Jornada Semanal,  2 de septiembre del 2001 
Rodolfo Alonso

García Lorca y los Seis poemas galegos



Para recordar los sesenta y cinco años de la muerte de Federico (“sabed, sabedlo todos, el crimen fue en Granada, en su Granada”), nuestro colaborador Rodolfo Alonso, desde la Casa de Galicia de “Bos Aires”, nos envió este hermoso ensayo y su traducción de uno de los poemas galegos de Federico. De esta forma figuran en el recuerdo Blanco Amor y, de una misteriosa manera, Celso Emilio Ferreiro y Lorenzo Varela. Nuestros lectores encontrarán en el poema y en la versión de Alonso, el homenaje de García Lorca a la lengua galaico portuguesa y a las comunidades galegas que se esparcieron por el mundo.

La República Argentina se adhirió en su momento, con singular intensidad, a los festejos por el nacimiento del gran poeta andaluz, ocurrido hacía un siglo, el 5 de junio de 1898. Y no deja de resultar comprensible. Federico visitó Buenos Aires en 1933 y 1934, especialmente invitado después del gran éxito alcanzado por Bodas de sangre, y la recepción que tuvo bien puede considerarse apoteósica. El hijo de Fuentevaqueros sedujo con su duende (que no era otra cosa que gracia, donaire e inteligencia), a todo aquel que se le puso delante. Y hay quien afirma que, siendo considerada en aquellos tiempos Buenos Aires como la más importante ciudad de lengua castellana, Federico fue allí precisamente a consagrarse.

Y lo consiguió, sin duda. Estrenaron sus obras, dirigió gran teatro con grandes figuras, se lució junto a Neruda en un inolvidable homenaje a Rubén Darío, recitó y publicaron sus poemas, dictó algunas personalísimas conferencias que se volvieron justamente memorables. Pero fue también entonces que García Lorca debió tomar contacto, casi ineludiblemente, con la enorme comunidad gallega de Buenos Aires, esa gran ciudad a la que ya se denominaba –con acierto– la quinta provincia de Galicia. Y que vendría acaso a resultar el detonante para otro gran milagro de Federico.

El 27 de diciembre de 1935 el editor Anxo Casal, que muy poco tiempo después iba a sufrir su mismo trágico destino, terminaba de imprimir en Santiago de Compostela el volumen lxxiii de la Editorial Nós. Y así nacían los legendarios Seis poemas galegos de Federico García Lorca, en los que no se sabe, por cierto, qué admirar más: si el asombroso don de lenguaje que los convierte en una de las cumbres de la poesía en ese idioma, de tan secular prosapia lírica, o la increíble capacidad de síntesis que –en tan pocos textos– le permite aprehender casi lo esencial de la identidad gallega.

El libro llevaba un prólogo de Eduardo Blanco Amor, ese gran escritor gallego que también estuvo tan ligado a Buenos Aires, y de cuyas palabras iba a desprenderse asimismo otra leyenda. ¿Cómo logró el andalucísimo Federico hacer cuajar a tan alto nivel, y en una lengua que no era la suya, una tan cabal creación poética? Hoy se sabe que en 1916, siendo muy joven, como estudiante, y en otras tres ocasiones a lo largo de 1932, una de ellas con su legendario grupo de teatro La Barraca, Lorca estuvo en Galicia. Y que otro escritor gallego, Ernesto Guerra da Cal, con quien convivió en la Residencia de Estudiantes, en Madrid, afirmó haber participado en la redacción. Pero, a mi modesto entender, y por lo menos hasta el momento, las explicaciones opacamente racionales no han resultado del todo convincentes. Y la única sensación legítima que queda flotando vuelve a coincidir en la increíble capacidad de captación evidenciada por Federico en muchas otras ocasiones.

Porque, después de todo, sin serlo (pero sí andaluz), Lorca logró expresar y sublimar como nadie el universo tan personalísimo de los gitanos. Y Poeta en Nueva York nos demuestra también cómo su obra se empapaba, y se modificaba, en contacto con realidades absolutamente opuestas. Sin olvidar que, como ya lo hace notar el mismo Blanco Amor, citando una carta del Marqués de Santillana: “Non ha mucho tiempo cualesquier dezidores e trovadores de estas partes, agora fuesen castellanos, andaluces o de la Extremadura, todas sus obras componían en lengua galaica o portuguesa.”

Lo cual viene a decirnos, de algún modo, que estos Seis poemas galegos de García Lorca representan, además de sus evidentes logros en cuanto a don de lenguaje y a cosmovisión, también un auténtico homenaje –así sea implícito– a esa luminosa condición de fundamento de la poesía española que le corresponde al idioma gallego. De lo cual pudo afirmar Menéndez y Pelayo: “No se puede desconocer que el primitivo instrumento del lirismo peninsular, no fue la lengua castellana, ni la catalana tampoco, sino la lengua que, indiferentemente para el caso (en aquella época eran la misma), podemos llamar gallega o portuguesa.”

Pero no terminan allí sus resonancias. Como para dar fundamento a mis afirmaciones del comienzo, la Cantiga do neno da tenda es el único lugar, en toda la obra de Lorca, donde se menciona explícitamente no sólo a Buenos Aires –dos veces– y al Río de la Plata –en tres ocasiones–, sino también a la mismísima calle Esmeralda. Y es evidente que ello ocurre dentro de un texto íntimamente consustanciado con la tragedia de la emigración. ¿No es obvio entonces que eso debe haberlo percibido Federico por vía de su contacto con la multitudinaria colectividad gallega afincada en Argentina?

Claro que, como se comprueba tan sólo con leerlos, los Seis poemas galegos no necesitan argumentos para imponerse a nuestro ánimo. Les basta su lograda condición de seres vivos, soberanos y autónomos de lenguaje. Auténtica gloria de la lengua (como quiso Dante), resultan fehaciente testimonio de una verdadera poesía viva, encarnada en su ser y en su lenguaje. Y que todavía sigue admirándonos. Como un milagro.
 
 


Federico García Lorca


Cantiga do neno 
       da tenda


Bos Aires ten una gaita
sobro do Río da Prata,
que a toca o vento do norde
coa súa gris boca mollada.
¡Triste Ramón de Sismundi!
Aló, na rúa Esmeralda,
basoira que te basoira
polvo d’estantes e caixas.
Ao longo das rúas infindas
os galegos paseiaban
soñando un val imposibel
na verde riba da pampa.
¡Triste Ramón de Sismundi!
Sinteu a muiñeira d’agoa
mentras sete bois de lúa
pacían na súa lembranza.
Foise pra veira do río,
Veira do Río da Prata.
Sauces e cabalos múos
creban o vidro das ágoas.
Non atopou o xemido
malencónico da gaita,
non víu o imenso gaiteiro
coa boca frolida d’alas;
triste Ramón de Sismundi,
veira do Río da Prata,
víu na tarde amortecida
bermello muro de lama.

Cantiga del chico 
      de la tienda


Buenos Aires tiene gaita
sobre el Río de la Plata,
la sopla el viento del norte
con su gris boca mojada.
¡Triste Ramón de Sismundi!
Allá, en la calle Esmeralda,
plumerea y plumerea
polvo de estantes y cajas.
Por las calles infinitas
los gallegos paseaban
soñando un valle imposible
a la orilla de la pampa.
¡Triste Ramón de Sismundi!
sintió la muiñeira de agua
con siete bueyes de luna
paciendo en su remembranza.
Se fue a la orilla del río,
junto al Río de la Plata.
Sauces y caballos mudos
quiebran los vidrios del agua.
Pero no encontró el gemido
melancólico de gaitas,
no vio al inmenso gaitero
de boca florida en alas;
triste Ramón de Sismundi,
junto al Río de la Plata,
vio en la tarde moribunda
bermejo muro de lama.

Versión de Rodolfo Alonso