Jornada Semanal, 1o. de abril del 2001 

 
 

Javier Durán

José Revueltas y el “México de afuera”
 

“Patria es terrenalidad, no nacionalismo”, dice José Revueltas en Las evocaciones requeridas. En estos días de fuerte presencia de los antes olvidados indígenas mexicanos, la afirmación de Revueltas adquiere un significado especial para los que son “del color de la tierra” y en ella nacen, luchan, gozan, sufren y mueren. En este ensayo, Javier Durán nos habla de las preocupaciones de Revueltas por la situación de los chicanos, pachucos e ilegales del México de afuera. Frente a los desinformados lugares comunes sobre los pachucos, Revueltas considera que su “problema era, más que enigma y mito, un problema de educación y organización social”.

 
Los mexicanos, que no podemos evocar una cultura honda y distante, ¿qué somos?No somos, es la respuesta. Patria esterrenalidad, no nacionalismo, y nosotrossomos nacionalistas sin patria, que nisiquiera estamos a la búsquedad de un espíritu,inauténticos, falsificados, hipócritas, machos avergonzados de ser hombres.
José Revueltas,
Las evocaciones requeridas II


Un año después de su salida de la prisión de Lecumberri, José Revueltas realizó dos viajes a California: primero a dictar cursos en la Universidad de Stanford en 1972, y luego en la de California, en Berkeley, en 1974. En su correspondencia comentó esas experiencias en las aulas estadunidenses, en particular su preocupación por la problemática chicana, con unos estudiantes siempre atentos y entusiastas. Este interés de Revueltas en los mexicanos de “afuera” y en la problemática chicana no es un simple reflejo de aquellas estancias en Estados Unidos, sino que se remonta a experiencias anteriores.

En 1943, Revueltas llevó a cabo una gira por el noroeste de México y el suroeste de Estados Unidos como articulista de la revista Así. Sus colaboraciones aparecieron como entregas en la citada revista, siendo posteriormente recopiladas en Visión del Paricutín. Interesan de manera particular sus crónicas desde la ciudad de Los Ángeles, en las cuales nos presenta el “México de afuera”, ese otro México que llegó también a inspirar en la misma época a Octavio Paz en El laberinto de la soledad (1950). A veinticinco años de la muerte de Revueltas, conviene revisar su lugar en la historia cultural de México y entender cómo su aguda percepción de la realidad social, su intuición y su compromiso ideológico se textualizan en algunos de sus escritos marginales, y prefiguran, en su época, problemáticas emergentes con vigencia actual. Este es el caso del “México de afuera” y de la situación de la población chicana en ese espacio transnacional.

En sus crónicas desde California, Revueltas muestra gran interés por el tema de la guerra, percibiéndose en sus escritos un sentido de admiración y respeto por este esfuerzo colectivo. Sus observaciones señalan aquellos aspectos del conflicto bélico que afectaron a la sociedad estadunidense y que, no obstante, también contribuyeron a la creación de un patriotismo exacerbado en el cual el soldado se convierte en el centro de la identidad nacional.1 Esta reafirmación del militarismo como eje de lo nacional lo lleva a cuestionar los abusos y excesos que los miembros de las fuerzas armadas estadunidenses cometen en contra de las juventudes mexicanas del área de Los Ángeles. Asimismo, las crónicas de Revueltas se abocan a ilustrar algunas de las causas que han fomentado ese “México de afuera”. Conviene atisbar cómo la crónica revueltiana percibe ese otro México:
 

Hay un primitivismo brutal, desatado, en los mexicanos que, por las noches, van a pistear ?beber según el argot mexicano de Los Ángeles? a la calle Olvera. Se siente un poco que ahí está una parte de México. Pero un México deformado y desnudo, lleno de oscuridad en sus reacciones, en sus actitudes, con algo de siniestro. Este “México de afuera”, del que tanto se habla, es amargo y áspero: tiene el espíritu lleno de rencor y resentimiento y está como aturdido por cosas que aún no se explica cabalmente, como si le hubiesen arrebatado algo oscuramente inmaterial, pero necesario, indispensable, querido y sórdido. Me pregunté si eso que el mexicano de Los Ángeles añora ?inconscientemente y sin que él mismo se dé cuenta? es la patria. Pero el sentido que tienen ciertos mexicanos de Los Ángeles acerca de la patria es monstruoso. Aman lo negativo de México, hipertrofiándolo; y la ÒvalentíaÓ y el ÒmachismoÓ, la actitud salvaje, son para ellos el signo definidor.


Lo que sorprende del anterior comentario es que parece no diferir en mucho de la visión planteada por Paz en El laberinto... y en particular en el ensayo “El pachuco y otros extremos”. Es decir, el mexicano de afuera queda al margen de la esencia nacional, en una especie de limbo fronterizo, de un no manÕs land. No obstante, Revueltas concluye su reflexión culpando al gobierno mexicano por su desinterés e incapacidad para educar a la población residente allende la frontera: “Nuestras autoridades de “allᔠno se han preocupado nunca de repartir entre la colonia siquiera un mal folleto. Todo esto ha contribuido a que la prensa antimexicana de California, explote a su favor los incidentes de la colonia mexicana, para azuzar a los círculos enemigos de México en contra de nuestros compatriotas.” Revueltas, al recurrir a una noción museológica de la mexicanidad, en este caso el consulado mexicano como estructura que resguarda tal noción, intenta re-territorializar al mexicano de afuera y termina inscribiéndolo, al igual que Paz, en los márgenes del esencialismo nacionalista posrevolucionario. Tal vez porque el nacionalismo se convierte en esa época en la moral de la posrevolución, y en ese momento Revueltas, a pesar de su marxismo, es incapaz de separar identidad de nación.

Más adelante en su crónica, Revueltas se enfoca al problema de la juventud mexicana de “allᔠy comenta sus impresiones sobre la situación de los pachucos. Y es precisamente esta posición asumida por Revueltas, que subraya el proceso de contramodernidad adjudicado por Paz al pachuco, su prototipo del mexicano de afuera. Esta coincidencia con la visión paciana de modernidad en El laberinto... se da, hasta cierto punto, en la medida en que la noción de mexicanidad se convierte en el referente central de la identidad nacional.

No sería exagerado afirmar entonces que Paz consigna la des-nacionalización del pachuco en su ya clásico ensayo. Paz le atribuye características salvajes (¿el salvaje noble chicano?), instintivas y despersonalizadoras, satanizándolo en una época en la que la represión oficial y sistemática de este grupo era de todos conocida. El discurso condenatorio de Paz se convierte en aliado del discurso hegemónico dominante en el espacio de la colonia interna chicana: el barrio. Las razzias y las golpizas que sufrieron los pachucos y otros mexicanos eran entonces plenamente justificables. El Estado-nación mexicano también se desentendió de la existencia de un problema de persecución contra descendientes de ciudadanos mexicanos. La afirmación hecha por Paz en otro ensayo de la misma obra: “somos, por primera vez en nuestra historia, contemporáneos de todos los hombres”, nos lleva, como dice Rubén Medina, a ver la consolidación de la relación de dominio entre la metrópoli y la neocolonia. Y como lo ha escrito Carlos Monsiváis: “La excelencia prosística de Paz no atenúa su (por así decirlo) desinformación: el pachuco en los ghettos hispanohablantes no fue afán excéntrico de singularidad sino búsqueda (todo lo barroca que se quiera) de una identidad que le hurtaba su país de origen y le desconocía con brutalidad su país de residencia.”
Revueltas elabora en su crónica una investigación documental de la situación del “mexicano de allá”. Al enfocarse en acontecimientos que resultarían fundamentales en el ulterior desarrollo de la historiografía chicana (caso de la Laguna del Sueño), Revueltas narra, desde una perspectiva testimonial, la represión de la que son objeto los jóvenes mexicanos por parte de las autoridades policiacas del área de Los Ángeles so pretexto de pertenecer a pandillas de pachucos y malvivientes. Nuestro autor comienza por criticar la campaña antimexicana que los periódicos del magnate William Randolph Hearst llevan a cabo en Los Ángeles. A continuación realiza una minuciosa pesquisa que le permite seguir el caso y elaborar algunos deslindes. Hecho eso, Revueltas denuncia el injusto tratamiento que recibe un grupo de diecisiete jóvenes chicanos arrestados por la policía angelina y acusados de haber dado muerte a otro joven como parte de una conspiración pandilleril y pachuquesca. Revueltas documenta la discriminación al citar la opinión del abogado defensor de los jóvenes, quien afirmaba que la evidencia presentada no hubiera provocado una sentencia mayor de seis meses para cualquier anglosajón. La crónica revueltiana identifica a los detenidos y ofrece al público lector mexicano los nombres y ocupaciones de estos jóvenes2, la mayoría de ellos empleados en las industrias bélicas, e incluso algunos reclutas de la marina estadunidense.

Es difícil ver en estos casos mencionados por Revueltas la perspectiva paciana que sobre el pachuco utiliza el futuro Nobel mexicano en El laberinto... La juventud chicana intentaba desesperadamente integrarse a la sociedad estadunidense de la época, como lo apuntó Beatrice Griffith en American Me, una serie de viñetas y comentarios sociológicos basados en experiencias personales de jóvenes chicanos, mientras que la sociedad norteamericana tenía serias dificultades para aceptar en su seno a esos jóvenes barrocos y morenos que desafiaban al stablishment social de su tiempo.

Para Revueltas el problema de los pachucos era, más que enigma y mito, un problema de educación y organización social. Adelantándose a lo dicho por Monsiváis: “en la crónica el juego con lo literario usa a su discreción la primera persona o narra libremente los eventos tal como son vistos y vividos desde otra interioridad”, los reportajes de Revueltas se sumergen en el espacio y el lenguaje de este grupo social para poder describir mejor su entorno y sus condiciones: “En ‘este lado del traque’ de Los Ángeles se vive una vida miserable y deprimente, sobre todo en ciertos barrios mexicanos, Maravilla y El Hoyo [...] Por ahí deambulan las pandillas de pachucos, muchachos salvajes, producto de una civilización industrial indiferente a los problemas humanos.” A continuación Revueltas amplía la explicación de quiénes eran estos pachucos:
 

Los pachucos nacieron, se dice, en la ciudad de El Paso. La propia palabra pachuco se deriva de El Paso. En el argot mexicano de Estados Unidos, se usa como gentilicio de El Paso la palabra “paciente” que, corrompida, llegó a convertirse en pachuco. En los años de 1924-26, hubo una gran inmigración de pacientes hacia Los Ángeles. La mayor parte de estos inmigrantes permanecieron en Maravilla, barriada mexicana de Belvedere.


Vemos entonces el énfasis que otorga Revueltas a las condiciones de negación y exclusión del pachuco. Es decir, el pachuco surgiría dentro de lo que Revueltas llegó a denominar “el lado moridor” de la realidad. Producto de las contradicciones del ser humano, el lado moridor surge de esta negación de la negación, casi como una síntesis negativa de la dialéctica que ofrece ese lado ‘real’ del sujeto. Esto podría explicar la actitud del pachuco, su afán de resistir, de vivir en ese lado moridor de la vida al cual está condenado por sus condiciones de marginación, casi como en un colonialismo interno. De ahí que su lado moridor se adjudique una capacidad estética: su apariencia e indumentaria, con la cual se representa a sí mismo, significándose y al mismo tiempo sin cubrirse bajo una máscara, como lo implica Paz en su ensayo, sino más bien cubriéndose con un camuflaje que le permita sobrevivir lingüística y socialmente a la violencia perpetrada en su contra. De ahí que el traje barroco del pachuco y su lenguaje inventado, el caló, fueran posturas concretas de resistencia y recuperación de los espacios públicos, y no enigmas o actitudes insensatas.

El fetichismo del pachuco, tan criticado por Paz, se inscribe entonces en una serie de códigos y gestos. Estas señas degeneran en estereotipos y en un lenguaje mimético que, lejos de camuflajear al pachuco, lo hacen visible en un ambiente que intenta borrarlo. Estos actos, indescifrables para los ajenos, son los que investiga Revueltas para poder explicar la situación de este segmento social: “El traje fantástico, que usaba tan sólo como traje de baile los sábados de cada semana, se convirtió pronto en un traje distintivo, en un uniforme, en un signo que lo diferenciaba, defendiéndolo.” El pachuco surge entonces como sujeto en ese conflicto del diario sobrevivir, ejerciendo así una contramodernidad. Al margen de los eventos históricos ocurridos, la voluntad reivindicadora y solidaria de Revueltas ?quien veía en estos jóvenes a un segmento del proletariado explotado por la voracidad e injusticia capitalistas? intenta así desmitificar un hecho de la realidad de su tiempo y darle una perspectiva objetiva desde el punto de vista periodístico. De ahí que Revueltas concluya esta crónica particular de la siguiente manera: “El pachuco no es un mal elemento, ni siquiera un simple perturbador del orden. No encuentro otra manera de definirlo que como un joven salvaje, resentido, ignorante de la realidad social. [...] El problema pachuco, en realidad, es
un problema educativo y de organización.”

1 De ahí que nuestro autor parezca compartir con el stablishment cultural de su tiempo la idea de la nación como una comunidad imaginada y unificada por el ideal bélico.

2 En su ensayo Paz descarta a priori la problemática del pachuco: “No importa conocer las causas de este conflicto y menos saber si tienen remedio o no. En muchas partes existen minorías que no gozan las mismas oportunidades que el resto de la población.” Esta posición se contrapone radicalmente a la propuesta de la crónica revueltiana.