MARTES Ť 24 Ť JULIO Ť 2001

Jenaro Villamil

El Partido del Desmentido Televisado

El miércoles 18 de julio, ocho mandatarios priístas recrearon un nuevo estilo de quehacer político que parece volverse una costumbre: las llamadas televisivas, "constantes y sonantes", para desmentir su apoyo a un desplegado en defensa de su homólogo Arturo Montiel, a quien se ubicaba como víctima de agresiones e intimidaciones por parte del gobierno federal, en el contexto del descubrimiento de una red de espionaje ilegal operada por colaboradores del gobernador mexiquense.

El primero en tomar el micrófono fue el gobernador de Veracruz, Miguel Alemán, y de ahí siguieron siete ejecutivos estatales más que le dieron así al periodista Joaquín López Dóriga la primicia del desmentido, obviando a su propio partido y a su directiva y, por supuesto, a la supuesta "víctima" de las agresiones: Arturo Montiel.

El otrora partidazo abjuró así de las vías institucionales que sus propios integrantes crearon en la ya lejana época de la "línea presidencial" para adaptarse ahora a la línea de la era del rating. Y, desde ese día, el escándalo sobre las firmas apócrifas de un desplegado de 18 gobernadores del tricolor se ha convertido en un nuevo asunto que domina la agenda informativa de los medios impresos y electrónicos, por encima de otros temas menos espectaculares que parecen no incomodar a estos mismos mandatarios, como la ley indígena de fast track, los efectos de la desaceleración económica o la crisis en el sector primario.

Por la vía de discutir en la pantalla o a través de desplegados lo que ya no se ventila en los propios partidos, la otrora clase política le apuesta más a las formas mediáticas que a la sustancia del quehacer gubernamental. A través del escándalo o de la sobrerreacción se busca ganar a la opinión pública, esa entelequia que ya no cabe en los sectores ni tiene ideología precisa ni llena las plazas de la República, pero que se mitifica gracias a una de las lecciones más dramáticas de nuestra peculiar alternancia: es más importante rellenar las encuestas que embarazar ánforas.

Y así lo demostró la peculiar encuesta del Noticiero con Joaquín López Dóriga del día siguiente: 52 por ciento de las llamadas "sí creía" que existía acoso del gobierno federal a los mandatarios priístas, mientras 48 por ciento opinaba que no. Esta percepción se impuso, a pesar de las llamadas y desmentidos de 15 de los 18 gobernadores cuyos nombres aparecieron y de que públicamente el mandatario mexiquense y su homólogo de Colima, Fernando Moreno Peña, reconocieron que ninguno de sus correligionarios firmó el desplegado, pero sí se les consultó el contenido.

En medio del escándalo, los gobernadores todavía andaban este fin de semana como Sherlok Holmes, a la "caza" del autor de las inserciones, mientras la dirigente nacional de su partido, Dulce María Sauri, rebasada ya por las circunstancias, daba una solución salomónica al "mal entendido": "A los gobernadores que han señalado que no firmaron el desplegado, pues nuestro respeto, y a los gobernadores que lo firmaron nuestra solidaridad... Considero que los gobernadores tienen sus tácticas para presentar sus demandas". Al mismo tiempo, el secretario general, Rodolfo Echeverría, trataba de salvarse de las contradicciones señalando que "hay acuerdo en lo que ahí se dice; lo que los gobernadores firmaron, unos sí y otros no, es cierto". (La Jornada, 21 de julio de 2001, p. 9.)

Para el presidente Vicente Fox, el desplegado era "muy agresivo, sustentado en un diagnóstico de la realidad totalmente equivocado y, por tanto, todo es una mentira, una gran mentira" (Fox contigo, Fox en vivo, 21 de julio).

Lo que sí es una realidad, por lo menos virtual, es el hecho creciente que ante la ausencia de instancias efectivas de interlocución, de negociación política y de acuerdos, la República se discute en la pantalla, mientras la realidad parece escaparse de los propios protagonistas políticos.