La Jornada Semanal, 8 de abril del 2001



 
 

(h)ojeadas

Un cuarto de siglo neoyorquino
 

Ángel José Fernández


 

José Juan Tablada,
La Babilonia de Hierro. Crónicas neoyorquinas,
Universidad Veracruzana,
Xalapa, México, 2000.
La Babilonia de Hierro. Crónicas neoyorquinas de José Juan Tablada, agrupa una serie de artículos que su autor escribiera en Nueva York durante casi un cuarto de siglo, entre 1920 y 1943 (la suma, pues, de sus exilios voluntarios), y publicara en los periódicos Excélsior y El Universal y en el semanario Revista de Revistas, de la Ciudad de México. Las crónicas han sido recopiladas por Esperanza Lara Velázquez y Esther Hernández Palacios. La maestra Hernández Palacios, asimismo, además de escogerlas de un amplio corpus, realizó el espléndido “Estudio preliminar”, la cronología del autor, seleccionó la bibliografía y anotó con prolijidad todas las crónicas. Frente al monstruo que fue Tablada, que casi siempre vivió de lo que escribía en la prensa, este solo hecho merece la denominación de proeza impresionante.

La complejidad de registros personales de Tablada como escritor, como pintor y crítico plástico, como historiador del arte, inclusive como curioso científico, como practicante teósofo o hermeneuta japonista, aun en sus crónicas, como las neoyorquinas –que fueron preparadas para el simple lector de la prensa latinoamericana, con quien, por lo demás, procuraba establecer siempre un diálogo–, reflejaba otra tan inmensa como sencilla complejidad: la de ser un hombre prototipo de su tiempo. Establecido en la metrópolis de la posmodernidad, en la Gran Urbe de Hierro, su Babilonia, desde donde todo parecía surgir para desparramarse por el mundo, Tablada se investía cronista divulgador de las novedades del Universo. Y, después, en correspondencia con lo anterior, el poeta del “desenfado erótico” se tornaba la antena de México, en el gran receptor de las tradiciones autóctonas, del rico legado de Mesoamérica, con cuyos productos, además de darlos a conocer en el ámbito de la posmodernidad por antonomasia, traficaba.

En ocasiones, durante su cuarto de siglo neoyorquino, Tablada llegó a fungir como promotor oficial de lo mexicano, del arte y de los gobiernos nacionales –sin importar el régimen, ya fuera carrancista, ya callista o incluso poscallista–, en calidad de escribiente diplomático, que combinaba con sus pasiones: la cultura oriental, el cultivo del dibujo, el buen vivir y la divulgación en la Babilonia de Hierro de la creación de los artistas contemporáneos de México, sobre todo plásticos, de quienes ofrecía exposiciones o exhibía, en su propio departamento, como objetos de compraventa, en calidad de corredor de arte. Dio a conocer, por ejemplo, obras de Matías Santoyo, Diego Rivera y Miguel Covarrubias.

Las crónicas neoyorquinas tuvieron como antecedente las “crónicas parisienses”, escritas sobre todo en los años 1911 y el siguiente, a raíz de su segundo viaje a Francia, hasta donde llegó Tablada para estudiar “los Sistemas de Archivos europeos” –que tal hubo de ser el pretexto de aquella estancia–; su experiencia en París tendría que catalogarse, aparte de la comisión diplomática que cumplía, como su primer exilio voluntario por motivos políticos, tras la caída del dictador Porfirio Díaz, de quien fuera adicto y a quien escribiera y dedicara, en 1909, su obra de compromiso La epopeya nacional. La experiencia de Nueva York, a diferencia de la parisina, fue múltiple y prolongada, aunque también debida a una recurrente voluntad de exilio, derivada de su actuación como empleado público o intelectual comprometido con el régimen en turno.

Si su filiación porfirista, en 1910, dentro del debate antirreeleccionista contra Díaz, lo había orillado por propia convicción a escribir y editar con seudónimo un panfleto teatral donde hacía burlas de Madero con el juguete Madero-Chantecler. Tragicomedia zoológico-política de rigurosa actualidad en tres actos y en verso, para congraciarse con el viejo dictador y querenciarse con el antiguo régimen, el mismo Tablada, al ocurrir la decena trágica y enrolarse –como casi toda la inteligencia mexicana– al lado de Huerta, quien lo beneficiaría con el nombramiento de profesor de la Preparatoria, con la secretaría de redacción de El Imparcial, que dirigiría Salvador Díaz Mirón, y con la dirección del Diario Oficial, a la caída del usurpador, el cronista polígrafo correría la suerte de los intelectuales colaboracionistas. A título individual sufrió el ataque y la destrucción de su casa de Coyoacán –por parte de los zapatistas– y la rigurosa partida al exilio, cuyo destino lo pondría por primera vez en Nueva York, donde estuvo a partir de 1914 y hasta 1918.

Las crónicas seleccionadas por Esther Hernández Palacios en La Babilonia de Hierro pertenecen, sin embargo, a las siguientes temporadas neoyorquinas de Tablada. La antología comienza con una crónica escrita cuando la caída del constitucionalismo y el asesinato de Carranza estaban frescos, publicada en Excélsior, el 20 de agosto de 1920. Resultaba obvio el móvil del exilio. Y, no obstante, en su Diario, el miércoles 1 de marzo de 1922, redactó Tablada la “íntima razón” para alejarse del país y radicar prolongadamente en Nueva York, hasta 1935. También en su Diario anotó: “Dice Nietzsche!... ‘y más de uno se fue al destierro y sufrió la sed entre las bestias salvajes por no sentarse en torno a la cisterna en compañía de sucios camelleros’. Esto explica –confesaría Tablada– la íntima razón de mi voluntario destierro.” Lo cual equivalía tanto como a negarse a colaborar de modo directo con el régimen de Obregón y su desdoblamiento institucional, iniciado por Calles, seguido por la reelección de Obregón y su asesinato, en calidad de presidente electo. Tablada volvería al país poco antes de que diera comienzo el periodo del general Cárdenas.

Tablada pasaría, en Nueva York, quince años consecutivos, salvada la depresión del Imperio y hasta poco antes de la segunda guerra mundial. “En Nueva York –explica Hernández Palacios– Tablada desarrolló la persona que ya había sido y era en México: intelectual polifacético, poeta, coleccionista y traficante de piezas arqueológicas, arte moderno y arte oriental; jardinero, gourmet, teósofo, crítico y promotor de artistas plásticos, librero, periodista.” Y, dentro del periodismo, cumpliría con la función de “convidar a México a vivir la modernidad” y la de “colaborar en la conformación del Nuevo Mundo”, ya no desde París o desde otro punto de una antiquísima Europa, como habían añorado los cronistas del Modernismo, Darío, Peza o Gómez Carrillo –o la modernidad libresca de Gutiérrez Nájera y Nervo– sino “a través de la Babilonia de Hierro”, desde donde se dictaba, entonces, “la apertura al conocimiento de lo distinto”, y desde donde Tablada transmitía hacia México ese nuevo conocimiento a través de sus crónicas, a cambio de divulgar la tradición de las raíces nacionales.

Cabría preguntarse, finalmente, por el impulso que recibió Tablada de sus experiencias humanas y artísticas vividas en Nueva York. Sin esta potencia, que ha de ser vista con ojos universales, o si se quiere trascendentalistas, no podríamos explicarnos cómo José Juan Tablada, siendo nieto de un oficial realista e hijo de hacendados, que forjó su educación en el porfiriato y mantuvo fidelidad al régimen dictatorial; que combatió con la pluma a Madero; y que para su sacrificio colaborara primero con Huerta y más tarde con el último Carranza; y quien desde su asiento en Nueva York mostrara credenciales antiobregonistas, en su versión de artista del lenguaje –allí donde los opuestos suelen unirse– rescatara, en El florilegio, su primer libro de poemas, los rescoldos de la tradición y diera origen al folclore mexicano; y que, casi al mismo tiempo, también hubiera provocado el escándalo dentro de la sociedad porfiriana, al publicar, en 1893, el poema “Misa negra”, ejemplo insuperable del simbolismo literario escrito en nuestro idioma. Y asimismo, sólo que ahora a través del orientalismo, al darle vuelta al siglo xx, este artista “incómodo” propusiera la vanguardia, el lenguaje ideográfico, donde habría de reunirse “una expresión simultáneamente gráfica y lírica”, y después, frente a los temas de lo exótico y el erotismo, abandonara el tono provocativo de sus “barrocos preciosismos formales” para alcanzar, como aporte a nuestras letras, “la más pura sencillez”.

Un sujeto reaccionario ha propuesto, entonces, la vanguardia en el arte y el sacudimiento de la rancia estética nacional, por medio de una propuesta que incluye la construcción arquitectónica del objeto artístico. Apoyada en el análisis de Meyer-Minnemann, Esther Hernández Palacios ha sugerido, como una de sus tesis más importantes, que tanto la poesía como las crónicas neoyorquinas de Tablada son productos del lenguaje que “no son nada más gráficos, sino pictóricos, plásticos, dentro del más moderno concepto de ese arte”. Todo lo cual equivale a una suma corriente de complejidad y sencillez.

Frente a sus tomos de memorias, el Diario y sus páginas dedicadas a la historia del arte, las crónicas neoyorquinas mantienen la frescura en su expresión y contenido. Hoy tenemos la fortuna de contar, por lo pronto, con una muestra sugerente de uno de los trabajos más significativos de José Juan Tablada, sus crónicas universales, escritas desde la capital del mundo y desde allí divulgadas al conjunto de las naciones hispanoamericanas •
 
 
 

E n s a y o

“Las ineptitudes 
de la inepta cultura”

Enrique Héctor González


Jorge Ruiz Dueñas,
Cultura, ¿para qué?,
Océano,
México, 2000.

Aparte de sus virtudes intrínsecas como riguroso examen de la política cultural del Estado mexicano, el libro de Ruiz Dueñas suma a la eficiencia de un análisis impecable el mérito de su oportunidad. La nueva administración lleva en funciones tan poco tiempo que sin duda llama la atención que dé síntomas de vejez e inercia política en un lapso tan breve. En materia cultural, que es el asunto abordado por esta obra, hay mucho por hacer, prácticas fundamentales que echar a andar, vicios y negligencias que deben desbaratarse de raíz. ¿Ejemplos? El libro los proporciona a montones.

Por tratarse de un estudio comparado, es fácil advertir que en otras naciones –el libro presenta la estructura orgánica del departamento cultural en España, Francia, Colombia, Brasil y Canadᖠexiste un ministerio específico, una secretaría encargada exclusivamente de administrar el rubro, aunque en los dos primeros países atienda también, respectivamente, los campos de la educación y el deporte, y el mundo de la comunicación. En México ha sido postergada inexplicablemente la creación de una Secretaría de Cultura y quienes pensamos que esa sería una de las novedades del régimen foxista comprobamos, una vez más, que el discurso del cambio parece haber quedado en mera estrategia electoral.

No se trata, solamente, de ponerle otro nombre a las mismas oficinas, sino de coordinar sin duplicaciones costosas, sin generar zonas de niebla, las funciones de un ministerio capaz de erradicar lo que el autor desnuda como “las contradicciones del esquema organizacional del subsector cultura”, pues hasta ahora ni los órganos desconcentrados (el inba, el inah, el fce y algunos otros) ni, por supuesto, la Secretaría de Educación, cuentan con las condiciones meramente jurídicas para responder a las instrucciones o las políticas que determine el Conaculta, con las consecuencias que, con una precisión estadística que tal vez separe a este libro del lector común, pero que sin duda legitima la asepsia de su denuncia, señala el libro de Ruiz Dueñas: una política museográfica con cifras de visitantes a la baja en los últimos años, una grave caída en el apoyo a la producción de largometrajes, una atención cada vez más raquítica al diálogo cultural entre las fronteras, tendencias a la autosuficiencia de las empresas culturales francamente decepcionantes y una utópica profesionalización de los administradores y gestores culturales, cuyos cargos siguen siendo clientelares cuando no producto del compadrazgo o el nepotismo. En fin, que este panorama desolador tiene que ver, si no exclusiva sí determinantemente, con los recursos asignados al sector, que nunca han alcanzado ni la mitad del uno por ciento del presupuesto nacional recomendado por la unesco como el mínimo satisfactorio.

En el último capítulo del libro, intitulado “A manera de reflexión”, Ruiz Dueñas anota una que no deja de ser escalofriante: es históricamente indefectible, en el caso de gobiernos de centro-derecha, la “tendencia a reducir la gestión cultural, y a darle preeminencia y consideración en los gobiernos de centro-izquierda”. Aunque resulte ciertamente imprecisa y poco afortunada la terminología política aludida en tiempos como éstos, en los que se puede ser, al mismo tiempo, liberal, democrático, conservador y anabaptista sin asomo de contradicción, la consideración y el libro entero de Ruiz Dueñas son, por lo menos, un aviso de que no podemos abrigar esperanzas en el corto plazo mientras la cultura siga siendo, en nuestro país, una voz incómoda, una práctica superflua, una necesidad siempre postergada •


N o v e l a

Recuerdo, culpa y testimonio

Camila Pascal 


Sergio Schmucler,
Detrás del vidrio,
Era,
México, 2000
}

Un muchacho de diecisiete años parte de Argentina. Es el 11 de agosto de 1976 y sabe que detrás del vidrio que lo separa de la mirada aprehensiva de sus padres acecha la muerte. De ella escapa, movido por un impulso que lo sobrepasa y lo sumerge, más tarde, en la ausencia, el recuerdo y la culpa.

Quien vive y narra esa experiencia es Abel, pero también Nipur, nombre de lucha que le fue dado en 1972 y que perdió esa madrugada de la huida cuando subió al avión del destierro. Atrás quedó el hermano, Pablo, pero también Cristo, el rey de los judíos, el que tenía que morir, el que nunca dudó.

Esa es la historia que nos cuenta, la de un desgarramiento, que se insinúa en la infancia de nuestro personaje, pero también antes, en el pasado de los abuelos judíos emigrantes. Luego vendrá el rompimiento, brutal, una cicatriz abierta, herida dispensada por la dictadura militar que cae sobre el país y lo engulle.

Otros libros se han escrito sobre ese periodo que marcó y quebrantó a tantos países del cono sur; tratándose de un pasado cercano que todavía nos concierne, predominan los testimonios. Pero existen, dentro de éstos, relatos que van más allá del grito crudo de horror y denuncia. En ellos, una historia personal empieza a entretejerse con otras, toma distancia sin nunca alejarse, ahonda en las contradicciones humanas, alcanza una dimensión más amplia, lo que le arroga un indiscutible carácter literario.

Detrás del vidrio, primera novela del dramaturgo y guionista Sergio Schmucler, entra en esta categoría. El propio autor la define como una novela histórica con intenso contenido testimonial. La idea del libro surge, antes que nada, de la imperiosa necesidad del escritor de ajustar cuentas con su propia memoria. Su experiencia personal y su voz serán retomadas por Abel, el joven protagonista de este relato.

“El proceso de escritura fue, en un principio, un tormentoso camino de testimoniar, con absoluta franqueza, los derroteros del alma de Abel a partir de hechos concretos, de su-mi memoria. Otro camino, paralelo, fue trabajar de manera permanente la posibilidad de dar respuesta a la pregunta acerca del significado más fuerte de ser exiliado”, explicó Sergio Schmucler en una entrevista que publicó La Jornada.

La historia comienza, precisamente, en el punto físico de la ruptura, el momento en que, antes de emprender la ruta del exilio, apretado contra su portafolios negro, Abel mira a través de un vidrio del aeropuerto todo lo que deja. Esa mirada se alarga hacia el pasado y, como dibujando circunvoluciones, va hilvanando los hechos, las impresiones, los lugares, lo que pasaba en el país y lo que les pasaba a ellos. El relato gira alrededor de Abel y su hermano Pablo, punto de referencia inevitable. Resaltan los detalles, el enfoque de la pupila sobre el gesto que se antepone al suceso o a la expresión de un sentimiento.

Apenas traspasando el umbral de la infancia, Pablo y Abel optarán por el camino de la lucha, al sentirse “empujados por el viento de la vida y de la muerte” hacia el camino de la revolución.

“Primero tuvimos que entender que si la vida tenía sentido era para cambiar el mundo, hacerlo más justo.” Se trataba de “ser la revolución”.

Esta novela narra ese impulso, esa fe que arrastró a tantos, la mayoría de ellos jóvenes; pero la envuelve en un desbordamiento continuo de vida, creatividad, curiosidad, ansia de más, amores, conflictos, cotidianidad. Esto es importante porque tendemos a recordar a esa generación como fanáticos del sacrificio, como idealistas o como mártires.

Es la voz de un adolescente la que narra cómo se va dando ese compromiso, cómo se entremezclan ideales, fantasmas sexuales, rupturas familiares, amistades, el barrio; cómo fueron pasando a posiciones cada vez más extremas; cómo se van dando las primeras dudas y contradicciones de la militancia; la gran influencia que sobre él ejerce su hermano, hasta esa mañana en que la radio dio a conocer el comunicado número uno de la junta militar. Pablo sonríe excitado, la madre lo reprende: “Ustedes no saben lo que se viene.”

Lo que se viene es la muerte grande, ruidosa. Los militares han puesto en marcha su plan de aniquilamiento de la subversión. La consigna es acabar con los combatientes, con sus adheridos, con sus amigos, sus conocidos, sus familiares. Llegar hasta las raíces más profundas.

Junto a la represión se presenta el miedo. Miedo a la tortura. Miedo a la delación del compañero, o a la propia, bajo la tortura. Día tras día desaparecen personas. “Cada calle de la ciudad se volvió un compañero que había dejado de cumplir un control.” La muerte es un personaje más, su objetivo es la destrucción de la memoria. La experiencia de 3la clandestinidad es agobiante, aunque Abel confiesa que “daba el sentimiento de ser, ahora sí, un adulto que usaba máquina de afeitar y armas.”

En estas circunstancias el joven toma la decisión de partir. Las circunvoluciones aterrizan otra vez en el aeropuerto de Ezeiza. La primera parte acaba con la carta de despedida de Pablo, que insiste en que no tiene derecho a salvarse solo, y con la prefiguración de la distancia en un país carente de significado.

La segunda parte, el inicio del exilio en México, va a construirse en torno a las cartas y las anotaciones guardadas en el portafolios negro, el depositario que irá acumulando las huellas más íntimas de la memoria. Cada línea se debate con la sensación amarga de sentirse culpable por estar vivo, en tanto que el otro, el compañero, no lo está. Frente a una ciudad y a unos códigos extraños, el deseo de volver carcome el transcurso de los días. El exilio es la ruptura, la desvalorización de uno mismo. Depresión, letargo, dudas, miedo, deseo de partir. Sin embargo, esta parte acaba en un encuentro amoroso, la primera capitulación ante el país extraño, la emergencia de la vida frente a la muerte.

Finalmente el círculo de la memoria y de la palabra se cerrará con el regreso a Argentina muchos años después. “Has sido preservado para dar testimonio”, le escribe la madre de un amigo desaparecido, pero, “¿a alguien le importan los recuerdos de otros?” •
 

 

P o e s í a

La poesía y el eterno desenlace
 

Gaspar Aguilera Díaz


  José Emilio Pacheco,
Siglo pasado (desenlace), 
Poemas/ 1999-2000,
Era, México, 2000
El Arte escapará si tu mano es floja,
y morirá si aprietas demasiado.
Mano leve, mano fuerte, ¿cómo saber
si tengo al Arte o lo he soltado?
Oscar Wilde
Esta selección de poemas que forma el epílogo de su poesía reunida en Tarde o temprano(poemas, 1958-2000),escritos por José Emilio Pacheco entre 1999 y 2000 y publicados en el cuarenta aniversario de Editorial Era –a la que le debemos libros definitivos en nuestro idioma, acompañados de sugerentes y hermosas portadas–, se inicia con el poema “A través de los siglos”: 
 
Lo posmoderno ya se ha vuelto preantiguo. 
Todo pasó. “Eres muy siglo veinte”, 
me dice la muchacha del 2001.
Le contesto que no: soy el más atrasado.
En mi penoso ascenso por el correr de los 
  años
ya estoy deshecho y con la lengua de fuera
y aún no he llegado al piso xix,
donde me aguarda,
de cuello duro y con bombín y leontina,
nuestro señor 1904.


Poesía de reflexión crítica que, además de su pulcra y emotiva factura, de recontar los numerosos males de nuestra civilización y el devastador paso del tiempo, se enfrenta también a la imagen que el espejo regresa como en aquel célebre poema de Neruda que terminaba con la demoledora frase: “...nosotros los de entonces, ya no somos los mismos”; dice Pacheco en el poema ”Otredad, otra edad”:

 
¿Qué pensaría de mí si entrara en este 
  momento
y me encontrara en donde estoy, como soy,
aquel que fui a los veinte años?


Libro de recuento minucioso –en el mejor sentido del término– y de las admirables obsesiones de José Emilio, no podía faltar aquí su postura frente a las nuevas tecnologías y la escritura, así como su credo ético-literario comparable al de Ray Bradbury: “...el arte no nos salva, como desearíamos, de las guerras, las privaciones, la envidia, la codicia, la vejez ni la muerte, puede en cambio revitalizarnos en medio de todo; [...] escribir es una forma de sobrevivencia”: 
 

Gracias, mil gracias, todo está muy bien.
Celebro lo que hacen y lo agradezco.
Me gustan mi laptop y mi laserprinter.
Pero soy como soy y no son para mí
poemas en pantalla ni a muchas voces
ni con animaciones electrónicas.
Me quedo (aunque sea el último) con el papel. 
La página no es, como se dice ahora, un 
  soporte
es la casa y la carne del poema.
Allí sucede aquel íntimo encuentro
que hace de otras palabras tu mismo cuerpo 
y te devuelve uno solo con lo que dicen 
  sus letras.


Desde aquel memorable Bestiario, publicado primero en la editorial Cuarto Menguante del poeta Jorge Esquinca, y después en el Fondo de Cultura con ilustraciones de Francisco Toledo, Pacheco nos devolvía la visión de los animales como el reflejo de nuestras soberbias y flaquezas; ahora las hormigas, los reptiles y, sobre todo, los sapos, se convierten en una fiel metáfora sobre la fugacidad de la vida: 
 

Lección de estilo: los sapos
a orillas de su charca,
bien sentaditos,
frescos, felices,
con la piel húmeda bajo el calor del verano, 
parecen dar las gracias por su breve 
  existencia.


Intelectual íntegro y consecuente, alejado radicalmente de toda cercanía con el príncipe, José Emilio Pacheco siempre ha estado contra actitudes como las que Joseph Conrad rechazó toda su vida, según lo cuenta André Gide: “...odiaba todo lo que en el hombre había de hipócrita, turbio o vil”, y en los poemas “Declaración del atrapado”, “El odiante”, “Lanza griega” e “Irrealidad”, se reconstruye el testimonio del hombre ante esa cadena interminable de intolerancia, agresión insaciable, ambición por el poder y el empeño en juzgar y torturar a los otros.

Libro breve y condensado en el que la intensidad, la ironía, el humor, se comunican con esa difícil sencillez a la que Pacheco nos tiene acostumbrados; los enigmas y misterios esenciales vuelven y conmueven al lector en cada página:
 

Uno siente que el mundo ya se acaba porque
  cuanto
termina es su vida,
su pobre vida tan independiente de él:
empezó cuando ella misma quiso
y concluirá nadie sabe dónde ni cuándo 
  ni de qué manera.
Morimos con las épocas que se extinguen,
inventamos edenes que no existieron,
tratamos de explicarnos el gran enigma
de estar aquí un solo largo instante entre 
el porvenir y el
  pasado.


Pese a que en el último poema de este espléndido y significativo libro, Pacheco se despide reconociendo el fracaso por intentar lo imposible, es decir, por resumir la decadencia y la esperanza de nuestra época, y la finitud y poderío de la lengua de las cosas, la persistente fe en la sobrevivencia humana seguirá mostrándose en la escritura, como bien lo dice en “Poesía”:
 

Contra la noche oscura
una pantalla que arde
y una página en blanco.
 

FICHERO
LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION
 
antropología

• Mesoamérica. Arte y antropología, Chistian Doverger, traducción de Aurelia Álvarez Urbajtel y Pablo Flores Merino Herrera Salado, Conaculta/Américo Editores, México, 2000, 478 pp.

ciencia

• El pequeño libro de la ciencia, John Gribbin, Col. Paidós Asterisco, 5, Ediciones Paidós, Barcelona, España, 2000, 109 pp.

crónica

• Cartas y memoria (1511-1539), Alfonso De Zuazo, prólogo, selección y notas de Rodrigo Martínez Barac, Col. Cien de México, Conaculta, México, 2000, 416 pp.

• Los condenados en su tierra, Rubén Mújica Vélez, Plaza y Valdés Editores, México, 2001, 149 pp.

ensayo

• Discutibles fantasmas, Hugo Hiriart, Editorial Era, México, 2001, 148 pp.

• Ensayos literarios, Giuseppe Ungaretti, traducción, selección y notas de Guillermo Fernández, Col. Poemas y ensayos, unam/Coordinación de Humanidades, México, 2000, 353 pp.

• Rundigero el borracho y otros exempla medievales en el México Colonial, Daniéce de Houve, Ciesas/Miguel Ángel Porrúa/Universidad Iberoamericana, México, 2000, 206 pp.

• Sobre la poesía, Eugenio Montale, selección, traducción y notas de Guillermo Fernández, Col. Poemas y ensayos, Coordinación de Humanidades/UNAM, México, 2000, 370 pp.

ensayo (político)

• Fraternidades. Una nueva utopía, Jacquez Attali, traducción de Enrique Folek González, Biblioteca del presente B, Ediciones B, Barcelona, España, 2000, 154 pp.

• La crisis del partido de Estado. Una agonía revolucionaria e institucional, Miguel Tirado Rasso, Plaza y Valdés Editores, México, 2000, 209 pp.

• Medios, ética y elecciones. Una recopilación del Programa de Información para Formadores de Opinión Pública (México, 1999-2000), Gustavo Hirales M. (editor), ife/pnud/Taller de Periodismo Iberoamericano/Tribunal Electoral del pjf/uia/Konrad-Adenauer-Stiftung, México, 2000, 198 pp.

entrevista

• Debemos encontrar frases verdaderas. Conversaciones y entrevistas, Ingeborg Backmann, traducción de Ana María Cartoelano, Col. Poemas y ensayos, UNAM/Coordinación de Humanidades, México, 2000, 194 pp.

historia

• IBM y el holocausto. La alianza estratégica entre la Alemania nazi y la más poderosa corporación norteamericana, Edwin Black, traducción de Rolando Costa Picazo, Editorial Atlántida, Buenos Aires, Argentina, 2001, 508 pp.

narrativa

• Antología, Severo Sarduy, prólogo de Gustavo Guerrero, Col. Tierra firme, FCE, México, 2000, 276 pp.

• El príncipe, Federico Andahazi, Editorial Planeta, Buenos Aires, Argentina, 2000, 238 pp.

• La mujer que quiso ser dios, Luis Arturo Ramos, Col. Lecturas contemporáneas, Ediciones Castillo, México, 2000, 390 pp.

• Las aventuras de Don Chipoteo Cuando los pericos mamen, Daniel Venegas, Col. México Norte, El Colegio de la Frontera Norte/Plaza y Valdés Editores, México, 2000, 195 pp.

• Neon City Blues. La muerte de Vicky M. Doodle, Emiliano González, Editorial Alfaguara, México, 2001, 126 pp.

• Obras I. José Trigo/Palinuro de México, Fernando del Paso, Col. Letras mexicanas, El Colegio Nacional/Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 1229 pp.

• Obras II. Noticias del Imperio/Linda 67. Historia de un crimen, Fernando del Paso, Col. Letras mexicanas, El Colegio Nacional/Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 1111 pp.

poesía

• Fernando Pessoa. Drama en gente. Antología, selección, traducción y prólogo de Francisco Cervantes, edición bilingüe, FCE, México, 2000, 376 pp.

teatro

• El tren nuestro de cada día (nueve obras de teatro), Reynold Pérez Vázquez, prólogo de Vicente Leñero, Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2000, 268 pp.