Jornada Semanal,  22 de julio del 2001 
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Marco Antonio Campos

Abelardo Villegas, in memoriam

.Empecé a tratarlo en 1973, cuando invitado por su esposa Eugenia Revueltas, entré a trabajar como redactor a Punto de partida de Difusión Cultural en la UNAM. Abelardo llegaba a menudo a las oficinas, que estuvieron primero en el décimo piso de Rectoría, y luego en la lateral del auditorio Justo Sierra de Filosofía y Letras.

Eugenia y Abelardo formaron durante casi cuarenta años uno de los matrimonios mejor avenidos, probablemente porque, como ellos decían, aprendieron a ser con el tiempo amigos del alma. Estar con ellos era pasar sólo momentos agradables, y si en los ocho años que trabajé en Punto de partida no tuvimos el más mínimo problema, se debió a la nobleza y bonhomía de los Villegas. Evodio Escalante y yo éramos entonces los amigos jóvenes de la casa.

¡Pero qué sentido del humor de Abelardo! Conversar con los Villegas era estar riéndose o carcajeándose, entre destellos epigramáticos y descripción de situaciones cómicas. Si algo me hacía sentir cerca de Abelardo era lo mucho que tomaba en serio su labor intelectual y administrativa y lo poco que se tomaba en serio a sí mismo.

Pocas veces he visto en una persona esa facilidad inteligente para volver sencillos y claros problemas filosóficos y políticos abstrusos, todo contado, desde luego, como en charla de sobremesa. No sólo era así como profesor o conversador; sus artículos y ensayos son modelo de juicio, penetración y sencillez. Su tema central fue el estudio de lo latinoamericano; de sus libros prefiero los de ensayos, género que, por su extensión más o menos breve, le permitía crear juegos múltiples de ideas, es decir, prefería abrir vías de discusión y diálogo con el lector en vez de agotar temas. Me identificaba del todo con su posición de centro izquierda, de social demócrata, de un centro izquierda que no hay en la vida política México.

Fue un hombre valiente. Pongo dos casos. Después de la caída de Pablo González Casanova en 1972, se la jugó del todo por Soberón, porque veía el peligro violento de la desintegración de la unam a manos de un sindicalismo encabezado por gángsters como los Olivos Cuéllar y los Pérez Arreola, que arruinarían la vida académica de la unam y corromperían buena parte de su misma estructura sindical por muchos años. Ese sindicalismo, apoyado por el Partido Comunista Mexicano, dio el último empujón que obligó a renunciar, oh paradoja, al único rector de izquierda que ha habido en la unam .

Otro ejemplo de la valentía de Villegas se dio en las semanas finales del cuadrenio gris de Rivero Serrano. Se daba por hecho la reelección del rector. Contra todo, Villegas, en artículos y entrevistas, que sus amigos llamábamos suicidas, se lanzó impecable y lúdicamente contra la mala administración de Rivero. Muchos lo veían ya, luego de la reelección, como cadáver universitario. En el último momento la Junta de Gobierno eligió a Jorge Carpizo. La justicia poética lo salvó. Villegas fue ese cuadrenio Secretario General Académico.

A partir de 1988, cuando fui a dar clases a universidades austriacas, lo vi muy poco.

Murió lejos. Al bajar del avión en San Petersburgo tuvo una afección. Se creyó que era un derrame cerebral. Luego de pasar varios días de pesadilla en un hospital de tristeza, de días de averno vividos como en un pabellón de cancerosos dostoievskiano, lo trasladaron al fin a Helsinki. Le fue sacada una tomografía. Apareció lo que la familia no imaginaba: un aneurisma y una trombosis pulmonar. Murió a los pocos días.

Abelardo: donde quiera que usted se halle, déjeme por una vez, por esta vez, no reír como lo hacíamos, y con todo el cariño de muchos años, decirle que gracias, de veras muchas gracias, por mostrarle a sus amigos que el arduo conocimiento no está divorciado de la alegría de vivir.