domingo Ť 5 Ť agosto Ť 2001

José Agustín Ortiz Pinchetti

La capital de la desesperación

En estos términos, la esperanza hace pensar en modelos y en cómo acercarnos a ellos. No se trata de mera ilusión, por el contrario es la confianza necesaria para obtener algo. Si además se fragmenta la esperanza, cada segmento puede convertirse en un proyecto que al cabo de unos años podrá ir dando respuesta y solución a los problemas que nos afectan

Uno puede sentirse enojado con la capital, con el superávit de población, con el malvestir, con la cantidad de perros sueltos, y muchos de ellos como el solovino de Quezada, aplastados en el Periférico, con los millones de autos en su mayoría viejos y destartalados, con la contaminación ácida, con los periodos contradictorios de sequía y lluvia, con el enjambre de microbuses asesinos, con el exceso de robos. Uno puede atribuirle todos estos desastres y muchos más a 70 años de la falta de planeación, voracidad de los gobernantes y no en menor medida a la indolencia de la población y la irresponsabilidad de las elites. Como ciudadano común y silvestre uno puede resignarse a vivir en una pesadilla y nombrarla: la capital de la desesperación.

Sin embargo, un gobernante no puede darse el lujo de aventar el arpa y admitir como consigna que debemos captar que esta es la ciudad de la desesperación. Tampoco puede colocar letreros en las puertas de entrada a la ciudad que digan: "Por mí se va a la ciudad doliente... por mí a vivir con la perdida gente... ah, los que entráis dejad toda esperanza". Un gobernante debe decir la verdad y advertir, a veces, que se necesita sudor, lágrimas y trabajo duro para salir de un hoyo colectivo. Pero también tiene que estimular la esperanza, una esperanza que permita ver como posible lo deseable.

En estos términos, la esperanza hace pensar en modelos y en cómo acercarnos a ellos. No se trata de mera ilusión, por el contrario es la confianza necesaria para obtener algo. Si además se fragmenta la esperanza, cada segmento puede convertirse en un proyecto que al cabo de unos años podrá ir dando respuesta y solución a los problemas que nos afectan. Esos segmentos convertidos en proyectos se traducen en certezas, en guías para la acción, en la única cura para la desesperación. Así, la ciudad de la esperanza vuelve a tener sentido y viabilidad en tanto sea un programa de trabajo. Sería obvio decir que la esperanza sola no es suficiente, también se requiere de la responsabilidad y el compromiso de los ciudadanos, sobre todo de la elite.

Por supuesto que definir un buen programa para una megalópolis con casi 30 millones de habitantes (la mayoría en la miseria) no es una tarea fácil. Tampoco fue fácil lograr que la nación mexicana se levantara del lecho de enfermo (que casi lo fue de muerte) después de las revoluciones, guerras civiles, intervenciones extranjeras, mutilaciones territoriales y destrucción completa de la riqueza pública. Sin embargo, el país se recuperó y vivió lo suficiente para entregarse a nuevas crisis. La actual, que vive en la capital y el país en general, no es menor, pero de ninguna manera peor, que las vividas antes.

Si bien el gobierno puede estimular la esperanza que movió a cientos de miles de familias a trasladarse a vivir a la capital a mediados del siglo XX, y que aún lo siguen haciendo, desesperados por las condiciones de sus propios terruños, tendrá que hacerlo con un sentido moderno adecuado a las condiciones difíciles aunque no fatales en las que aquí se vive.

La pregunta inmediata es: Ƒen qué consistiría un proyecto moderno? Si aceptamos que se necesita un cambio y revisamos un modelo razonablemente reformista como el que expuso el primer ministro británico Tony Blair, en su breve visita por nuestra capital, un gobierno con sentido moderno debe preocuparse, básicamente, por invertir en infraestructura, educación, seguridad, salud y tecnología. También, estimular el crecimiento, el empleo y la apertura de mercados, siempre procurando equipar a la sociedad de tal suerte que, gradualmente, se elimine la desigualdad. Otra característica de un proyecto político moderno es favorecer la consolidación de una sociedad cívicamente fuerte. A la vez, el gobierno y la sociedad serán los vigilantes del cumplimiento de la ley. Creo que estas ideas coinciden en esencia con la propuesta de gobierno que tiene el actual régimen de la capital. No hay muchas alternativas si se intenta ser optimista, trabajar duro y tener propósitos claros. Ť

 

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