La Jornada Semanal, 29 de julio del 2001
(h)ojeadas


Yo, yo de mí
 
 

Enrique Héctor González

 

 
 

 
 
 

Jesús Pardo,
Memorias de memoria,
Anagrama,
Barcelona, España, 2001.
 
 
 

 

El caso del buen escritor que no sabía que lo era (o, por lo menos, que nunca se creyó que valiera la pena lo que hacía, que jamás se tomó en serio, que pasó a la historia de las letras como intruso azaroso o convidado de piedra) robustece un prestigio de la modestia que, aunque proceda de una sensación que al autor le parezca real, se traducirá con el tiempo como una inconsecuencia desmesurada. Lewis Carroll y, a decir de Borges, Mark Twain –estrictos contemporáneos– ilustran dos de los episodios más conocidos de la saga del profundo desconocimiento de los propios alcances o, si se quiere ver así, de esa taimada timidez que, en última instancia, resulta más eficaz que la autopromoción descarada o el equívoco extendido como elogio inapelable sobre autores que apenas lo merecen.

El caso de Jesús Pardo (Santander, 1927) no es precisamente el del arribo de un novelista novedoso. Su tetralogía narrativa, que se inicia con Ahora es preciso morir y se cierra con Eclipses, goza del justo, si bien moderado beneplácito de buen número de lectores y críticos españoles. El diálogo indeterminable entre el rasgo autobiográfico y la ficción pura es fecundo en los cuatro libros y, sin embargo, por esa cualidad fantasmal de la escritura que enrarece el mundo físico y solidifica lo increado, donde mejor asienta Pardo sus reales de escritor es, precisamente, en los dos libros autobiográficos que hasta el momento ha dado a la luz: Autorretrato sin retoques y el que ahora nos ocupa: Memorias de memoria (1974-1988).

La exactitud de ambos títulos esconde una juguetona presunción contra el olvido (o su hermana menor, la distracción): si por supuesto el punto de partida es, sin mayores propósitos, el de contar su vida como periodista de tiempo completo dentro y fuera de la España pre y posfranquista, los dos libros se dejan leer como si se tratara de la versión novelada de una vida ajena. Ateniéndose a su reconocido oficio y a sus indudables dotes de verista verbal, el autor cuenta con tan desapegada objetividad los hechos vividos que el impacto emocional y el placer del lector son mayores en la medida en que la sombra del yo –ese siniestro pasajero que se apodera de nosotros apenas abrimos la boca– desaparece tras la máscara de un yo menor, generalmente oculto por la vanidad o la sinrazón y frente al que fracasaría el acoso de Mr. Freud. Desde la prosa sin prosapia de un periodista que escribe haciendo a un lado las pretensiones del autor de ficción, se hace presente una persona que no necesita de justificaciones para hablar: la máscara que somos cuando contamos con nosotros para conversar sin antifaces (por ejemplo, en la taza del baño) con nosotros mismos.

Al presumir que no retocará su autorretrato (que no autobiografía: la vida como un instante espacial y no temporal), al subrayar que no parte de documentos explícitos o siquiera de una mínima vocación de veracidad para evocar en Memorias de memoria, Jesús Pardo nos engaña para decir la verdad, como hace la buena literatura. A medio camino entre la recomposición del maquillaje y la cara lavada de una sinceridad a todas luces deslucida, las memorias de Pardo recorren su vida con el desinterés propio de la actitud humorística, que no es la de la ironía enmendatoria o la del realismo sin matices (dos fechorías intencionales), sino la de quien cuenta con que el lector sabrá involucrarse o evitará meterse en lo que no le importa muy a su sabor, como escribiría Cervantes.

El periodismo a la española, por ejemplo, aparece retratado con una fidelidad y un amor casi quirúrgico al detalle revelador, a la práctica obscena de inconfesables procedimientos de corresponsalía. En su prestigio frustrado por la ineptitud, en la desgana con que se fabrican las noticias, en la minuciosa red de trampas de todo tipo, de obligaciones inescapables por dar la nota a como dé lugar, el periodista se ve obligado (y esto no lo dice Pardo: se desprende de su generoso ejercicio de introspección) a mentirse a sí mismo, a mendigar una atención –que en el fondo le interesa muy poco– por trascender más allá del oficio, por ganarse un sitio entre los profesionales de la escritura que muchas veces se les escamotea bajo el mote de prosistas de prisa, olvidando, por un lado, que entre literatura y periodismo hay zonas fronterizas donde la calidad intrínseca del estilo genera su propia democracia (la crónica, por ejemplo), y por otro que, desde hace dos siglos, el verdadero taller literario, la formación más recurrente entre los escritores ha sido su labor en los diarios. Pero lejos de pretender convertir el libro en muro de las lamentaciones de un periodista a sueldo, Pardo dispara en cada frase el hartazgo de saberse dueño de sí mismo, vocacionalmente enamorado de la literatura, centrado en la doble marginalidad (valga la paradoja) de una remuneración limitada y una práctica cuyos vicios escuecen si no hay talento, voz o espíritu detrás de la escritura.

En Pardo nada de esto se echa de menos; más bien, se nota acaso de más el estilo de estas Memorias... cuando recupera con tal cuidado su voluntad de ser escritor (sólo descubre que lo es hacia los cincuenta años, en un momento que casi coincide con la muerte de Franco), que puede llevar la aliteración hasta sus últimas consecuencias paronomásicas: hablando de la hipócrita devoción por el dinero de muchos sacerdotes, cierra un párrafo diciendo: "Raro es el petente patentemente potente y pitante ante el que Roma se enroma." Por suerte estos excesos de borrachera estilística son apenas un hipo remoto en el aliento de las casi trescientas cincuenta páginas del volumen, que se deja leer, sin mayor sobresalto, como un elogio de la serena pasión del savoir vivre. Pardo cuenta con sazón (la que le falta a muchos poetastros escamados con la supuesta velocidad y el facilismo del lenguaje periodístico) su vida de corresponsal itinerante en Londres, en Copenhague, en toda Europa, con el bolsillo a veces devastado por la mala paga y el sibaritismo de convertir la cocina propia en una bodega de latas de toda especie; su vida bajo la férula de impostores del oficio que reniegan de la sensata negligencia de un periodista que no se engaña con que la firma para la que trabaja (efe, Cambio 16) sea quien deba mandar en las propias pasiones, en esos caprichos inocentes, pero irrenunciables; su agobio por la necesidad de anular un matrimonio invisible en aras de cumplir con la ortodoxia religiosa de uno más verdadero. Las peripecias que a este respecto cuenta de los ires y venires entre confesores corruptos y abogados del diablo, de una ciudad a otra en una Europa que para el corresponsal es apenas una casa un poco más grande que la propia, son dignas –si no en el tono, en la genuina emoción con que las narra– de Jorge Ibargüengoitia y sus embargos entre charlatanes de la fe y oscuras manos muertas de miedo de que las pillen con las manos en la masa.

Pardo no se hace ilusiones, por otra parte, de que su vasto relato sea una ordalía de la honestidad del oficio ni una (innecesaria) defensa de la verdad propia. Antes bien, se mofa de que un tipo como él (tan desbaratado, tan insumiso, tan repelente a las excomuniones y las bulas de directores con éxito o periodistas que dan la vida por la profesión –o dicen darla) haya podido sobrevivir tanto tiempo en el oficio, y a veces tan bien pagado, como cuando fue nombrado director de Historia 16 –sueño de opio favorecido por la buena fortuna de Cambio 16–, entre zancadillas y traiciones de todo tipo, como su puesto y su desapego para ejercerlo con la vileza del caso permiten suponerlas.

Con tierno desenfado, con una clara conciencia de que "la memoria tergiversante y la sensibilidad difuminadora" son el Escila y Caribdis de su cadenciosa recuperación de recuerdos, el autor fustiga a la famélica fauna de quienes viven de un puesto soporífero en la agencia efe y escribe sobre ellos una ruda serie de epitafios salpicados de comedido sarcasmo y odio paródico, a cual más acucioso y sutil, retratos veloces de colegas y demás habitantes del Valle de los Caídos –como bautizó a esa suerte de limbo laboral que impedía tanto la promoción como el despido–, sentencias entre las que sobresale, por su mezcla de espeluznante sinceridad y coqueteo metafísico, la que dedica a la muerte de Luis de la Barga: "Le deseo de todo corazón que no esté en ningún sitio."

Literatura y periodismo (el segundo como pretexto, la primera como identidad asumida) son las coordenadas que demarcan la vida y la obra de Jesús Pardo, quien probablemente ha conseguido uno de los textos en que mejor se afirman sus afinidades y se reconcilian dos proyectos destinados a convivir aún por largo tiempo en el ámbito de la cultura de lo escrito, que no de lo estricto, pues todo juicio sumario acerca de cómo dialogan y recomponen su rostro en el espejo, si no tiene la gracia del de Wilde ("La diferencia entre la literatura y el periodismo consiste en que el periodismo no puede leerse y la literatura no se lee"), corre el riego de ser un axioma de inocua discriminación en detrimento del primero. La combinación que ejecuta casi sin proponérselo Jesús Pardo, vale decir, escribir desde sí mismo y encarnar en un personaje que es y no es el autor de sus memorias, reivindica no sólo y ya de suyo su prosa sin antifaces, sino también la difícil tarea de sumergirse en el propio ser para devenir esa voz recóndita que somos (y alteramos) a través de la propia escritura.

Con la lúcida precisión de la palabra poética, Roberto Juarroz escribió alguna vez: "Me miro en un espejo/ y mi imagen no existe.// Me miro en un espejo que no existe/ y mi imagen existe.// La imagen crea el espejo./ El espejo es una imagen de la imagen." Con la mágica exactitud de la prosa periodística, Jesús Pardo reconstruye ya en dos libros su automoribundia (como la llamaría Ramón). Es, a su manera, un ejercicio de verticalidad poética que merece el placer de la lectura •
 

e n s a y o

Hermosas cuando no son fieles o…

Gabriela Valenzuela Navarrete


 
 
 

Sergio López Mena,
Cómo traducir la obra de Juan Rulfo,
Editorial Praxis,
México, 2000.

¡Cuántas veces hemos oído esta cantaleta: "Traducir es muy fácil, sólo se tienen que pasar las palabras de un idioma a otro!" Tampoco es raro escuchar: "Es una traducción; si no le entiendes lo más seguro es que en el original decía otra cosa." Y no falta quien recuerde aquella frasecita, cada vez más conocida, de traduttore, traditore (traductor, traidor). Lo único que tales frases nos muestran es lo mal valorado que está el oficio del traductor.

No se trata de negar la existencia de malas traducciones en el mercado editorial; aunque duela reconocerlo, en nuestro país todavía es muy frecuente que quien tiene una leve noción de una lengua extranjera se siente capaz de hacer una traducción. Sin embargo, todas esas personas que creen que basta con un diccionario bilingüe de bolsillo, deberían intentar traducir no un poema, un cuento o una novela completos, sino una sola estrofa, un solo párrafo, un solo capítulo. Entonces se darían cuenta de que traducir no significa nada más cambiar una palabra por su equivalente más cercano en otra lengua. En cualquier traducción, y especialmente en la literaria, si las palabras no van en un orden apropiado para expresar una cierta intención, no dicen lo mismo en una y otra lenguas. Solas no tienen rima, ni ritmo, ni música; en una palabra, no tienen vida.

Traducir, según lo expone María Moliner en su Diccionario de uso del español, es simplemente "verter, expresar en un idioma una cosa dicha o escrita en otra". Suena sencillo, pero casi todas (por no decir todas) las definiciones de los diccionarios soslayan el hecho de que la lengua materna determina desde siempre la concepción que se tiene del mundo, por lo que resulta prácticamente imposible separar la lengua de la cultura. Y al hablar de lengua en cuanto atributo cultural no hay que referirse únicamente a costumbres o acontecimientos históricos del pueblo hablante, sino también a los elementos lingüísticos propios del idioma y del exponente o autor, que lo hacen diferente a los demás y que permiten la existencia de los satanizados colegas de San Jerónimo, santo patrono de los traductores.

El discurso literario tan particular de Juan Rulfo es un buen ejemplo de lo anterior; no por nada Rulfo es el narrador más representativo de las letras mexicanas del siglo xx. Por eso, el 15 de mayo de 1999 se celebró en la Casa de Cultura de Lagos de Moreno, Jalisco, el Coloquio Internacional El llano en llamas. Análisis de sus traducciones, en el que, como su título lo dice, se analizaron las traducciones propuestas o publicadas de la obra del autor jalisciense. Uno por uno, traductores coreanos, japoneses, catalanes, y brasileños, entre otros, fueron exponiendo sus avatares a través de la geografía rulfiana y los obstáculos, a veces franqueables, a veces imposibles, a los que se enfrentaron en tan maravillosa expedición. Y son esas ponencias, diálogos o exposiciones críticas, las que recoge el libro de Sergio López Mena, Cómo traducir la obra de Juan Rulfo, publicado por la editorial Praxis.

En su ensayo "Literatura y literalidad", incluido en El signo y el garabato, el premio Nobel mexicano, Octavio Paz, dice que la traducción de un texto de un idioma a otro "requiere de un buen trabajo de carpintería, albañilería, relojería, jardinería, electricidad y plomería, pero con una buena dosis de pasión y casualidad". Nunca fue esto tan evidente como en las exposiciones de los traductores reunidos para el coloquio. ¿Quién si no alguien que de verdad ame la traducción literaria estaría dispuesto a consagrarle diez años de su vida a la obra de un autor desconocido en su tierra, distante un inmenso océano Pacífico, como lo hizo Akira Sugiyama al traducir El Llano en llamas al japonés?

Además de las meras dificultades gramaticales que entraña la escritura de Rulfo, muchos traductores se refieren a los problemas de significados y significantes que enfrentaron tanto en los cuentos del El llano en llamas como en Pedro Páramo. ¿Cómo explicarles a los coreanos, por ejemplo, que el campo mexicano es muy diferente a lo que conocen a través de las películas de Hollywood, o que Comala es un pueblo y no un lugar de mala muerte? ¿Pueden los catalanes entender el reparto de terrenos en un llano pobre cuando su geografía está llena de montañas y la única llanura que existe, la plana de Vic, es especialmente rica como para que el gobierno la regale en pedacitos?

Para quienes dicen que la traducción es cosa de niños, Tsubasa Okoshi Harada plantea un reto más que interesante en el que se demuestra que, a menudo, el traductor se encuentra entre la espada del texto y la pared de la lengua meta y, por más que se esfuerce, deja en el camino jirones de significado: en el cuento Macario, el personaje se sienta en la noche junto a una alcantarilla a esperar que salga una rana para matarla y que su madrina la cocine después. Si bien en las casas rurales de Japón hay alcantarillas, de ahí sólo se puede esperar que salga una rata, y no es lo mismo comer ranas que comer ratas. ¿Qué hacer entonces: privilegiar el lugar (la alcantarilla) o la comida (la rana)? En Japón, las ranas siempre están relacionadas con los arrozales, que son, como si algo le faltara al problema, húmedamente diferentes a las llanuras secas de Jalisco en donde se sitúa la obra de Rulfo.

Muchos opinarían que hay una forma sencilla de solucionar los conflictos: una horrorosa nota al pie para explicar lo que no está en las referencias naturales de los lectores. Digo horrorosa porque en este medio muchos afirman que "las notas son la vergüenza del traductor". Además, así se demostraría la incapacidad del traidor para transferir un texto a otra lengua.

En resumen, la tarea del traductor no es tan sencilla como muchos piensan: desde su modesto y oscuro escritorio, rodeado de diccionarios y gramáticas, condenado a veces a tener que hacerla de detective para rastrear una palabra, este inocente traidor tiene en sus manos la no poco titánica tarea de hacer que su versión no sea él con las ideas, imágenes y estructuras de Rulfo, en este caso, sino Rulfo con las ideas, imágenes y estructuras que hubiera utilizado en inglés, catalán, hindi o runa simi (quechua, pues). Y, como recompensa, este apasionado escritor dispuesto a quemarse las alas para que el nombre de otro brille, tiene que escuchar a cada rato cosas como: "Las traducciones son como las mujeres: fieles cuando no son hermosas, hermosas cuando no son fieles." •



Séptimo festival internacional de cine para niños y niñas (...y no tan niños). Seis días de cine, cuatro salas cinematográficas, dieciocho películas de todo el mundo y más de cuarenta funciones. Cineteca Nacional, Cinemex wtc, Sala José Revueltas, ccu, Cinépolis Satélite. Para mayores informes comunicarse a La Matatena, Asociación de Cine para Niños y Niñas, ac, teléfono: 5033 4681, fax: 5033 4682, celular: 044 2679 2989, o en la página web: www.webmedia.com.mx/festivalcine_niños

Alas y Raíces a los Niños. verano 2001. Cursos y talleres. Los secretos del arte moderno. Para niños de seis a doce años de edad. Sábados y domingos de agosto, a las 13:00 horas. Museo Rufino Tamayo, Paseo de la Reforma y Gandhi. Bosque de Chapultepec, teléfono: 5286 6519. Costo: $ 5.00
  Trabajemos con las técnicas de Siqueiros. Conoce la vida de este gran muralista y las técnicas más importantes que utilizaba. Para niños de cinco a quince años de edad, del 30 de julio al 17 de agosto, de lunes a viernes y de 10:00 a 14:00 horas, en la Sala de Arte Público Siqueiros, Tres Picos 29, col. Polanco. Teléfonos: 5203 5888 y 5531 3394. Costo: $ 400.00.
  Mural en tus manos. Arma y pinta de color y fantasía una divertida tarjeta inspirada en los murales de San Ildefonso. Niños mayores de cinco años. Domingos de agosto a las 12:30 y 14:00 horas. Antiguo Colegio de San Ildefonso, Justo Sierra 16, Centro Histórico. Teléfonos: 5789 2505 y 5789 0485. Costo: $ 15.00 por persona más el costo del boleto de entrada al museo.
  Visitas guiadas. Platica con Tamayo. Un actor personifica al gran Rufino Tamayo y tú puedes preguntarle lo que se te ocurra acerca de su obra. de cinco años de edad. Domingos 5 y 19 de agosto a las 12:00 horas. Museo Rufino Tamayo, Paseo de la Reforma y Gandhi, Bosque de Chapultepec. Teléfono: 5286 6519. Entrada gratuita.
  La auténtica María Magdalena. Visita guiada para toda la familia y niños mayores de cinco años. Relatos de la época y anécdotas de los artistas que la pintaron. Sábados de agosto a las 13:30 horas. Museo Nacional de San Carlos, Puente de Alvarado 50, col. Tabacalera. Teléfonos: 5566 8085 y 5566 8522, extensiones 124 y 131. Entrada gratuita.
  Pensadores y científicos mexicanos del siglo xix. Conoce a Mariano Bárcena, geólogo, botánico y uno de los primeros paleontólogos de nuestro país. Para niños mayores de doce años. De martes a domingo del mes de agosto, de 9:00 a 18:00 horas. Museo Nacional de las Intervenciones, Calle 20 de agosto y General Anaya, Coyoacán. Teléfonos: 5688 7926 y 5604 0699 ext. 28. Entrada gratuita.
  Bienal de fotoperiodismo 500. Para niños mayores de cinco años de edad. Hasta el 12 de agosto, de martes a domingo. Centro de la Imagen, Plaza de la Ciudadela 12, Centro Histórico. Teléfono: 5509 1510.
  Ritmos, colores y sabores de México en verano. Baila con nuestra música y conoce la vida y la obra de músicos como Silvestre Revueltas, Carlos Chávez o Blas Galindo. Pinta o moldea objetos de arte popular mexicano, como juguetes de barro, papel picado, cestos y canastas con fibras vegetales, máscaras de cartonería. Prepara dulces mexicanos o tiñe telas con tintes naturales de plantas y flores. Alas y Raíces a los Niños visitará tu delegación para que cerca de tu casa participes en nuestros talleres y disfrutes de nuestros espectáculos. Llama al teléfono 5490 9796, para que sepas en qué lugar de tu delegación y cuándo nos podrás encontrar. Para niños de cinco a trece años de edad, de 10:00 a 15:00 horas. Entrada gratuita. Cupo limitado.

Danza. Garnesh en las antípodas. Espectáculo de Veronique Azan, bailarina de la danza del norte de la India "Kathak". Única presentación el sábado 4 de agosto de 2001, a las 19:00 horas, en el Centro Cultural San Ángel, Ave. Revolución s/n, esquina con Francisco I. Madero, col. San Ángel. Informes y reservaciones al 5663 2166.

e n s a y o

Actualidad de Quevedo

Alejandra Belaunzarán

José Joaquín Blanco,
Cuestiones quevedescas,
UAP,
México, 2000.
Leer a Francisco de Quevedo a través de la mirada crítica de José Joaquín Blanco no sólo lo revela como un escritor importante, sino que lo muestra, además, como un escritor de actualidad a pesar de los años que caen sobre su escritura.

En Cuestiones quevedescas, Blanco presenta cinco lecciones acerca del autor conceptista. Las primeras cuatro se van adentrando en los diferentes rasgos que conforman el estilo de Quevedo, y en la quinta, titulada "Crestomatia", se presentan definiciones y frases representativas de Quevedo, las cuales ayudan al lector no experimentado en el tema a entender mejor su modo de pensar.

Cada una de las primeras lecciones no sólo se adentra en el estilo de Francisco de Quevedo, sino que lo va acercando a la cultura moderna y lo sitúa como un autor accesible e interesante para el público actual.

José Joaquín Blanco inicia aceptando que la lectura del autor conceptista se ha vuelto difícil en la actualidad; sin embargo, al analizar cada una de las razones por las cuales se le ha tachado de poco accesible para los no especialistas, va desmarañando las ideas que se han forjado sobre Quevedo a través de los años y lo descubre como un autor ciertamente barroco, pero no por ello incomprensible, pues los temas que trata son universales, por lo que a pesar de los años no han perdido actualidad.

Quevedo es un autor crítico, crítico de la literatura de sus días y crítico de la sociedad en la que se desenvolvía, y es esa criticidad oculta detrás de la metáfora y de los rebuscamientos conceptistas lo que parece alejarlo, pero basta acercarse a él teniendo estas ideas en mente para descubrir la riqueza que existe en sus temas, en sus metáforas y en la crítica que presenta.

La crítica es, según la lectura aguda de Blanco, el rasgo más distintivo en el autor conceptista; en todas sus obras busca expresar algo más que sólo una sucesión de hechos ficticios o de metáforas barrocas. La época en la que Quevedo escribe es una época difícil en España, donde gran parte de la literatura se encuentra sumamente influenciada por la Iglesia, la cual censura todo aquello que predique en contra de sus dogmas. Por ello, la escritura de Quevedo parece a veces piadosa y a veces se oculta en grandes rebuscamientos, pero detrás de su palabra se encuentra el pensamiento de un hombre sumamente analítico y revelador.

A través de estas lecciones, Blanco no sólo logra mantener a su lector interesado, incluso si éste jamás a escuchado a Quevedo, sino que invita a la lectura de este autor, con nuevos ojos para aquel que lo conoce, y con curiosidad crítica para quien no se ha acercado a él aún. Mediante ensayos bien fundamentados y anudados en citas textuales, Blanco adentra a su lector en el mundo barroco y le va instruyendo en una nueva mirada, en una lectura más crítica y más profunda de Queve do, además de abrir la invitación a buscar más allá de la palabra y la metáfora en cada autor que se lee.

La prosa clara y dinámica de Blanco deja ver que se trata de un excelente escritor, pero además revela la inteligencia y criticidad de su lectura. Es capaz no sólo de descubrir, o más bien redescubrir, los valores modernos en un autor lejano como Quevedo, sino además de fundamentar sus propuestas al presentar argumentos y contraargumentos en cada uno de sus planteamientos.

Leer a Quevedo es revelador y enriquecedor para cualquier lector moderno, pero leerlo a través de la mirada de José Joaquín Blanco lo es aún más •


FICHERO
LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION
 antropología
• Decoraciones dentales entre los antiguos mayas, Vera Tiesler Blos, Col. Páginas mesoamericanas 3, Conaculta/inah/Ediciones Euroamericanas, México, 2001, 95 pp.

ensayo
• Escritores suicidas, Héctor Gamboa, Nueva Imagen, México, 2001, 279 pp.
• Escritos subnormales, Manuel Vázquez Montalbán, Biblioteca Vázquez Montalbán, Mondadori, Barcelona, España, 2000, 349 pp.

entrevistas
• Al pie de la letra, Cristina Pacheco, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, 470 pp.

narrativa
• Corazón, Edmundo de Amicis, prólogo de Juan Domingo Argüelles, Editorial Océano, México, 2001, 325 pp.
• Destino y otras ficciones, Mario Calderón, Col. Sueño Guajiro, Daga Editores, México, 2001, 89 pp.
• El deseo de las colinas eternas. El mundo antes y después de Jesús, Thomas Cahill, traducción de Juan Manuel Pombo Abondano, Editorial Norma, Colombia, 2001, 362 pp.
• La montaña del alma, Gao Xingjian, traducción de Liao Yanping y José Ramón Monreal, Col. Étnicos del bronce, Ediciones del Bronce, Barcelona, España, 2001, 651 pp.
• Max y Leonora, Julotte Roche, traducción de Tessa Brisac, Ediciones Era, México, 2001, 124 pp.

memorias
• Los pasos del hombre, Francisco Coloane, Col. Literatura Mondadori 129, Mondadori, Barcelona, España, 2000, 275 pp.

poesía
• En medio de este mar, Zariáh Abren, Col. Sensualia, Anónimo Drama Ediciones, México, 2000, 20 pp.
• Fiori di sanetti/Flores de sonetos, edición de Antonio Alatorre, edición bilingüe, Aldus/Paréntesis/El Colegio Nacional, México, 2001, 178 pp.
• Hora/La señal, Jaime Sabines, Biblioteca Jaime Sabines, Editorial Joaquín Mortiz, México, 2001, 116 pp.
• Memorial del tiempo, Carlos Nóhpal, Col. Sensualia, Anónimo Drama Ediciones, México, 2000, 11 pp.
• Versos para beber y también el vaso, Guillermo Briseño, LunArena/Universidad Autónoma de Puebla/Universidad Iberoamericana/Instituto Tlaxcalteca de la Cultura/Síntesis, México, 2000, 119 pp.
• Yuria/Poemas sueltos, Jaime Sabines, Biblioteca Jaime Sabines, Editorial Joaquín Mortiz, México, 2001, 116 pp.
• X, Carlos Nóhpal, Col. Sensualia, Anónimo Drama Ediciones, México, 2000, 11 pp.

revista
• Estudios jaliscienses, núm. 43, febrero 2001, textos de José Luis Martínez, Jaime Olveda, Andrés Fábregas Puig, entre otros, Colegio de Jalisco, México, 58 pp.
• Ixtus, núm. 30, año VIII, textos de Humberto Schwarzbeck, Rodrigo Guerra López, Víctor Pérez Valera, entre otros, Arnion, ac, México, 2001, 91 pp.
• Origina, edición especial salud, año 9, textos de Ramón pieza Rugarcía, Pablo Ruiz, Yolanda de la Torre, Gilardi Editores, México, 2001, 80 pp.

teatro
• Actuar o no, Héctor Mendoza, Col. Teatro, Ediciones El Milagro/cnca, México, 1999, 231 pp.
• El lobo del hielo (un cuento esquimal), Joanna Halpert Kraus, traducción de Silvia Molina, eco/Conaculta, México, 1998, 42 pp.
• El muerto todito (Adaptación libre a partir del juego actoral), Mari Zacarías, eco/Conaculta, México, 1999, 31 pp.
• El nuevo teatro II, Antonio Armonía, Elba Cortez, Ximena Escalante, et al., introducción de Hugo Gutiérrez Vega, Col. Nuestro teatro, Ediciones El Milagro/cnca, México, 2000, 545 pp.
• La puerta abierta. Reflexiones sobre la actuación y el teatro, Peter Brook, traducción de Gemma Moral Bartolomé, versión de Lucinda Gutiérrez, introducción de Héctor Mendoza, Col. El apuntador, Ediciones El Milagro/CNCA, México, 1998, 149 pp.
• Los ojos perdidos de Mirmidón. Obra infantil en diez cuadros, Sergio J. Monreal, ECI/Conaculta, México, 47 pp.
• Palabras sobre el mimo, Étienne Decroux, traducción de César Jaime Rodríguez, introducción de Corinne Soum, Col. El apuntador, Ediciones El Milagro/cnca, México, 2000, 291 pp.
• Sin pies ni cabeza (obra para títeres, marionetas, actores y otros bichos), Jaime Chabaud, ECO/Conaculta, México, 1999, 43 pp.


ALBRICIAS

El equipo de La Jornada Semanal  

felicita calurosamente a su colaborador y 
amigo

Juan García Ponce

por su merecida obtención del 

Premio de Literatura Latinoamericana 

y del Caribe Juan Rulfo.