sobresalen aquéllas con mayores penurias y carencias, y ha llegado finalmente al Distrito Federal para cumplir los objetivos de su viaje: negarse al olvido, darle visibilidad a sus reclamos, defender ante el Congreso de la Unión la ley Cocopa.

El itinerario del EZLN no ha estado exento de tensiones, pero ha concitado también entusiasmo y la esperanza de que a pesar de los desencuentros inescapables, se avanza en el camino del entendimiento y la concordia y de que es posible responder a las reivindicaciones indígenas, como lo ponen de manifiesto las concentraciones populares a su paso, las declaraciones de varios representantes de diferentes sectores sociales y la postura del Presidente de la República, que dio la bienvenida a la marcha.

El mero hecho de que la marcha haya llegado a la capital de la República, de que los medios no le hayan volteado la cara, sino, por el contrario, hayan seguido puntualmente las posturas de distintos actores, de que se expresen voces diversas (reflexivas unas, simplificadoras otras, críticas o prejuiciosas de uno y otro lados) es, en sí misma, una expresión de los tiempos nuevos.

La presencia de los zapatistas en la capital de la nación subraya la crisis de conciencia que asaltó al país el primero de enero de 1994, cuando tuvieron un encuentro dramático la modernidad y el atraso, el minúsculo México de los ganadores y el enorme México de los inviables; cuando, a un tiempo, entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte e irrumpió un movimiento que reclama atención a la pobreza, la marginación, la discriminación y el abandono en que han sobrevivido los pueblos y las comunidades indígenas.

No es posible soslayar las razones profundas de la rebelión, la represión, el despojo, el hambre, la muerte infantil por enfermedades curables, la injusticia y el racismo que condenan a millones de mexicanos en su propia tierra.

Y aunque la sociedad no compartió ni convalidó el recurso a la vía violenta como opción política y social, nadie ignora hoy (nadie debería ignorar) la enorme deuda social de México con sus indígenas.

La llegada de los zapatistas al Zócalo, el corazón de México, centro político-mítico-mágico de culturas y civilizaciones, habla del tiempo de oportunidades y desafíos que encaramos. La posibilidad --no segura, pero cierta-- de dar los pasos necesarios para avanzar hacia la solución de un conflicto de baja intensidad, por la vía del diálogo, el acercamiento de posiciones, el respeto a las razones de los otros, la atención a las causas profundas que lo originaron, la negociación de cara a la sociedad y en el marco de los cambios políticos que implican la alternancia en el Poder Ejecutivo y el nuevo equilibrio en el Congreso de la Unión, así como la presencia de una nueva sensibilidad pública frente al problema indígena nacional.

No solamente la "no guerra", sino la paz con justicia y dignidad. De eso se trata, ni más ni menos. En ello apostamos los mexicanos lo mejor de lo que somos.

Para alcanzar este objetivo, sin el cual no habrá efectiva modernización ni democracia que se sostenga, bienvenidos sean los olvidados de la patria al corazón de la nación.

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