La Jornada Semanal,  24 de junio del 2001
(h)ojeadas
 
 

Imaginación vs. evidencia empírica

Guillermo Vega
 


 

 
 
 
 
 

Bruno Estañol,
La esposa de Martin Butchell,
Universidad Nacional Autónoma de México,
México, 1997.

 

Con este volumen de cuentos, Bruno Estañol se reencuentra con el género en el que se reveló como uno de nuestros más intensos narradores. Recuérdese que, luego de haber sido reconocido con menciones en sendos concursos de cuento, Estañol ganó el Premio de Cuento San Luis Potosí en 1988. Sin embargo, los infernales vericuetos de la burocracia cultural hicieron que ese primer tomo de relatos, titulado Ni el reino de otro mundo, apareciera hasta tres años después, es decir, en 1991. 

De esta forma, el primer libro conocido de este escritor nacido en Frontera, Tabasco, en 1945, no fue la novela corta Fata Morgana, que publicó Joaquín Mortiz en 1989 (y que reeditó recientemente Cal y Arena junto con otra noveleta: La barca de oro). En aquel entonces, sin haberlo leído aún como cuentista, saludamos el estilo de Estañol de la siguiente manera: “Entre sus características más sobresalientes, se encuentra la precisión narrativa. No divaga ni confunde, va directamente a su anécdota y la desarrolla con un discreto despliegue de recursos. Esto sería impugnado por quienes ven a la literatura solamente como una obligatoria aventura del lenguaje. Es precisamente esta concepción la que ha llevado a muchos escritores a despacharnos monumentos al lenguaje levantados sobre su prestigio personal, pero sin historias interesantes que nos devuelvan al gozo perdido de la lectura. Sin historia no puede haber novela y Bruno Estañol tiene muchas que contar, por ello no recurre a malabarismos lingüísticos y utiliza una prosa ágil y transparente.” Estas consideraciones se refrendarían con la aparición de otra novela, también corta, en 1992: El féretro de cristal. Ese mismo año su autor obtendría el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares.

A partir de entonces, Estañol, neurólogo de profesión, mantendría el ayuno literario en materia de ficción, aunque seguiría publicando más libros; uno de ellos acerca de los misterios del cerebro y la mente humana: El telar encantado, y dos más, al alimón con su amigo y colega Eduardo Césarman: Como perro bailarín y El laberinto y la ilusión, todos ellos bajo el sello editorial de Miguel Ángel Porrúa.

En una de sus conferencias sobre el arte de contar historias, que pronunció en la Universidad de Harvard a finales de los años sesenta (que por cierto acaban de ser publicadas bajo el título de Arte poética por Editorial Crítica), Jorge Luis Borges explicó la insalvable diferencia entre la poesía lírica y la narrativa, entre la épica y la novela. Dijo que para la épica lo importante es el héroe; es decir, “un hombre que es modelo para todos los hombres”; en tanto, la esencia de la mayoría de las novelas (y en general de la obra narrativa, como el cuento) “radica en el fracaso de un hombre, en la degeneración del personaje”. Antes, anota Borges, la gente creía en los finales felices; ahora, si un personaje literario termina felizmente es considerado artificioso, condescendiente, comercial. “Bien, hoy, si se emprende una aventura, sabemos que acabará en fracaso. No podemos creer de verdad en la felicidad y en el triunfo. Y quizá esta sea una de las miserias de nuestro tiempo.” Precisamente, los protagonistas de las doce narraciones del volumen que ahora nos ocupa se oponen a este destino trágico mediante una premisa fundamental: “El hombre es lo que imagina ser”, como dijo Paracelso; razón por la que el hombre es un eterno inconforme con el mundo, el cual se empeña en contradecir esta imaginación a cada momento, devolviéndolo a una realidad que le resulta atroz e insoportable. 

Los personajes de estas historias persisten en la ingente tarea de anteponer el poder de la imaginación al peso de la evidencia empírica: desde el doctor Martín Butchell del título, que se resiste a aceptar la desaparición física (que no la muerte) de su esposa; pasando por el lunático y lúcido relojero Hans Klug (quizá uno de los mejores cuentos del libro y del autor), en su infructuoso afán de construir un reloj cosmológico desde el manicomio; la memorable visita a la tumba de Edgar Allan Poe (otro de los momentos sobresalientes del volumen), durante la cual Alondra manifiesta preocupantes síntomas del extraño Síndrome de Capgrass; la extraña transformación de Rosalía (que, por cierto, hace recordar el célebre “Chac Mool” del primerísimo Carlos Fuentes), hasta llegar a Ilse, quien con su doloroso sacrificio le da a su esposo Julius Kröger el signo agorero de su futuro como buscador de tesoros.

A diferencia de sus novelas, donde Estañol se mueve en los terrenos de un inquietante y mítico realismo mágico, echando mano de la memoria, el recuerdo y la nostalgia por el edén subvertido, en sus cuentos el autor deambula libremente por épocas y geografías disímiles, desde los tiempos míticos hasta la cotidianidad urbana, aplicando los instrumentos del lenguaje con precisión quirúrgica (habilidad presumiblemente derivada de su trabajo como facultativo) y aprovechando los recursos aprendidos a sus autores predilectos: Joseph Conrad, Malcolm Lowry, William Faulkner, Ernest Hemingway y, sobre todo, Edgar Allan Poe, lo que sin duda lo hermana con otros tantos escritores mexicanos que se han destacado por su predilección por las narraciones cortas de tono fantástico, como Juan José Arreola, René Avilés Fabila o Agustín Monsreal, por citar los casos más sobresalientes. En la ya mencionada conferencia, Borges (otro de los escritores favoritos de Estañol) señala que el hombre empezó a inventar tramas a partir de Poe, quien escribió que “un relato debe ser escrito atendiendo a la última frase, y un poema atendiendo al último verso”. Esto degeneró en el relato con truco, y desde entonces la gente ha inventado toda clase de tramas, algunas de ellas muy ingeniosas, pero que tienen algo de artificioso y trivial. Ese es quizá el reto que enfrentan los escritores que privilegian esta concepción del cuento, a veces con éxito y a veces con resultados cuestionables. No obstante, en el caso de Bruno Estañol, la balanza se inclina positivamente en beneficio y agradecimiento de los lectores, que disfrutamos con especial delectación las historias fantásticas de este narrador tabasqueño.
 

C U E N T O

Sólo para cómplices

Leo Mendoza



 
 
 
 
 

Raymond Carver, 
Si me necesitas, llámame
Anagrama, 
España, 2000.

 

La aparición de un libro póstumo de Raymond Carver sería, por lo menos, sospechosa si pensamos en la proliferación de ediciones de textos desconocidos, retirados del mercado y aun inéditos de autores como Cortázar o Borges; ediciones que, en más de un sentido, decepcionan.

Afortunadamente esto no ocurre con el narrador estadunidense: es más, por encima de la historia divulgada poco después de su muerte sobre la participación de su editor en la revisión y versión final de sus cuentos, la verdad es que en los cinco textos que conforman Si me necesitas, llámame encontramos lo mejor de Carver: toda su destreza para mostrar, a partir de los actos más nimios y cotidianos, la dureza, la frustración y el desamparo de nuestra vida. 

La obra de Carver –con o sin la ayuda de su editor– posee una fuerza propia, inigualable, que nace de una forma de mirar desencantada, casi desapasionada de lo que es la condición humana. En estos cinco cuentos podemos ver de manera muy clara la cercanía de la obra de Carver a la de autores como John Cheever, ese gran narrador de la vida en los suburbios, en la entrañas del monstruo.

Curiosamente, hay quienes consideran que Carver no había publicado este libro por la profunda carga autobiográfica que se desprende de él –de manera especial por la manera como se cuenta la fractura de las relaciones amorosas–; sin embargo, en uno de sus últimos libros el escritor dio rienda suelta a la vena autobiográfica para contar la relación con su padre y los años en que publicó sus primeros textos, alentado por uno de sus maestros.

Los textos de Carver, editados en español a poco más de doce años de su muerte, fueron encontrados entre sus manuscritos por su viuda, Tess Gallagher, y un par de investigadores, y se suman a una obra breve –cuatro libros de relatos y algunos más de poemas y ensayos– pero de gran intensidad. En los cinco cuentos encontramos esas imágenes recurrentes de las que el narrador echaba mano para mostrar cómo en algún momento, y ante el menor pretexto, la aparente seguridad de la vida cotidiana se derrumba y vislumbramos –dice un poema de Paz– nuestro desamparo. Carver sabía dibujar a la perfección este rompimiento que puede ser, en un matrimonio que busca la reconciliación, el encuentro con unos caballos entre la niebla. O quizá un montón de leña por partir para un escritor que busca recuperar vida y oficio. Y hasta un incendio en una calle se convierte en el mejor momento para que un hombre confirme sus sospechas.

“Leña”, ¿Qué queréis ver?”, “Sueños”, “Vándalos” y “Si me necesitas, llámame” son los cinco cuentos recobrados –algunos de éstos habían aparecido ya en revistas estadunidenses– que nos dan la oportunidad de disfrutar una vez más de la inquietante maestría de Carver para la alusión: los diálogos establecidos por sus criaturas esconden mucho más de lo que dicen porque, como bien se sabe, entre lo que decimos y lo que queremos decir casi siempre hay un abismo. De ese inmenso río de equívocos que es el lenguaje cotidiano, Carver escoge los fragmentos más significativos, más dolorosos y profundos y los convierte en textos magistrales.

En su “Credo de poeta” –una de las conferencias que dictó en 1968, en Harvard– Borges señala que en un relato breve podemos encontrar tanta complejidad como en una larga novela: para la obra de Raymond Carver esta afirmación es absolutamente cierta. Lo que subyace bajo el laconismo de su texto, aquello que apenas y se encuentra presente, lo que intuimos, es lo importante, y este grado de complicidad entre el creador y el hipócrita lector es algo que sólo se da en la gran literatura.


C U E N T O

En tiempos de la revolución

Silvia Solís


 

 

Alejandro Ortiz Padilla, 
Dos tercios de maíz y otros cuentos
Amate/Publicaciones del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Morelos/Instituto de Cultura de Morelos/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 
México, 2000.
 

Alejandro Ortiz Padilla escribió Dos tercios de maíz y otros cuentos bajo un tono testimonial. Nativo del estado de Morelos y testigo cercano de asuntos regionales, aprovechó su experiencia como periodista y promotor de cultura y logró rescatar una visión fresca de los relatos de la época revolucionaria, un periodo imposible de pasar por alto en la historia de México.

En Ixtlico el Grande, Hacienda Santa Clara, Tepalcingo, Mapaztlán, Jonacatepec, Cuatla y Cuernavaca, zona de dominio zapatista, se ubican las aventuras del revolucionario Prisco Villanueva y su familia: Erasto, Carolina, Valeria, Pedro y Pablo. 

El autor sitúa el primer cuento, “Dos tercios de maíz...” en la época de acoso del “supremo gobierno” a cargo del sanguinario General Juvencio Robles, jefe de Armas del Estado, el cual ejercía la autoridad a través de los federales poniendo en práctica las estrategias de los boers: la leva, la toma de rehenes, la depredación, el saqueo, el incendio de pueblos, la recolonización y exilio masivo.

Los Villanueva se ven precisados a huir a una madriguera de “Los Plateados” en las cuevas de Cerro Prieto. Durante el trayecto, los niños Pedro y Pablo buscan garantizar el bienestar de su madre y abuelos, echando mano de toda su imaginación e iniciativa. La curiosidad los lleva a ir en busca de los dos tercios de maíz, el sueño del abuelo, como signo de su subsistencia. Luego de algunas peripecias, se reencuentran con Prisco, su padre, quien se hizo guerrillero al rebelarse contra la injusticia y opresión de hacendados latifundistas.

La revuelta zapatista se inició en el estado de Morelos como un movimiento amorfo y disperso. El autor de Dos tercios de maíz y otros cuentos toma como pretexto el marco contextual y la época del caudillo revolucionario nacido en San Miguel Nenecuilco, palabra ésta que, según el Códice azteca, significa “lugar donde el agua se arremolina”. Noveno hijo de Cleofás Salazar y Gabriel Zapata, Emiliano nació el 8 de agosto de 1879. Cuando niño, su tío Cristino le contó de “Los Plateados”, malhechores aludidos en el relato de Ortiz Padilla, cuyo jefe fue el controvertido Salomé Plasencia: cruel y sofisticado, se dice que el bandido vestía con gran elegancia, que usaba camisas de Bretaña, traje de charro con un águila bordada en la espalda, moños y bufandas de colores, botas con herraduras de plata y grandes y vistosos sombreros.

“Cuento de semana santa” narra una travesura infantil que pone al descubierto la ancestral confrontación entre la curiosidad sexual, el misterio y la fe. El cabo Chávez protagoniza este enigmático relato y, como informa el propio autor, éste tiene su origen en la tradición oral. 

Las historias se desarrollan en un marco descriptivo y pintoresco, con un lenguaje que refleja lo que en otros ámbitos se considera típicamente “mexicano”. Ortiz Padilla ambienta y construye sus Dos tercios de maíz y otros cuentos con anécdotas llenas de ingenuidad y sencillez. 

La obra cierra con un cuento escrito en franco homenaje al caudillo Emiliano Zapata. Dos tercios de maíz y otros cuentos es un libro que puede leerse sin complicaciones y “de una sola vez”.



Presentación del libro De cara a la muerte, de Isa Fonnegra de Jaramillo, coedición del Instituto Mexicano de Tanatología y Editorial Andrés Bello Mexicana. Presentan: Dr. Alberto Amor Villalpando, Dr. Federico Ortíz Quezada y Dr. Carlos Viesca Treviño. Miércoles 27 de junio a las 19:00 horas. Auditorio Vázquez Raña del Hospital Ángeles del Pedregal, Camino a Santa Teresa 1055, col. Héroes de Padierna.

Elsa Naveda Per Anderson, muestra de litografía y escultura. Inauguración el 28 de junio a las 19:30 horas. Galería de la Rectoría General de la Universidad Autónoma Metropolitana. Prolongación Canal de Miramontes 3855, col. Exhacienda San Juan de Dios, Tlalpan.

Galería de moribundos, estudios y variaciones sobre el mundo beckettiano. Dirigida por Jorge A. Vargas, con Roberto Sosa, Ricardo Leal, Alicia Laguna y Jorge A. Vargas. Descuento a estudiantes, maestros y trabajadores de escuelas públicas, escuelas privadas, Maestros a la Cultura, Sépalo, beneficiarios del insen y trabajadores del inba. Funciones: viernes 20:30, sábados 19:00 y domingos 18:00 horas. Teatro Julio Jiménez Rueda, Av. de la República 154, col. Tabacalera.

No te preocupes, ojos azules. Dirigida por Sergio Zurita, con Juan Carlos Colombo y Roberto Soto. Funciones: lunes a las 20:30 horas. La Gruta del Centro Cultural Helénico, Av. Revolución 1500, col. Guadalupe Inn.

Unipersonal de divino pastor Góngora. Dirigida por Miguel Ángel Rivera, con Carlos Cobos. Estrenos: 25 y 26 de junio a las 20:30, y funciones de temporada lunes y martes a las 20:30 horas. Teatro El Galeón.

Ocumicho. Ir realidad y fantasía. Exposición sobre la artesanía de Ocumicho, abierta hasta el 26 de agosto. Museo Nacional de Culturas Populares, Av. Hidalgo 289, col. El Carmen, Coyoacán.

Feria Internacional del Libro Universitario (FILU). Organizada por la Universidad Veracruzana y dedicada al compositor Arturo Márquez, se efectuará del 22 de junio al 1º. de julio en el Campus para la Cultura, las Artes y el Deporte de la uv, en la ciudad de Xalapa, con la participación de más de trescientas casas editoriales procedentes de Colombia, Chile, Costa Rica, Cuba, República Dominicana, Italia, Francia, España, Estados Unidos y México. Simultáneamente se llevará a cabo la Feria Virtual del Libro Universitario (www.uv.mx/filu).

P O E S I A


La inefable elocuencia

Félix Suárez



 
 
 
 
 
 

Silvia Pratt,
Caldero ciego,
Editorial Praxis,
México, 2001.
 

 

Hay en la obra de Santa Teresa –revestida de claroscuros y anhelos escatológicos– una línea de color azafranado que resalta con vigor propio por el modo castizo, castellano y familiar de dirigirse a Dios:

Por que sin Vos el mundo no me sabe.
Este saber no tiene, por supuesto, relación alguna con el conocimiento profundo, ni con la erudición, ni con la habilidad, ni con las entendederas de nadie. Aunque de la misma raíz (del latín tardío sapere), este saber tiene que ver exactamente con lo que quiso decirnos la monja de Ávila: con la sabrosura, con el sabor que da Dios a nuestra vida. Pero también con lo insulso, con lo insípido, con lo falto de sentido en que puede convertirse la vida sin Su presencia.

Por eso, en el mismo poema, la poeta de Las moradas pregunta a los cielos, a los montes, a los valles y collados, a las fieras y a las flores, lo siguiente:

Decidme dónde está
Aquel que hermosura y ser os da.
Luego entonces, parafraseando a la monja carmelita, si Dios abandona el mundo, “todo está mudo”. De ahí su búsqueda, su anhelo incesante, su constante reclamo hacia el Esposo ausente, que deja el alma así, contrita y lastimera:
¿A dónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
Habiéndome herido,
Salí tras ti clamando, y eras ido.
Exclamaría esto con la misma hondura el otro gran poeta místico español, transida su alma de inefable amor. Lo que sucede con el yo lírico de la poeta de Caldero ciego es, a un tiempo, similar y diferente de lo que acontece al alma del místico.

En su más reciente libro, Silvia Pratt retoma, en cierta medida, el aliento místico, y vuelve a los sitios de orfandad, al desamparo inerme de la criatura. No aspira, en efecto, a la Unidad consustancial; no la desvela el deseo de morir para volver a Dios y para gozar de la “vida verdadera”. Pero sí sabe, como la santa de Ávila, de “los días sin Dios”, de arrastrar los domingos (o arrastrarse en ellos) despoblados de Sus ojos; intuye que no es el alma el único sitio de Su ausencia, sino que es, sobre todo, el cuerpo doliente (materia de huesos, sangre y humores), enfrentado su sino de desear, envejecer, padecer, con la misma intensidad, la memoria, los muertos, los días sin luna, el gozoso aleteo del colibrí sobre nuestras cabezas, la amarga e inequívoca certidumbre de no ser sino polvo, ceniza peregrina, la misma que, al decir de la poeta, “ciñó Dios en nuestra frente”.

En estos “rotundos arrebatos místicos”, la poeta de Caldero ciego busca a Dios con sus grandes ojos de criatura, absortos en su tremenda y terrible majestad. No es como el alma de los poetas místicos, la Esposa, la Amada; tampoco se presiente como la “perla preciosa” o la “hija bien amada” de Dios, según El zohar...; se percibe claramente en su terrestre desamparo, en su incesante nadería mortal. Por eso la oímos decir:

A Dios le pregunté:
¿quién soy?
Y en el pavor del viento escuché Su voz:
brizna eres.
Rudolf Otto ha reparado con indudable tino en los elementos constitutivos de la esencia de lo numinoso. Un par de conceptos antagónicos y complementarios propuestos por el autor de Lo santo –la majestad (maiestas) y su correlativo “sentimiento de criatura”– se muestran ejemplificados en estas líneas precedentes, y bien podrían rastrearse, según Otto, en casi todas las formas de la mística religiosa: por un lado, lo numinoso en su poder infinito, en su tremenda majestad, contrapuesto a un sentimiento de sumersión del sujeto, de anonadamiento de no ser sino tierra, ceniza, polvo. Pero sobre todo, el sentimiento de su “absoluta profanidad”.

El “no soy digno de estar en tu presencia” del ritual cristiano, más que un juicio ético o una valoración moral de nuestras culpas, es sobre todo un diagnóstico certero, la nítida conciencia de nuestra condición mortal, profana, pasajera: ser polvo entre el polvo, ceniza de las eras.

El hombre se reconoce así ante Dios, ante Su suprema majestad, y busca entonces Su mano, Su cobijo, Su protectora mirada. Pero Dios, señala Pratt en su poemario, ocupado en devastar lunas con el puño o en leer un “entramado de eclipses y tormentas”, retira Su mano, y en la espesura, como el ciervo de San Juan de la Cruz, se escabulle sin más, después de herirle.

De este modo, a lo largo de Caldero ciego, vemos a Dios, a través de los ojos de la poeta, ocupado en cualquier cosa menos en cuidar de la zozobra, el desconsuelo, el andar pesaroso de sus criaturas. Cuando no vigila sin mirar, cuando no “urde telarañas”, se distrae por ahí paseando sin prisas ni tropiezos entre el “núbil trigo”, o durmiendo “bajo la sombra de una higuera”, o desgajando flores con el húmedo oleaje de sus brazos, o esculpiendo amaneceres, o sembrando “primaveras detrás del horizonte”, o deslizándose entre el hielo suave y la espuma incandescente; pero siempre ajeno, indiferente al dolor, a la muerte, a las palabras del insomne que encienden la noche como una lámpara perpetua.

Por eso, la poeta de Caldero ciego baja los brazos, deja caer las esperanzadas ramas de su oración, y reclama así al indiferente:

¿Acaso, Dios, enmudecieron tus oídos?
En el fondo sabe que no hay tal; que, en todo caso, como refiere Yehuda Amijai, otro poeta cercano a su intención, Dios, aunque infinita e injustamente lleno de piedad todo Él, sólo “se apiada de los niños del jardín de infantes,/ un poco menos de los niños de la escuela./ Y de los grandes ya no se apiada más,/ los deja solos” arrastrandose por la vida.

Tal vez por eso Silvia Pratt prefiere creer que Su atención para nosotros consiste en convocarnos a una partida perversa de ajedrez, en la que, de antemano, Dios, en Su infinita sabiduría, nos sabe ya derrotados. Así que, “hastiado de mirar,/ se entretiene apostando nuestras vidas”.

No hay rebeldía, pues. Humilde en su tremor místico, la poeta de Caldero ciego dice no ungirse “con la piel de la soberbia,/ ni blasfemar contra la luz que [le] alimenta”. Job se sienta en su escogido estercolero y se cubre el cuerpo y la cabeza de ceniza y, sin embargo, maldice el día en que nació y declara triste por siempre la noche, y el día ya sin regocijos y en tinieblas. Su vehemencia, su soberbia, escandalizarían no sólo a sus amigos que le escuchan, sino a los comentaristas que habrían de ocuparse del virtuoso varón de Hus.

La poeta de Caldero ciego se estremece ante el abandono pero no blasfema; se conmueven sólo sus certezas. ¿No era cierta entonces la presencia de Dios “en la mirada verde de la abuela”, ni en el vuelo del nervioso colibrí? ¿Nunca estuvo entonces en el rocío, ni en “la respiración del buey”, ni en “el aroma fugaz de los crisantemos”? ¿Nada es cierto?

Miente la noche.
Con su eclosión de estrellas susurra,
en el caldero ciego
la calma y el letargo borbotean (...)
Y tampoco es cierto.
Queda la luz, no obstante, borboteando como un imposible pez en el caldero. Sabe que Dios seguirá atizando “las brasas de los siglos” y juntando en un mismo puño los mares y los soles. Y en el campo, parafraseando a Pratt, el árbol lo venerará en sus ramas, y en su vuelo los pájaros lo aclamarán sin tregua.

Finalmente, más allá de cualquier lectura, Caldero ciego es uno de esos libros de poesía cada vez menos frecuentes, no sólo por la factura laboriosa de sus versos, por su intensidad emotiva fuera de toda duda, sino también, me atrevería a decir, por esa parte de la sensibilidad poco explorada –excluida incluso– de la poesía mexicana de estos años: la sensibilidad poética de tintes religiosos, que muestra y desnuda a Dios más allá del dogma o la revelación mística. El Dios de Silvia Pratt juega a dejarse ver, a desaparecer; Su intermitencia se convierte en un parpadeo teofánico. Silvia Pratt ha sabido acercarse y entrever, con toda intensidad, la inefable elocuencia del misterio.


FICHERO
LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION
Derecho
• Derecho intercultural, Otfried Höffe, traducción de Rafael Sevilla, Col. Estudios alemanes, Gedisa Editorial, Barcelona, España, 284 pp.
• La última palabra, Thomas Nagel, traducción de Paola Bargallo y Marcelo Alegre, Col. Filosofía del Derecho, Gedisa Editorial, Barcelona, España, 2000, 158 pp.

Diccionario
• Suplemento al Diccionario de Mejicanismos, de Francisco J. Santamaría, que fue a su vez lo propio del Vocabulario de Joaquín García Icazbalceta, por un mexicano, Libros del Umbral, México, 2001, 47 pp.

Educación
• La educación es educarse, Hans-Georg Gadamer, Col. Paidós Asterisco 4, Ediciones Paidós, Barcelona, España, 2000, 56 pp.

Ensayo (literario)
• Los disfraces: la obra mestiza de Carlos Fuentes, Georgina García Gutiérrez, El Colegio de México, México, 2000, 214 pp.
• Redes de aprendizaje. Guía para la enseñanza y el aprendizaje en red, Linda Harasim, Starr Roxanne Hiltz, Murray Turoff y Lucio Teles, traducción de Javier Calvo, Biblioteca de educación, Nuevas tecnologías 4, Edicions de la Universitat Oberta de Catalunya/Gedisa Editorial, Barcelona, España, 2000, 350 pp.

Ensayo (político)
•La universidad necesaria en el siglo XXI, Pablo González Casanova, Col. Problemas de México, Ediciones Era, México, 2001, 167 pp.
• Mariano Azuela: el hombre, el médico, el novelista, I, selección y prólogo de Luis Leal, Col. Memorias mexicanas, Conaculta, México, 2001, 361 pp.
• Mariano Azuela: El hombre, el médico, el novelista, II, selección y prólogo de Luis Leal, Col. Memorias mexicanas, Conaculta, México, 2001, 370 pp.

Narrativa
• Diario de Lupita, Rafael Estrada Michel, Col. Diarios mexicanos, Editorial Planeta, México, 2001, 179 pp.
• Donde mejor canta un pájaro, Alejandro Jodorowsky, Editorial Grijalbo Mondadori, México, 2001, 411 pp.
• El país de los hablistas, Alberto Chimal, Col. El clan, núm. 9, Libros del Umbral, México, 2001, 102 pp.
• El príncipe Siddharta, Ferruccio Parazzoli y Patricia Chendi, traducción de Juan Vivanco, Editorial Grijalbo Mondadori, Barcelona, España, 200, 262 pp.
• Juan Justino. Judicial, Gerardo Cornejo M., Col. Aura, Selector, México, 150 pp.
• Las mujeres primero. Antología personal, Dámaso Murúa, Col. Letras mexicanas, Dirección de Investigación y Fomento de Cultura Regional/Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 240 pp.

Poesía
• Cielo subterráneo, Mónica Molina, Ediciones Confabulario, México, 2000, 40 pp.
• Cuaderno interrumpido, Alejandro Armengol, Término Editorial, Ohio, Estados Unidos, 2000, 98 pp.
• Las conversaciones cantadas, Argelio Gazca, El pirul/Varia literaria/Miguel Ángel Porrúa, México, 2000, 70 pp.
• Traslación de dominio, María Rivera, Fondo Editorial Tierra Adentro 225, Conaculta/H. Ayuntamiento Constitucional de Cocula, Jal., 1998-2000/Secretaría de Cultura/Gobierno de Jalisco, México, 2000, 70 pp.
• Un viaje, Lirio Garduño-Buono, Col. Nuevo siglo, Serie Creación, Universidad de Guanajuato/sep/Apoyos fomes 97, México, 2000, 58 pp.

Revista
• Alforja, núm. XVI, primavera 2001, textos de Miguel Donoso Pareja, Saided Sesín, Silvia Pratt, entre otros, Fraternidad Universal de los Poetas, México, 153 pp.
• Confabulario, Cuaderno de Talleres, núm. 12, noviembre 2000, textos de Clara Nava Reyes, Irania Ledezma, Andrea Miranda, entre otros, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 38 pp.
• Confabulario, Cuaderno de Talleres, núm. 13, febrero 2001, textos de Edmundo Flores, Gustavo Illades Aguiar, Agustín Cadena, entre otros, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 38 pp.
• Tierra Adentro, núm. 110, junio-julio de 2001, textos de Guillermo Sheridan, Marco Antonio Campos, Sylvia Navarrete, Hugo Gutiérrez Vega, entre otros, Conaculta, México, 80 pp.

Salud
• Salud reproductiva en Sonora: un estudio exploratorio, María del Carmen Castro V. y Gilda Salazar Antúnez, Col. Cuadernos cuarto creciente 5, El Colegio de Sonora, México, 2000, 216 pp.