La Jornada Semanal, 13 de mayo del 2001
 

(h)ojeadas

La vitalidad 
y el encuentro

Neftalí Coria

 

 

 
 
 

Antología,
La generación del cordero,
Trilce Ediciones,
México, 2000.

Una de las formas más accesibles de conocer obras poéticas de manera panorámica o especifica de una región, un estilo, una época, una cultura, un país e incluso de un tema, son las antologías. Lo que no significa que éstas sean suficientes para lectores que buscan una mayor información o para lectores iniciáticos que buscan lo general por principio de cuentas, para acceder a lo específico o al encuentro con alguna de las piezas que conforman la antología en cuestión. Y en general, diré que en mis inicios de lector, las antologías fueron los puntos de partida para multiplicar el interés por autores, obras, temas, etcétera. Inolvidable resulta la antología de Poesía francesa editada por Siglo XXI o aquella colección de Poesía erótica de la lengua inglesa con un suaje en la portada y un hermosísimo poema de E.E. Cummings en la contraportada. 

Una antología que cumple con estas premisas y más es La generación del cordero; antología de la poesía actual en las Islas Británicas, elaborada por Carlos López Beltrán y Pedro Serrano. Colección tumultuosa de poesía en la que sobresale un trabajo de responsabilidad y cuidado en las traducciones (o traslaciones como ellos les llamaron), en la selección de autores y piezas poéticas, en la observación de la trayectoria de los poetas elegidos para tal amalgama, en la discusión que los llevó diferencias y coincidencias de juicio y sobre todo en la convivencia paciente que significa montarse en una empresa como ésta que ha publicado Trilce Ediciones y que llega hasta nuestras manos como un mapa de orientación para descubrir un cofre más de la poesía de las Islas Británicas. Y podemos advertir la viveza con la que la propia antología fue planeada: “...pero nuestro interés no ha sido pedagógico, sino vital. No es la historia de la literatura lo que estamos trabajando, sino la experiencia actual de la poesía”, dicen sus autores en el puntual prólogo. Y quizás con esta inclinación quede claro que no siendo un proyecto de y para la academia, puede ser más útil y tener mayores alcances para los profesores de literatura universal, por ejemplo, porque es justamente lo que a las clases de literatura les hace falta: vitalidad. Por otro lado, bien claro está que no es para lectores de habla española un paraje desconocido esta región de la lengua inglesa; por el contrario, en la creación poética de nuestro idioma y en nuestra tradición hay influencias profundas y bien consolidadas que llegaron desde las voces de los poetas claves de aquel paradero del mundo; recuérdese que Alfonso Reyes fue un profundo conocedor de la literatura inglesa, su traductor y crítico entrañable, así como las generaciones posteriores de poetas como los Contemporáneos (Novo, Owen y Villaurrutia, entre otros) y más tarde el infaltable Octavio Paz, quien además cultivó amistades valiosas con poetas fundamentales. Y ahora resultará más interesante –dada la generación de poetas que en esta antología se recoge– la mirada hacia esa influencia que los propios británicos han tenido en sus predecesores.

Quiero hablar de manera llana como un lector y como una persona que escribe versos y se encuentra inscrito (por edad, obviamente) en la generación de estos veintinueve poetas que testifican su territorialidad, su momento histórico y sus pasiones, que hablan también de las nuestras. Poetas en los que la madurez comienza a soltar amarras y a posesionarse con mayores ánimos de una voz personal después de haber pasado los exámenes del oficio serio de la escritura. Pues un poeta después de los treinta años comienza la etapa creativa que define su voz. 

Sin duda estos poetas –quiérase o no– son herederos de una cultura poética sólida y ancestral en la que figuran nombres que van desde John Keats, William Blake, John Milton, Oscar Wilde, hasta poetas como W.H. Auden, Eliot, Dylan Thomas, etcétera, que desemboca en Seamus Heaney, Ted Hughes, James Fenton, Philiph Larkin y Paul Muldoon, entre otros muchos. Poetas señuelos en las últimas décadas, no sólo para los británicos, sino para los que de este lado del mar hemos acercado la oreja al poderoso caracol de sus poesías.

Respecto a la hechura de esta pieza editorial, que ya podemos inscribir entre las primeras que han de ser necesarias para el estudio y la discusión de la poesía de aquellas tierras, quiero resaltar una personal apreciación. Puedo descubrir que sus autores han trabajado no sólo con las herramientas de la fría erudición o con los empañados lentes del investigador, sino con elementos tan vitales que logran mostrar un compromiso con los autores y obras recopiladas, que rebasa la curiosidad científica por la historia y el estudio de la poesía. Otra ventaja que puedo encontrar en esta antología es que los antologadores pertenecen a la misma generación de los poetas antologados en La generación del cordero, y creo, en conciencia, que este hecho significa en gran medida que la conversación mantenida con esta poesía es más cercana y, en consecuencia, más íntima. Un diálogo entre amigos a los que nos ha tocado vivir este neoliberal fin de siglo.

Y en lo que se refiere a la poesía de estos autores de lengua inglesa, se puede decir –en lo general– que predominan las resonancias originadas por los mismos males y bienes que en este país también nos hacen escribir, lo cual hace más fácil el acceso a las más de novecientas páginas del libro. Poetas con una sola patria (su lengua y su tiempo) son estos británicos. Poetas con un sentido de patria a la manera en que Paz lo quería: su patria es la lengua y su único camino el canto que testifica su paso por este mar de la poesía. 

Con algunos antecedentes de lectura de poetas como Robert Crawford, Paul Muldoon y Philiph Larkin, he recorrido este mapa territorial donde encuentro piezas construidas con el fino cincel de un oficio que ya no está en promesa, sino que son voces de las que, podemos ya estar seguros, no han de fallar. Aquí vale la pena señalar que casi todos los poetas seleccionados poseen, por decirlo así, una tarifa en su trayectoria; algunos se han hecho merecedores a premios de prestigio en Inglaterra, otros han publicado en casas editoras importantes y, de una gran mayoría, su obra ha sido recomendada por la Poetry Book Society. Diversos en el abordaje de los temas y en la forma de escritura, pero uniformados en cantar por desencanto y con la mirada hacia un futuro de incertidumbres y esperanzas escasas, son algunas de las pocas coincidencias que en estos poetas pueden hallarse. Desánimo por la vida y el mundo, preocupación por lo social, el amor, la religión, las herencias culturales e históricas, son también sus constantes, sin dejar de parecernos un tanto extrañas, quizás por la manera de tratar tales asuntos. Es una simple extrañeza de lo familiar, digamos, un acto conocido que no deja de sorprender y arrojar una visión novedosa del mundo y sus cosas. ¿Y qué es la poesía, entonces, sino esa manera de extrañarse con lo que se sabe conocido, pero nuevo? ¿Qué es la poesía sino, en alta medida, un par de ojos extrañados ante el mundo antiguo y nuevo a un tiempo?

Llama la atención el título del libro (La generación del cordero), que de pronto parecería un ardid simbólico para representar un grupo que crece durante cierta época de tal o cual manera apodado. Sin embargo, en una conversación con los traductores ellos me refirieron que se trata de una manera coloquial de darle nombre a un grupo de amigos que se reunían en un bar llamado El Cordero. Ese bar (en sus dimensiones de carácter) representa a este grupo de poetas que aún están recorriendo una etapa de su vida creativa. Así de sencillo fue, así tan llano y con razón, porque cuántos lugares en nuestro país nos podrían simbolizar. Recuerdo el Bar Niza en México, La Ópera, El Café París, El Negresco, El Madoka (en Guadalajara), La Parroquia (en Jalapa y en Morelia), El Café Catedral, El Café del Olmo, el desaparecido Café y Arte, Las patitas del Wili, la extinta Tienda de Royer (en Morelia) etcétera, que sin duda podrían señalarse como marquesina para algunas generaciones de poetas y escritores que han vivido momentos de lucidez bajo su sombra.

Hijos de su tiempo, adelantados a su año, testigos, voces de la tribu, geógrafos de su cultura, estos veintinueve poetas que recoge la antología La generación del cordero mucho tienen que ver con las mismas inclinaciones en lo que a registros se refiere, con los poetas en Latinoamérica, y en México en particular. Voces en concreción, como las de nuestro Alberto Blanco, exuberancias discretas como las que aquí se dan en alguna parte de la obra de David Huerta o, en otro sentido, en Efraín Bartolomé. Intimismos como los que bajan por la poesía de Vicente Quirarte o Víctor Manuel Cárdenas y altisonancias como las que suele encender en sus páginas Ricardo Castillo, sólo por poner algunos ejemplos que muestran semejanzas, y con las que no quiero más que señalar coincidencias y encuentros entre poetas que comparten una edad ante un mundo en donde la poesía, cada vez más, se vuelve artículo de segundas intenciones, panorama totalitario contra la lectura de poesía y el no reconocimiento del arte de hacer versos, pero sobre todo, un contexto de crisis humana, de la que también –y con agudeza– dan cuenta los poetas de esta generación del cordero.

Sin más, esta antología viene a ocupar un lugar importante en lo que a información de la poesía reciente en las Islas Británicas se refiere. Un libro de consulta que ingresará a la lista de los imprescindibles para quienes suelen abonar su lectura con estas herramientas que son ser las antologías •
 
 

p o e s í a  

Tres isleñas y un peninsular

Edson Lechuga

Luisa Margarita García Ortega,
Sin esconder la pena;
Juanita Conejero Teijeiro,
Más allá del tiempo;
Alinda Valladares Cárdenas,
En la gruta azul de mi conciencia;
Oscar Herbe Sauri Bazán,
Erótica,
Universidad Autónoma del Estado de México/La Tinta del Alcatraz,
México, 2000
 
 
En este ir y venir de manifestaciones del arte, en este caudal heterogéneo de disciplinas, de formas y de momentos, la poesía busca, sin agonía, la grieta que le permita fluir y ser impresa, ser nombrada.

Esta búsqueda, como todas, es en ocasiones angustiosa y corrosiva, y en otras, etérea, alucinante, divina. El momento poético puede retorcerse en lo absurdo, en lo inconsistente, en lo retórico, en lo sutil, en lo insondable o en cualquier otro laberinto, con tal de darse forma a sí mismo o darle forma a la búsqueda de una poética pura. Quiero decir con esto que el hecho de que un poema se imprima, se edite o se publique, puede, por un lado, ser la resultante de una poética consolidada, o por otro, la resultante de la búsqueda de esta poética. 
 

La poesía contemporánea se dibuja autónoma en cualquier espacio, designado o no a ella; se hace escuchar tanto en los labios del olvido como en la espalda de los muros; es volátil e inmensa pero igualmente cauta y conserva los pechos pegados al piso. Esto no es exclusivo de la cara del poema: sucede lo mismo con su forma, con su modo, con su entraña: la poesía contemporánea hace que la palabra gire en su órbita, hace que las cosas graviten un segundo y que al siguiente beban inconscientes la sangre de los automóviles; tiene la facultad de traer con un suspiro al huracán o a la gaviota, tiene la autoridad de ordenar al sol que se arrepienta.

He aquí cuatro muestras de la poética de este tiempo, cuatro consecuencias de la necesidad que tiene la poesía de hacerse oír, de hacerse sentir. Pongamos los ojos en estos cuatro trabajos poéticos incluidos en la colección de poesía José Yurrieta Valdés, que delatan toda la cosmovisión de cada uno de los autores y, además, la forma en que respectivamente interpretan y designan el mundo.

Luisa Margarita García Ortega, poeta mordaz y adolorida, en Sin esconder la pena nos propone un viaje trazado con hilvanes musicales donde el dolor liderea el trazo y el miedo escolta. Luisa aprehende la amargura cuando dice “...la voz anda en la sangre/ haciendo garabatos/ fantasmas lentos, ahogados/ imperecederos”, no la esconde, la menciona y la invoca; la presiente y la pretende. Sin embargo, en su obra no se puede alcanzar el llanto, debido a que no hay tristeza de donde asirse; la emoción que propone es algo parecido a la “nostalgia de eso que sabemos que se irá”.

Sin esconder la pena está lleno de poemas que podrían resolverse entre sí, pero que se esconden, se acobardan: “...aunque no estemos/ en volátiles sábanas/ balanceando el ser...” y luego se detienen “...para quedarnos.” Este laberinto esencial de la nostalgia no es otra cosa que agonía de lo que se va. Sería correcto decir que es nostalgia de la agonía de lo que se va; una emoción pocas veces tratada o siquiera explorada en el ámbito poético.

Luisa García arremete en el océano del hombre triste, de la mujer triste, e imprime un escupitajo de sangre acompañado de imágenes como “...la pena que viste con prisa medias largas”.

En segundo lugar otra mujer, Juanita Conejero Teijeiro, con el poemario Más allá del tiempo, que girando el fonema de la poesía cubana presenta una obra de contenidos reales, tangibles, nítidos, populares, comunes. Más allá del tiempo provoca el vértigo inevitable del suicida; la desconexión a ratos del paranoico; el golpe inesperado en el pecho y la frustración de cuando algo se espera y nunca llega. La obra está compuesta de poemas planos por momentos y en otros arriesgados y temerarios, donde decir “...un rosario de soles enjaulados” es suficiente para abismar la voz, y digo “abismarla” porque esa voz se va, se pierde, nunca vuelve a ser nombrada.

Con sinestesias bien utilizadas, Conejero Teijeiro nos muestra una necesidad de equilibrarse con el rumbo natural del mundo, por medio del poema. Le es permitido cantar: “...convocar a la noche/ tiempo desnudo y solitario” y le es imprescindible ahogarse: “Llega la hondonada de iras a dolerme...”

La poeta recurre al esperanza que da un poema, se sujeta de alguna manera a la fe del texto, pero termina tradicionalista, en el romance tal vez inconsistente de Tríptico para Poetas.

La tercera isleña, Alinda Valladares Cárdenas, nacida en Cuba en 1930, nos invita a ser parte de una obra retórica: En la gruta azul de mi conciencia, una obra romántica donde básicamente la poeta canta al hombre que no está: “Denme un mensaje que señale/ donde voló la golondrina errante/ que avizora el paisaje luminoso...” Alinda Valladares se muestra desconcertante y desconcertada al plantearse la interrogante perpetua y fundamental, tanto de la filosofía como de la poesía: “¿Quién soy? ¿Qué soy?”

Con matices de la poética del siglo xix, la poeta discute, sufre y se regodea, alrededor y dentro del único tema permitido en este cilindro llamado En la gruta azul de mi conciencia: el meloso amor.

Por último, el peninsular, único varón en esta muestra, yucateco nacido en 1958, licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Yucatán y Premio Estatal Clemente López Trujillo de Literatura 1996, Óscar Herbe Sauri Bazán, quien con la propuesta Erótica invita a ser leído con ojos a veces insoportables y a veces barrocos.

Óscar Sauri tiene la virtud de ser sorpresivo: “Multiplicamos sangres./ Y somos la fuerza voraz/ de nuestras muertes.” Esto provoca en el lector un caos embriagador que lo mantiene, que lo contiene, para luego desarticularlo: “El sexo de la arena/hace sonidos,/ su humedad nos contagia/ se hace voz.”

Erótica es una obra sutil pero densa, es capaz de volar ligera y a un tiempo desplomarse en lo común, en lo ya dicho, en el “Mar, espuma/ olas, ondas,/ agua y color/ están apenados...”

Nos encontramos frente a un poemario que crece en los primeros textos, pero en el que la finalidad única del crecimiento es alcanzar altura suficiente para suicidarse en los últimos, y luego ser rescatado a sí mismo por “El mar, la mar/ impertinente masa de agua/ en la que me desangro/ a la hora de verlo...” 

El poeta arriesga la firmeza de la obra e incursiona en rimas no logradas, en caligramas con soportes tal vez estridentes, que concluyen invocando la erótica de ella, de ellas.

Estamos, pues, al borde de cuatro trabajos de la poesía contemporánea, todos hambrientos de ser leídos, aunque el resultado de la lectura sea favorable o no. Quiero decir con esto que toda obra poética nace con una necesidad genética de ser leída, de ser pronunciada, recitada, dicha; pese a que la lectura y la critica resulten contraproducente ya sea para el lector, para el autor, e incluso para la obra misma •
 

FICHERO
LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION 

cine

• La realidad de un simulacro: el cine, Sergio Fernández, Serie Imcine. Arte e imagen, Conaculta, México, 2000, 402 pp.

derecho

• En defensa del positivismo jurídico, Norbert Hoerster, traducción de Ernesto Garzón Valdés, Serie Cla-De-Ma. Filosofía del Derecho, Gedisa Editorial, Barcelona, España, 2000, 230 pp.

• Seminario de derecho romano. XXVI aniversario, Mercedes Gayosso y Navarrete, Universidad Veracruzana, México, 2000, 161 pp.

ensayo (político)

• Foucault y el poder, Héctor Ceballos Garibay, Col. Diálogo abierto 30. Política, Ediciones Coyoacán, México, 2000, 130 pp.

• Las madres de los desaparecidos ¿un nuevo mito materno en América Latina?, Elizabeth Maier, Col. Cultura Universitaria. Serie ensayo 70, Universidad Autónoma Metropolitana/El Colegio de la Frontera Norte/La Jornada Ediciones, México, 2001, 236 pp.

• México en el siglo XXI. Orden mundial y política exterior, Walter Astié-Burgos, Edición del autor, México, 2000, 367 pp.

índice

• Índice del fondo hemerográfico veracruzano del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, Celia del Palacio Montiel, Universidad Veracruzana, México, 1999, 120 pp.

narrativa

• Andrés y Diego en la muerte de Frida, Rafael Gaona, Col. Novela, Amate/Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Morelos/Instituto de Cultura de Morelos/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 2000, 153 pp.

• Las horas de la eternidad, Manuel S. Garrido, Editorial Mondadori, México, 
2000, 271 pp.

• Pobby y Dingan: los amigos invisibles, Ben Rice, traducción de Justo Navarro, Editorial Planeta, México, 2001, 119 pp.

• Y el abismo es fuego, Jesús Alvarado, Ediciones Casa Juan Pablos/Instituto Municipal del Arte y la Cultura, Durango, México, 2000, 106 pp.

poesía

• Amor divino. Décimas a Dios. Sirviéndole a Dios de hoguera, Guadalupe Amor, Col. Poesía, Editorial Planeta, México, 2000, 119 pp.

• Árbol de muchos pájaros. Antología de poetas chiapanecos del siglo XX, Héctor Sumano Magadán, Socorro Trejo Sirvent y Marisa Trejo Sirvent (compiladores), uaem/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 2000, 243 pp.

• Conversación desesperada. Antología, Rodolfo Usigli, selección e introducción de Antonio Deltoro, Col. Poesía Seix Barral, Editorial Seix Barral, México, 147 pp.

• Días circulares, Napoleón Rodríguez, Col. Poesía, Luna Silvestre, México, 
2000, 90 pp.

• Esta bestia soledad, Luis Carlos Quiñones, Ediciones Casa Juan Pablos, México, 2000, 204 pp.

• Las orillas del alma. Antología, Daniel Robles Sasso, selección de José Luis Ruiz Abreu, Editorial Viento al Hombro, Chiapas, México, 2000, 60 pp.

revistas

• Casa del tiempo, núm. 26, marzo 2001, época III, vol. III, textos de Sandra Lorenzano, Blaise Pascal, Manuel Illescas, entre otros, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 80 pp.

• Crítica, núm, 85, enero-febrero de 2001, nueva época, textos de Carmen Boullosa, Vizania Amezcua, Héctor Carreto, entre otros, Universidad Autónoma de Puebla, México, 144 pp.

• Dosfilos, núm. 81, marzo-abril 2001, textos de Juan Horacio Garibay, Maritza M. Buendía, Nelson Guzmán, entre otros, Dosfilos Editores, México, 48 pp.

• Los universitarios, núm. 4, enero de 2001, nueva época, textos de Juan Villoro, Mariana Yampolsky, Hernán Lara Zavala, entre otros, unam, México, 64 pp.

• Los universitarios, núm. 5, febrero de 2001, nueva época, textos de Vicente Leñero, Eliseo Alberto, Ricardo Yáñez, entre otros, unam, México, 64 pp.

salud

• El gran libro de la hidroterapia. Los más útiles tratamientos medicinales a base de agua, Dian Dincin Buchman, traducción de María de la Luz Broissi, Promexa, México, 2001, 403 pp.