Jornada Semanal,  10 de junio del 2001 
Teresa del Conde

Retorno al destino

 

 
Variado y complejo, como la propia obra a la que se refiere, es este artículo de la doctora Teresa del Conde con el que nos abre un camino para adentrarnos en los territorios del Kurnitzky filósofo, filólogo y riguroso analista de su tiempo y su circunstancia. De Kant a la global village, el libro Retorno al destino pone en claro una buena cantidad de conceptos, cuya definición precisa convierte a su autor, de acuerdo con Del Conde, en un “‘optimista’ pero para lo malo”.
 

Así se titula el último libro del doctor Horst Kurnitzky, que lleva como subtítulo La liquidación de la sociedad por la sociedad misma. Corresponde a un ciclo de conferencias impartidas en la uam que quedaron vinculadas entre sí por ciertas ideas rectoras, pero abarcando diversidad de temas. La edición de Colibrí es limpia, cuidada, impecable en cuanto a tipografía y diseño. Si bien se trata de un libro de los que llamamos “de línea”, las ilustraciones incluidas están correctamente reproducidas y en todos los casos los pies de grabado resultan complementarios y pertinentes a las imágenes.

De todos los libros que conozco de este autor, el que comento es el que me parece más logrado, no porque los demás no lo sean, sino por el tono crítico adoptado y por la fluidez idiomática, que –entiendo– en parte se debe a la valiosa colaboración de la historiadora María Alba Pastor. Muchas son las cuestiones que habría que resaltar. Ya en Vertiginosa inmovilidad Kurnitzky había puesto en guardia a sus lectores respecto a aquellas mal llamadas “bibliotecas” virtuales, que son ciertamente útiles para conseguir información rápida, o para encontrar un dato que se busca desesperadamente y que no se encuentra en las enciclopedias o en las monografías, por ejemplo la fecha de fallecimiento de un personaje notable recientemente desaparecido, como puede serlo, por ejemplo, el cineasta Stanley Kubrick. Por lo tanto de acuerdo, si bien sólo parcialmente, en que internet no puede sustituir a la educación, ni menos ocupar el lugar de una biblioteca. Nada hay tan transportable, disfrutable, compacto y accesible como un libro, que hasta al tacto ofrece cualidades de cosa concreta. Del prefacio me llama la atención la fotografía incluida: se trata de un cartel que ostenta la siguiente leyenda: “La crítica destruye, tolera ama...”, acompañada de un número telefónico. El pie de grabado dice: “Lo sentimos. El número al que usted llamó no existe.” Puede ser que se trate de un montaje ideado por el autor; si así es, funciona estupendamente como indicador de lo que el lector va a encontrar más adelante. En la página siguiente, Kurnitsky cita a Kant: “Toma el ánimo de servirte de tu propia inteligencia para liberarte de la inmadurez.” Eso sería ideal, pero me permito comentar que desafortunadamente la inteligencia entre los humanos no está democráticamente repartida, ni por lo tanto la madurez. Ese es el problema, que por ahora ni los estudios sobre el genoma pueden resolver.

El tema del sacrificio ha perseguido a este pensador al parecer desde que inició su trayectoria como estudiante y luego como intelectual interesado simultáneamente en varias disciplinas. Nació justo el año anterior al estallamiento de la segunda guerra mundial y yo pienso que asimiló durante su infancia temprana dolorosas impresiones imborrables que han tomado investiduras a lo largo de su trayectoria. Es arquitecto, filósofo, crítico, sociólogo, especialista consumado en el análisis de los mitos y por lo tanto bastante versado en psicoanálisis, es también un enamorado perenne de la estética de la Bauhaus, cosa que he podido constatar mediante diseños arquitectónicos y remodelaciones que ha realizado e incluso mediante ciertos objetos que él mismo ha facturado. Es muy acertado en el análisis que hace de mitos y ritos, en éste y en otros trabajos suyos. Uno de sus libros, publicado inicialmente en Alemania y luego en México, se titula Edipo, héroe del mundo occidental. Allí asevera y aquí reafirma que los sacrificios son universales. Y es cierto, lo sabemos a lo largo de toda la historia, desde el Génesis, los Vedas o las gestas homéricas en adelante. Los abanicos libertarios por necesidad son restringidos porque toda organización, incluso la más sencilla que es la familiar, pone límites a sus miembros. Entonces resulta cierto que todo proceso civilizatorio implica la domesticación de las pulsiones; no de otra cosa habla Freud cuando utiliza a lo largo de todo su corpus el término “sublimación”, tomado de la química y no de la idea mística o estética de lo que puede ser “sublime”. Pero aun la sublimación implica renuncia y por lo tanto sacrificio. Hasta para algo que para mí fue placentero, como escribir sobre el libro de un amigo a quien admiro y quiero, (aunque con frecuencia discuta con él, a veces arduamente) y leer ese texto en la Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes, tuve que realizar un sacrificio del tipo de los enunciados por Freud en El malestar en la cultura. Sucede que en vez de acudir a la Cineteca con objeto de ver diariamente la más reciente muestra cinematográfica, me vi en la necesidad de reflexionar y cotejar sobre los temas tratados y de organizar mis notas que ahora doy a conocer por escrito.

El capítulo de mi predilección es el de los mitos, pues entrega asociaciones tan interesantes como la que narra la historia de Sigfried, el héroe nórdico que Wagner retomó: “la hoja de árbol que cayó sobre su hombro cuando tomó su baño de sangre, dejó vulnerable parte de su cuerpo.” Es muy probable que ese hecho esté tomado de la Ilíada, por aquello del talón de Aquiles, que pasa a formar parte de los léxicos llamémosles comunes, porque ¿quién no tiene su talón de Aquiles?

Kurnitzky es también filólogo y a lo largo de todo el libro nos ilustra sobre la raíz de varias palabras: así, capital deriva del rebaño que Hermes le robó a su hermano, pues los animales se contaron per capita, Hermes (Mercurio para los romanos) hace de todo, es ladrón, comerciante, mensajero de los dioses, astrólogo, hermeneuta, etcétera. Y me permito añadir que es además Psicopompo, como portador de las almas. Allí me hubiera gustado que se introdujera una fotografía del Hermes de Olimpia, única escultura considerada como un original de Praxiteles, porque al parecer todas las demás son copias o versiones principalmente romanas de segunda o tercera mano. Eso pudiera haber afianzado una frase que considero afortunadísima y que se refiere al poder asociativo del arte, porque es muy cierto que el arte, al permitir el retorno de lo reprimido en un doble flujo, logra tramitar deseos que provienen del núcleo de las pulsiones. 

Hermes, aparte de su casco y de sus pies alados, porta un báculo, que es en realidad la reminiscencia del bastón de pastor que cuida las ovejas –aunque en su caso se tratara de ovejas robadas. Por eso los pontífices traen siempre su báculo, como supuestos pastores de almas, aunque hayan cometido los desacatos que protagonizó, entre otros, el papa Alejandro VI Borgia (1431-1503), el valenciano que ocupó la silla de San Pedro justo el año en que Cristóbal Colón pisó tierra al otro lado del mar océano, sin enterarse de que había descubierto un nuevo continente. Fue este pontífice quien trazó una línea de demarcación entre las zonas de exploración del Nuevo Mundo, separando las áreas de portugueses y españoles. También fue contra él que se alzó la voz de Savonarola, quien finalmente fue quemado en la hoguera en 1498. Hay una bellísima pintura florentina que representa el hecho, la Plaza de la Signoría y el Bargello son bien distinguibles en ella. Menciono esto porque Kurnitzky se ocupa del cambio en la economía europea como consecuencia del descubrimiento de América y también porque el fraile florentino tuvo que ser sacrificado, probablemente por su intolerancia con el papa Borgia, que tuvo como hijo a Cesare Borgia, ejerciendo intenso nepotismo para proveerlo de grandes poderes. Pero, a fin de cuentas, el papa Borgia no lo hizo tan mal como responsable de la iglesia católica, pues poseía amplia experiencia como administrador y fue quien restauró el Castillo del Santo Ángel, cosa bastante notable, pues aún ahora lo disfrutamos. También contrató al Pinturichio (1454-1513) para que decorara las Estancias Borgia; ya con eso merece que Dios lo tenga en su santa gloria, aunque se dice que cometió incesto con Lucrezia, su hija, cosa que a mí no me consta.

“Cuando el dinero sea lo único que mueva a la gente, la recaudación de fondos se convertirá en el único fin y medio de vida de los individuos”, afirma Kurnitzky. Ya estamos viviendo eso en varios ámbitos, el cultural en primer término, y eso va, ni duda cabe, en detrimento del imaginario, tanto individual como colectivo. Si se extiende la tendencia ya no tendremos una sociedad ni siquiera ligeramente humanística.

Al hablar de las bebidas alcohólicas, se afirma que “no dejan de ser productos globalizados”. Al-cohol, explica Kurnitzky, quiere decir “el refinado”, “el espíritu puro” y el arte de la destilación, nos informa, proviene de los sarracenos. Pero en estas tierras donde nos hallamos también se practicó ese arte, aunque es cierto que no mediante la destilación, sino a través de la fermentación. Pareciera entonces que estos procedimientos son inherentes a la raza humana, tal y como lo ejemplifica la historia bíblica de Noé, que quedó ilustrada, entre otros, por Miguel Ángel en la bóveda de la Capilla Sixtina. 

El análisis de lo que significa global village está entre las cuestiones tratadas con mayor insistencia, pues aparece una y otra vez, enfocado desde distintos ángulos. “Global village está en todas partes y en ninguna; no es un lugar, sino un estado. Como un corazón que, no detenido por el nervus vagus, camina hacia su fin con desenfrenado latido.”

El Capítulo V habla de las inconveniencias y peligros de lo “flexible”. Para mí la flexibilidad es más bien una característica positiva, pero eso sucede porque no tomo el término en el sentido que aquí tiene. Posiblemente la frase “sumisión al poder económico”, definición que el autor propone, dé la dimensión correspondiente a este capítulo, pero es el siguiente el que ameritaría una discusión a fondo, puesto que versa sobre las etnias y el corporativismo, problema muy delicado de tratar aquí y en todas partes. No obstante, el autor está en lo cierto cuando afirma que las etnias pueden discriminarse unas a otras porque el modelo a perseguir no deja de ser totalitario. Es verídico que la etnia ya configura el mito que posibilita la identificación y que resulta ser, como el origen griego de la palabra indica, la magnificación de lo que inicialmente fue un clan.

Si bien celebro el tono crítico de los ensayos reunidos, no dejo de considerar que el autor por momentos es “optimista”, pero para lo malo. Con esto no quiero decir que sea pesimista, sino que pone excesivo énfasis en los defectos y arbitrariedades de la era que estamos viviendo, sin resaltar algunos aspectos que pueden ser positivos. Sin embargo, hay algo en el tono adoptado en lo que coincido. Con todo y los enormes avances en techne, los tiempos de la llamada posmodernidad que todavía vivimos ahora, parecen neomedievalistas.