Jornada Semanal, 17 de junio del 2001

 

RECORDANDO A JUAN VICENTE MELO

Para el autor de La obediencia nocturna, el homenaje que le rendimos, uno de esos domingos con lluvias adelantadas, en la Casa del Lago, debe haber resultado bastante divertido y hasta un poco engorroso en materia de adjetivos. Recordemos que uno de los rasgos esenciales de la prosa de Juan Vicente Melo es el de la precisión de sus calificativos. En estos terrenos siempre logró alcanzar ese justo medio recomendado por Aristóteles y tan venerado por nuestro mayor prosista del siglo pasado, Martín Luis Guzmán.

Carmen Carrara ha logrado que la Casa del Lago recupere el tiempo perdido (los terribles reglamentos del Bosque, la demagogia cletense, la roma imaginación de los ingenieros o contadores que por ahí anduvieron dirigiendo, y otras calamidades, estuvieron a punto de liquidar al Centro de Difusión Cultural por excelencia de nuestra zarandeada universidad) y cumpla su misión con eficacia y brillantez. Esto se notó en el homenaje y llenó de júbilo a todos los que amamos a la vetusta casa refundada para la cultura por el inmensamente sabio Juan José Arreola.

Situada en uno de los corazones de la ciudad, la casa es visitada, todos los domingos, por miles de capitalinos que recorren las galerías, asisten a conciertos, conferencias y recitales, funciones de cine o representaciones teatrales. Otros juegan ajedrez o participan en talleres y cursos. Hasta hace unos cinco años yo tenía la impresión de haber sido director de la casa lacustre, pero algunas historias escritas por estudiosos de la difusión cultural, los recuentos oficiales de la unam y los videos preparados para celebrar el aniversario del Centro, me han puesto a dudar sobre el tema. En fin... asumo la historia oficial y el fallo de los glosadores y declaro que nunca fui director de la casa por dos años estupendos. Yo no estuve ahí. Fue mi sombra (perdón a Eurípides por la paráfrasis). “Yo no soy yo. Soy otro que va a mi lado sin saberlo yo” (gracias a Juan Ramón por la cita), en fin, soy, en ese entrañable lugar, un fantasmón tan patético como el de Canterville. Estos ninguneos (son, sin duda, menos dañinos que los “cultivos” yucatecos) me obligan a corregir algunos de mis textos sobre la Ciudad de México, sus calles y sus plazas, sus bosques y jardines, especialmente un poema titulado, “Horas de la ciudad” y otros dos: “Retrato de mi amigo Carlos”, “Una carcajada de la cumbancha para Carlos Monsiváis” y “Oda a Borola Tacuche de Burrón” (dedicada al genial don Gabriel Vargas), así como algunas prosas que aparecieron en un libro llamado Bazar de asombros.

Juan Vicente Melo jugó un papel primordial en la formación del alma de la Casa del Lago y en la planeación del impacto que tuvo en el proceso cultural, especialmente el artístico, de nuestra ciudad y nuestro país. Con Juan José Gurrola, uno de los principales hombres de teatro, hice el recuento de las muchas y siempre exitosas experiencias juanvicenteanas. Traté de organizar estos recuerdos ante el numeroso y encantador público que asistió al homenaje, y el resultado es el que ahora ofrezco a los lectores de este Bazar:

a)Su amor por la música lo llevó a organizar los conciertos-conferencias, a presentar al gran “Convivium Musicum” (ilustre grupo barroco) y a iniciar la tradición de los conciertos de los sábados. En uno de ellos se reestrenó El renacuajo paseador de Silvestre Revueltas; en otro se presentó el taller de Carlos Chávez y en todos se promovió la música nueva. Por esos años la casa recibió el premio de los críticos de teatro y música por la impecable organización de conciertos de obras del siglo xx. Revisando los programas me encontré con los nombres de Hindemith, Jolivet, Cage, Stockhausen y Ginastera. Todos recordamos el reestreno del concierto para clavecín de Manuel de Falla, la puesta en escena, dirigida por Gurrola, de El teléfono de Menotti y el estreno del Pierrot lunaire de Shöenberg. Manuel Enríquez, Raúl Cosío y Joaquín Gutiérrez Heras fueron algunos de los músicos mexicanos cuyas obras se presentaron en la pequeña sala de conciertos. Recuerdo con precisión un magnífico espectáculo dirigido por Gurrrola: Jazz-palabra, en el cual la música se combinaba con los poemas de Octavo Paz y los de e.e. cummings.

b)En las galerías se celebraron exposiciones de Chucho Reyes Ferreira, Lilia Carrillo, Juan Soriano, Vicente Rojo, Helen Escobedo, Ángela Gurría, Waldemar, Fernando García Ponce, José Luis Cuevas... En los días de inauguración estaban ahí todos los que debían estar.

c)Por esos años si no dabas una conferencia a la orilla del lago, te asestaban una sin misericordia. Gracias a Juan Vicente se escucharon las voces de los poetas mexicanos de la época y mucho se habló de todas las cosas del cielo y de la tierra.

d)Juan Guerrero promovió el cine mexicano y se dieron a conocer películas de los grandes polacos, suecos y japoneses.

e)En el capítulo de teatro brillan los nombres de Gurrola, Mendoza y José Luis Ibáñez. Algunas de sus puestas se convirtieron en míticas, como la de La moza del cántaro de Lope de Vega realizada por José Luis Ibáñez. Viéndola reafirmé mi amor por el teatro. Héctor Mendoza hizo un impecable Woyzeck de Büchner, en el que actuaban Sergio Jiménez, Martha Navarro, Manuel Ojeda, Angelina Peláez y Claudia Millán. Gurrola (again) logró la mejor puesta de La cantante calva de Ionesco; ahí estaban Tamara Garina y Pixie Hopkins. En este juicio crítico tengo plena autoridad moral, pues “Los cómicos de la legua” de la universidad queretana estrenamos esa obra el año de 1961. Era la primera vez que se ponía en español y Jorge Galván, Carmen Cepeda, Estela Belaunzarán, Paco Rabell, Licha Aguilar y este bazarista hicimos grandes esfuerzos en el escenario del Teatro de la República que, en esas funciones, recuperó la coherencia que había perdido por obra y gracia de la superchería y la demagogia de políticos y floridos oradores (el bazarista escupe media lengua). Carlos Fernández dirigió Leoncio y Lena de Büchner. La escenografía era de Vicente Rojo y la música de la inolvidable y talentosa Alicia Urreta. Ambos colaboraron con José Luis Ibáñez en la puesta del Diálogo entre el amor y un viejo de Rodrigo de Cota. Otra escenificación mítica fue la del Landrú de Reyes (la capacidad de trabajo y el talento de Gurrola eran inagotables) en la que actuaron Pixie, Tamara, Martha Verduzco y el formidable actor Carlos Jordán. Mencionaré, además, otro divertimento gurroliano: 2 + 8 en pop.

La lista es impresionante y consolida el lugar que debe ocupar el grupo de “La Casa del Lago” en la historia cultural. Por esa audacia, por su amor a la libertad, la independencia y la experimentación artística, Juan Vicente Melo fue, es y será uno de nuestros próceres. Sé que este título le va a caer (Veracruz dixit) en los meros huevos. No importa. También los marginales de la sociedad, la política y la academia tenemos nuestros próceres que son, aquí entre nos, más divertidos que los de los distintos cánones.
 

Hugo Gutiérrez Vega
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