Jornada Semanal,  29 de abril del 2001 

 

Adriana Cortés
entrevista con Zoé Valdés

Entre la nostalgia y la ironía

Adriana Cortés habló con la autora de la La hija del embajador, Café Nostalgia y Sangre azul, tres novelas que se han colocado por derecho propio entre las más leídas en lengua hispana en los tiempos que corren. Sucesora cronológica de autores como Cabrera Infante y Reinaldo Arenas, la narradora cubana Zoé Valdés habla aquí de sus primeros encuentros con las letras, de las variopintas reacciones que sus novelas han provocado en lectores de todo el mundo, y de las que ella considera las dos vertientes fundamentales de su escritura: el erotismo y la ironía.




Nacida en La Habana en 1959, Zoé Valdés es una de las más destacadas escritoras cubanas contemporáneas. Radicada en París, la novelista, poetisa y guionista de cine es autora de La hija del embajador, Sangre azul, y Café Nostalgia, entre otros libros.

Zoé, ¿qué te motiva a escribir?

–El misterio de la literatura. Yo empecé a escribir muy joven, era la escribana de mis amigas. Escribía poemas de amor; después formamos un taller de literatura. Hicimos un periódico que se llamaba La Avispa ... ¡No sé por qué empecé a escribir! A lo mejor porque quería ser paracaidista: ¡no sabes dónde vas a caer! Escribí mi primer libro a los diecisiete años –un libro de poesía–; después pasé a la literatura a través del cine.

–¿Cuáles son los autores que más has leído?

–Cuando era jovencita copiábamos libros que estaban prohibidos en Cuba, como Las memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. Leí a Lezama Lima porque me lo recomendó uno de sus discípulos: Manuel Pereira. Leí también En busca del tiempo perdido y a Carlos Montenegro, que me fascinó. Nunca he leído un libro alegre. Yo soy una persona muy bailadora, pero cuando pasan tres o cuatro días y me siento muy alegre, empiezo a sospechar; pienso que la alegría es un sentimiento de infancia.

Fui una niña muy triste y muy sola. Vivía con mi tía, mi madre y mi abuela: una se pasaba tallándose las uñas, la otra, leyendo a Corín Tellado. Mi madre trabajaba de sirvienta, mi abuela de actriz secundaria en el teatro. Era un ambiente de gente mayor que yo, pero te estaba platicando de los autores que me gustan... Ya viviendo en París empecé a leer a una escritora que me influyó mucho: Anais Nin. Lo que ella vivió se parecía mucho a lo que yo había vivido –tuve una vida muy rápida, salía a las esquinas, a la calle a estar por ahí. Hay gente que dice que yo nací en un solar y que me voy a morir en un solar–y Anais Nin se metió a los burdeles.

–¿Qué suerte corrió tu primera novela, Sangre azul?

–En Cuba yo no era conocida como escritora. Sangre azul es una novela muy lírica; se vendió en dólares en una feria del libro. Cuando escribí La nada cotidiana pensé que podía ser muy peligroso publicarla en Cuba, así que la publiqué en una editorial francesa con la ayuda de un periodista francés. Escribí La nada cotidiana con mucha pasión. Por ese tiempo tenía una invitación para ir a la Escuela Normal Superior en París. Yo quería gritar “¡Abajo Fidel!”, pero dejé los ovarios y me fui a París.

–¿Cuál es el más desgarrador de tus libros?

–Te di la vida entera es un libro muy desgarrador. Quería hacer un homenaje a La Habana a través de Cabrera Infante y de Reinaldo Arenas; al mismo tiempo quería buscar un personaje muy habanero. Hay muchos momentos en que cuento la vida de mi madre. Mi madre era una mujer de noche. Vivíamos en La Habana Vieja cuando yo tenía trece o catorce años y me iba a los bares. Allí se cantaba el bolero y el feeling, que no le gustaban a mi generación, pero a mí sí. De esos recuerdos me puedo reír, aunque me causan un dolor tremendo también. Todo eso es parte de una cultura muy mestiza.

Hay gente que después de leer esta novela me dice: “La terminé ¡con un dolor de cabeza!” Otra gente me dice: “¡Ay, cómo me reí!” Yo no sé si algún día escriba algo alegre. Lo que sí sé es que tras la risa viene el llanto.

–Rosario Castellanos, a quien de seguro has leído, utilizaba la ironía como un antídoto contra el dolor. ¿Qué sentido tiene la ironía en tu obra?

–Pienso que mi obra tiene dos vertientes muy importantes, que son el erotismo y la ironía. Incluso hace muchos años escribí un poema que se llamaba “Ero-nías”, un juego de palabras. Para mí la ironía es una de las formas más elevadas de la cultura. Ser irónico es muy difícil, y ser irónico con elegancia, todavía mucho más. Como soy mujer, probablemente sea el único hallazgo del que de verdad estoy orgullosa, porque he encontrado una manera de decir cosas desde la sensibilidad femenina con ironía y erotismo.

Por ejemplo, en Café Nostalgia, la juventud de Cuca Martínez es muy bella, y termina muy viejita y enferma, y hay momentos muy dolorosos de esa juventud que para una mujer son muy difíciles de confesar. Le suceden cosas muy feas: se arranca los dientes; está en el cementerio, se encuentra con su primer amor y de pronto tiene una diarrea. Para una mujer que escribe sobre mujeres siempre hay una especie de miedo al contar estas cosas.

–Sin embargo, a pesar de que sufren, tus personajes femeninos no se desgarran las vestiduras ni les da por pasar el tiempo llorando, a diferencia de otros personajes de la literatura latinoamericana escrita por mujeres ...

–Me interesa ligar la ironía al erotismo. Marcela, un personaje que está entre el mar y el cielo, nunca pisa tierra; es una mujer que le confiesa al hombre al que ama que es frígida. Esta es la ironía de la vida: ¡qué terrible que una mujer tan sensual sea frígida! Cuando habla tiene más voluptuosidad que cuando se acuesta con su hombre en la cama.

–¿Cómo se llega a la ironía?

–Se llega a la ironía con dolor y sin resentimiento. No creo que yo sea una persona resentida y pienso que mis personajes siempre están tratando de zafarse de eso. El ejemplo más evidente es cuando Andro le dice a Marcela: “Tenemos que hacer las cosas sin odios, odio que tengan los responsables de toda esa mierda que vivimos, que nos tocó sufrir, pero nosotros no podemos tener odio.”

–¿Te propones describir de manera consciente la fragilidad del hombre?

–Al releer algunas de mis novelas he descubierto que quizás fue inconsciente que yo describiera la fragilidad del hombre. He conocido hombres para los que en su fragilidad y honestidad está su belleza. Y he conocido a sus mujeres: de su fragilidad hacen su fuerza. Esa complejidad de lo masculino y de lo femenino del ser humano estaba destinado que así saliera de mí.

–¿Cuál es tu mayor nostalgia de Cuba?

–Mi madre y el mar. Porque casi todos mis amigos ya han salido y hay algunos lugares que quiero ver pero que ya se han transformado en otra cosa.

He vivido mucho y muy rápido, y he leído mucho, disparejo, de una manera muy caótica. Me hubiera gustado leer a los griegos. Yo creo que lo fundamental en la vida es vivir intensamente y leer. No hay nada como leer y estar a solas con un libro. En Cuba no hay cultura de la radio como la hay en Francia, así que yo la radio la escucho más ahora.

–¿Crees que hay una tendencia de idealizar a Cuba?

–Es como el hombre ideal para una mujer, uno tiene esa Cuba ideal.