Jornada Semanal,  2 de septiembre del 2001 

Hans Nieswandt

Nuestro house es suyo

Hans Nieswandt, DJ, especialista en música house y colaborador asiduo de la revista alemana Spex, afirma que “ha pasado mucho tiempo desde que el house era una forma especial de música negra norteamericana para bailar”. La presencia de sus creadores y ejecutantes en todas partes del mundo así lo confirman, y ponen de manifiesto la vitalidad de ese fenómeno musical y cultural que nació en The House Sound of Chicago y que, quince años más tarde, es una de las contadas cosas que se le pueden agradecer a la globalización.

Si se dejan de lado todas las influencias arcaicas, perdidas entre las brumas de la historia, como el primitivo tamborileo de la edad de piedra, Kraftwerk, el underground disco neoyorkino de los años setenta y ochenta y la invención de mdma o del secuenciador, se puede decir con bastante seguridad que la música house acaba de cumplir oficialmente quince años. En 1985/86 aparecieron en Chicago los primeros 12 pulgadas de DJs como Jesse Saunders, Jamie Principle y Adonis, que se designaban explícitamente como The House Sound of Chicago. Existían ya desde hacía algunos años tanto el Ware House, en Chicago, como el Paradise Garage, en Nueva York, clubes cuyos nombres habrían de convertirse en estilos de música. House era ya un feeling antes de que se hubiera grabado siquiera un disco de su música. En 1986 el interés común se concentraba sobre todo en el ya legendario sello DJ International, en el que aparecieron los primeros éxitos comerciales mundiales house: Love Can’t Turn Around y Music Is the Key. Muchos otros sellos legendarios habrían de seguir: Trax, Transmal, Nu Groove, Strictly Rhytm, etcétera. La lista, como sabemos es infinita.

El desarrollo de la música house en Alemania está ligado indivisiblemente a los sellos de Nueva York, Chicago y Detroit, siempre nuevos y siempre legendarios y de culto, cuyo verdadero ascenso se inició alrededor de 1990. De repente, estaba ahí una música totalmente nueva, lista para ser descubierta por jóvenes muy hip, para ser coleccionada, y que realmente requería de un gran esfuerzo para poder identificarse con ella. Como en los primeros años del punk y del new wave, pronto en toda gran ciudad se empezaron a abrir tiendas muy cool de discos importados, que vendían, en un marco adecuado (y, con frecuencia, junto con el outfit adecuado), las piezas de plástico, difíciles o imposibles de clasificar, envueltas en papel celofán, con listas de agradecimientos e informaciones escasas, sólo susceptibles de ser descodificadas por los iniciados, y con sus mensajes secretos, expresados en un código morse absolutamente contagioso, procedentes de un underground extranjero y desconocido. ¡Qué perversa sensación de placer se experimentaba al desgarrar la fina y dura cubierta de celofán! Con justicia se considera a las tiendas de DJs como los cafés de los años noventa (con los Djs representando el papel de los jóvenes literatos). Las tiendas más importantes y con mayor influencia eran Hardwax, en Berlín, el emporio Delirium, presente en casi todas las capitales estatales, Container, en Hamburgo, Groove Attack, en Colonia, e innumerables otras con una enorme importancia local. El house irrumpió en Alemania a través de los audífonos de las tiendas de discos de importación, pues no fue sino hasta hace poco que se impuso en los clubes.

Aproximadamente hasta 1992, el house fue un tema exclusivo de los especialistas, de quienes se interesaban enormemente por la música, de personas que gustaban de discutir sobre algunos detalles de su música favorita –totalmente incomprensibles para cualquiera–, que recopilaban fanáticamente informaciones sobre el tema y que, naturalmente, disponían de una cierta influencia en su ciudad o región. A mí me gusta llamarlos las “fuerzas locales”. Se trata de esos DJs y activistas de los clubes que imponen los gustos y organizan las fiestas (aunque no siempre son los primeros en hacerlo). Suele tratarse de personas sumamente informadas, que se mantienen al tanto de los nuevos discos, los artículos de prensa acerca del house y las actividades de famosos productores underground. Por medio de visitas a los clubes del momento en las metrópolis de este mundo (especialmente Nueva York, Londres y Rimini), estas “fuerzas locales” se hacen de experiencias clave y gustan de llevarse a casa una idea del espíritu que en ellos se vive, y de difundirlo. Ellos son los que dan el impulso decisivo. Conocí a muchos en fiestas underground, para doscientos o trescientos creyentes, en las más remotas zonas de Alemania. Se merecen el mayor de los respetos, porque sin ellos no pasaría nada.

Puesto que en Alemania no existe una metrópoli destacada, como Londres o París, que determine el gusto de todo el país, sino fuertes centros regionales, seguros de sí mismos, que siempre se esfuerzan por mantener su identidad particular, hay grandes diferencias entre los sonidos house de Hamburgo, Berlín, Colonia, Francfort, Munich, Mannheim, Maguncia, Essen... Esto ocurre hasta en los pueblos más pequeños, y naturalmente vale también para los países vecinos. En todos lados se dan respuestas diferentes a la pregunta: “¿Qué es la música house?” Esto lo he vivido de manera especialmente clara en algunas ocasiones en las que grandes del house, como el DJ Pierre, han estado en Alemania para tocar una noche, en un antro lleno a reventar, para una escena definitivamente contracultural de freaks del house (personas que consideran al house como el soundtrack ideal para un estilo de vida “alternativo”, y con fundamentos), y, la siguiente noche, en una “incorrecta” discoteca del mainstream, pretenciosa desde el portero hasta el dueño, a la que asisten dragqueens de fin de semana y potenciales electores del Partido Conservador, sólo para ser recibidos en ambos lugares con el mismo entusiasmo. El propio Pierre –como afromericano– considera a estas dos típicas escenas alemanas del house (y sólo son dos, entre todas las que existen), sobre todo, infinitamente extrañas.

Las diferencias en las concepciones pueden ser sutiles o crasas pero, en última instancia, todas tienen derecho a existir. No existe una música house “correcta” o “equivocada”: esta música es todo aquello que se quiera hacer con un concepto relativamente simple (un estricto ritmo entre 115 y 135 golpes por minuto, todo lo demás es cuestión de gustos). Naturalmente, Inglaterra y Estados Unidos siempre aspiran a imponer una especie de estándar mundial, pero basta echarle un vistazo a las diferencias existentes entre Detroit y Nueva York para darse cuenta de que el house es y debe ser una música de preferencias y necesidades locales. En Chicago, los DJs tocan principalmente el sonido de Chicago, y lo mismo se puede decir de ciertos DJs de techno o hardtrance en Berlín o Francfort, que tienen juegos completos de discos producidos localmente y que sólo en caso de necesidad los combinan con discos compatibles producidos en algún otro lado. Una idea agradable, me parece, que encaja bien en el concepto políticamente correcto de los noventa: “Piensa globalmente, actúa localmente.”

Como sucedió con invenciones anteriores (señaladamente el hip hop) importadas completamente de Estados Unidos –aunque Londres e Italia pueden también llegar a tener alguna importancia–, pasó un tiempo relativamente largo para que las primeras producciones de house hechas en Alemania llegaran al mercado. Era más fuerte el encanto de los oscuros discos importados. En realidad, desde que en los círculos de productores norteamericanos se difundió la conciencia de que su mayor mercado no se encontraba en sus entornos, sino en la exportación, aumentó también la calidad de las producciones alemanas. Durante mucho tiempo se consideró que la meta más elevada a la que se podía aspirar era hacer producciones de house que “tuvieran el sonido de Nueva York”. Mucho venía de Hamburgo, ciudad que, sobre todo –por no decir únicamente– gracias a Boris Dlugosch, DJ en el legendario Front y pionero en el asunto del gran himno vocal y de la exquisita técnica de DJ, se sigue considerando a sí misma como la capital del house en Alemania, aunque Francfort, Colonia y aun Heidelberg o Maguncia tendrían derecho a decir lo mismo.

Porque los tiempos han cambiado. El house, como la música más influenciable de todas las épocas, se ha reinventado a sí mismo, siguiendo sus propias leyes de estar siempre dispuesto a ser fertilizado, para aparecer en todas las variantes alemanas posibles. Cada mes aparecen las cosas más extrañas (mencionemos solamente a Patrick Pulsinger), y en lugares como Toronto y Brooklyn se sigue de cerca el desarrollo de un nuevo tipo de house que no quisiera llamar “alemán”, del mismo modo que no llamaría “americano” al techno de Detroit. Ha pasado mucho tiempo desde que el house era una forma especial de música negra norteamericana para bailar. Hoy constituye más bien una cultura juvenil mundial y psicodélica con efectos impredecibles sobre la sociedad en su conjunto, porque también los fanáticos del house envejecen, tienen hijos y votan por los Verdes. Mientras la mayoría de los legendarios productores norteamericanos (como Marshall Jefferson, Tony Humphries, Frankie Knuckles o Masters at Work) tienen por lo general un background de música soul y disco, a partir del cual inventaron “su” house, a la mayoría de los productores alemanes es el house el que los inspira a hacer house. Muchos vienen del pop electrónico (por ejemplo, Human League), o del hip hop o son, en general, fans de la música. Pero especialmente desde que gente como Richie Hawtin, John Acquaviva, DJDuke, Armand van Helden y muchos otros chicos blancos con una fascinación congenial por la música negra para bailar –pero con un sentido probablemente más desarrollado para las exigencias más europeas y alemanas por un house más duro, más trance, más hip, y también para la “interpretación” del house como un estilo de vida, como un estado de ánimo– han ganado influencia, es que este tipo de música libre y extrañamente ideal se ha metamorfoseado para asumir las formas más inverosímiles, que vienen de todas partes y van a todas partes. 


Traducción de Claudia Cabrera