LUNES Ť 12 Ť MARZO Ť 2001

Hermann Bellinghausen

La posta y la víbora

El frío en el patio, el corral y la acequia parecía más a causa del viento que del cielo abierto como carta astronómica a la que no se le va ni una estrella. Los lazos se agitaban indolentes y raídos, las pinzas mordiéndole los nervios al tendedero vacío.

Lo bueno fue que le prestaron un buen jorongo para aguantar la intemperie. Mientras allá adentro, en la cabaña del Viejo Bolaños, la Rama estaba de fiesta, al Cañizo le correspondía montar guardia. En parte por mala pata, en parte por jerarquía. Con Perea perdió el volado, primero, y segundo, ni modo de mandar de posta a los titulares de la Rama, y plebes sólo iban él y Perea, así que volado y perderlo.

No que fuera a pasar nada, pero siempre pueden dejarse caer busca-parrandas que algo oyeron en los bares del puerto y se arriman, quien quita y pega. La fiestas de la Rama eran famosas de buenas. La ocupación de Cañizo esa noche consistía en decir a los gorrones no hay paso, regresa por donde veniste, hermano, no lo tomes a mal pero esta noche es sólo nuestra, busca la tuya en otra parte.

A buen entendedor pocas palabras.Y para los que se ponían necios, el cuetote que cargaba Cañizo completaba la disuación.

Ora no llegaría nadie. En noches así ni los coyotes salen, habiendo cubil. Los grillos tiritan en vez de chirriar. Lo sabían él y todos, pero no iban a descuidarse a lo tonto, así que por aquello de no te entumas, guardia pusieron, y ahí te ves.

La cabaña iluminada contra la silueta del bosque y lo prieto del firmamento palpitaba como caja de música que quisiera estallar de luz contenida, apenas asomada entre las cortinas y las rendijas, tirando flashazos cada que alguien abría la puerta o asomaba por la ventana.

Hasta acá se oía el "trapatap" de los bailables. Vinieron familias, músicos, las muchachas de la Rama, y no descansarían pies y caderas hasta la madrugada o más tarde.

A ver si Perea se apiadaba y salía a relevarlo aunque fuera un rato. El lo había hecho otras ocasiones en que Perea hacía la posta, no veía por qué no iba a retribuírle una de todas las que le debía.

Uta el frío. En la guardia no se enciende fogata, y para colmo hay que mantenerse de pie y pendiente del camino.

En el claro donde estaba, una extensión de la laguna desembocaba en lama espesa y casi sólida. Un sonido en el agua estancada le llamó la atención; apuntó con la linterna de pilas. Una víbora amarilla rompía la capa de lama y arrastraba su longitud completa fuera del agua.

Las amarillas es raro verlas, nunca pisan tierra (bueno, Ƒpisan las víboras, que acaso tienen pies?). Las amarillas son chicos viborones, para quien lo las conoce deben meter susto. Esta se enrolló a los pies de Cañizo, como esos panes llamados Ochos, a veces con miel y nuez, a veces betún blanco.

Cañizo no es el rey de la paciencia, pero desde que anda con los de la Rama algo ha aprendido a llevársela leve. La necesidad crea la disciplina, lo sabe el discóbolo, lo sabe el pianista.

Y él allí parado nada más, con una víbora dormida por toda compañía, vio emerger la luna, grande por espejismo del horizonte, llena por caprichos del calendario, blanca como la página que falta, que siempre ha de faltar.