Jornada Semanal,  8 de julio del 2001 
Ecos

José Peón Contreras

               I
Tal vez no existes: acaso
eres la imagen de un sueño,
que deleitó mis sentidos,
y embargó mi pensamiento.
Mas ha de ser realidad
aquel hermoso embeleso,
pues como te vi, dormido,
te estoy mirando despierto;
tal me parece que escucho
a todas horas tu acento;
que se refleja en mis ojos
la luz de tus ojos negros;
que en la palidez marmórea
de tu semblante hechicero,
sus alas de oro y nieve
posa mi espíritu inquieto;
que cerca del pecho mío
siento el latir de tu pecho;
¡que me quemas con tus labios,
que me abrasas con tu aliento!
Y te palpo y no te toco,
y te busco y no te encuentro;
¡y me enloquece tu sombra,
y me embriaga tu recuerdo!
Y así, sin saber lo que eres,
harto sé que eres mi dueño,
que te llevas mis dolores
en las lágrimas que vierto;
que flotando en el espacio
como una visión te veo.
¡Entre tu alma y mi alma,
entre la tierra y el cielo!
 
 

A semejanza de Carpio, Peón Contreras tiene un doble sitio: en las letras y en la historia médica nacional. Fue el alienista más distinguido de su época y el director del manicomio de San Hipólito. Es sobre todo nuestro mejor dramaturgo romántico y aprovecha la tradición cultural iniciada por Sierra O’Reilly en Yucatán. Rodríguez Galván había descubierto los temas coloniales para el teatro; Peón Contreras los empleó diestramente, sin excluir asuntos prehispánicos ni contemporáneos. El autor de La hija del rey y muchos otros dramas en verso y prosa fue llamado “restaurador del teatro en la patria de Alarcón y Gorostiza”. Escribió también Romances históricos y dramáticos y algunos poemas líricos en la línea becqueriana como la serie “Ecos” (en Obras poéticas, 1889).

José Emilio Pacheco
                II

Cuando recuerdo tu mirada lánguida,
        tu dulce sonreír;
cuando me acuerdo de tu frente pálida,
        de tu talle gentil;
cuando suspiro por las horas rápidas
        que huyeron junto a ti;
el llanto surca mis mejillas áridas
        y me siento feliz...
¡Ay!, cuando no me quede ni una lágrima
        ¿qué será de mí?
 

                III
Imagínate un sol de invierno, apenas
su luz filtrando en la morena bruma;
debajo del follaje más sombrío,
como un espejo, un lago sin espuma.

Al pie de unos bambúes casi negros
un humilde portal que se derrumba
al peso de los años, al azote
del pesado aquilón y de la lluvia.

Sobre el brocal de un pozo y a la sombra
de un pilastrón cubierto de verdura,
una triste paloma, triste y sola,
oculta el pico entre la blanca pluma.

Allá a lo lejos, junto a sauce añoso,
una desmoronada sepultura,
sin cruz, sin epitafio, ni siquiera
una lozana flor, ni una flor mustia.

Imagínate, en fin, allá entre abrojos
la lira que cantaba tu hermosura,
cubierta con el polvo del olvido,
¡pedazos hecha, destrozada y muda!

¡Y ya podrás acaso imaginarte
cómo serán mis sueños de ventura,
cuando siento el dolor que siento ahora,
cuando siento estas ansias y estas dudas!