Jornada Semanal,  29 de abril del 2001 
José Ángel Leyva
el estado de las cosas
 

Ignorancia másiva

José Ángel Leyva, poeta, editor, hombre de libros en el buen sentido de la palabra, se enfrenta a la desmesura foxosojogílica para defender a “la industria editorial mexicana” y para hacer notar “la condición desastrosa de nuestro sistema educativo” y la infamia que tratan de asestar “a un pueblo que no ha tenido derecho a la lectura”. Leyva va más allá de la aplicación del IVA al libro, pues confía en que esta tontería nunca sea aprobada, y dirige su atención a las obligaciones editoriales del Estado y a los deberes de las páginas culturales de los diarios, haciendo una pregunta fundamental: ¿Publicar para satisfacer una idea de excelsitud y acumulación de puntos, o publicar para encontrar y hacer al público lector? Suponemos que el Sr. Canciller se burlará de este texto y, como es su costumbre, producirá otras cuchufletas infantiloides.

Cuando Vicente Fox logró reunir en torno a su candidatura a la Presidencia de la República la inconformidad de los mexicanos y derrotó la inercia de que “el PRI nunca pierde”, el diario español El País destacó en su encabezado que Fox gobernaría la nación con mayor número de hispanohablantes. En ese momento advertí la dimensión de las cifras que representa México para el mundo. Una compleja red de cien millones de personas más una fuerte presencia demográfica y cultural en Estados Unidos. Las estadísticas para ese conjunto de mexicanos destacan sobre todo aspectos negativos de su crecimiento: pobreza, analfabetismo, injusticia, desnutrición, enfermedades, abandono del campo, crecimiento de las ciudades, desabasto de agua y alimentos, corrupción, accidentes, inseguridad, etcétera. Por otro lado, el crecimiento sólo se da en sentido inversamente proporcional: menos ricos con mayor riqueza, menos ingreso per capita, más campesinos sin tierra, más mexicanos expulsados de su patria.

Lo que en otros países representa ese gran capital humano en términos de información, en el nuestro es lo contrario, una gran masa de desinformación. Para una mente como la de Fox y su equipo, dichas cifras poblacionales sólo significan una cosa clara: contribuyentes. No ve pobres, analfabetos, muertos de hambre, enfermos, migrantes, desempleados, sólo una masa de trabajadores a la que se le puede vender la idea de que pagando más impuestos serán menos atrasados, y si no que observen los casos de Estados Unidos, Holanda, Bélgica, España, Francia, Alemania. Allí las cargas fiscales son altas y la gente vive bien; entonces ¿por qué no habríamos de entrar al Primer Mundo por la vía de la reforma fiscal? Extraña lógica la de este gabinetazo que busca someter a la castigada población a un sacrificio de más y mayores impuestos bajo la promesa de remediar todos sus males. Muy cristiana la razón foxista: los pesares terrenales serán compensados en el cielo. Lo cierto es que esa medida ni siquiera es avalada por la Iglesia, cuestión ya profundamente misteriosa.

Valor agregado al analfabetismo

Cuando se piensa en el país con mayor número de hispanohablantes en el mundo se hace abstracción de las lenguas indígenas y sus problemáticas. Sólo hispanohablantes. No es necesario, por ocioso, manejar cifras que nos desmenucen la realidad. Allí está a la vista de todos los que deseen mirarla, obscena y cruel como la llaga que supura. En una ciudad que concentra la quinta parte de la población mexicana, con los mejores centros educativos, las principales casas editoriales, las mejores y más grandes bibliotecas, los grandes diarios, los medios de comunicación, la infraestructura cultural y de espectáculos, ¿cuántas personas leen más de un libro al año?, ¿cuántos ejemplares venden los principales diarios nacionales?, ¿cuántos ejemplares coloca la revista informativa más exitosa en México?, ¿cuántas personas visitan una biblioteca pública de barrio?, ¿cuántas bibliotecas hay para una ciudad de veinte millones habitantes?, ¿cuántas librerías?

En el país con mayor población hispanohablante difícilmente habrá más de un millón de personas leyendo un periódico por día. Los grandes diarios alcanzan cuando mucho tirajes de cien mil ejemplares en sus mejores momentos. Avanzar por el camino de la democracia ha sido muy difícil sobre todo teniendo en contra una sociedad ágrafa, a la cual es relativamente fácil imponerle la demagogia y comprarle su sufragio con migajas. El derecho a la lectura en México parece ser una de las urgencias interpretadas como el eslogan que se arrumba con el resto de la propaganda de las campañas. Por eso, la determinación del gabinetazo de gravar los libros y eliminar la exención del cincuenta por ciento del impuesto sobre la renta es una gota que derrama el vaso de la ignominia. El impuesto al valor agregado es lo de menos y es lo de más. El solo hecho de plantear la medida representa un agravio a los derechos humanos, como lo es la tasa impositiva de los medicamentos y los alimentos. Es el colmo del cinismo suponer que además de analfabetos esos millones de hispanohablantes son retrasados mentales, y que quienes digan y piensen lo contrario son mentirosos y mediocres. Es cierto que la educación y la lectura nunca han sido vistas en nuestro país como un artículo de primera o siquiera de tercera necesidad. Fox no entiende que sin una sociedad medianamente alfabetizada, no podrá haber ese avance más allá de la mediocridad política que nos avasalla.

Leer y pensar, reflexionar y preguntar, es parte de un ejercicio intelectual que demanda un requisito básico: tiempo. ¿Cómo pueden un individuo o una comunidad siquiera pensar en leer si carecen de tiempo, ya no se diga de dinero para adquirir la lectura y de energías para desear leer? En esa perspectiva, los libros son concebidos como artículos de lujo y los autores como trabajadores extravagantes que no hacen nada más que productos suntuosos. Tal vez por ello, el presidentazo Fox ha decidido premiar el silencio de los escritores mandándolos al extranjero.

El editorial, un mal negocio

Quienes trabajamos en pequeñas o minúsculas editoriales sabemos muy bien que este es un mal negocio, pero un mal negocio necesario. Los extremos más sacrificados y que arriesgan todo son la editorial y el autor. Los extremos más beneficiados y con menos riesgos son las librerías y las empresas distribuidoras. Podría pensarse que una empresa editorial no debe preocuparse por que cobren el IVA al libro, pues el editor paga ese impuesto en todo el proceso de producción: paga IVA en el papel, en las colaboraciones de corrección de estilo, lecturas, traducciones, formación y diseño, imprenta, fotografía, etcétera. El editor entrega a las librerías su producto con un precio base, del cual debe dar descuentos de hasta cincuenta por ciento, como sucede en el caso de la Librería Gandhi y su constelación de tiendas-distribuidoras. Todo ello a consignación y con largos plazos para pagar. Las distribuidoras del tipo de dimsa (Distribuidora e Importadora de Papel) llegan a exigir hasta un sesenta y cinco por ciento; también a consignación y con larguísimos plazos de facturación, en caso de que consideren vendibles los libros o las revistas. Pasado medio año o más, las ventas dejarán alrededor de treinta y cinco por ciento a las casas editoriales sobre el precio de venta al público. Pero aún debe de pagar el diez por ciento (sobre el precio de venta al público) de regalías al autor. En muchos casos el asunto se subsana con el pago en libros al escritor, si el tiraje fue de mil ejemplares. El autor terminará por regalar sus ejemplares, y muchas veces comprando algunos más para esos amigos que suelen espetar graciosamente: “Oye, a mí no mas has regalado tu libro.” El autor debe sentirse halagado de que alguien en este país de mentirosos y mediocres le pida obsequiado un libro. Nadie garantiza, por supuesto, que la obra será leída, pues cuando mucho será conservada en algún rincón de casa, con todo y dedicatoria.

Los libreros no pagan IVA. Al eliminar la exención del cincuenta por ciento del ISR y del IVA, el vendedor de libros simplemente hará sus cuentas y aplicará los aumentos correspondientes al producto. Como los libros, revistas y diarios no son concebidos como artículos de primera necesidad, la demanda se deprimirá. Los primeros en desaparecer serán los medianos y pequeños changarros, en su gran mayoría de origen nacional. Sobrevivirán los consorcios y las cadenas internacionales, de capital extranjero. Los autores mexicanos que tenían posibilidades de publicar, que no es lo mismo que ser leídos, se debatirán en la extinción o en la posibilidad de ser editados por alguno de los programas editoriales del Estado o de las universidades, que es como ser inédito, pero con un antecedente de mil ejemplares devorados por las humedades y las ratas. A veces por los estantes de los buenos amigos. Esa es la razón por la que un mal negocio, pero necesario, se convierte en un grito de sobrevivencia de las editoriales mexicanas y los lectores. Un grito desesperado por salvar la incipiente democracia, la del voto razonado, del voto de calidad, del sufragio informado.

Más allá del IVA

La amenaza de gravar los libros viene a poner sobre la mesa de discusión ya no sólo el problema de esa iniciativa de ley, sino el grave estado en que se encuentra la industria editorial mexicana, la condición desastrosa de nuestro sistema educativo y la infamia contra un pueblo que no ha tenido derecho a la lectura. Un poco retrasadas, pero comienzan a hacerse escuchar algunas voces de intelectuales que hasta ahora permanecían a la expectativa de colocarse en algún puesto del gabinetazo o en el servicio exterior. El espectro del iva viene a mostrarnos el estado lamentable de la lectura en México. No sólo debemos rechazar airadamente la propuesta foxista, sino exigir más estímulos fiscales a la industria editorial nacional, una política coherente de fomento a la lectura que considere a ésta como una demanda de primera necesidad.

La defensa del derecho a la lectura no puede acabar en el rechazo al IVA, en la protesta coyuntural, sino en la acción propositiva que establezca una continuidad en el crecimiento de lectores en el país con más hispanohablantes en el mundo. Una revisión detallada y profunda de los sistemas de distribución y venta de productos editoriales, un examen sincero de la labor periodística de las páginas culturales que se reducen al ámbito de las grandes editoriales y de los “grandes e importantes autores”, una reflexión honesta sobre el papel del Estado como editor de libros de texto gratuito y de publicaciones diversas. ¿Publicar para satisfacer una idea de excelsitud y acumulación de puntos o publicar para encontrar y hacer al público lector? Esa es la cuestión.