Jornada Semanal, 26 de agosto del 2001

OVIDIO Y BONIFAZ

Rubén Bonifaz nos entrega en este Arte de hacerse amar una bella y tormentosa biografía de Ovidio, el poeta autor del Ars Amatoria y de los Remedia Amoris.

Pienso que don Agustín Millares Carlo, sabio y generoso maestro de todos los que amamos el mundo grecolatino, don Alfonso Méndez Plancarte que todo lo sabía y, muy especialmente, todo lo que a Horacio se refiere, Antonio Agustín, Villegas, el caudaloso don Marcelino Menéndez y Pelayo, doña Amparo Gaos y todos los maestros y alumnos de Rubén, contemplan esta hermosa biografía hecha de amores y de sus remedios con admiración y con gozo, pues de ella sacarán lecciones no sólo para su vida académica sino para su vida en el amor, que es la mejor de todas y la única que cuenta cuando se hace el recuento de lo vivido.

Entre la turbamulta de ataques y el sonido de vestiduras rasgadas, brilla la voluntad amorosa, seria y alegre, grave y frívola, del poeta de Sulmona. César Augusto llamaba a estas destrezas amatorias: “arte de cometer adulterios”, mientras señalaba con su dedo imperial el camino hacia los bosques de la Dacia. Es claro que el Ars Amatoria no fue la causa del destierro, pues se publicó diez años antes de que el poeta fuera expulsado de una Roma poco escandalizable, pero no hay duda de que Ovidio no era santo de la devoción del melancólico emperador más interesado en el poder que en el arte de hacerse amar.

Por años y más años se acumularon comentarios condenatorios sobre la cabeza del desterrado al silencio de la Dacia. Sus amores fueron calificados de caprichosos, mundanos y decadentes. Nadie se atrevió a criticar la forma de sus elegías y nadie negó la gracia y la elegancia de su versificación. Ligera, frívola y superficial fueron algunos de los calificativos que, sobre su poesía amorosa, fueron vertidos por críticos e historiadores; sin embargo, todos ellos se tragaron sus adjetivos frente a los quince libros de Las metamorfosis, los interrumpidos “fastorum libri” y los Tristes. La sabiduría mitológica de Ovidio se impuso sobre los reproches de los moralistas furibundos.

Rubén nos entrega un libro lleno de entusiasmo por la incomparable belleza de los versos amorosos de Ovidio y por su encomio a la belleza juvenil representada por la rosa: “Ni las violas siempre ni los boquiabiertos lirios florecen.”

Por otra parte, la brevedad de las cosas es constatada por el exiliado en un verso que Rubén celebra como uno de los “más colmados de significación que jamás se hayan escrito”: “Et riget amissa spina relicta rosa” (E ida la rosa, entiésase la abandonada espina).

La belleza en acto y la belleza perdida se unen en el Ars amatoria, mezclando así deslumbramiento y desolación. Por eso, Rubén nos hace pensar en una Corina siempre joven y hermosa aunque las alegrías que daba a manos llenas fueran ya irrepetibles.

Ovidio, poeta erótico mayor, maestro de amores de todas las formas y sabores, recomienda a las muchachas, dice Rubén, otro sabio en los temas del amor, que gocen de la juventud con todas sus potencias y que, junto con los muchachos a los que el poeta ve “con un regusto acerbo”, sigan así hasta un fin que “desventuradamente llega siempre demasiado pronto”. Vivir los momentos dorados es la regla, pues debemos saber que la vejez “se aproxima veloz y silenciosamente”. Nada podemos frente a ella. Le llegó al poeta, nos llegó a nosotros, a todos les llegará... y sin embargo debemos, junto con otro poeta, Wordsworth, aspirar a no entristecernos aunque “nada puedan devolvernos las horas de esplendor en la hierba”.

En este libro, Rubén logra una más positiva aproximación a la verdad del poema y desecha, “por su frivolidad, el juicio que de frívolo ha recaído sobre él”.

Además de la belleza poética del Arte de amar y de los Remedios del amor, Rubén rescata la profundidad del pensamiento de Ovidio y la importancia vital de su amorosa filosofía que busca, sobre todas las cosas, la felicidad humana.

Una afirmación de Rubén deshace todos los nudos de la doble moral manifiesta en los lugares comunes y los ataques que por años y años cayeron sobre el cuerpo de los poemas de Ovidio. Así nos lo dice: “Ovidio revela considerar el amor como el fundamento de la cultura.” Esta frase genial rinde culto a la vida y celebra los valores fundamentales de un humanismo capaz de formar a un ser humano que ama a los demás pues sabe amarse a sí mismo y que encuentra su mejor destino al mirarse en los ojos del otro.

Rubén nos recuerda las reglas que Ovidio propone seguir a todos los que pretenden ser amados. Roguemos, bajo este cielo gris de nuestra pobre y amada ciudad, que el amor a “la niña placiente dure por largo tiempo”.

Gracias, Rubén, por el hermoso rescate de estos poemas que tanto defienden la igualdad entre los hombres y las mujeres, la igualdad de derechos y de placeres en el arte de amar. Gracias por dedicar lo mejor de tu tiempo a la indispensable tradición grecolatina. En estos tiempos tecnocráticos y apresurados, acercarse a los textos de Horacio, Lucano, Aristófanes, Eurípides... significa intentar la recuperación de muchos aspectos de lo humano perdidos en el tráfago de los años y los daños.

Desde su destierro en los bosques de la Dacia, el amoroso poeta nos habla del amor y del tiempo. Los comentarios de Rubén actualizan esas urgencias que son, si lo pensamos bien, los momentos dorados que dan sentido a todo esto.
 

Hugo Gutiérrez Vega
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