Jornada Semanal,  19 de agosto del 2001 
In memoriam
Manuel Ulacia (1954-2001)

En la playa

Alberto Blanco

En el espejo de agua
se dibuja la última onda.
La piedra, en su caída,
llegó al fondo.
Manuel Ulacia
El domingo 12 de agosto, en una playa de Zihuatanejo, el mar inclemente arrojó a la playa el cuerpo sin vida de Manuel Ulacia. Las imágenes de unos bañistas en el mar abierto del Océano Pacífico que apenas el día anterior habían sido transmitidas por televisión en un programa del Canal 22 a las diez de la noche dedicado a la poesía de Xavier Villaurrutia -programa producido por Lola Creel y Michel Strauss, bajo la dirección de Eduardo Herrera, cuyo guión escribió Manuel Ulacia y en el cual él mismo actuaba- cobran ahora una nueva dimensión entre patética, poética y profética.

Ese domingo aciago, a las mismas horas en que Manuel perdía la vida, un grupo de amigos que compartimos con Manuel la aventura de hacer una revista de poesía en la década de los setenta -El Zaguán- celebrábamos una buena fiesta, y comentábamos, entre otras cosas, las imágenes marinas del programa de Manuel dedicadas al autor de Nostalgia de la muerte. ¿Quién nos iba a decir a Luis Cortés Bargalló, a Alfonso René Gutiérrez, a Víctor Soto Ferrel y a mí mismo, el mudo drama que se vivía en ese instante en una playa lejana? ¿Quién sería capaz de interpretar aquel silencio? ¿Quién habría sido capaz de ver en semejante espejo de agua?

Sólo hace unos pocos meses, en un ensayo dedicado a la poesía de nuestro querido Ramón Xirau, maestro y amigo entrañable también de Manuel Ulacia, decía yo, a propósito de un poema que habla de una playa donde "crecen las aguas... y una hoja mojada de recuerdos/ me dice ‘no’ siempre, en las neblinas lentas/ de las formas mortales", que, por razones que van más allá del gusto, hay poemas que se nos quedan grabados indeleblemente en la memoria y que parecen estar destinados desde un principio a hacernos compañía a lo largo de toda nuestra vida. Puede ser el título... puede ser el sonido de un verso o dos... puede ser una estrofa o la totalidad del poema... puede ser una sola imagen o puede ser cierta atmósfera que el conjunto conjura o evoca... puede ser la carga de conocimiento o bien la emoción que descarga... o tal vez una combinación de todas estas características o de algunas otras... pero el caso es que existen poemas que entran a formar parte imborrable de nuestra memoria: se quedan a vivir con nosotros. Poemas que, literalmente, incorporamos. Tal fue y sigue siendo para mí el caso del poema "Platges d’oblit" ("Playas del olvido") de Ramón Xirau.

Recuerdo haber leído por primera vez este poema a mediados de la década de los setenta, en la hospitalaria casa de Manuel y Paloma Ulacia, de Paloma Altolaguirre y Concha Méndez, junto con un alegre grupo de compañeros y amigos, cuando su autor, en un bello gesto de solidaridad nos lo regaló para ser publicado con otros poemas suyos ("Las playas delirantes", que está dedicado al poeta Jorge Guillén, y el muy breve "Claridad"), en nuestra revista de poesía El Zaguán. Lo cito aquí completo en la versión que del catalán hizo Manuel Ulacia: "Las frutas verdes en el recuerdo/ incongruente/ de las hojas rojas del otoño/ crecen a la orilla/ del agua/ que hace omisión de imágenes./ Crecen las aguas/ infinitas en las playas/ y una hoja mojada de recuerdos/ me dice "no" siempre, en las neblinas lentas/ de las formas mortales."

El mérito de la traducción de Manuel cobra ahora, a la trágica luz de su muerte en una "playa del olvido", un aire distinto. Aparece ahora ante nuestros ojos una suerte de complicidad visionaria. ¿Cómo no leer "en el recuerdo incongruente" de este poema un anticipo de las lágrimas que "crecen a la orilla del agua", y en esa "hoja mojada de recuerdos" la realidad impasible de la muerte "que hace omisión de imágenes"?

El poder premonitorio, profético de la poesía, es su sello de garantía: el emblema inviolable de su pureza. Este poder adivinatorio se manifestó siempre en los poemas de Manuel Ulacia y lo acompañó hasta el final: desde los versos del poema titulado "El mar", de su abuelo, el poeta Manuel Altolaguirre, fallecido también trágicamente en un accidente, que tanto le gustaban y que utilizó más de una vez como epígrafe: "Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar al espejo/ sin porvenir de la muerte" hasta los versos de su poema "Río" donde nuestras vidas son los ríos que van a dar al mar; desde las "Playas del olvido" de Ramón Xirau, hasta las imágenes premonitorias de los cuerpos que se internan en el mar abierto de ese programa dedicado a Xavier Villaurrutia y su Nostalgia de la muerte; desde los últimos versos del poema "La piedra en el fondo", dedicado a la muerte de su padre y del cual están tomados los versos que sirven de epígrafe a este texto, hasta el primer poema de su primer libro, La materia como ofrenda, que lleva por título nada menos que "En la playa": "En la playa/ palabras de sal y espuma/ se dibujan en la arena.// Las obras del mar/ nombran la tierra."

A lo largo de toda su vida y su obra Manuel Ulacia no dejó nunca de nombrar lo que amaba. Se puede constatar lo mismo en los poemas de su primer libro dedicado "a mis amigos", que en sus ensayos sobre la poesía de Luis Cernuda y Octavio Paz. Una voluntad de forma a toda prueba en este poeta mexicano que no dejó nunca de cantar.