La
Jornada Semanal, 20 de mayo del 2001
Queda claro entonces que al poeta chiapaneco nacido en 1932, le tenía desde entonces muy sin cuidado el dogmatismo ideológico, ya que a él lo que le interesaba era una poesía de visiones, una poesía profética, entendida como una violencia organizada en un mundo ávido de pan y concordia, como lo refiere él mismo en el prólogo de su primer poemario titulado Puertas del mundo y que apareció en el ya mítico volumen colectivo La espiga amotinada (FCE, 1960) en el que coincidieron los ya mencionados Bañuelos y Shelley junto con Jaime Labastida, Óscar Oliva y Eraclio Zepeda, grupo para el cual el ejercicio de la poesía era inseparable del cambio de la sociedad, y al que Octavio Paz saludó en su momento por su lucidez y osadía poética, pues inclusive si se estrellan contra el famoso muro de la historia, pensar y obrar así es un punto de honra para cualquier poeta y más si es joven. Todo esto viene a cuento porque acaba de aparecer la obra reunida de Juan Bañuelos bajo el sugerente y provocador título de El traje que vestí mañana, editado cuidada y bellamente por Plaza y Janés, con un tiraje de seis mil ejemplares, con distribución en España y el resto de América Latina, distinción que sólo se reserva a los poetas mayores, y sin duda alguna, Juan Bañuelos lo es, tal y como lo acredita Juan Gelman en la Entrada que abre el volumen, al considerarlo como una de las voces más poderosas de la poesía en lengua castellana. Debido a la mencionada intención de unir poesía y acción, a Bañuelos se le ha llamado poeta político o comprometido (whatever that means), con la evidente intención de resaltar la congruencia y la verticalidad de sus convicciones y su conducta política. Se piensa que así se le hace un favor, cuando en realidad se le está demeritando, pues, como señala Carlos Bautista Rojas en las notas que cierran el volumen, sería equivocado leer su poesía como una obra de contenido exclusivamente político. Encasillarlo en el estante de la poesía política o militante es, para decirlo elegantemente, un despropósito, como aquella ocasión en que alguien se aventó la puntadaza de afirmar que el treinta por ciento de los poemas de Bañuelos son poemas políticos, como si existiera una especie de medidor de la politicidad en la poesía. En efecto, las experiencias políticas, que no son las únicas pero sí las más significativas, están presentes en la poesía del chiapaneco, pues desde que llegó a la Ciudad de México conoció y sintió en carne propia los rigores de la represión política, durante el movimiento sindical ferrocarrilero; en 1968, fue testigo de la matanza del 2 de octubre, pues vivía en el edificio Hidalgo de Tlatelolco; cuando regresaba de trabajar, los soldados le impidieron entrar a su casa y vio caer a la gente inerme como muñecos de feria. Ya más recientemente, Bañuelos regresó a Chiapas a reencontrarse con el dolor, la miseria y la violencia de su pueblo cuando fue nombrado miembro de la Comisión Nacional de Intermediación en el conflicto chiapaneco iniciado en 1994. Al referirse a la obra de Efraín Huerta, también acusado de escribir poesía con preocupaciones políticas, Carlos Montemayor ha dicho que la poesía sólo puede entenderse en función de criterios poéticos (lenguaje, imágenes, conceptos, ritmo, pasión, emoción, profundidad, música, lo que se quiera), no en función de otros, así sean médicos, matemáticos, administrativos o políticos. Así como un trabajo químico sólo puede medirse químicamente, un poema (si queremos seguir llamándole poema) sólo puede medirse poéticamente. Y remata: El ser militante político o hacer profesión de fe política no asegura escribir un buen poema político. Parafraseando a Paul Valéry: así como no se construye una bóveda con emociones místicas, no se hacen buenos versos con buenos sentimientos ni con buenas intenciones políticas. El verdadero poeta escribe buenos poemas sin importar el tema que aborde, así sea el amor, la muerte o la revolución. En el caso de Juan Bañuelos estamos ante uno de nuestros poetas mayores y más completos, no por los temas que aborda, sino por la calidad poética con que lo hace, por lo que también resulta redundante catalogarlo como un poeta democrático, pues la poesía es democrática por definición, ya que el poeta dirige su voz a todos los hombres, pasados, presentes y futuros, a la humanidad toda, a pesar de que en este mundo neoliberal que nos ha tocado vivir cada vez se lea menos, y cuantimenos poesía. Esto lo deja bien asentado él mismo en uno de sus poemas más célebres titulado Huelga de hambre: Aquí en México escribo estas palabras./ Juan me llamo:/ No soy nadie/ Y soy el pueblo. Por todo ello resulta agradecible contar en un solo volumen con la obra de Juan Bañuelos. El título con que ha decidido reunir su poesía remite ineludiblemente a César Vallejo, del que el chiapaneco se vale de la intrincada sintaxis que el peruano retomó a su vez del habla indígena de su país, pues si alguna enseñanza nos han dejado ambos es que el acto poético acontece en un tiempo sin tiempo: se escribe en el presente, desde el pasado, pero arrojado hacia el futuro. No importa que se refiera a lo acontecido hace quinientos años o apenas ayer, el poeta decreta la abolición del tiempo y lanza su voz hacia las generaciones venideras. El poema que leo hoy es muy probable que ya lo haya leído en el futuro, sólo que no lo recordaba hasta que lo leí ayer. Esto es posible gracias a que la poesía de Bañuelos está surcada por las influencias más disímbolas, que la proveen de resonancias casi infinitas: desde Homero, Dante y San Juan de la Cruz; Cervantes y Shakespeare; el Popol Vuh y Saint-John Perse; Elliot y Pound; Claudel, Paz y la cultura popular masiva; los cómics y el habla cotidiana. De esta forma, tenemos los dos poemarios de su etapa como miembro de La Espiga Amotinada: el ya mencionado Puertas del mundo de 1960 y Escribo en las paredes de 1965, los cuales sirvieron para que Octavio Paz definiera la poesía de Bañuelos como trueno que surge de la tierra en una protesta de abajo: énfasis, movimiento que se difunde, círculo en expansión, poesía poderosa cuyo peligro no es la dispersión sino el ruido: la retórica de la fuerza. En el epílogo que cierra el libro, Rosario Castellanos dice que Bañuelos se entrega a la vocación creadora con lucidez, desdeñoso del entusiasmo barato que es el licor con el que se embriagan los que quieren obligarse a tolerar la mediocridad del ambiente, a saciarse con el aplauso de aquellos que ni siquiera escuchan y mucho menos entienden. Fue precisamente la autora de Poesía no eres tú quien se hizo cargo de la formación literaria de su paisano, descubriéndole sobre todo el arte de Sor Juana y Paul Valéry, y lo recomendó con otro chiapaneco ilustre: Jaime Sabines, quien a su vez lo tomó como alumno. Sin embargo, más pronto que tarde el discípulo superó y se adelantó a los maestros, dejándolos años luz atrás, conformando lo que vino a ser una singular Sagrada Familia de la poesía de Chiapas, ese estado donde dicen que basta levantar una piedra para que aparezca un poeta. Este salto definitivo se dio y fue reconocido con Espejo humeante, libro con el que ganó el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1968, año crucial para México, si los hay. En este libro, Bañuelos profundiza lo que ya Paz había presentido: que el signo de su poesía no es la voz, sino el grito, al cambiar la pausa y la exuberancia por la intensidad. Poeta de amplio registro temático y formal, se hace violencia, y hace violencia al lenguaje para elegir y hacer suyo un tono, como lo definió años después Jorge Von Ziegler en un ensayo sobre sus hábitos terrestres, para quien escribir es darse voz y dar voz a los otros, su poesía es tan pronto la de un yo como la de un nosotros, sentimiento individual y sentimiento colectivo, ciclo que sólo cierra el tú amoroso. Aunque no formó parte de Espejo humeante, pues fue publicado en forma de libro hasta 1971, No consta en actas, uno de los poemas cívicos más intensos y desgarradores de nuestra literatura, es el perfecto colofón para el dolor y la corrosión que invade el alma del país. Complejo e intenso, con múltiples registros y niveles poéticos, de intrincada estructura dentro de su sencillez, este poema prefigura la exploración formal a la que arribó Bañuelos en Destino arbitrario, que apareció hasta 1982, en plena madurez expresiva y de experimentación. No obstante, a pesar del largo lapso entre uno y otro volumen, descubrimos ahora que el chiapaneco escribió en 1978 un libro más, titulado Coyote azul con guitarra y que había permanecido inédito hasta ahora, que aparece en su obra reunida. Armado como una larga epopeya de veintiocho capítulos, más un preámbulo y un palimpsesto, en la que transcribe las canciones de Los Coyotes Azules, símbolo de los indígenas chiapanecos que viven el dolor, la injusticia y la violencia, y que sin embargo se resisten a callar, pues cantar es transformar. En 1984 recibió el Premio Chiapas y donó el dinero a los deudos de un grupo de indígenas asesinados a machetazos. Salvo unos cuantos poemas sueltos en periódicos y revistas (y que aquí están reunidos, junto con otros más, en la sección Vecinosinconjuntos), así como un par de antologías, Bañuelos no sintió la necesidad de volver a publicar o buscar la reedición de sus libros anteriores, hasta que en 1994, como dice él mismo, le cayó el veinte y retomó su voz para emprender el grito poético con nuevos bríos, en lo que él llamó una especie de renacimiento tardío por voluntad propia. Surgió así Nómadas de la aurora boreal, que son poemas de un libro en preparación sobre la memoria maya, antes y después de 1994, usos y costumbres, leyendas y tradiciones de los indígenas chiapanecos, escritos en castilla, como una forma de reflejar su pensamiento y su visión cosmogónica. Poeta del sur, pero al mismo tiempo, en
todos los tiempos, poeta del mundo, no queda más que suscribir la
advertencia que alguna vez hizo otro de nuestros poetas mayores, Rubén
Bonifaz Nuño: la poesía de Juan Bañuelos no se acerca
a quienes prefieren las antenas de televisión a las ramas de los
árboles, o los cirios mortuorios a los apacibles relámpagos
de la mañana
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