MARTES Ť 24 Ť JULIO Ť 2001

Ť El espectáculo de El Pirruris y Huicho Domínguez, espejo que mueve al público a la diversión

Malos chistes bien actuados doblaron de risa al respetable, en El Blanquita

Ť En la última función de la temporada también estuvieron en escena Doris, cantante de boleros, y Los Santaneros, que abrió con La Boa otra sesión de carpa

PABLO ESPINOSA

Una foto en El Blanquita: en un momento dado el tiempo se detiene y un fragor batiente hace que las butacas tremen. Si uno observa desde la segunda fila lateral, verá una escena a la que se le ha quitado el audio y la pura imagen muestra, en cámara lentísima, cuerpos doblados de tanto reír, rictus de ojos hechos rayita -de algunas salen brotes húmedos- y eso es lo que produce ese temblor, apenas perceptible, en el ambiente y en cuanto regresa el audio en el magín, se escucha un alud de carcajadas que en lugar de sepultar la escena la coronan. Encima de las butacas, señoras en su mayoría, pero también niños y señores y jóvenes y jovencitas se doblan, se desdoblan y se vuelven a doblar pero de risa.

Es la carpa, es el teatro de revista, es el rumor del humor que ha vuelto. En fracciones de segundo la gente ha encontrado satisfacción a uno de sus deseos más simples: divertirse. Abajo del proscenio, un cómico acaba de soltar un chistorete que a manera de bomba de tiempo ha hecho explosión en carcajadas.

Teatro Blanquita la tarde del domingo. Entre el butaquerío que truena en risas, el cómico Luis de Alba entabla con el público un fiero y al mismo tiempo amable duelo que no duele, estimula el ingenio colectivo y establece el ida y vuelta que requiere el juego de palabras que mueve las mandíbulas. Los tornillos que atan las frases, las oraciones, las sentencias, se vuelven piezas de relojería y se desternillan. Arriba del proscenio espera Huicho Domínguez, guitarra en mano y ahora el mano a mano es una variación de un número clásico, un sketch que hace las delicias femeninas, pues son las señoras las primeras y las últimas en reírse y como el que ríe, no importa si al último o al anticutimano, es el mejor, todos han hallado insuperable alivio a su malestar en la cultura, un estupendo mejoral, mejorana metafórica, intrapiernosa para el alma.dealba_blanquita1

"Yo soy El Pirruris, o sea Pirrureicion en inglés, Ƒves?" Saluda Luis de Alba mientras Huicho Domínguez esgrime el secreto a voces que lo hizo popular: la imagen del naco millonario, el suertudo que por fuerza de compartir el mismo sueño guajiro de todo taimado que se precie de tal, se ha sacado la lotería y representa de tal forma la frustración y el eterno imposible de la realidad que nadie quiere que sea real. Y por eso la vox populi lo aclama. "ƑTe pido un favor? No mames". Lo regresa a su sitio El Pirruris. O sea.

Sueños imposibles, convertidos en carcajadas

Los chistes son los mismos de siempre. Sus temas también son recurrentes: los complejos de inferioridad, los traumas, las limitaciones, y así los sueños imposibles se convierten por toneladas en carcajadas. Si el público ríe al borde de las lágrimas no es porque los chistes sean tan buenos, sino porque enfrente tienen un espejo que les mueve a risa.

-No sea usted tro-goldita

-ƑTro-goldita? ƑQué es eso?

-No sé, pero me inspiró la palabra.

-Pues goldita sólo tengo una parte del cuerpo.

Y los cuerpos sueltan los tornillos y los desparraman sobre las butacas, porque ahora El Pirruris ha cambiado de look y es el trovador Juan Penas y se enfrenta al Huicho en nuevo tour de force a fuerza de retruécano desternillado. En otro de los momentos infinitesimales, fracciones apenas de micras de segundo en que se hace un silencio solemne coronado por las risas, el cómico De Alba festeja y aprieta los tornillos: "!Qué bueno que trajeron a los niños al teatro de revista, pa'que agarren un poco de cultura!"

Antes de ser contorsionista, el público había sido cantante de boleros, bailarín tan bueno que le decían La Boa, imitador de Gloria Trevi, corista y lo que quisiera y pudiera porque durante la primera parte de la revista que la noche del domingo concluyó en El Blanquita puso en escena a Doris, cantante de boleros, a Los Santaneros, que son eco de La Sonora Santanera y que abrió con el clásico bailable titulado La Boa, y una actriz veracruzana había hecho imitaciones de la Trevi, la Guzmán y un número jocoso de La Tesorito y así el tiempo se volvió también una fotostática pues la estática de las ondas hertzianas puso el sonido inconfundible de trompetas y arrabal metido en los hogares, merced a las glorias de la radio, con las trompetas de La Santísima Santanera y luego los malos chistes, pero bien actuados, de los cómicos devolvieron al respetable a su condición de artista kafkiano del trapecio: contorsiones espectaculares de sus cuerpos doblados, desdoblados y vueltos a doblar, pero de risa.

Ay, la carpa, polvos de aquellos lodos, espectro que se aparece de vez en vez en algún escenario de la capital de México para botar los tornillos y dejar libres las mandíbulas.

Al final, el silencio que había roto en carcajadas durante algunos instantes de las dos horas y cacho de espectáculo, se tornó un sepulcro renovado, una procesión silenciosa del público desde las butacas hacia las puertas de salida, hacia, otra vez, la calle. Podéis ir en paz, la función ha terminado.

No había ningún espectro, de entre todo ese público de señoras, señores, jóvenes y niños, que no llevara rumbo a casa una sonrisa del tamaño de sus penas olvidadas, una arcangélica mueca, una muesca de alegría tatuada entre esos rostros en la multitud, hojas de una húmeda, oscura rama a manera de carcajada lanzada como fuego de artificio hacia las nubes.

Era domingo en El Blanquita.